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BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE

  TAUMATURGO DE LOS ARSENALES (CAP. JOSÉ A. BOZZANO) - Por BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE


TAUMATURGO DE LOS ARSENALES (CAP. JOSÉ A. BOZZANO) - Por BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE

TAUMATURGO DE LOS ARSENALES

CAPITÁN JOSÉ A. BOZZANO

Por ACADÉMICA BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE

 

Difícil sería resumir en unas pocas páginas la extraordinaria labor realizada por el capitán de Navío José A. Bozzano durante la Guerra del Chaco; imposible referirse en detalle a sus múltiples y, para entonces, excepcionales logros. Pero más arduo aún resultaría tratar de evaluar la enorme deuda contraída por el país con ese gran científico, ese patriota ejemplar, humanista y políglota, quien, pese a las innúmeras dificultades y a la condicionante carestía de la época, fue capaz de proveer a nuestro Ejército del Chaco de los elementos indispensables para la defensa.

Admirable labor esta, en la que la improvisación, el ingenio y el alto espíritu patriótico suplieron la angustiosa carencia de medios y elementos. Merced a ella, el capitán Bozzano ha ingresado con paso firme y seguro en nuestra historia; ha trascendido las fronteras estrechas de los partidos políticos para adquirir contornos nacionales y merecer el justo título de Benemérito de la Patria. En su condición de tal, cumpliendo un deber de justicia, le rendimos con este artículo un modesto homenaje de gratitud.

Rastreemos pues en el devenir de sus días, en aquellos años inciertos y convulsos en que nuestro país pugnaba por hallar derroteros que lo redimieran de la anarquía y del atraso. Albores de siglo, signados por revueltas y cuartelazos que anulaban implacablemente los esfuerzos de los patriotas auténticos y favorecían la paulatina infiltración boliviana en nuestro Chaco.

En una de las treguas políticas de aquellos años tumultuosos, el Gobierno hace un intento de reorganizar el Ejército y la Marina, y reiniciar las actividades del otrora pujante arsenal de Don Carlos A. López, devastado por los aliados. Para el efecto, a fines de 1908, con una partida de armas, llega al país un moderno equipo de máquinas y herramientas, adquiridos en Alemania por el capitán de Fragata Manuel Duarte, jefe a la sazón del novel Estado Mayor de nuestro incipiente Ejército.

Fiel a la vocación heredada de sus antepasados genoveses —uno de ellos técnico del arsenal de López—, el joven José Bozzano, totalmente ajeno a los avatares políticos, trabajará desde 1908 hasta 1912 en dependencias del Arsenal-cué, como se denominaba entonces a lo que creó Don Carlos Antonio López.

La reorganización de nuestro Ejército y Marina, iniciada por el capitán Duarte y sus colaboradores: capitán de Fragata Ayala, capitanes Schenoni, Chirife, Nardi, Rojas, capitán de Corbeta Peña, teniente de Navío López Decoud y otros, es bruscamente tronchada por la revolución del entonces mayor Albino Jara.

Duarte parte al exilio para no regresar. La anarquía lo corroe todo. No obstante, un técnico chileno, el capitán de Corbeta ingeniero maquinista Cerda Salas, contratado por el Gobierno en 1909, logra instalar las máquinas y los equipos comprados por Duarte, en el edificio de fundiciones del antiguo Arsenal y, paralelamente, organiza un taller con el fin de atender las necesidades de la institución.

De ese taller surgirá luego la primera Escuela Naval de Mecánicos, que funcionará hasta 1912, en que otra revolución paralizará toda iniciativa.

Por fin, en 1917, se tratará nuevamente de dar forma al Arsenal. Ese mismo año se crea la Dirección de Material de Guerra, que a su vez crea la Sección Arsenales de Marina. Es designado jefe de la misma el capitán de Corbeta Leocadio Esquivel y encargado de los rudimentarios talleres, el joven Bozzano.

Para entonces este ya había revistado como oficial embarcado en el “Constitución”, el “Independencia”, el “Libertad” y el “Capitán Cabral”.

Poco después de asumir el cargo, Bozzano, como si intuyera la magna misión que le estaba reservada por el destino, funda la Escuela de Grumetes Mecánicos, génesis de la Escuela de Especialidades del Ejército y la Armada, que tan trascendente labor cumplirá durante la Guerra del
Chaco.

