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Historia Monetaria


ESTUDIO SOBRE EL PAPEL MONEDA, 1901 (RAMÓN OLASCOAGA)
(23/03/2011)

ESTUDIO SOBRE EL PAPEL MONEDA

POR

RAMÓN OLASCOAGA

CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL

ASUNCIÓN

TALLERES NACIONALES DE H. KRAUS

 1901

 

 

En la ciencia económica, tal como yo la conozco, por los libros de los maestros de reputación universal, falta la teoría, en el sentido lógico que esta palabra tiene de la moneda de papel.

Los economistas europeos no han podido observar completamente los fenómenos del papel moneda, porque no existiendo en el viejo continente, por su riqueza acumulada, el medio propicio para el desarrollo de este factor económico-social, las emisiones de moneda de esta clase han respondido a motivos circunstanciales pasajeros, que no han permitido más que las consideraciones derivadas de un aspecto parcial transitorio.

Los economistas norteamericanos, aunque en un medio distinto al de los europeos y en cierto respecto más favorable para que se presentara y pudiera ser estudiado en todas sus fases el problema de la emisión de papel moneda, tampoco lo han examinado más que parcialmente, porque siendo su país, aunque nuevo productor de metales preciosos, el problema monetario se les ha presentado consiguientemente más bien que referido a la elección entré él papel y el metal, a la elección entre el oro y la plata; (monometalismo y bienetalismo).

Los economistas sud-americanos de los países que no cuentan con minas de importancia, son los que, por la fuerza natural de las cosas, han visto producirse y desarrollarse por completo el fenómeno de la emisión de papel moneda, y quienes, por lo tanto, se han encontrado en condiciones de observarlo con toda la prolijidad que por su importancia merece. Pero creo que en parte a causa de los prejuicios derivados de las enseñanzas de los maestros europeos, cuyo prestigio en las Universidades ha sido mayor a veces del que correspondía, y en parte también a causa de la falta de espíritu científico, las observaciones recogidas adolecen de empirismo, y aunque muy apreciables muchas de ellas, no han bastado para fundamentar una generalización científica (1).

No me atrevería yo a decir que vengo con el presenté estudió a dar las bases de esa generalización o de esa teoría; pero sí a creer que aporto, algunos elementos de investigación personal para la solución de tan arduo problema.

Y no por mi capacidad científica; que es bien escasa, si no porque el medio social de este país permite ejercitar fácilmente la observación directa sobre todo el organismo nacional, cuyos elementos componentes con toda la variedad que la estructura de un tal organismo ofrece, son poco complicadas en su desarrollo y facilitan la apreciación de su conjunto.   

La observación es la base de la ciencia; y al que la ejercita con preparación intelectual en un medio propicio realiza siempre un trabajo estimable y útil.

El Paraguay; por sus condiciones especialísimas derivadas de su historia y de su territorio, ofrece al observador, cual ningún otro país, materiales riquísimos para los estudios sociológicos. En un solo aspecto de estos estudios me atrevo a entrar, y aquí repetiré las palabras del profesor Gumplowicz (2)

« La investigación científica y filosófica hecha por «nuestro espíritu libre », esa aplicación tan elevada de la « libertad » humana, no es más que un juego de azar. Las verdades filosóficas y científicas son números premiados entre los millones de números que pierden en un inmenso molinete que gira a nuestra vista y nosotros, «pensadores libres », que nos vanagloriamos de nuestro « trabajo intelectual », somos   comparables á los niñitos que se ponen torpemente á mover la rueda. He aquí que la aguja del  disco giratorio se detiene sobre un buen número. Desde entonces el afortunado ganancioso es un pensador festejado, cuyos «méritos» se alaban. Es, sin embargo, bien extraño, el resultado de su trabajo intelectual. No tiene, ni más ni menos mérito que los «chambones », á quienes la mala suerte no ha hecho sacar más que errores científicos y filosóficos. No tiene más, decimos, porque los no afortunados, haciendo pasar bajo la aguja fatal los innumerables números malos, han contribuido por su parte á que ésta se detuviese en uno bueno; son por completo tan estimables y de mérito como el ganancioso. Y hasta el «gran filósofo» que aparece   «una vez en millares de años», tiene más bien menos mérito que las falanges de los pequeños; porque, si el primero ha tenido la suerte de lanzar bien la rueda, es porque los otros han hecho posible esta suerte dando impulso á la mecánica mucho antes que él. 

 

II

 

Los tratadistas más eximios de la Economía política no han visto en el papel moneda sino un sustitutivo de la moneda metálica, a la cual consideran como única y verdadera moneda. Desempeñando los metales preciosos desde tiempos muy antiguos y en todos los pueblos civilizados el oficio de moneda, se ha estimado necesario el hecho que se presentaba con caracteres de universalidad, y se ha discurrido, sobre esa base en la aplicación de cuanto atañe al régimen monetario.

Por seguir este punto de partida, no han podido librarse los economistas, ni aun los más discretos, de contradicciones, vaguedades y errores resaltantes, que a muchos han hecho perder la fe en la ciencia.

Las contradicciones se notan, sobre todo, cuando se declara condición indispensable de la moneda que ésta sea una mercancía, un producto, independientemente del valor que le atribuye a el Estado, a quién no se reconoce fuerza bastante para asignar y mantener por si solo un valor a la moneda (3), y cuando se invoca por otra parte, que algunos beneficios pueda prestar una emisión de papel, hecha en determinadas condiciones, dentro de límites racionales, prudentes, y se trae a colación el ejemplo de Francia en 1870 (4).

Las vaguedades aparecen en las frases de que «no pasando de ciertos límites», «ajustándose a determinadas condiciones», «siendo regulares», las emisiones de papel moneda pueden tener éxito.

Y los errores grandes en que incurren los autores, como luego señalara, se manifiestan en las consideraciones que hacen respecto a que la emisión de papel moneda representa exclusivamente un emprestido forzoso, justificable sólo en casos excepcionales, de calamidades, guerras o graves apuros financieros, y crea un estado sumamente perjudicial, del que hay que salir lo más pronto posible para volver al régimen de la moneda metálica.

Tales son las opiniones dominantes entre los cultivadores de la ciencia económica. Todos los economistas de la escuela clásica, y aún algunos disidentes, como el tan apreciable profesor Cauwés, a pesar, de pertenecer éste a la escuela de la economía nacional, o positiva y de haber explicado luminosamente la teoría del desarrollo de las fuerzas productivas del país, como fundamento capital para la solución de todos los problemas económicos que afectan a cada Nación, siguen el mismo camino trillado, cuyo punto de partida está en que fuera de la moneda metálica no hay salvación.

La frase de Mirabeau  aplicada al papel moneda, «una orgía del despotismo en delirio», se repite todavía (5) y los más tremendos epítetos se adjudican a los defensores de las emisiones.

Ni los economistas americanos, a pesar de las preciosas observaciones que han podido recoger directamente, se han librado de los prejuicios dominantes con respecto a la moneda.

Así, el profesor de Economía Política en la Universidad de Chile, Sr Zorobabel Rodriguez, dice (6): «La emisión de papel moneda representa un empréstito forzoso arrancado a los ciudadanos, en condiciones tales de violencia y de desigualdad, que solo ante el deber patriótico que, cómo el fuego, todo lo purifica, pudo justificarse»

Un distinguido escritor peruano, Sr R: J. Rossel, dice refiriéndose al papel moneda emitido en su país: «Este mal; como sucede con frecuencia, trajo consigo gérmenes de enmienda que a la larga tenían que compensarse por la ley de adaptación, cuyo ejercicio explica fenómenos en la apariencia contradictorios. El papel moneda en el Perú ha proporcionado, en medio de los desastres (7) que ocasionó su curso, abrigo a ciertas industrias que solo a su sombra han podido nacer, arraigarse y prosperar, pasando del período azaroso de su infancia, para llegar con robustez y fuerza de vida al restablecimiento monetario.

Se desprende de las precedentes frases siempre la misma idea de considerar la emisión como un mal.

Otro tanto puede decirse de lo que el Sr Alcorta consigna en su interesante libro (8): «Estudio sobre el curso forzoso». Para este autor, también el curso forzoso es una desgracia porque principia autorizando el no cumplimiento de las obligaciones en plazo determinado, dando al billete un término de conversión desconocido; porque impone al particular la obligación de aceptarlo por un valor escrito como cuando por un término conocido servía para cancelar deudas; porque calcula que el billete sea moneda, es decir, sea obligatorio para todos como tal, y por el sello que el Estado ejerciendo un derecho de soberanía, le ha querido imprimir; y por último, porque estas imposiciones son las que alteran todas las transacciones, y revistiendo el carácter de toda ley no distinguen entre deudores y acreedores, sino que les hace sufrir por igual sus consecuencias»

En un libro argentino de fecha reciente (9) se lee: «Ahora, veamos lo que ha pasado respecto al papel moneda, que es una deuda, y que el país tendrá, tarde ó temprano, que pagarla».

Siempre la idea del papel moneda, como deuda, como empréstito forzoso.

Sin embargo, algunos escritores americanos han tenido vislumbres felicísimas; y entre ellos; de los que conozco, citaré como el más afortunado, en mi pobre criterio, al Sr. F. Seeber, en su libro «Apuntes sobre la situación económica y financiera de la República Argentina» (10).

 

Pero lo más general,   hay, que reconocerlo, es que los teóricos, los hombres de ciencia, los que pasan por sabios, están decididamente en contra de todo régimen monetario que no sea el metálico, secundados por la mayor parte de los grandes capitalistas, sobre todo, europeos, a quienes interesa conservar la fuerza enorme que les da la posesión de la moneda metálica.

Y en estos países sudamericanos se ve el fenómeno curioso de que, a pesar del prestigio de los hombres de saber, la gran masa del pueblo se declara instintivamente a favor del papel moneda, y como está en lo cierto, como esto responde a condiciones naturales imposibles de modificar violentamente, triunfa él pueblo sobre los científicos, y los mismos metalistas cuando llegan al poder o al gobierno, se encuentran impelidos a hacer uso de este régimen, solo que, como dice muy bien Seeber, «maniobran con el papel, cuya acción no han sido capaces de comprender»; y de ahí, abusos que desacreditan el sistema; cuando éste no tiene la culpa de la torpeza de los que quieren manejarlo sin reconocerlo.

Yo me propongo demostrar, siguiendo en lo fundamental a dos grandes maestros, Macleod (11) y Gide, que el papel es un instrumento más perfecto, más ventajoso que el metal fino para servir de moneda, y que es, a más, el único posible en los países nuevos si éstos han de alcanzar un desenvolvimiento rápido de su riqueza.

 

III

 

Para explicar satisfactoriamente las diversas cuestiones que se refieren al sistema monetario, hay que principiar, por conocer el origen o el génesis de la moneda.

El régimen de la permuta, cambio de productos por productos; es el exclusivo de todo grupo social rudimentario, como siempre continúa siéndolo en el comercio internacional.

Mientras las relaciones sociales, y por consiguiente las del cambio, son poco complicadas, no aparece la moneda en el sentido propio que hoy tiene esta palabra.

El cambio, en los primeros pasos de la evolución económico-social, ofrece muy poca importancia, como lo han puesto de resalto los historiadores modernos (12), y fácilmente se resuelven entonces las oposiciones a que el trueque dé origen.

Cuando se va diversificando la producción; las dificultades del cambio directo, puro o simple, van también en aumento, y al ocurrir que no coinciden los deseos de los copermutantes en la calidad o en la cantidad de sus respectivas riquezas; viene de por si el que se opere una selección de alguno de los productos que se ofrezcan dentro del grupo social, en vista de las facilidades que proporcione para que se pongan de acuerdo los cambistas.

Aquel producto, sobre el que recaiga la preferencia social, principiará a desempeñar las funciones de moneda (13) en el sentido económico, porque, en sabiéndose que por virtud de la preferencia que se le acuerda, se encuentra colocación segura para él, se le recibirá en las transacciones, en vista, no del consumo por parte del aceptante, sino del cambio: sirve así de tertium permutationis.

La permuta primitiva se descompone en compra y venta: no se cambia la riqueza sobrante por la que se necesita directamente, sino por otra que permitirá adquirir en otro momento la que se necesite.

Y, desde el momento que está declarada socialmente esa preferencia, todos los valores se refieren a la misma riqueza, como la más preciada, la más codiciada, la más aceptada, y así viene a servir ella de punto de comparación, de medida de los valores: tertium comparationis.

«Dado el origen que asignamos a la moneda, - aquí dejo la palabra a un autor, (14) - es natural que las mercancías que como tal eligieron los pueblos, por lo mismo que debía serla más preciada, supuestas las diferencias que por causas naturales, entre ellas existían, habrían de ser desiguales; por esto no debe causar extrañeza que entre todas pueda formarse un conjunto considerable y por demás interesante; entre las sustancias que, según investigaciones llevadas a cabo por economistas e historiadores, han servido como numerario, pueden citarse los ganados en la mayoría de los pueblos pastores y agrícolas; las pieles en los cazadores, ejemplo, Rusia en que las de marta fueron un tiempo su moneda, como lo son en las tribus cazadoras salvajes que existen en la América del N. O. y en los establecimientos de peletería de la región que en el mismo continente se aproxima más al Polo; Tácito refiere que entre los germanos, el caballo era el bien que servía de moneda, afirmación que en realidad encontramos muy verosímil dado el carácter dedicho pueblo: Abisinia y Sumatra usaron por dinero la sal; los pobladores de Terranova el bacalao, (que es en lo que dan sus oblaciones al obispo en los días presentes     los católicos allí establecidos); Virginia empleó como tal el tabaco; Tartaria el té: Chile las tablas; los dátiles Persia; el cacao Méjico, en las Indias el azúcar, etc., etc.».

Luego, los metales, hierro, cobre, bronce, oro y plata, fueron los preferidos por los pueblos más adelantados; y por fin, han seguido hasta hoy gozando de la preferencia en las naciones ricas el oro y la plata, de tal suerte que los economistas, según ya he indicado y explicare más adelante, consideran inseparable la calidad de moneda de la del metal precioso.

Moneda real o comercial llaman los autores, en consonancia con lo expuesto, a la mercancía intermedia que acepta uno de los cambistas por tener en ella misma un valor que le permite servir de equivalente a la mercadería cedida en cambio y con la que podrá adquirirse, las que se necesiten.

Pero, este concepto de la moneda no es el que debe preponderar. Por él se llega, sí, a la explicación de la verdadera moneda, y sólo como precedente hay que tenerlo en cuenta.

En efecto, cuando un grupo social ha alcanzado el desarrollo necesario para constituirse en Estado, no puede prescindir de una declaración oficial de lo que haya de ser moneda dentro del territorio nacional. Una ley monetaria, más o menos sencilla, de mayor o menor alcance, pero ley monetaria en cualquier caso, se impone a todo Estado como consecuencia forzosa de la soberanía que ejerce.

Porque, por de pronto, el Estado, para atender a las necesidades colectivas, tiene que exigir de los habitantes del país una cuota de riqueza a título de impuesto, y se ve entonces obligado a hacer la designación de la calidad y cantidad de la riqueza especial que exige.

Y a más; el Estado tiene que establecer y dictar las normas jurídicas que resuelvan las diferentes cuestiones entre particulares, cuestiones que en muchos casos han de traducirse en entrega de una riqueza equivalente a la ofrecida y no pagada, en indemnizaciones, multas, etc.; y para esto, el precepto jurídico al ser aplicado ha de llevar en sí la determinación precisa de la riqueza que haya que darse en pago. Repitiéndose estos casos, conforme la población y la riqueza aumentan, el Estado vendrá por la fuerza de las cosas, a establecer la selección de uno entre los varios productos que circulen con mayor aceptación en el país; y a ese producto se le dará el nombre de moneda; será realmente la verdadera moneda en el sentido que debe tener esta palabra, dado el estado actual de las relaciones económico-sociales.

El Estado o la ley procederá o no de consuno con lo que el uso hubiera decretado; pero, en cualquier caso, la declaración oficial será la que determine la moneda; y sólo a lo que la ley fije deberá dársele valor monetario.

La moneda no es, pues, una   mercancía cualquiera; sino la riqueza elegida por el Estado, aquella que jurídicamente está consagrada, aquella que el sello del legislador le ha dado el pase de libre vinculación para todos los efectos jurídicos.

Y digo para los efectos jurídicos, porque la fuerza del Estado no alcanza a más.

El Estado; con todo su poder, no llega a dar el valor que quiera a su moneda, porque la sociedad de un país libre puede a su vez rechazar lo que se le ofrezca en paga de las riquezas que en cambio se pretenda exigirla (15). Pero si para las transacciones futuras, o mejor dicho, para las transacciones posteriores a la declaración del Estado, puede no tomarse en cuenta el valor que él haya asignado a su moneda, porque la aceptación ó ratificación de ése valor tiene que hacerse por la sociedad; no cabe duda de que queda todavía una esfera bastante amplia, toda la que abarque la materia legislable, para la circulación de la moneda, declarada tal por el Poder público.

A la definición de la moneda, según los tratadistas clásicos de la Economía política, opongo, pues, la siguiente: La moneda es un bono emitido o reconocido por el Estado con un determinado valor, que da derecho a la liberación de las deudas solubles en la misma especie hasta la concurrencia del valor en él declarado.

Esa definición está basada en la de Gide, que dice así: «Toda pieza de moneda debe ser considerada como un bono librado sobre el conjunto de las riquezas existentes y que da al portador el derecho de hacerse entregar una porción determinada de estas riquezas a su elección hasta la concurrencia del valor indicado en dicha pieza».

Como se ve, la definición dada por Gide se refiere a la moneda metálica y hace relación a la fuerza adquisitiva, mientras que en la moneda propiamente dicha, lo esencial es la fuerza liberatoria, la cual no se debe confundir con la adquisitiva, como que ésta puede faltar y aquella no.

El concepto que da Macleod de la moneda merece ser también conocido.

Para Macleod, la moneda representa la prueba de una deuda; acredita la prestación de riquezas o de servicios, por los que no se ha recibido el equivalente, el cual podrá reclamarse por el poseedor de la moneda, cediendo a su vez ésta «Moneda y deuda transferible, son términos, iguales» dice Macleod, «todo lo que represente una deuda transferible es moneda, y cualquiera que sea la materia de ella, la moneda representa deudas transferibles y nada más. De ahí el principio fundamental que no debe perderse de vista en las cuestiones relativas a la moneda; este principio es que donde no hay deuda, no puede haber moneda. De donde también resulta que el uso de la moneda es, no para facilitar los cambios, sino para abolirlos ».

Con esta nueva teoría, agrega Macleod, puede explicarse satisfactoriamente todos los más arduos problemas referentes al crédito y a la moneda de papel, que antes quedaban sin solución, «habiendo ocasionado las más terribles calamidades la creación de una moneda de papel en contradicción con nuestra concepción fundamental».

En el fondo, Macleod y Gide están de acuerdo al definir la moneda.

Esta representa, una deuda, o sea un crédito a favor de su poseedor, quien con ella paga otras deudas o adquiere por su equivalente las riquezas que necesite, si bien para este último se requiere que la sociedad reconozca el valor monetario.

Con lo que no estoy conforme es con la extensión que da Macleod al concepto de moneda, al entender por tal toda deuda transferible o todo titulo de crédito, pues dicha denominación debe reservarse exclusivamente para el titulo o bono emitido o reconocido por el Estado con valor monetario, por que los demás títulos pueden ser aceptadas o no por los acreedores, mientras que en la moneda, como ya dije, la fuerza legal le atribuye poder cancelatorio o liberatorio.

Todos los demás títulos de crédito, influyen, si, en la circulación monetaria permitiendo que la moneda tenga mayor potenciabilidad (16) por servir una misma cantidad de numerario para múltiples operaciones, pero que son cosas distintas el mismo Macleod lo demuestra, cuando más adelante afirma que en tiempo de crisis, al restringirse el crédito, se echa de ver qué el dinero es escaso; porque en tal ocasión desaparecen muchos títulos que hacían las veces de numerario y se encuentra éste más solicitado.

 

IV

 

Explicado nuestro concepto de la moneda, trataré de demostrar que el papel puede servir, mejor aún que los metales preciosos para las funciones de permutación y comparación de valores que la moneda desempeña.

Se dice por los autores que sólo una riqueza efectiva, una sustancia de valor propio, intrinsico, objetivo, una mercancía, un producto, puede constituir moneda, porque su adquisición representa trabajo, y sólo así puede ser aceptado en los cambios y ofrecer un valor estable, como es necesario para que á ese valor  se comparen todos los demás. La longitud no se mide más, que con una medida de longitud, el peso con una unidad de peso; el valor con una unidad de valor. El papel moneda no es más, que una especie de título de crédito, que se acepta cuando hay confianza; y no puede ser equiparado, á la moneda legítima, porque nunca es como ésta, el equivalente de la mercancía por la que se cambia» (17).

Que la moneda tenga que ser un producto, es decir, el resultado del trabajo, claro que hay que admitirlo, cuando se habla de la moneda primitiva, real ó comercial, pero lo niego en absoluto cuando se trata de la moneda del Estado, moneda nacional ó fiscal, ó moneda simplemente, tal como hoy debe entenderse y llamarse.

La moneda desempeña actualmente en una nación civilizada, una función jurídico-económica, la del pago de deudas, para la que de ningún modo es conveniente que consista en un producto, que como tal puede ser exportable, y por lo tanto, desaparecer del país.

La moneda regula los valores internos de una nación y en tal concepto, sirve de norma á las transacciones que se efectúen y que crean obligaciones cuyo cumplimiento se ha de realizar en plazo más ó menos largo, dada la forma actual de los negocios; y por consiguiente, no puede convenir á los intereses nacionales que la moneda esté expuesta á las contingencias del cambio internacional, cuyas exigencias, en un momento determinado, draguen y arrastren al exterior el numerario circulante, originando trastornos y perturbaciones de suma gravedad (18).

Lo que para los tratadistas representa una ventaja en la moneda mercancía, el servir ésta en los pagos internacionales es, pues, á mi modo de ver, un inconveniente.

El papel como materia de moneda, no teniendo en sí mismo, ningún valor, ó siendo éste tan insignificante, que no merece la pena de tenerse en cuenta, no ofrece el peligro apuntado para la moneda mercancía, pues que su radio de acción queda circunscrito al territorio nacional.

Pero ¿de dónde viene el valor del papel moneda? Leamos previamente á Courcelle Seneuil, (19) una de las autoridades clásicas:  

«La moneda ordinaria tiene un valor de la materia misma que la constituye, y también del uso á que está destinada. El pedazo de papel que tiene curso forzoso de moneda por orden del gobierno, no tiene valor alguno por su materia y sin embargo, sirve para recibo de créditos existentes y para el pago de contribuciones públicas; lo cual es suficiente para conferirle un valor que jamás obtendría en pueblos poco civilizados, que siempre dan muy poca importancia á los créditos particulares y á las contribuciones públicas.

« Como el valor de este papel provéese únicamente del uso á que se le destina; ese valor está limitado por el mismo uso; si las emisiones fuesen regulares, el papel moneda podría valer tanto como la moneda metálica; pero desde que las emisiones exceden de la cifra incógnita que el uso y las necesidades le han fijado; empieza su depreciación y continúa en razón directa del progreso de las emisiones».

En las frases precedentes está bien claramente afirmada la creación del valor de la moneda por la fuerza del Estado, y realmente el hecho no admite dudas, como que es experimental, y su comprobación está al alcance de todos (20).