A poco de su creación, la Escuela comienza a dar pujanza al Arsenal. Ayudado de sus grumetes, Bozzano construye el barco “Ygurey”, diseñado por él mismo en colaboración con su padre, la nave “Teniente Fariña” y reacondiciona algunas de las pocas embarcaciones existentes.

En 1918 llega de Alemania el ingeniero alemán Neuman y de inmediato es nombrado jefe del Arsenal. Poco después, esta institución, a sugerencia de Bozzano, será denominada Arsenales de Guerra y Marina y dejará de depender de la Dirección de Material de Guerra para pasar a ser una dependencia del Departamento de Marina. Era entonces ayudante del mismo el guardiamarina Manuel T. Aponte, otro de los grandes propulsores de nuestra actual Armada.

Entre tanto, la Escuela de Grumetes Mecánicos va cumpliendo una importante labor. Vivamente interesado en su desarrollo, el entonces Ministro de Guerra y Marina, coronel Chirife, la visita frecuentemente, prestándole todo el apoyo
posible.

Consciente de las dotes excepcionales de su joven director, Chirife gestiona una beca con el fin de que este siga cursos en el extranjero.

Una mañana de noviembre de 1919, Bozzano recibe la orden de partir sin pérdida de tiempo a los Estados Unidos, donde estudiará Ingeniería Naval en los cursos que se dictan especialmente para los oficiales de la Marina norteamericana.

Oportunamente, Bozzano, que además era alumno del tercer año de Derecho, había seguido cursos de cálculo diferencial, cálculo infinitesimal e integral y poseía el inglés.

En diciembre del mismo año comienza sus estudios en el Instituto Tecnológico de Cambridge, Massachussets. La beca es estrecha —noventa dólares— y, al mes de llegar, Bozzano queda sin fondos, con el agravante de que entonces las comunicaciones entre los Estados Unidos y nuestro país se demoraban cuarenta días. No obstante, sortea las dificultades y prosigue regularmente sus estudios.

En Cambridge tiene por condiscípulos a oficiales de graduación muy superior a la suya de guardiamarina; pese a ello, se integra perfectamente al grupo en el que pronto logra cierto prestigio por sus notorias condiciones. Pero Bozzano no pierde tiempo en cultivar amistades, aun cuando las hizo y muy buenas, en las jornadas de trabajo. Dispuesto a aprovechar al máximo la oportunidad que se le brinda, estudia con tesón, graduándose brillantemente de ingeniero y arquitecto naval, en 1924.

Mientras tanto, nuestro país vuelve a ser sacudido por una cruenta guerra civil —años 1922-1923—, que asola la República, haciendo oscilar las instituciones. Afortunadamente, ello no impide a Bozzano culminar sus estudios.

Una vez concluidos estos, sigue cursos de posgrado en Ingeniería Aeronáutica, obteniendo el Máster en 1925.

Lejos estarían de imaginar sus profesores que la tesis, afanosamente elaborada por el estudiante paraguayo —los Cañoneros—, habrían de constituirse años más tarde en uno de los puntales de la defensa del lejano país latinoamericano.

Tras recibir su Máster, cumpliendo órdenes, Bozzano se presenta en la Quinta Base Naval de Virginia y en la Base Aérea de Wilwbay Sport y comienza un intenso entrenamiento de vuelos. Posteriormente, recorre otras importantes bases donde, entre otras cosas, se familiariza con las instalaciones de periscopios.

Pero su país lo necesita y se lo hace saber. Bozzano regresa de inmediato con el mismo gastado uniforme con que partió —la beca no da para más—, pero en el portafolios trae los títulos y certificados que acreditan su brillante carrera. Y, como algo muy precioso, afán que le espiga el alma, hijo dilecto de su inteligencia y alto espíritu patriótico, los planos de los Cañoneros que, con visión profética, elaboró para el país.

A poco de llegar al Paraguay, sus superiores le entregan la Dirección del Arsenal, que se hallaba en situación harto precaria: no había técnicos, ni ingenieros ni dibujantes. Los antiguos cobertizos de Don Carlos A. López no se adecuaban ya a las nuevas exigencias de la técnica. No había varadero, ni talleres ni máquinas para trabajos pesados. La playa del Arsenal-cué era baja, inundable y nada se podía hacer en ella.