El Estado crea el valor de la moneda, en ejercicio de su soberanía; en uso dé su poder, porque, como Estado, puede legislar sobre la forma en que los habitantes del país hayan de contribuir á la satisfacción de las funciones sociales que le están encomendadas, y sobre la forma de resolver las obligaciones jurídicas que no tengan ó no puedan tener un modo preestablecido ó predeterminado de pago.

Remunera el Estado á sus representantes por los servicios que prestan á la sociedad, con papel moneda, que, á su vez, lo admite en pago de los impuestos que tiene derecho á exigir, y decreta al mismo tiempo que de las obligaciones á que me he referido se pueda quedar libre con la entrega de la moneda de esta clase en la cantidad que en cada caso corresponda.         

Así, el papel moneda, creación del Estado ó de la ley tiene un valor indiscutible, positivo.         

Porque el valor es, como dice Leroy Beaulieu, (21) siguiendo á la escuela austriaca; «la importancia que concedemos á la posesión ó á la adquisición de las cosas, y no podemos menos de conceder importancia ó estimación á 1o que tiene un destino racional y nos representa en una u otra forma esfuerzos ó sacrificio de riquezas.

El papel moneda nos sirve para el pago de impuestos, obligación ineludible, y nos sirve también para el pago de ciertas deudas que representan esfuerzos, riquezas ó servicios; por consiguiente, tiene valor para la masa social. Y de ahí que, generalmente, la sociedad ratifique el valor del papel moneda, Y éste, á más de la fuerza liberatoria dada por el Estado, tenga la fuerza adquisitiva, reconocida por la sociedad.

La fuerza adquisitiva completa á la moneda en la plenitud de sus Oficios, y hace de ella la marchandise princesse, que dijo Proudhon.

Y este origen del papel moneda no riñe con el concepto de la moneda expuesto  por Macleod, porque el Estado es acreedor de la sociedad y cobra la deuda con la emisión, representando ésta así la deuda transferible de que habla aquel autor.

Al emitir el Estado en virtud de ese título, no se convierte en deudor, como se creía hasta ahora, sino que en forma legal hace transferible la deuda de la sociedad hacia él.

Por eso, la unidad monetaria creada con la emisión, debe ser la del peso papel, sin referencia á la moneda metálica.        

Ya el eminente político Dr. Carlos Pellegrini en un discurso (22) pronunciado en el Senado Nacional de la República Argentina declaró que así como había, según la legislación de dicho país, la unidad monetaria de peso oro, de un gramo seis mil ciento veintinueve, diez milésimos de oro con ley, de novecientos milésimos, y la del peso plata con veinticinco gramos de plata y novecientos milésimos de fino, se había creado también una tercera unidad monetaria, que era la del peso papel.

 

Sólo que el Dr. Pellegrini daba un sentido torcido al alcance que debiera tener la creación de la unidad monetaria papel, por que el origen de ésta era vicioso, el de eximir á los Bancos de la obligación de convertir sus billetes en especies metálicas, y se pretendía dar fuerza cancelatoria al peso papel para todas las deudas contraídas durante el régimen de conversión. Y conste que ese ha sido el origen del papel moneda en casi todos los países; (23) de donde procede el justificado recelo con que se le mira á la moneda de esa clase.

Pero yo no hablo, como hablaba el doctor Pellegrini, de la unidad monetaria papel como equivalente á la de oro ó plata, por ministerio exclusivo de la ley, con lo que se favorece á los deudores en tanto que se perjudica á los acreedores, no; esa medida, puede ser una verdadera expoliación: yo me refiera á la unidad monetaria papel, creada por el Estado atendiendo exclusivamente á los intereses generales de la Nación.

Respétesela voluntad de las partes que hubiesen contratado oro ó plata, como si hubiesen contratado trigo ó maíz, y no se obligue á aceptar papel en vez de metal, cuando no mediaren estipulaciones en contrario; enhorabuena que entre á funcionar el papel moneda.

Por no haberse dilucidado ni puesto en claro la cuestión del sistema monetario en los tratados didácticos, los gobiernos han caído en errores que han dado motivo á decir que el papel moneda es la plaga más grande de las naciones, y que viene á ser en lo moral lo que la peste es en lo físico.

En los gobiernos se ha reflejado la idea de que el papel sólo podía servir transitoriamente para moneda y con más ó menos sinceridad han declarado siempre al decretar la inconversíón y con ella el curso forzoso que se volvería al régimen metálico.

Esto no debe ser, según mí teoría. No hay para que hablar de convertir en especies metálicas el papel moneda, emitido con arreglo á las bases y condiciones que se consignan en éste escrito.

Teniendo el papel moneda en sí mismo un valor; valor propio, distinto é independiente de la materia de que se forma, no hay para que referirlo tampoco á ninguna mercancía, ni para qué tratar de su convertibilidad.

Consiguientemente, la fórmula que se estampe en el papel moneda emitido conforme á lo que dejo expuesto, debe ser ésta: La Nación reconoce en este billete el valor de un peso papel como moneda nacional (24).

 

V

 

Los economistas que no consideran verdadera moneda sino la que por su substancia ó materia tiene valor propio, suponen que esta condición es de todo punto necesaria para que la moneda desempeñe su principal función, que es la de servir de medida al valor de las cosas. Así llaman á la moneda el valorímetro ó unidad ó medida de los valores; ó bien denominador común.

Reconociendo que es función esencial de la moneda, la de servir de punto de comparación de los valores; veamos si el papel puede ser apto para dicha función.

Desde luego, hay que advertir que los mismos partidarios de la moneda-mercancía, reconocen que los metales preciosos desempeñan muy imperfectamente el oficio de medida de los valores, porque el oro y la plata, cómo todos los productos, están sujetos á las oscilaciones del mercado, y no pueden ofrecer una estabilidad inalterable; en su valor propio. Prueba de ello es que la plata desde el año 1850 al de 1870 hizo prima sobre el oro, y desde este último año ha ido decreciendo progresivamente en valor hasta la fecha, en que pierde más de un 50 %.Ya no se habla, por consiguiente, de los metales preciosos como constitutivos de la materia más adecuada para la moneda, sino de un solo metal, el oro, el cual es el elegido por la mayor parte de las naciones ricas para servir de único patrón monetario.

Y aun el oro no satisface plenamente, porque, en largos períodos de tiempo, está sometido también á influencias cambiantes de su valor, proponiéndose para reemplazarlo la medida del trabajo, ó la del valor del trigo como menos sujetos á fluctuaciones en un promedio de largos plazos, ó bien la formación de Index Numbers para la determinación la más exacta posible de la equivalencia dé las riquezas.

Sin embargo, los partidarios de la moneda metálica establecen la superioridad de ella sobre la moneda papel, «porque esta se emite por los hombres y aquella por la naturaleza, de suerte que un legislador imprevisor puede depreciar el papel moneda emitiéndolo en cantidad exagerada, en tanto que no está en poder de ningún Gobierno el depreciar en esa forma la moneda metálica.

Pero, yo pregunto A qué es preferible? Que los elementos naturales, irreflexivos, ciegos, aleatorios, ó los elementos humanos, racionales, voluntarios, sean los que gobiernen y dirijan el orden social?

La elección no es dudosa. Los progresos de la civilización precisamente se determinan por la sumisión por el avasallamiento de las fuerzas naturales á la voluntad humana ó al arte humano.

De donde se deduce que, así como yo señalaba un inconveniente en lo que los economistas clásicos creían ver una ventaja, respecto á que la moneda-mercancía podía servir para los pagos internacionales, ahora encuentro también que es una ventaja lo que los economistas, señalan como un peligro, á saber, que él papel moneda sea emitido por la voluntad de los hombres.

La razón de esto es bien clara: la cantidad de un producto como elemento integrante de su utilidad final, constituye uno de los factores de      su valor; y como la cantidad de los metales preciosos depende de los yacimientos y minas que se descubran y del trabajo que al efecto de su descubrimiento y utilización se aplique, queda librado á lo arbitrario, á lo caprichoso, el regular el valor de la moneda, que es, sin duda, uno de los elementos económico-sociales de más grande importancia en los Estados modernos.

Y, por el contrario, en la emisión de papel moneda cabe sujetar la cantidad á cálculo exacto, preciso, matemático, por lo mismo que esto depende exclusivamente de la voluntad de los hombres.

Los individualistas parten del supuesto de que esa voluntad es arbitraria, y de que sobre todo, los gobiernos están representados por hombres malos, corrompidos é ineptos, que necesariamente han de abusar del poder que asumen; pero yo no me refiero á una voluntad movida por malas pasiones, ó inconsciente o irracional, sino á la voluntad reflexiva, que se ajusta á las leyes científicas, como debe ser la del hombre civilizado ó de cultura superior. No se, trata de legitimar abusos, sino de prevenirlos.

Porque estoy persuadido del poder de la ciencia y del de la conciencia social, creo que cuando la disciplina económica, al tratar de la moneda, en lugar de elucubraciones enfáticas, imaginativas y gárrulas, y en lugar de fórmulas emitidas solemnes y dogmáticamente pero sin fondo bastante, y en forma semejante á la cascarilla que se deshace en cuanto se quiere examinar su contenido, señale, mediante observación minuciosa y paciente, leyes de verdadero carácter científico; cuando las verdades proclamadas así por la ciencia resulten comprobadas, y su conocimiento se generalice y divulgue entre todas las capas sociales echando ancla en la conciencia del pueblo, no habrá gobierno por insensato que sea, que se atreva á ir       en contra de lo que quedara por tal modo establecido, si alguno lo intentara, seguramente no podría subsistir hoy en ningún pueblo civilizado.

Lo que importa es, pues, que la ciencia económica señale con toda exactitud los límites fijos en que haya de emitirse el papel moneda, y que esto se consigne en las constituciones ó leyes fundamentales y se enseñe en las escuelas; y entonces se verá que el papel puede servir mejor que los metales preciosos, de elemento regulador dé unidad de medida de los valores, por lo mismo que se trataría de límites conocidos de todo el mundo y que se sabría iban á ser respetados, no dependiendo, por consiguiente, del azar, ni del capricho.

Sometiéndose la emisión de papel moneda á límites precisos, exactos, sería posible ejercitar la previsión científica, y hasta la aplicación de los Index Numbers, si esto último se estimara conveniente.

Y cuando el profesor de Economía Política pudiera anunciar, lo que hoy no es posible por falta de exactitud, en las generalizaciones de esta disciplina; lo que seguramente haya de manifestarse respecto al valor de la moneda, á la manera que el capitán de un buque nos señala el punto en que nos encontramos y el en que nos encontraremos al siguiente día, salvo accidentes fortuitos, la fe en la ciencia reaparecería, y tarde ó temprano acabaría por imponerse á todos, incluso, los gobernantes.        

Y éstos, que al fin y al cabo, son hombres, y hay que suponerlos cultos é instruidos, no irán ni podrán ir contra la ciencia ni contra lo admitida por la conciencia social, así como hoy ni en las Monarquías, ni en las Repúblicas y quizás menos en aquellas que en éstas, se atreven los jefes de Estado á invocar derechos que antes pasaban por indiscutibles.

Si hasta ahora en la cuestión del papel moneda, á que debo concretarme, los gobernantes han abusado del poder, como hay que reconocerlo, también es forzoso declarar que los economistas abusaron del prestigio de la ciencia. Unos y otros procedieron empíricamente, con la agravante en contra de los gobiernos de haber cedido á conveniencias á estímulos no siempre aceptables, y sí, muchas veces, reprobables.

Señalándose límites infranqueables á las emisiones de papel moneda, cabe que como dice Gide con intuición genial, «tenga la moneda de esa clase un asiento más amplio y más estable que el valor de la misma moneda metálica. Y como su cantidad estaría regulada por las previsiones científicas, y no por el juego de azar, es de creer que su valor estaría menos sujeto á variaciones. Probablemente llegará á tener esta forma la moneda del porvenir!.