Durante meses Bozzano estudia la ribera del río Paraguay, desde Villa Hayes hasta la vuelta del Ytororó. Por fin, tras sopesar todas las posibilidades, presenta un voluminoso informe en el que hace hincapié en dos puntos, urgentísimos para su criterio: trasladar los arsenales a Puerto Sajonia y asegurar la protección de nuestro río, dada la inminencia de la guerra con Bolivia.

Bozzano, Estigarribia, el presidente Eligio Ayala y otros espíritus lúcidos de la época no se engañan; saben que la guerra es solo cuestión de tiempo; por eso, Bozzano incluye en su informe los planos de los Cañoneros, que él sabe imprescindibles para la defensa.

Su tesis sobre el traslado de los arsenales es aceptada de inmediato y en 1927 estos son instalados en el amplio predio donde actualmente se encuentran. Solo había entonces en él restos de un antiguo astillero: dos galpones de piso de tierra y dos piezas de 5 x 5.

Se compran las máquinas y elementos del Astillero Scala, se contrata al mismo Scala en calidad de jefe técnico del varadero y se comienza la construcción de las nuevas instalaciones.

Los trabajos exigen un ritmo de catorce a diez y seis horas diarias de labor. Eligio Ayala, consciente de la importancia de la obra, no regatea los medios necesarios para su culminación.

Este es, en breve síntesis, el inicio de los Arsenales que tanta gloria adquirirían durante la Guerra del Chaco, realizando proezas inimaginables. Más de cuatro promociones de oficiales navales dedicarán los primeros años de su carrera a la ardua labor de darles forma.

Entre tanto, las noticias del Chaco son cada vez más alarmantes. Bolivia, que había aprovechado la última guerra civil para penetrar de lleno en nuestros territorios, se reitera en desplantes.

Especialmente enviado por Eligio Ayala, el general Schenoni ya se encuentra en Europa, comprando armas para el país; día a día se hace más acuciante el dominio de nuestro río.

Eligio Ayala no ha tirado en saco roto el informe de Bozzano sobre la urgencia de adquirir buques de guerra que, a más de proteger nuestro río, aseguren la defensa antiaérea de los puertos y el servicio logístico, en caso de guerra.

Domingo, 29 de Abril del 2012

 

 

TAUMATURGO DE LOS ARSENALES

Por ACADÉMICA BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE

 

Bozzano es llamado al Palacio y, una vez ahí, se explaya sobre el tema. No en vano, en su lejana celda de estudiante, había empleado horas de sueño en su trabajo.

Habla y su entusiasmo es contagioso; pero más impactante son sus razones, a la mente lúcida y a la lógica del gran estadista.

Pasan los días. Eligio Ayala se reúne una y otra vez con sus ministros y asesores. El proyecto es caro y ambicioso. Preocupan al presidente el costo y el tiempo de construcción de los buques: dos años. ¿Dará Bolivia oportunidad de terminarlos?
Hay informes confidenciales de que el Brasil cederá a esta su flotilla de guerra de Corumbá, lo que le daría el dominio del río. Nuestra Marina solo tiene buques débilmente artillados; no tenemos artillería antiaérea y menos submarina.

Vuelve a reunirse el presidente con sus asesores, pero esta vez invita a Bozzano. Este responde con optimismo a las apreciaciones de los demás: “En dos años de trabajos forzados, Arsenales puede, estoy seguro, proporcionar los elementos de defensa; entre tanto, los cañoneros estarían terminados”.

El Ejército no tenía nada, absolutamente nada, organizado. Correspondería a la Marina suplir sus deficiencias. Llueven las preguntas: “¿Por qué los cañoneros son tan largos? ¿Por qué tanta artillería? ¿Por qué cuatro mil caballos de fuerza para sus máquinas? ¿Por que demorarán tanto en construirlos? ¿No se los podría comprar ya fabricados?”, se preocupa el general Rojas.

“Tampoco llegarán antes de dos años las armas de Schenoni”, acota el general Escobar.

Eligio Ayala escucha y calla. Ya ha tomado la decisión y las objeciones de sus colaboradores no le harán retroceder. Sabe que con los cañoneros nuestra paupérrima Marina tendrá los buques fluviales más potentes y modernos del mundo. El costo es alto, pero está decidido a dotar al país de estos poderosos elementos de defensa. Afortunadamente, merced a su exacerbada probidad, la nación se halla en condiciones de afrontar el compromiso sin contraer deudas externas.

Bozzano recibe orden de preparar un memorándum de las tareas que deben realizarse en los Arsenales, entregarlo a su suplente, teniente de Marina Rómulo Masi, y partir luego a Europa sin pérdida de
tiempo.

La Giraduría le hace entrega de cinco mil pesos y de un giro de cuatrocientos pesos oro, que debe tener siempre pronto, por si la guerra se precipita y se le ordena regresar apresuradamente.

El 10 de marzo de 1927 se embarca, pero esta vez no va solo; lo acompaña su flamante esposa, que habrá de ser la incondicional colaboradora de todos los momentos.

La alegría le desborda el pecho: pronto se materializará su sueño largamente acariciado en las vigilias de Cambridge.

Ya en Europa, recorre uno tras otro los Astilleros, buscando las mayores conveniencias para el país.

En el Almirantazgo inglés, su proyecto hace exclamar a uno de los jefes: “¡La artillería de estos buques es muy superior a la de nuestros mejores destroyers! ¡En toda Asia no tenemos barcos semejantes!”.

En Francia, conoce al mayor José Félix Estigarribia y la simpatía es recíproca entre los dos jefes que en la tremenda encrucijada habrán de cargar sobre sus hombros los destinos del país.

Más tarde confesará Bozzano: “Me impresionaron mucho los conceptos de Estigarribia sobre Estado Mayor y la posibilidad inmediata de una guerra con Bolivia”.

En su hotel de Londres, coincidentemente, se hospeda un pasajero de tipo marcadamente sajón que trata de hacerse comprender en un pésimo alemán. Pregunta Bozzano quién es y le informan que se llama Bánzer, y es boliviano... No pierde tiempo Bozzano y así se entera de que este está comprando armas para su país, de las características de las mismas y del monto de la compra, lo que lo alarma seriamente.

Al celo y previsión de Bozzano se deberá que, cuando tras Campo Vía, los capitanes Martincich y Echeguren entreguen para su reparación el material de artillería capturado a las Divisiones bolivianas Cuarta y Novena, Arsenales tenga ya en su poder, perfectamente diseñados, los planos de los cierres, alzas telescópicas y otros mecanismos, destruidos ex profeso por el enemigo.

Sigue Bozzano incansable sus giras por los astilleros europeos hasta que, al fin, da en Génova con la Odero-Termi-Orlando, que reúne las condiciones necesarias: solvencia, rapidez de construcción y precio.

No bien acepta nuestro gobierno la oferta, se firma el contrato y Bozzano, cumpliendo órdenes, monta una pequeña oficina, cuyo único funcionario habría de ser él, bajo el pomposo título de “Comisión Naval del Paraguay en Europa”.

Desde ella, paso a paso, irá vigilando celosamente, con el mismo celo con que un padre vigila el crecimiento de un hijo, la construcción de “sus” cañoneros. Paralelamente, se ocupa de la artillería, las minas submarinas, las centrales de tiro, los telémetros, altímetros, etcétera, que va adquiriendo en distintos países, según sea más conveniente para la nación.

Mientras Bozzano prueba los cañones en el polígono de tiro de Spezia, hace amistad con un oficial de la Marina italiana, un tal Spadaro, relacionado con el sistema de transmisiones que esta tiene para las comunicaciones radiotelegráficas de la
Armada.

Poco después, Bozzano le confiesa francamente al italiano que quiere comprar un aparato criptográfico de transmisión y recepción.

El hombre se alarma y le responde que ese es asunto reservadísimo, que sin órdenes especiales del Ministerio de Marina es imposible.

Bozzano no se arredra y encomienda al teniente primero de Marina Rufino Martínez, a la sazón en Italia, que asedie a Spadaro hasta obtener un aparato o un croquis del mismo.

Un mes más tarde, el italiano, previo pago de una suma de dinero, entrega la deseada máquina.

Y esa fue la génesis del servicio criptográfico en Paraguay. Y habrán de ser los Arsenales los que fabriquen, adaptándolas a nuestra idiosincrasia, 28 máquinas de cifrar y descifrar durante la Guerra del Chaco.