En definitiva, el carácter de la moneda de papel, por ser artificial, no implica un signo de inferioridad sino todo lo contrario. El cronómetro es un instrumento artificial para medir las horas, mientras que el sol es un instrumento natural, y esto no impide que el primero sea para dicho uso muy superior al segundo.

Ante palabras tan expresivas en que rebrilla la verdad nada he de agregar por mi parte.

 

VI

 

EI mismo Leroy Beaulieu, después de haber afirmado categóricamente que la fuerza legal no es suficiente para asignar ó mantener un valor á la moneda, incurriendo en una de las contradicciones á que me refería al principio de este trabajo, se expresa en los siguientes términos, que creo oportuno reproducir: «Se puede concebir que una sociedad se sirva de una moneda cuasi-ideal y que no tenga más que el mínimum de substratum material; una sociedad, cuyas condiciones pudieran definirse, pero que por los defectos y los impulsos de los hombres ofrecerían pocas probabilidades de realizarse, y sobre todo de conservarse, pudiera vivir con una moneda de papel ó de cualquiera otra materia vil, no convertible en especies metálicas, y que fuera aceptado por un valor infinitamente superior al de la materia misma de esta moneda. Se verá más adelante, cuando hablemos de los billetes de Banco no convertibles en especies metálicas, las condiciones totalmente ideales y muy poco prácticas en que este fenómeno pudiera producirse. De todos modos, no habría, en este fenómeno, nada contrario á la idea de la moneda-mercancía: las condiciones más indispensables á la circulación de esta moneda dé papel ó de cualquiera otra materia poco costosa, y á la conservación del valor muy superior á la materia en que consistiera, se hallarían: 1° en la limitación muy estricta de la cantidad de esta moneda; 2º en la confianza general, en la opinión universalmente establecida de que esta moneda no se aumentaría jamás ó que sólo se aumentaría en proporciones fijadas de antemano, según determinados elementos no arbitrarios; en razón, por ejemplo, del crecimiento de la población: esta moneda resultaría así limitada, no sólo en el presente, sino que también por hipótesis en el porvenir. Sería posible, en tal caso, que conservase un valor que sobrepujara enormemente al de la materia de que se formara.      Pero este fenómeno no estaría en contradicción con el carácter de mercancía atribuido á la moneda. La moneda dé que se trata estaría solicitada porque sería útil en los cambios; sería de adquisición difícil porque su cantidad estaría limitada, y valdría como el oro por la combinación de estas dos causas, la necesidad y la dificultad de adquisición. Formaría parte de esa gran categoría de mercancías de que hemos hablado al tratar del valor, mercancías que, no pudiendo ser reproducidas, por hipótesis; tienen un valor que depende, no de sus gastos de producción, los cuales conciernen sólo al pasado, sino únicamente de la demanda y la oferta; la demanda estaría representada por la necesidad que hubiera de esta moneda para las transacciones, y la oferta se hallaría limitada por hipótesis, ó no debería aumentar más que en proporciones estrictamente determinadas y según elementos conocidos de antemano: la tal moneda tendría un valor que se regularía en virtud de esos dos factores.»

Se ve, pues, que Leroy Beaulieu admite en principio la posibilidad de que un país cuente con un régimen monetario á papel tan perfecto como el metálico, pero según él se requerirá condiciones totalmente ideales, y difíciles, por tanto, de que encuentren realidad en la vida práctica.

Para la ciencia, basta la posibilidad del fenómeno, y si éste dependiera de condiciones que hubieran de ser puestas por los hombres, no hay porqué desesperar de que no tenga realización cumplida, tanto más si se llegara á demostrar las conveniencias sociales de que tal suceda.

Pero, yo voy más allá. Afirmo que los países nuevos que no sean productores de metales preciosos ó que no estén estancados en su desarrollo industrial, pueden contar con un régimen monetario á metal fino como no sea transitoriamente y sostenido por medios artificiales. (26)

Basta, para persuadirse de esta gran verdad, considerar que la moneda metálica acredita prestación de servicios ó de riquezas al mundo entero civilizado, y que representa, por lo tanto un exceso, un sobrante, un saldo á favor del país en sus transacciones comerciales con el exterior.

Y ese saldo á su favor, no puede tenerlo un país que está en el período de crecimiento; y si lo tuviera, lo cual no podría ser más que momentáneamente, acusaría probablemente una desgracia, un mal, porque indicaría que el capital nacional en vez de aumentar, desaparecía.

Cómo estas afirmaciones chocan con las usuales y hasta vulgares, cúmpleme explanarlas para que se interpreten rectamente.

He advertido que el régimen de la permuta subsiste siempre, al menos hasta hoy, en las relaciones del cambio internacional. Los productos se pagan con productos entre los países cocambistas, y la superioridad económica entre ellos se determina por la naturaleza de los productos, siendo de éstos los preferidos, en igualdad de las demás condiciones, aquellos cuyo radio de consumo sea más extenso, porque se asegura así la independencia del vendedor, cuya posición resulta tanto más ventajosa cuanto mayor sea el número de compradores. Por eso todas las naciones se afanan en ampliar el mercado para sus productos, y por eso se ha introducido en el vocabulario de la Economía Política el término « productos internacionales » (27).

Ahora, la moneda metálica es un producto internacional, y en tal carácter, entra también ella como los demás productos en el canal de la exportación.

Siendo exportable la moneda metálica, no podrá conservarla el país que no cuente con un excedente de su exportación sobre la  importación, y para contar  con ese excedente normal es preciso que se haya llegado á un período de estancamiento en el desarrollo industrial y que se haya acumulado un capital bastante á mantener con su renta el importe de los productos que se consumen y que vienen del extranjero.

Todas estas condiciones, son difíciles de reunir en un país nuevo que ofrece ancha base para operaciones productivas.

Un economista argentino, el señor Rufino Varela (28) ha presentado “estas cuatro fases de la evolución social en la vida económica de las naciones”.

La primera faz, la faz primitiva, dice, « es aquella en que una nación no hace más que explotar los frutos espontáneos de su suelo.

Durante este período, las exportaciones exceden á las importaciones. Ejemplos: el Paraguay, Bolivia, Brasil, Ecuador, N. Granada; Perú; Venezuela, repúblicas de Centro América, Méjico, Chile, etc.

«La segunda faz empieza cuando principia á asimilarse hombres y capitales extranjeros. El progreso comienza á manifestarse: las importaciones exceden entonces á las exportaciones. Ejemplos: El Canadá, la República Argentina, y el Uruguay en este último tiempo»

«En la tercera faz, las exportaciones exceden á las importaciones, porque ya la nación se ha constituido y no necesita hombres ni capitales: empieza á ser industrial, fabril y manufacturera, á destinar él saldo de sus exportaciones para pagar su deuda externa y en recuperar las acciones y títulos diversos que son suyos y que han sido exportados en pago del excedente dé su importación durante el segundo período evolutivo. Ejemplo: los Estados Unidos de Norte América.

«La cuarta y última faz, "aquella en que con sus hombres y capitales se basta á sí misma, y que habiendo pagado todas sus deudas se encuentra por el contrario con grandes capitales disponibles para prestar á las naciones que los necesiten. En este período final, las importaciones exceden á las exportaciones. Ejemplo: la Inglaterra; la nación acreedora del mundo entero.

Aunque hay un fondo de verdad en esa teoría, no me parece del todo exacta ni aceptable en su base, en cuanto que hoy los datos de las importaciones y exportaciones están considerados nada más que como parciales de la verdadera balanza de comercio internacional, y tienen que ser analizados ellos mismos para darles el alcancé que deben tener.

Yo señalo la evolución económico-social de la siguiente manera:

1° El país no cuenta con elementos propios bastantes para utilizar su suelo y sus riquezas naturales; necesita, por consiguiente del concurso de hombres y capitales extranjeros;

2º. El país cuenta con elementos propios bastantes para el funcionamiento normal de sus industrias.

3° El país tiene un sobrante de elementos productivos y lo coloca en otras naciones.

En términos más breves pueden expresarse esos tres grados: 1° país de capital deficiente; 2° país de capital bastante; y 3º. país de capital sobrante, ó sea, el primero no se basta á sí mismo, mientras que los otros pueden desarrollar normalmente sus industrias con sus propias fuerzas y todavía quedando un sobrante, al país del último grado.

De esta suertehay que catalogar á los pueblos para la debida apreciación de los fenómenos económicos que en ellos se desarrollan, pues la base de todo el orden económico está en la producción de la riqueza.

Se sabe que son tres los elementos de la producción; la naturaleza, el trabajo y el capital. Cada nación tiene sus fuerzas naturales, para cuyo aprovechamiento han de intervenir necesariamente el trabajo y el capital (29).

En un país nuevo, la naturaleza, inexplotada, brinda múltiples colocaciones al trabajo y al capital, y aquella adquiere tanto mayor valor, cuanto más elementos productivos atraiga y los absorba. Pero ni el trabajo ni el capital, se dirigen á ella gratuitamente, y como hay que pagarlos, y como la naturaleza no devuelve en el acto lo que sé haya invertido en ella á título de capital permanente, de ahí el déficit en que ha de encontrarse todo país qué por no tener riqueza ahorrada ó acumulada tenga que recurrir al extranjero en busca de elementos productivos.

Entiéndase que ese déficit se refiere á los pagos internacionales; y el déficit existirá, porque se han importado capitales, que hay que pagarlos con productos provenientes en parte también de los mismos capitales; de suerte que dicho déficit no arguye nada malo contra el país que lo sufre, sino al contrario, es síntoma de progreso nacional. El país está en este caso enriqueciéndose con la aportación de los capitales que incorpora á su suelo. Ejemplo de esto tenemos en el Paraguay, donde la ganadería ha recibido un aumento grande con las importaciones de hacienda del Brasil y de la República Argentina, resultando que si estas importaciones traen un desequilibrio en la balanza de comercio, nada sin embargo, pierde el país, sino que al contrario, gana con el aumento del capital que nacionaliza. No quiero con este decir que el desequilibrio sea un bien, pues á nadie se le oculta que ocasiona trastornos. Sólo que estos trastornos son hasta cierto punto inevitables, como consecuencia del mismo progreso.

Lo que importa es establecer la diferencia entre los términos « importación y exportación»  y los de « consumo y producción » que suelen emplearse indistintamente muchas veces.

Ni la importación equivale siempre á consumo, ni exportación equivale siempre á producción. En demostración de lo primero está el ejemplo que he puesto de la ganadería, así como el de las máquinas, herramientas, etc.; y ejemplo de lo segundo es lo acaecido en España, cuando en 1898, á causa de haberse elevado el cambio sobre el extranjero al 200 %, se exportó en grandes cantidades materias que constituían capitales.

Producido el desequilibrio en la balanza comercial, como necesariamente tiene que producirse, cuando se trata de un país nuevo que importa capitales, la moneda metálica, en tanto que producto, y producto internacional, tiene que verse muy solicitada y tiene que desaparecer en consecuencia.

La conclusión es rigurosamente lógica, y la experiencia enseña la verdad de tal aserto.

A todo país, pues, que está en el primer periodo de su evolución económico social, según los términos que he señalado, no le es aplicable otro régimen monetario que el dé papel. Transitoriamente, como ha ocurrido en diferentes ocasiones en la República Argentina, y en el Paraguay la última desde 1885 á 1890; podrá sostener el régimen á metal fino, pero mediante grandes sacrificios y consecuencias funestísimas.

El Paraguay vendió en el periodo mencionado casi todas las tierras públicas á extranjeros que no se nacionalizaron económicamente, la entrada de oro que correspondió a dichas ventas fue lo que sostuvo el régimen de conversión, el cual resultó así, bien costoso por cierto para el país. (30).