Si la Orlando cumplía fielmente el cronograma estipulado, no fue menos cumplido nuestro gobierno, que regularmente remitía los giros correspondientes.

En las postrimerías de su vida dirá Bozzano: “He guardado, para que lo vieran mis hijos, la fotografía de un cheque firmado por mí, de cuarenta mil libras, lo que me enorgullece, ya de que mi propio peculio jamás pude firmar uno de igual suma, en guaraníes”.

Entre tanto, en Paraguay, los ánimos están caldeados por las constantes agresiones de Bolivia. La prensa opositora se agita: “¿Cuándo llegarán los cañoneros? ¿Por qué tardan tanto? ¿Es cierto que el Gobierno proyecta venderlos?”.

De pronto cunde una noticia insólita que genera sorpresa y repudio. El Plata, de Montevideo, del 14 de setiembre de 1930, denuncia: “El Presidente Irigoyen proyectaba apoyar con armas y municiones a un político paraguayo, que intenta levantarse contra el gobierno, a cambio de que este, una vez encaramado al poder, le enviara quinientos soldados paraguayos solidarios con su causa...”. Paralelamente, corren rumores de que el mismo político nativo y su grupo pretenden incautarse de los cañoneros, a su paso por Buenos Aires.

Por fin, para fines de 1930, los barcos están listos y son solemnemente bautizados en Italia.

La señora de Bozzano, por disposición de nuestro Gobierno, es designada madrina del “Humaitá”. Poco después, será botado el “Paraguay” y recaerá el madrinazgo del mismo en la señora de Schenoni, a quien representará la señora de Gubetich, esposa de nuestro cónsul general en Roma. Bozzano contrata los técnicos y la tripulación necesarios para la navegación, porque en nuestro país no hay oficiales con la graduación reglamentaria ni fondos con qué enviarlos a Italia.

El “Humaitá” será comandado por Bozzano y el “Paraguay”, por Rufino Martínez, ambos tenientes primeros de Marina; jefe de la flotilla será Martínez, por su mayor antigüedad.

Por primera vez, desde 1853, en que flameara airosa en el “Tacuary”, la bandera nacional ondeará en el Atlántico. Ya en Buenos Aires los cañoneros, se hará cargo de ellos la tripulación paraguaya, especialmente enviada para el efecto.

El 3 de mayo de 1931, el presidente Guggiari y su comitiva reciben solemnemente los barcos en Humaitá. Un viejo cañón de la fortaleza responde, con roncos y pausados estampidos, los 21 cañonazos del “Paraguay”, nave insignia de la escuadrilla. Dos días más tarde, el 5 de mayo, llegan los buques a Asunción en medio de la apoteosis popular.

Lamentablemente, Eligio Ayala ya no puede verlos, pero Bozzano ha cumplido parte de su gran misión histórica: ha entregado los barcos. Estos transportarán, en diez y ocho horas, de Asunción a Casado, hasta 1600 hombres, con todos sus equipos. Su poderosa artillería, con una potencia de tiro de hasta 8000 metros de altura, mantendrá a distancia de nuestro río y sus puertos a la bien dotada aviación enemiga.

Ya puede, pues, Bozzano entregarse de lleno a la trascendente labor que le depara el destino y que hará de él uno de los más firmes puntales de la victoria: los Arsenales de Guerra y Marina.

A poco de llegar, designado nuevamente director de los Arsenales, Bozzano centra todo su empeño en imprimirles el ritmo que exigen las dramáticas circunstancias de aquellos inciertos meses de inmediata preguerra.

Al declararse abiertamente esta, Arsenales se enfrenta con el apremiante problema del transporte terrestre: el ejército del Chaco necesita desplazarse y en la movilización de vehículos, realizada en setiembre de 1932, las unidades reunidas no llegaron a 70, la mayor parte en pésimas condiciones.

El gobierno adquiere los primeros cien camiones; cuando estos llegan, Arsenales ya tiene listos los diseños y detalles de las carrocerías para uso múltiple.

La fabricación de la primera carrocería demandó siete hombres y siete días. Para la acción de Saavedra se fabricaron ya ocho por día y cuando la angustia de Strongest, Arsenales logró la cifra tope de cinco carrocerías por hora, o sea ciento veinte por día.

El costo inicial de cada carrocería completa fue de 3034 pesos nacionales; poco después, la eficacia de Arsenales reducía este costo a 1200 pesos, casi la tercera parte.