La moneda metálica sólo es posible en los pueblos que se basten á sí mismos por contar con el capital necesario para mantener ese lujo; y aún en ellos, la seguridad en la conservación de ese régimen dependerá de la cantidad de los capitales sobrantes que tenga para reponer el déficit que en un momento determinado pudiera presentársele,; como en el caso de una guerra, una crisis general en los principales productos de exportación, etc.

Conviene que se penetren de esta verdad los pueblos nuevos, para no forjarse ilusiones que cuestan muy caras á la riqueza nacional.

El régimen monetario no es causa sino efecto de las condiciones generales económicas de un país, y el gobierno que no las conozca ó que conociéndolas, no las respete, y se empeñe en sostener un régimen monetario contrario á ellas, fracasará en plazo más ó menos breve, y al fracaso acompañarán males sin cuento que retardarán el desarrollo normal económico de la Nación.

 

VII

 

Fijar las bases con arreglo á las que el papel moneda deba ser emitido, para que responda eficazmente al cumplimiento de las funciones que se le asignan, es lo que ahora voy á intentar.

En este problema va envuelto el de la cantidad de moneda que un país precisa.

La teoría, que pudiera llamarse europea, consiste en que todo país cuenta normalmente con la cantidad de moneda que le sea necesaria, porque el cambio internacional reviste siempre la forma de permuta ó trueque, figurando la moneda como uno de tantos productos que va ó viene, según las necesidades de cada mercado, y en el caso de que la moneda saliere del país, de un modo sensible, se experimentaría una baja en todos los precios de las riquezas nacionales, lo cual serviría para restablecer el equilibrio, acudiendo á ese país los compradores atraídos por la baratura y vendrían á dejar en él la moneda que hubiere salido.

Esta teoría, que está muy bien desarrollada por el profesor de Dublín, Bastable (31), y por el profesor italiano Pantaleoni (32) lleva implícitas determinadas condiciones que hoy por hoy se cumplen en los países europeos, pero no en los sud-americanos, pues da por supuesto un grado superior del desarrollo industrial y comercial en todas las naciones que entre sí cambian; de suerte que el alza ó la baja de los precios forma las corrientes de importación y exportación de los productos, entre los que va incluida la moneda metálica, lo cual á la vez supone un stock permanente de productos internacionales que no existe en los países nuevos de capital deficiente.

Otra teoría, muy bien explicada por el escritor brasileño Amaro Calvacanti, (33) consiste en que no es posible señalar límites fijos á la cantidad de moneda necesaria á un país.

Reproduciré los términos en que se expresa dicho autor:    

“Es pretensión absurda”, -dice- la de querer el poder público fijar á priori la cantidad de moneda efectivamente precisa para las necesidades económicas de un país.

« La moneda (cualquiera que sea su especie), no tiene en sí misma una utilidad directa, como dicen los economistas; es preciso cederla para obtener los objetos de que se carece y que sirven á la satisfacción de nuestras necesidades; no es como nadie lo ignora, más que un simple medió circulante de los productos y valores en general. Así copio los vehículos transportan las mercaderías de un punto á otro, así también la moneda transfiere la propiedad ó el usufructo de las mismas mercaderías o de otros cualesquiera valores, entre los individuos.

Del mismo modo que el número de vehículos necesario, en cierto lugar ó época, depende de la cantidad de mercancías prontas para el transporte, así también la cantidad de moneda sólo podrá determinarse por las transferencias, por las transacciones múltiples, indefinidas, que se realizan, se desdoblan, se suceden, se centuplican, sin solución final, en la vida económica de un pueblo.

«Crece la producción, aumenta el consumo, por el número de consumidores ó porque éstos exigen nuevos productos; la demanda de moneda debe crecer igualmente, porque ella tiene que moverse, tiene que hacer circular ese nuevo aumento de productos, ó tiene que regular la mayor frecuencia de las permutas de ello resultantes.»

«Tratándose de moneda fiduciaria (que es nuestro caso), cuyas ventajas hice notar, decía el señor Isaac Pereira en 1866: «La moneda fiduciaria viene á agregarse á la moneda de oro y de plata; ella suple ó sustituye á ésta, de modo que permanece en la circulación de cada país lo que fuere necesario á las necesidades de las transacciones. La función (le rôle) de la moneda fiduciaria aumenta con el desenvolvimiento de los negocios.

Su empleo no es ilimitado, pero si indefinido. No se le puede asignar límites, pues no reconoce otros que los del propio desenvolvimiento de los negocios.

«Ahí tenemos, en resumen la teoría, única aceptable y verdadera, sobre la cantidad necesaria de moneda.

De esta teoría acepto  el sentido general en cuanto de él se desprende la consideración de la moneda como vehículo de los valores, pues las deudas transferibles representadas por la moneda tienen por base los valores de que sean dueños los deudores. Pero por lo mismo, lejos de creer que no cabe asignar límites á la cantidad de moneda necesaria á un país, me parece que puede perfectamente indicarse dichos limites.

Vamos á verlo.

Siendo la moneda representación de deudas ó créditos transferibles, y teniendo valor el titulo credituario por la efectividad de su realización, ó sea, por la efectividad de la solvencia del deudor, puede ponerse en circulación una cantidad de títulos igual al valor real de la suma de todas las riquezas nacionales. La moneda ha de estar pues, en proporción á la suma de todos los valores nacionales, para que éstos puedan ponerse en movimiento y no quedar paralizados por falta de vehículos ó de medio circulante.

Pero el vehículo puede marchar á paso de carreta ó bien con la velocidad de un automovil que recorra ochenta kilómetros por hora; y la diferencia en el resultado será enorme.

La rapidez de la circulación monetaria, lo que los franceses llaman l’efficacité, y los italianos el efecto útil de la moneda es el otro elemento que hay que relacionar con el total de los valores nacionales.

En este sentido hay que entender á Macleod cuando dice que están en un error los economistas que refieren la cantidad de moneda al valor de las mercancías, porque las transacciones pueden efectuarse en forma que una misma suma de numerario sirva para múltiples pagos.

Valuar la riqueza nacional y graduar la velocidad del medio circulante es pues, lo que hay que hacer para determinar la cantidad de numerario necesaria al país.

La valuación puede hacerse por el rendimiento que la riqueza convertida en capital produzca; y la graduación puede hacerse por el término medio que resulte del movimiento de los Bancos descontado un tanto por ciento, por ejemplo; el 10 %, que pueda  escaparse del movimiento bancario.

Presentaré como ejemplo el siguiente: calculamos en mil millones de pesos la fortuna nacional y apreciamos por el movimiento bancario en cincuenta grados la velocidad del numerario, de suerte que una suma de mil pesos hace por la rapidez de su circulación el mismo servicio de cincuenta mil pesos; pues bien; la cantidad de moneda estará determinada por la cifra de veinte millones, ó sea, la cantidad de numerario, c, igual á la fortuna nacional, f, dividida por la graduación de la velocidad: c= f/g.v.

En términos análogos, aunque desde otro punto de vista, se expresa Pantaleoni.

Dice así este autor; «Los valores unitarios de la moneda se determinan consiguientemente en razón directa de la demanda de moneda y en razón inversa á su oferta. Solo que la necesidad de la circulación, ó sea, el movimiento de las transacciones, que representa la demanda de moneda, se descompone en dos elementos, que son la cantidad de mercancías, ofrecidas en venta, y el número de veces que la misma mercancía se compra y se vende contra moneda. Suponiendo los mismos precios dados en moneda; de todas las mercancías que están en un mercado, la cantidad que hace falta para mantener los precios marcados, está determinada por la cantidad de las mercancías, multiplicada por el término medio de veces que cada una sea comprada ó vendida antes de ser retirada del mercado. Igualmente la cantidad de moneda disponible u ofrecida en circulación, porque toda suma de numerario pasa por muchas manos y debe contarse por tantas veces cuantas haya hecho el oficio de moneda. La moneda disponible resulta por tanto, igual al producto de su cantidad por la rapidez de su circulación. El valor unitario de la moneda deberá, pues, expresarse en esta fórmula: v= m/c.r. en la que el movimiento de las transacciones, ó sea, la demanda, está representada por la letra m, y la oferta de moneda, por el producto de su cantidad, c y por la rapidez de la circulación, r.»

La fórmula del profesor italiano es para determinar el valor de la moneda, y la que yo he dado es para determinar la cantidad necesaria en un país.

En realidad, las dos fórmulas se completan, porque la cantidad como elemento integrante de la utilidad final, determina el valor, permaneciendo invariables los otros factores, cifra de los negocios, y grado de velocidad del medio circulante; pero la cifra de los negocios no es inalterable y, para el problema que yo pongo, el de determinar la cantidad necesaria de moneda en una nación para el desarrollo normal del movimiento económico, conviene estudiar la relación que existe entre la cifra de las transacciones, conjunto de deudas transferibles, y la cantidad de moneda.

Cuestión es esta análoga á la que un célebre escritor español aplicaba á la producción literaria de su país, preguntando: ¿no se lee porque no se escribe, ó no se escribe porque no se lee? así como también á esta otra que se presenta en los países nuevos: ¿no se hace un buen camino á un paraje desierto, que contiene abundante riqueza natural, porque no hay población, ó no hay población porque no se hace un buen camino?

De igual modo cabe preguntar, la cantidad de moneda depende del movimiento de los negocios, ó el movimiento de los negocios, depende de la cantidad de moneda?

La contestación racional tiene que ser afirmativa para los dos puntos de cada una de dichas preguntas, reconociendo en ellos á la vez la calidad de causa y de efecto, ó sea, la acción y reacción recíprocas, que se dice en sociología.

La cantidad de moneda debe estar en proporción al movimiento de los negocios, y á la vez este movimiento tiene que estar supeditado a la cantidad de moneda.

Veamos por qué.

Cuando la cantidad de moneda aumenta, permaneciendo invariable la cifra de los negocios, la moneda, aunque fuera metálica, se deprecia, es decir, suben todos los valores nacionales, pero suben nominalmente, esto es, se inflan,  porque la moneda ha disminuido su potencia adquisitiva, dejando sólo el aumento de moneda como efecto positivo el haber favorecido á los deudores en perjuicio de los acreedores.

Cuando el movimiento de los negocios va en aumento constante, permaneciendo invariable la cantidad de moneda, los precios bajan; muchos de los valores nacionales quedan estancados y la situación de los deudores se agrava, perjudicándose éstos en tanto que se benefician los acreedores.

“Cuando la cantidad de moneda, dice el señor Amaro Calvacanti, es menor de la que exigen las transacciones los precios descienden, esto es, las cosas se deprecian, las empresas languidecen, los servicios se paralizan, los salarios disminuyen y finalmente, viene la crisis. Y durante ésta, el comercio, las industrias, todos quedan á la merced prepotente de los banqueros y usureros, que deciden, como árbitros supremos, el que cese ó se prolongue el malestar de la vida económica de un pueblo!”

“Si, por el contrarió, abunda el dinero, todo se anima, todo se expande en la vida nacional”.

También el célebre economista, Emilio de Laveleye, (34) dice: « La diminución absoluta ó relativa de la moneda al rebajar los precios tiene pues, por momentánea consecuencia paralizar el movimiento de los cambios y la actividad de la producción, y por resultado definitivo agobiar á los deudores. »

Hay indudablemente una relación estrecha entre la cantidad de la moneda y la cifra de las transacciones, elementos entrambos que se influyen recíprocamente; pero, ¿cómo se determina esa relación? O en otros términos, cómo sabremos si la cantidad del medio circulante se ajusta á las necesidades, ó si hay abundancia ó escasez?

Podemos conocerlo desde luego experimentalmente por los datos consistentes en la tasa del interés y en el precio de las riquezas nacionales.

La tasa del interés es normal, alta ó baja; y el precio es también normal, alto ó bajo.

La tasa del interés es normal, cuando permite al empresario obtener un beneficio normal; es alta cuando no da lugar á ese beneficio, y es baja si el empresario obtuviera, mediante el capital, beneficio considerable.

El precio es normal cuando permite la explotación de las riquezas nacionales con un beneficio normal, es alto cuando no permite esa explotación con beneficio, y bajo en el caso de que la misma explotación produzca rendimientos considerables.

Y advierto que por la fuerza misma de las cosas, el interés tiene que estar en razón inversa de los precios, correspondiendo al aumento del interés el descenso de los precios, y á la baja del interés la elevación de los precios.

De aquí una consecuencia importantísima, que no se debe perder de vista, sobre todo cuando rige el sistema del papel moneda, á saber, que cuando aumenta la cantidad de moneda, sin que baje la tasa del interés corriente, los precios suben y con precio alto é interés alto no es posible el desarrollo natural de los negocios.

Esto es lo que está pasando en el Paraguay.

Aquí ha ido en aumento constante la cantidad de papel moneda sin sujeción á un plan determinado, salvo una excepción (35), y como no ha bajado la tasa del interés, que es de 12 á 15 ,% anual, no se han desarrollado los negocios en forma tan rápida que absorbieran los aumentos de la moneda, y así, ha resultado, que el oro como todas las mercancías y la mayor parte de las riquezas se han inflado subiendo los precios á las nubes, y haciendo que sea privilegio de unos pocos poseedores de capital barato, por su crédito en el exterior, el desenvolvimiento de los negocios.

Téngase entendido, pues, que el aumento de la cantidad de moneda, cuándo no va acompañado de una baja del interés, como sucede al emitirse en pequeña dosis y sin el orden conveniente, puede ser perjudicial á los intereses nacionales.

En definitiva; cuando la cantidad de moneda se ajusta á las necesidades de la circulación, viene de por sí la normalidad en los precios, en la tasa del interés, en los beneficios y hasta en los salarios, y con ello la normalidad en la situación económica de los habitantes del país.

La base (36) que he señalado con la fórmula c= f/g v, es perfectamente científica y puede á la vez dar completa estabilidad, porque la cantidad, elemento integrante del valor, queda limitada á proporciones fijas y conocidas de antemano, cumpliéndose así la condición que Leroy Beaulieu y Gide señalaran para que el papel sirviera tan bien ó mejor que el oro á las funciones de la moneda.

Dada la fórmula, importa su  exacta  aplicación, y para ello es condición previa la organización verdaderamente científica de la oficina de estadística.

La valuación de la riqueza nacional y la graduación de la velocidad del medio circulante deben hacerse con arreglo á los promedios obtenidos en un periodo de tiempo que, para el Paraguay, me parecería conveniente el de cuatro años; por ser rápidos los cambios en los países que están creciendo, y por ser el mismo plazo en que se renueva el gobierno; de suerte que no se pudiera aumentar, salvo accidentes extraordinarios y en casos justificadísimos, el numerario circulante durante dicho periodo.

Con esto, y con la publicación lo más frecuente posible de un boletín estadístico, todos podrían conocer la marcha de la circulación monetaria;  y á ella se ajustarían los negocios. Los profesores, los peritos, los expertos proveerían y anunciarían la cantidad de moneda que correspondiera á cada periodo y los efectos que se habrían de producir, y aun en el supuesto de que las previsiones no fueran del todo exactas, siempre sería esto preferible á la incertidumbre que domina en el orden de los negocios, cuando no hay base ni rumbo para las emisiones, ni orientación posible, por consiguiente, en los que trabajan.

 

VIII

 

Señaladas las bases á que se debe ajustar la cantidad de moneda, hay que preguntar como entrará ésta en circulación.

En primer término, (me refiero al papel moneda) ya he dicho que el título legítimo con que el Estado emite, está en el derecho que le asiste para exigir de los habitantes del país una cuota de riqueza que sirva para atender á las necesidades colectivas. Coma éstas se aprecian en moneda, y la apreciación se hace anualmente, el Estado, al emitir, puede tomar por base el importe de la tributación anual, con lo que la emisión se equipararía á un cobro anticipado de los impuestos, pues por éstos vuelve la misma moneda al Estado.

Pero como los impuestos se establecen, no solo en consideración á las necesidades colectivas, sino también á la capacidad contributiva del país determinada por la renta anual de los capitales nacionales, para que exista la conveniente armonía entre la satisfacción de la necesidad y el esfuerzo que ella cuesta, la cantidad de moneda emitida sobre la base de la tributación anual, queda seguramente por bajo de la que es necesaria á la circulación, pues aquella dice relación á la renta nacional, y la última debe amoldarse á la fortuna nacional apreciada en conjunto.

Y como el Estado debe regular la circulación monetaria en cuanto que ésta entraña una necesidad colectiva ó una función social, hay que apelar cuando resulte insuficiente aquella base de emisión, á otro procedimiento que igualmente se ajuste á la teoría de la moneda que queda explicada.

Ese procedimiento, á mi juicio, ha de consistir en la creación por el Estado de una institución de crédito, que facilite el papel, con garantías, á interés módico y exclusivamente para fomento de la producción nacional (37).

Esa institución de crédito, llamárase Banco de Estado, Banco Nacional ó Banco cualquiera; pondría en circulación la moneda, prestándola con garantías, esto es, mediante el contravalor correspondiente, pues se trata, no de dar al que no tiene, sino de facilitar el movimiento de las riquezas nacionales convirtiendo en capital circulante el capital fijo representado por el suelo, edificios maquinarias etc.

Para los que no puedan ofrecer garantías, y no queden desamparados, cuando reinan aptitudes convenientes de utilizar, cabe el recurso de autorizar al Banco á tomar participación en las empresas industriales ó comerciales, en lugar de los préstamos llamados de habilitación.

Y sobre estos préstamos, que cuentan con muchos partidarios creo oportuno reproducir lo que dice el señor Sixto J. Quesada:      

“El sistema de crédito criollo, habilitador, es completamente irracional, porque coloca al banquero en una situación tan poco sólida y tan fuera de las prescripciones de la ciencia bancaria, que puede llegar hasta comprometer los depósitos que le confían á su honradez y discreción.”

«Los ejemplos que entre nosotros podemos presentar, son ejemplos que ahorran toda explicación, pues ellos demuestran de una manera irrecusable el error de los qué insisten en perpetuar el sistema, como sucede con el Banco de la Nación Argentina.

“Un Banco habilitador, de la forma criolla, entrega su dinero ó el de los depositantes, al que los solicita, la mayor parte de las veces sin que tenga éste capital propio, ó lo tenga muy pequeño, en relación á las sumas que solicita, con amortizaciones de 10 ó 25 % trimestrales, es decir, para el primer caso, dos años y medio, y para el segundo un año. Si en este lapso de tiempo los negocios del deudor van bien, el Banco salva su interés, y si van mal, pierde totalmente, ó en su parte, su capital”.

“Los Bancos alemanes fomentadores de industrias operan más racionalmente, pues toman participación directa en las industrias ó el comercio, que quieren desarrollar; y aunque estas operaciones son peligrosas, si la empresa gana, el Banco gana en proporción, y las ganancias en unas empresas puede compensarlas las pérdidas en otras”.

Otra condición de los préstamos que hiciera el Banco de Estado debiera ser la del interés módico, condición fácil de cumplir, pues que al Banco no le costaba nada su capital, fuera de los gastos de la emisión y los de la administración ó funcionamiento.

Y la última condición sería la de que los préstamos garantidos y á interés módico, fueran exclusivamente destinados al fomento de la producción nacional, porque este es el objetivo final que debe perseguirse; la utilización ó aprovechamiento de las fuerzas productivas naturales que en cada país se contienen.

La justificación del destino ó de la aplicación del préstamo no es difícil de obtener.

Reuniéndose en la emisión del papel moneda todas estas condiciones, las cuales á la vez quedarían siempre subordinadas á las bases fijadas para la cantidad, de suerte que ésta sirviera siempre dé pauta al valor, se daría un impulso rápido y sólido á la riqueza nacional, porque una gran parte de ésta que estuviera inerte, se pondría en movimiento, y se convertiría en capital, en el sentido propio que en el tecnicismo económico tiene esa palabra.

Ahora, para ajustar la cantidad de moneda á las necesidades de la circulación, habría que relacionar la emisión que pudiéramos llamar fiscal con la de carácter credituario.

Fijando por hipótesis, en veinte millones de pesos la cantidad necesaria, y no habiendo en circulación más que diez, se determinaría previamente la emisión fiscal, como ya he dicho, por el importe anual de las entradas fiscales, y descontada esa suma, el resto hasta los veinte millones se entregaría á la institución de crédito. A los cuatro años se verificaría la revisación de todas esas cifras, y en consecuencia con lo expuesto debería decidirse para emitir ó no, y en el caso de emitir, para el destino que se diera á la emisión.

El papel moneda, así emitido y manejado con acierto, se convertiría en capital nacional, pues capital serían los caminos públicos y obras, que se hubieren construido, y capital serían las mejoras del suelo y productos que realizasen y obtuviesen los directores de las empresas productivas, nacidas al calor del crédito sostenido por el papel (38).

Este, al parecer, sorprendente fenómeno no sería más que el resultado de la acción combinada de la fuerza del Estado con la del crédito.

El Estado crea el valor monetario del papel, y el crédito, mantenido con ese papel hace posible la producción.

La moneda, dice Macleod, representa la riqueza ya formada; el crédito, la riqueza futura.

Para qué ésa representación, sea efectiva, basta que la fuerza del crédito este bien manejada, porque el crédito sirve para poner en movimiento valores que si no por él estarían muertos, y el movimiento sirve para crear valor.

En conclusión; el régimen monetario nacional tiene que estar en relación adecuada con las condiciones económicas del país; cuando éste carece de capital bastante para el aprovechamiento de sus fuerzas y elementos productivos, por hallarse en el periodo de crecimiento, tiene que recurrir forzosamente al papel moneda para no quedar estancado y para progresar con rapidez: el papel moneda ajustado á las leyes científicas que he señalado es el instrumento más perfecto para desempeñar las funciones monetarias, porque su cantidad queda en tal caso regulada racionalmente, y todo el mundo puede saber á que atenerse respecto al valor monetario, siendo éste, uno de los factores más importantes para el progreso económico.

Pero, téngase muy en cuenta la importancia del elemento moral en la circulación monetaria á papel, porque el valor de la moneda de esta clase «depende en gran parte (palabras de Leroy Beanlieu) de la apreciación de la opinión pública respecto de las emisiones futuras. No sólo se aprecia en el régimen del papel moneda la cantidad efectiva que está en circulación, sino también las ideas dominantes en las clases directoras, de las que sale la clase gobernante, respecto á las bases en que hayan de efectuarse las emisiones.

Por eso, las situaciones ambiguas son las peores, pues con ellas se tienen todos los males sin ninguno de los bienes (39).

De ahí la necesidad de que el régimen monetario á papel esté asentado sobre bases estables, que todos puedan reconocer y que se sepa son aceptadas por la generalidad de los hombres políticos, así como el que ellas respondan á un plan financiero racional y comprensivo; debiendo a más el gobierno inspirar confianza, no sólo por la honradez administrativa, sino por la firmeza de convicciones con que se trace el rumbo y la energía con que lo siga.

Sin embargo, en todos los casos conviene tener presentes las frases sugeridas por el espíritu profundamente critico de Nietzsche, frases con las que cerraré este trabajo:

« En nuestros días no se concede á nadie que posea la verdad: los métodos exactos de indagación han esparcido bastante desconfianza y prudencia para que todo hombre que defienda violentamente sus opiniones con la palabra y con los hechos, sea considerado como un retrógrado. En efecto: la declaración enfática de que se posea la verdad, vale hoy mucho menos, casi nada, al lado de la otra declaración, más modesta, es verdad, y menos sonora, de la investigación de la verdad, que no se cansa jamás de aprender de nuevo y de hacer nuevas experiencias » (40).