Se fabricaron en total, a lo largo de la guerra, 2308 carrocerías, con un total de 700 operarios, en colaboración con los talleres movilizados de Cusmanich, Arestivo, Mayor y Caló.

Cada camión necesitaba dos choferes y en el país prácticamente no había. Arsenales asumió la responsabilidad de adiestrar a los 4300 automovilistas que sirvieron abnegadamente en el Chaco, controlados desde Asunción por el capitán de Corbeta de Reserva Ortiz.

Estos patriotas admirables retornaban del frente agotados, con los pulmones mellados por el polvo y, tras recuperarse unos días, regresaban a sus puestos, realizando proezas con sus vehículos para que hombres y elementos llegaran a destino a la hora precisa.

Para asegurar el buen funcionamiento de los vehículos terrestres, Arsenales abre catorce talleres mecánicos en el Chaco, bajo la dirección de su Escuela de Automovilistas. Estos talleres, ubicados en las retaguardias de los distintos frentes de combate, trabajaron sin tregua ni descanso. Y si nuestro ejército en varias oportunidades tuvo dificultades en desplazarse, fue por falta de transportes y no por deficiencia de los talleres, siempre prontos en técnicos y repuestos.

Es justicia recordar que, en estos servicios, Arsenales contó con la constante colaboración de la Junta de Aprovisionamiento, que lo proveía de repuestos.

No conforme con los talleres creados, Bozzano monta en Km 180 el Arsenal de Campaña de Minas-cué o Arsenal Chaco, bajo la eficaz dirección del teniente de Marina ingeniero Pablo Daumas Ladouce, con quien colaboraron el teniente de la Armada, hoy ingeniero Pastor Gómez, y el maquinista de Primera de Reserva Estanislao Farías.

Se dotó al Arsenal Chaco de corriente eléctrica; se instalaron calderas, fresadoras, martinetes, soldaduras autógenas, fábrica de hielo para los hospitales... Se perforaron pozos, con motobombeadoras que suministraban hasta 30.000 litros de agua dulce por día, el más preciado don del Chaco. Fue el despertar del páramo, bajo el impulso del músculo...

Los 9872 fusiles de fabricación española —los tristemente famosos “mata paraguayos”— creaban serios problemas a nuestro Ejército. Con el correspondiente permiso del Ministerio de Guerra, Bozzano se dispuso a descubrir sus fallas. Así llega a la conclusión, tras realizar numerosas pruebas, de que la pólvora belga empleada, de una remesa del año 1928, ejercía excesiva presión.

Analizada esta en laboratorios, se comprobó que estaba descompuesta, por falta de depósitos adecuados para su almacenamiento.

Se descubrió también que dichos fusiles no estaban bien terminados: las recámaras tenían fallas, la precisión para el tiro era defectuosa, etcétera. Estos y otros inconvenientes los solucionó Bozzano con sus equipos, lo que hizo posible que, ya en Boquerón, pudieran usarse sin problemas los controvertidos fusiles.

Cuando la Liga de las Naciones impuso un severo control a las fábricas exportadoras de armas, Bozzano hizo un acuerdo con una firma de plaza y esta logró introducir al país una importante remesa de repuestos, a título de implementos agrícolas. Ello permitió a los Arsenales mantener en perfectas condiciones los fusiles de nuestras tropas y los capturados al enemigo.

Al planear el entonces coronel Estigarribia la actuación de los tres cuerpos de Ejército, se hizo imprescindible la granada de mano.

Arsenales recoge gallardamente el guante y su gabinete técnico, asesorado por Bozzano, planea la producción en serie.

El primer día se fabricaron 30 granadas en 16 horas de trabajo. Para julio de 1933 se producían ya 160 granadas por hora. Para lograrlo, Arsenales trabajó las veinticuatro horas del día. Igual actividad supo imprimir Bozzano a los talleres movilizados: Cusmanich, Venzano, Mayor, Arestivo, Sapucay, Astillero Bozzano, Puerto Pinasco, Talleres Casado.

Cada granada —“Carumbé-í”— costó al país 13 pesos moneda nacional, mientras que las granadas belgas, tan mal empleadas por el agresor, costaban a Bolivia una suma equivalente a 300 pesos nacionales por unidad.