 

 

NOTAS

 

(1) Opiniones emitidas recientemente en el importante periódico de Buenos Aires, El País, confirman lo que digo en el texto.

El señor Emilio Hansen, quien ha ocupado altos puestos públicos, entre otros, el de Subsecretario del Ministerio de Hacienda, dice: (número de El País correspondiente al 20 de Agosto último)

“La República Argentina, en el concierto de las naciones, indudablemente que es estado soberano y autónomo; en la forma y juego de sus instituciones políticas, también evidencia autonomía y criterio propio, pero en otros órdenes de desenvolvimiento material es todavía absolutamente colonial, está todavía absolutamente dominada por el criterio y la influencia estropea, que traen supeditadas las iniciativas y las tendencias del instinto nacional”.

“Y esto, peculiarmente es lo que pasa en su gestión monetaria, tomada la materia en su alcance más lato”.

........ «La opinión europea nos ha dicho que las emisiones son una aberración, que hemos abusado de ellas de una manera escandalosa y que continuar en ese camino sólo puede acarrear la ruina total y definitiva del país. Y nosotros, reconociendo que, en parte, tiene razón, no nos animamos á exponer la parte en que yerra, ni afirmar que somos capaces de servirnos de un vino cordial sin por fuerza abusar y emborracharnos con él.»

Otro publicista argentino, el señor Héctor C. Quesada, se expresa en el mismo diario en estos términos:

“Los argentinos estamos perdiendo nuestro carácter para suplantarlo por el criterio y conveniencias extrañas. Se escucha más la voz de capitalistas extranjeros que lucran con nuestros errores é ignorancia, que la del             modesto obrero del pensamiento nacional que entrega de lleno su cuerpo á los ardores de la campaña”.

(2) Compendio de Sociología, traducción de P. Dorado, pág. 399.

(3) L'injonction legale, 1'histoire le prouve surabondamment, ne suffit pas pour assigner ou maintenir une valeur á la monnaie: Leroy Beaulieu Traité theorique et pratique d'economie politiqué: tom. 3°, pág. 129.

(4) Jusqu'á l'epreuve faite par la France, le cours forcé n'avait que des antécedents           desastreux. On pouvait dice    qu' un des ses effets naturels et principaux etait de deprecier 1'instrument des echanges et de le rendre d'une valeur trés variable. Aujourd'hui il faut attenuer ce langage; de même qu'il serait exageré de dire que la conséquence nécessaire d'une danse sur une corde raide es la chute et la morte de l’imprudent acrobate, c'est lá, en effet, une consequence fréquente, mais non pas une consequence inévitable, d'un pareil acte; de même il faut bien admettre que, avec beancoup d'habilité, de circonspection et dans de circonstances favorables, il est possible de pratiquer le cours forcé, si ce n'est sans peril, du moins sans serieux prejudice.

(5) VILLEY, Príncipes d'Economie politique, pág. 517; París, 1894.

(6) Estudios económicos, pág. 52; Valparaiso, 1893

(7) Estudios económicos, publicados en Lima, 1901.

Se comprende que el autor hable de desastres, pues llegó á cotizarse el papel moneda al tres mil por ciento en relación al oro.

(8) Buenos Aires, 1880.

(9) Historia de los Bancos Modernos, por Sixto J. Quesada; tomo I, página 17; Buenos Aires 1901

(10) Libro publicado en Buenos Aires, 1888, y dedicado á Mr. Georges de Laveleye. Algunos de los artículos que contiene este libro ofrecen interés de actualidad en el Paraguay.

(11) Une revolution en Economie politique: exposé des doctrines de M. Macleod por Henri Richelot: París. 1863.

(12) Gide, Tratado de Economía política, en mi traducción páginas 165 y siguientes.

(13) Merece conocerse la explicación dada por Aristóteles respecto al origen de la moneda en    su inmortal libro “Política” Dice así:

“La necesidad introdujo la moneda. Se convino en dar y recibir en los cambios una materia que, útil por sí misma, fuera fácilmente manejable en los usos de la vida. Tal fue el hierro, la plata ó cualquiera otra sustancia en la que primeramente se determinaron el peso y las dimensiones, y posteriormente, para librarse de la molestia dé las continuas medidas se marcó con un sello particular el signo de un valor. Pero en sí misma la moneda no es más que una frivolidad, una futilidad; su valor, no depende de la naturaleza, sino de la ley,          puesto que un cambio de convención entre los que de ella hacen uso puede depreciarla por completo y hacerla completamente impropia para satisfacer nuestras necesidades”.

También el jurisconsulto romano Paulo (*) da una idea bastante clara del origen de la moneda en estos términos:

“El origen de  la compra y de la venta se encuentra en la permuta. La moneda era desconocida y no había palabras para designar la mercancía y el precio; pero cada cual, según las necesidades del momento y las circunstancias, permutaba lo que le era inútil por lo que le era útil, porque acontece con frecuencia que á uno le sobre lo que á otro le falta. Pero, como no siempre sucede ni es fácil que tú poseas precisamente lo que yo deseo tener, y que, recíprocamente, yo pueda ofrecer lo que tú deseas aceptar, se eligió una materia cuyo valor legal y perpetuo obviase á las dificultades de la permuta por la igualdad de la cantidad. Desde entonces ya no se llaman mercancías á las dos cosas cambiadas, sino solamente á una y á la otra se la designa con el nombre de precio”.

Sin embargo, como dice Germain Garnier, el traductor francés y anotador de la obra de Adam Smith (Recherches sur le nature et les causes de la Richesse des Nations, París, 1881, Tomo I, página 27): “La más infructuosa de todas las investigaciones sería la de pretender señalar la época en que la moneda fue empleada por primera vez, pues equivaldría esto á buscar el origen mismo de la civilización. La moneda no es una invención ni un descubrimiento, ni se debe su uso al azar ni al genio; nació naturalmente creada por las necesidades.

(*) Citado por Laveleye, “Compendío de Economía política”; traducción española, página 206.

(14) Tratado de Economía Política, por Olózaga.

(15) En Montevideo, el pueblo ha rechazado en varias ocasiones el papel moneda, cotizándolo desde el primer momento de la emisión á un precio tan bajo que se hacía imposible su aceptación.

(16) Entre los diversos elementos de la circulación monetaria hay que contar:    1º las especies metálicas; 2° la moneda de papel, que comprende las órdenes de pago, cheques, billetes de Banco, vales y pagarés á la orden con todas sus variedades y 3º las deudas de cualquier clase, balances de los banqueros, deudas inscritas en los libros de los comerciantes y deudas entre particulares ( Macleod).

Si no se tuvieran en cuenta todos estos elementos de la circulación monetaria sería inexplicable el fenómeno que resultaría de la comparación entre el numerario circulante y las cifras que arrojaran los balances de los Bancos y de las casas de comercio. En el Paraguay donde sólo hay en circulación unos diez, á once millones de pesos papel, tenemos por cierto que si en un día determinado se hiciera el balance de todos los Bancos y casas de comercio aparecería multiplicada enormemente la cifra de los negocios con relación al total de la emisión.

(17) M. Block: Les progrés de la Science economique; tomo 2°, pág. 36.

(18) Comprendiendo el señor, Seeber el peligro apuntado en el texto, dice (libro citado, página 278.): «Necesitamos una moneda que se expanda y se contraiga cuando  las necesidades lo exijan. No podamos, ni queremos vivir baja el dominio de los mercados europeos, sufriendo todas sus alternativas; ni queremos que una guerra de Francia con Alemania, de Rusia con el Austria, de Italia con los abisinios, de los ingleses con los boers ó los afganes, alteren nuestros mercados y nos retiren el metálico. Buscamos, en una palabra, conservar una moneda propia, para independizarnos de la tutela extraña, como los Estados Unidos lo consiguieron con sus greemwack, y como lo demuestran Hervey y Berkey.

Finalmente, deseamos que la fórmula del profesor Twells quede también consagrada entre nosotros:     

English money for the English people.

Amerícan money for the American people.

Otro escritor americano, el doctor Serapio Orozco, abogando por un régimen monetario que responda á las conveniencias nacionales y no á las extrañas, dice (Estudios económicos, políticos y sociales, Guatemala; 1899).

“Por tales razones, los economistas americanos no cederán un palmo; no son tan cándidos para poner su trabajo, su riqueza y su porvenir, en manos de las contingencias del comercio inglés, que estira y afloja á medida de su conveniencia y que como los mercaderes chinos, tiene dos pesos y dos medidas”.

(19) Tratado de las operaciones de Banca; página 383, París,1874.

(20) Las naciones americanas sometidas al régimen del papel moneda son: Brasil República Argentina, Chile, Colombia, Paraguay... habiéndose dado el caso en el Brasil de que el papel hiciera prima sobre el oro.

(21) Traite theorique et pratique d'Economíe politique; tomo 3°, página 16.

(22) Citado por el Sr. Alejandro Gancedo en su libro “Despierta, Argentina”; Buenos Aires, 1901.

(23) En el Paraguay, el régimen actual del papel moneda, iniciado en 1890, se debió á la misma causa. Existían en esa fecha tres Bancos, el Nacional, el del Comercio y del Banco del Paraguay y Rio del Plata, con facultad de emitir billetes convertibles; y al desaparecer el encaje metálico de       ellos, el Gobierno decretó el régimen de inconversión que, por cierto, se anunció para poco tiempo; :y ha continuado hasta el día.

(24) En la última emisión de papel moneda del Paraguay se ha puesto esta fórmula: “La Nación reconoce este billete por un peso fuerte, que pagará conforme á la ley de 18 de Noviembre de 1899”.

Los billetes emitidos por el Estado en el Brasil dicen “En   el Tesoro federal se pagará al portador la suma de... valor recibido.” y en la Argentina los billetes dicen que « La Nación pagará á la vista y al portador un peso moneda nacional».

La emisión con la fórmula que yo propongo no se presta á los equívocos de esas otras fórmulas.

(26) Llamo medios artificiales á las operaciones de oro hechas á cuenta del capital nacional y no de las rentas ó productos nacionales, como por ejemplo, en el Paraguay la venta del ferrocarril que era del Estado á capitalistas extranjeros, y también la venta de tierras públicas á extranjeros sin obligarles á nacionalizarse económicamente.

Los empréstitos para sostener el régimen de conversión serían igualmente, un medio artificial y muy costoso; lo cual no obsta á que en determinados momentos puedan convenir, no para mantener la conversión, sino para evitar una excesiva depreciación del papel moneda, motivada por causas accidentales, como por ejemplo, una crisis en los principales productos de exportación, ó una desmedida desconfianza, pues en casos tales se debe consentir en el empleo de un procedimiento que aunque no se repute bueno en circunstancias normales, puede serlo en vista de evitar, mediante él, grandes trastornos ó quebrantos. A mi modo de ver sería necesario en el Paraguay actualmente.

(27) Productos internacionales son aquellos que tienen colocación segura en el mercado universal. Véase la explicación en el Nouveau Dictionaire d'Economie politique, por León Say y J. Challey: Paris; 1892.

(28) Citado por el Sr A. Piñero en su traducción del « Compendio de Economía Política», por Leroy Beaulieu; página 304: Buenos Aires, 1890.

(29) Los dos elementos son igualmente necesarios para la formación de la riqueza; pero esto no quita que para un país sea más importante la abundancia del capital que la del trabajo, porque éste acude siempre que se le remunere bien, ó donde haga falta. El capital es el que manda al trabajo; esto es indiscutible; cuando el capitalista llama al trabajador, éste, desde la más alta jerarquía hasta la más ínfima, rara vez se sustrae á la poderosa influencia de una buena remuneración.