Fácil es imaginar la enorme economía que significó para nuestro país la producción de las trescientos mil “Carumbé-í” que fabricó Arsenales durante la guerra.

Pero muchas y muy serias dificultades hubo de sortear Bozzano, al principio, en su fabricación, ya que entonces en todo el Paraguay no había un solo gramo de trinitrotolueno, pese a sus gestiones, en 1930, para adquirir 25 toneladas en Suecia.

No obstante, Bozzano asume la decisión y las granadas se cargan con pólvora de los proyectiles de los Remington de 1902, se emplean gomas explosivas al 60 por ciento, gelinitas, dinamitas y, por último, se vacían las minas subfluviales de los cañoneros, lo que da 4800 kilos de trotil.

Si para el criterio profesional lo que se hizo constituía un delito, para Bozzano no había otra opción, hasta que, ya a finales de la guerra, llegó al país una gran partida de trinitrotolueno.

Con las granadas de mano, la cosa no termina aquí. Tan grande era la urgencia de remitirlas al frente, aquellos patéticos días de Strongest, que Arsenales, a falta de madera para fabricar los cajones, se vio forzado a requisar mesas en las casas particulares.

De más está decir que una de las primeras familias asuncenas que comió de pie fue la del propio Bozzano...

A más de granadas de mano, Arsenales hubo de fabricar granadas para los morteros Stokes Brandt, lo que genera nuevos y graves problemas, por la escasez de cobre y estaño.

Bozzano envía a los ingenieros Saguier Caballero y Simowsky a buscar cobre a Paso Pindó, Villa Florida, y así pudieron fundirse varias toneladas. Lamentablemente, el cobre resultó impuro, por el método de su tratamiento, y no sirvió para la fabricación de las espoletas de las granadas, pero se lo empleó en otra cosa.

Ante la imposibilidad de ajustarse a los diseños del proyectil, patentados por la Stokes Brandt, Bozzano, personalmente, debió elaborar sus propios diseños, adecuándolos al escaso material existente en el país. Y en esas condiciones se fabricaron más de 20.000 granadas de mortero. Pese a los inconvenientes mencionados, no se dio el caso de que explotara una sola antes de tiempo.

Su fabricación significó para el país una economía de cincuenta y cuatro millones de pesos moneda nacional.

Nuestros aviones Potez estaban dotados de lanzabombas, fabricados con patente “Esnault-Pelterier”, pero curiosamente no había ni una sola bomba para ellos al iniciarse la guerra.

Meses antes, un alto jefe le confesaba a Bozzano que no se habían adquirido bombas, “por temor a que los oficiales de aviación se transformaran en amos de la política nativa...”. Esta insólita “precaución” obligó a Arsenales a fabricarlas.

Pero tampoco pudo Bozzano ajustarse a códigos ortodoxos al hacerlo, por motivos enunciados más arriba.

En toda la guerra se fabricaron más de 2000 bombas de aviación, a un costo total de 2.400.000 pesos moneda nacional. De haberlas importado, la nación hubiese gastado treinta millones de pesos.

Otro vital y acuciante problema hubo de solucionar Arsenales: el agua para el Ejército en campaña. Para ello movilizó a León Fragnaud, francés de nacimiento, paraguayo por elección, quien cumplió admirablemente su cometido. Técnico en la materia, Fragnaud es elevado al rango de capitán de Reserva y se le nombra jefe de la Agrupación de Zapadores-Captadores, que dependía técnicamente de los Arsenales. Fueron sus principales colaboradores los tenientes Soto, Estigarribia, Ocampos, Camperchioli, Farías, Prado y otros.

Se perforaron en total 95 pozos en el Chaco. Arsenales fabricó 120 filtros, 35 motobombeadoras y todas las herramientas necesarias. Los trabajos de perforación de pozos los dirigía Arsenales, desde Asunción, a veces a 1200 kilómetros de distancia.

Fuente: SUPLEMENTO CULTURAL

Del diario ABC COLOR,

Domingo, 29 de Abril y 6 de Mayo del 2012

Por ACADÉMICA BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE

Fuente digital: www.abc.com.py

 

 


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JOSÉ BOZZANO Y LA GUERRA DEL MATERIAL - Por BERNARDO NERI FARINA

Editorial EL LECTOR

Asunción – Paraguay

2011 (146 páginas)

 

 

 

 

 

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