La superioridad de Inglaterra sobre España en la tan decantada cuestión de la colonización consiste en que Inglaterra coloniza con sus capitales, y España con sus hombres. Inglaterra hace trabajar á los hijos de las colonias, á quienes gobierna con sus capitales, enviando sólo los hombres necesarios para el manejo de los negocios, dirección y administración de las empresas, mientras que España enviaba sus hombres sin capitales; éstos eran extranjeros, y solo á fuerza de habilidad y laboriosidad en el comercio, (en otros ramos no entro), se levantaban fortunas por los metropolitanos.

En estos países sudamericanos, sin ser colonias en el sentido político, se ha visto lo mismo. El comercio inglés y el alemán dominan en la Argentina, en el Uruguay, Chile, etc, por el capital. En cambió Italia y España mandan hombres. Los dos elementos son necesarios, repito, pero para que vengan hombres, previamente tiene que contarse con capital.

(30) En aclaración de lo que indico, léase el apreciable libro del Dr. Gonzalo Ramírez, «La tasa del impuesto en la República Argentina», Montevideo, 1901.

(31) La Théorie du conmerce internacíonal, por C. F. Bastable; traducción de Sauvaire-Jourdan París, 1900.

(32) Principii di Economía Pura, por Maffeo Pantaleoni; segunda edición; Firenze; 1894.

(33) Artículos publicados con el título «Questao financeira, en 1892.

(35) Economía Política, traducción de La España Moderna, página 224.

(36) La del Ministro de Hacienda, Sr. Urdapilleta, que al proponer á las cámaras legislativas el aumento de la emisión de diez millones á quince millones de pesos, indicaba que la principal parte del aumento se destinaría al Banco Agrícola del  Paraguay para fomentar la producción; proyecto que se convirtió en ley, pero que no se llevó á la práctica, porque su autor salió del Ministerio y el sucesor estimó preferible proceder á la rebaja del medio circulante por medio de la quema, en virtud de la alta cotización que tenía el oro en relación al papel moneda, (850%); pero el resultado al cabo de un año de seguir el procedimiento fue, que el oro en vez de cotizarse á menor precio; subió, (al 900%) habiéndose quemado un 11 25/100 del medio circulante; lo cual prueba una vez más que la cuestión del papel moneda no es tan simple como la presentan aquellos que la hacen consistir únicamente en la cantidad emitida, y creen que la salvación única está en reducirla á su más mínima expresión.

La cantidad es ciertamente un factor que se debe tener en cuenta; pero tanto se peca por exceso como por defecto. Esto parece incomprensible cuando sólo setiene en cuenta para el valor la cantidad, pero á más de este elemento, en el valor entra también la necesidad, de suerte que en el cambio del papel sobre el oro, para que el papel se valorice no basta que su cantidad se reduzca, si la necesidad del oro no disminuye o se achica. Y precisamente la reducción de la cantidad de papel, impidiendo el desarrollo de la producción puede contribuir á que el déficit en los pagos internacionales resulte mayor, y por consiguiente, á que aumente la necesidad del oro.

Cuando se habla pues, de la cantidad como elemento integrante del valor, se sobreentiende que los demás elementos permanecen iguales, ó sea, en igualdad de las demás condiciones. Así queda resuelta, á mi juicio, la aparente paradoja de que puede disminuir la cantidad de papel moneda en circulación, y sin embargo, aumentar su depreciación en relación al oro. El secreto está en que con el papel se puede aumentar la producción nacional.

En el libro que antes he citado, dice el señor Seeber:

« Consultado hace poco por el señor Presidente de la República, por qué razones subía tanto el oro, contesté que era muy difícil precisar las razones, que eran múltiples, conocidas las unas, desconocidas é incomprensibles las más.

« Entre las primeras podría sin embargo manifestar tres: la primera, la escasez de papel; la segunda, el empeño de hacerlo bajar; la tercera; que el papel, aquí como en todas partes, era manejado por los metalistas.»

«Pasaré á explicar estas tres herejías papelistas, como más de uno ha de clasificarlas.

Y luego, con cifras, demuestra el señor Seeber que no ha habido relación entre la cantidad de papel y la depreciación de éste.

Como el asunto entraña importancia grandísima, voy á reproducir también las opiniones de los escritores ya mencionados, señores Hansen y Quesada.

Dice el señor Hansen:

¿Qué influencia tiene el volumen de la emisión en su valor, dentro de ciertos límites? Nadie podría decirlo. Hemos tenido el caso práctico del oro á cuatrocientos treinta por ciento en 1894, con exactamente la misma cantidad de emisión que en 1899, cuando bajó á 203, es, decir,  había duplicado su valor, siendo su cantidad exactamente la misma. »

Y el señor Quesada dice:

¿Se cree acaso que en nuestro país la cantidad del billete en circulación gradúa ó fija el valor del oro? Error. ¿A cuánto ascendía la circulación el año 91 y á cuanto llega hoy? Entonces y hoy teníamos 295.000.000 de emisión, es decir, la misma cantidad de billete, y si la cantidad de papel moneda circulante fijara el valor del oro, éste no debía haber descendido del precio que tuvo entonces, es decir, de 450 %.

No obstante esto, el precio del oro fluctúa hoy alrededor de 230 %, lo que viene á evidenciar que no es la cantidad del papel moneda la que fija su valor.

El precio del oro lo fija la producción del país.

Si ésta es abundante..... »

(36) Otras bases podría adoptarse, tales como la renta anual líquida del país; la suma que representan los valores de la exportación, la población, etc; pero la más científica por sus fundamentos es la que señalo en el texto.

(37) Esa institución de crédito existe aquí con la denominación de “Banco Agrícola  del Paraguay”, institución que marcha perfectamente y que sólo requiere para que los servicios que presta sean completos, un aumento del capital, y la autorización para rebajar la tasa del interés y para crear sucursales en los principales Departamentos á fin de evitar á los campesinos la venida á la capital con las pérdidas de dinero y de tiempo que esto lleva en sí.

(38) Para que se vea la importancia que en Europa se concede á la construcción de caminos, como modo eficaz de proteger la producción nacional citaré el caso reciente del mensaje elevado por el ministro de obras públicas á las cámaras legislativas, pidiendo seiscientos millones de francos en cinco años para mejorar los caminos y los puentes.

Hágase en el Paraguay el cálculo de los gastos que representa el transporte de los principales productos nacionales, maderas, yerba, naranjas, etc., y se comprenderá que el capital que se invierta en dar facilidades al transporte, será de los más lucrativos para la economía de la nación.

(39) Por las vacilaciones, ó mejor dicho, por falta de un rumbo definido en la dirección financiera, se suele juzgar al Paraguay como un país de finanzas averiadas, cuando, en realidad, su situación puede ser excelente.

Quisiera entrar en el terreno de la estadística comparada para demostrar que á pesar de todos los errores cometidos, es el Paraguay uno de los países que proporcionalmente á sus condiciones económicas, ha menos abusado de sus recursos naturales y de su crédito. Lo que hay, en verdad, es que no se ha sabido hacer uso de unos ni de otro.

Sostengo, en primer término, que el Paraguay es uno de los países en que menos impuestos existen, en cantidad y calidad. La entrada fiscal de mayor importancia es la que grava á la importación.

El impuesto sobre la exportación no pesa más que sobre dos artículos, la yerba mate y los cueros vacunos, artículos que perfectamente admiten el impuesto, el cual, á más, no es exorbitante.

Los diez kilogramos de yerba, cuyo valor actualmente es de un peso cincuenta centavos oro, pagan quince centavos oro, y los cueros vacunos cuyo valor aproximadamente es de cuatro pesos oro cada uno, pagan cuarenta y cinco centavos oro.

Por no citar más que un solo caso de comparación diré que, según un informe de la Oficina de Estadística elevado al Ministerio de Agricultura, en la República Argentina, resulta que el Fisco absorbe en aquel país, el 27:17 del producido neto del trigo!.

En el Paraguay, la contribución territorial sobre una superficie de 300 á 350.000 kilómetros cuadrados, con edificaciones urbanas ó industriales cuyo valor no ha de bajar de doscientos millones de pesos produce al Fisco la irrisoria suma de 350.000 pesos papel según el cálculo del último presupuesto presentado á las cámaras.

La ganadería que constituye la forma más importante del capital nacional no está gravada en absoluto, constando á todo el mundo que hay sociedades é individuos que obtienen de rendimiento anual cientos de miles de pesos.

A título de impuestos internos se exigen estampillas y papel sellado para determinadas operaciones, y con las patentes industriales, bastante mal distribuidas, porque no responden al capital ni á las utilidades, se acabó el cuadro de los impuestos en el Paraguay, fuera de algunos otros pequeñísimos, realmente insignificantes, que casi valiera más que desapareciesen por lo que estorban y lo poco ó nada que rinden.

No hay, pues,  en el Paraguay estancos, ni    monopolios, ni privilegios especiales como forma de tributación á favor del Estado, sino todo lo contrario, protección oficial para saladeros, ingenios de azúcar, fábricas de extracto de quebracho, molinos etc, etc.

En cambio, por consecuencia de esa falta de impuestos, aunque esto parezca paradójico y hasta contradictorio con las ideas expuestas, si no se sabe leer, tenemos el peor de los impuestos, el de la depreciación indefinida del papel moneda, con todo su cortejo de inseguridad en las transacciones, alzas violentas en los precios de artículos de consumo diario, etc.

He ahí el punto negro de la situación financiera del Paraguay, las fluctuaciones en el valor del papel moneda con tendencia constante á su mayor depreciación; punto tanto más negro cuanto menos justificado, no por culpa voluntaria de nadie, sino por no utilizar los recursos que el país ofrece.

El medio es bien sencillo. Una mejor distribución de los impuestos para que las entradas fiscales tengan el aumento que corresponde á la verdadera capacidad contributiva del país; aplicación parcial del aumento de las entradas fiscales á operaciones de crédito á oro para el exclusivo objeto de contener las alteraciones bruscas del valor del papel moneda determinadas por los pagos internacionales y aumento de la emisión de papel moneda para préstamos á interés     módico y destinados exclusivamente á la producción.

Puedo justificar plenamente que lo que propongo es conveniente y fácil de realizar; pero por el momento sólo indicaré cómo datos muy interesantes para los extranjeros que lean este trabajo los siguientes:

1° Que el Paraguay es quizás el único ejemplar de país civilizado que no tiene deuda pública interna, pues no merece este nombre la que existe con el título de «Bonos», cuya cantidad apenas representa unos seiscientos mil pesos papel, de los que la mayor parte está en poder de instituciones del Estado, teniendo éste en cambio un capital de tres millones de pesos en su Banco propio, el Banco Agrícola del Paraguay.

2° Que la deuda externa (exceptuando la de la guerra, de la que es de creer no habrá que hablar), es de unos cinco millones de pesos oro, cuyo servicio no exige más que un 10 %, aproximadamente del total del presupuesto, cifra pequeñísima que puede ser satisfecha puntualmente. Compárese esta cifra con las de otros países se apreciará la diferencia á favor del Paraguay.

3° Que á pesar del pesimismo abrumador que domina en los juicios que se emiten respecto á las finanzas del Paraguay todos los representantes de las casas comerciales de Montevideo y Buenos Aires declaran que el comercio paraguayo cumple con sus compromisos cual ninguno otro, siendo esta plaza una de        las preferidas para las ventas, dentro naturalmente de la relatividad de sus condiciones, y

4º Que la riqueza nacional tiene que ir creciendo en progresión geométrica, dé suerte que los progresos realizados desde el año 1870, en que se inicia la segunda vida del Paraguay, resultarán más que decuplicados en los treinta años siguientes.

La potencia económica del Paraguay            dará muchas sorpresas á los que no la sigan de cerca, y no hayan sabido apreciarla en los momentos actuales.

(40) Humano, demasiado humano, Madrid. 1901.  

 

Se ruega á los escritores americanos, tengan á bien remitir á la Universidad Nacional del Paraguay un ejemplar de sus trabajos sobre cuestiones económicas, para que podamos dar cuenta crítica de las obras americanas de esta clase.




 

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