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ARMANDO ALMADA ROCHE

  JOSEFINA PLÁ, UNA VOZ SINGULAR - Por ARMANDO ALMADA-ROCHE - Domingo, 06 de Noviembre de 2011


JOSEFINA PLÁ, UNA VOZ SINGULAR - Por ARMANDO ALMADA-ROCHE - Domingo, 06 de Noviembre de 2011

JOSEFINA PLÁ, UNA VOZ SINGULAR

 

  Por ARMANDO ALMADA-ROCHE


El sol pega fuerte, implacable; el cielo parece lanzar bocanadas de fuego sobre la ciudad de Asunción. Así estaba el día aquel verano inolvidable.

Alguna paloma solitaria, acaso buscando una sombra en la que guarecerse, con el batir acompasado de sus alas, se posa en una cornisa de la iglesia de La Recoleta. Sus compañeras, instaladas en distintos recovecos —el campanario, las ventanas, las cornisas— se despiojan, y chillan y zurean en medio, al parecer, de machos con intenciones de acoplamiento. No se sabe si por la falta de aire o por el cortejo amoroso. La tarde, acaso las cuatro o las cinco, todavía siente el silencio de la siesta. Hay un minuto en el que se agota la siesta. Hasta la secreta, recóndita, minúscula actividad de los insectos cesa en ese instante preciso. En las casas de los alrededores, se duerme, se descansa o se trabaja con desgano por el intenso calor, protegidos debajo de las frondosas ramas de los mangos o de otros árboles menos conocidos, cuyas hojas no se mueven. Falta el aire y sobra calor. A lo lejos, se oye el ladrido de un perro y el golpear de un martillo, al parecer, sobre un yunque u otro hierro, que ondean acercándose y alejándose. El asfalto de las calles se derrite por la alta temperatura y a algunos peatones, que se animan a circular en ese pequeño y cotidiano infierno ciudadano, se les adhiere en los zapatos el pegajoso y negro alquitrán. Las vendedoras y los vendedores de flores —marchitas y muertas, o achicharradas por el calor— toman el popular tereré y, aun en la sofocante canícula, abrasante y desierta, se ríen y hacen chistes. La bombilla, al pasar de boca en boca, relampaguea entre la luz del sol y la sombra. Los paraguayos no tienen ningún otro objetivo que el de vivir, de ser felices a cualquier costo, porque descubrieron hace siglos que no se vive más que una sola vez. 
En el principio fue la muerte   

Todo asfixia y duele en esta tarde. Hay dolor, llanto y luto. Algunos están llevando a enterrar a su muerto. Las campanas de la iglesia tocan profundos dobles, tocan a muerto, triste y lánguidamente, como si supieran y respetaran el dolor de los deudos, y los sume en una atonía narcótica. El eco del bronce se esparce en el azul del cielo y su eco repercute luego encima de los panteones, choca con las cruces, se derrama sobre los ángeles de mármoles, incólumes y eternos en el tiempo, y se va perdiendo en la lejanía. Otra vez el silencio pesa como una losa inmensa sobre la tarde, otra vez la muerte. Como siempre, como al comienzo del mundo. El nacimiento y la muerte se unen, son hermanas siamesas. Una no puede vivir sin la otra, y viceversa. En el principio fue el verbo, dice la Biblia. Y nosotros podríamos parafrasear: en el principio fue la muerte. La muerte que nos iguala y no perdona.    

Efectivamente, es un cortejo fúnebre el que entra en el camposanto. A pesar de la quietud, se escuchan llantos sofocados, dolores que bullen en los pechos de ese centenar de personas que vienen a paso lento, majestuoso, tímido, como temiendo despertar a la persona que va en el catafalco, en hombros de los más ilustres. La muchedumbre acompaña a un ser querido, lo despiden y lo van a instalar en su última morada; allí donde ya no caben las palabras ni los sueños. Los hombres y mujeres que forman el cortejo están abatidos, los ojos enrojecidos por el llanto y las lágrimas. Algunos de los allí presentes suspiran para retomar el aire que les falta, sus pechos suben y bajan; disponen de la suficiente clarividencia para comprender que están asistiendo al nacimiento de una nueva época.    

El lustroso catafalco, con sus argollas imitando el color del oro, inútil lujo en esta última hora de la nada, es llevado ahora en andas por manos amigas por los angostos senderos de La Recoleta, envueltos todos ellos en la congoja y el dolor, en medio de tumbas, de cruces y de flores achicharradas. El cielo, abrasado por el metálico sol, es casi abstracto, como visto en un sueño. Un punto se agita en el cenit y crece hasta ser un pájaro que viene, o parece venir, al entierro. Se ve brillar sus plumas, sus largas alas, su planeo, pero no se vislumbra qué ave es, y se pierde en la inmensidad. Por fin, el cortejo se detiene delante de un panteón. El féretro descansa a sus pies. Empieza el fúnebre réquiem. Las gentes se santiguan. Un breve y casi inaudible rezo se pierde en la siesta. Como si también a esas voces se les estuviese sacando la vida, o temieran elevarse para no ser llamados, también, a un viaje todavía no deseado. En torno a ellos se extiende un silencio, una tranquilidad, una beatitud misteriosa y profunda; un estado perfecto que debe ser muy parecido a la muerte.    

Esa misma mañana, los diarios habían escrito: Murió doña Josefina Plá. Falleció ayer a la tarde, 11 de enero, a las 17.30, en la casa en la que vivió modestamente una buena parte de su vida. Nacida en las Islas Canarias, el 9 de noviembre de 1903; tenía 96 años. Sus restos son velados en las Salas Velatorias Cañete e Hijos, que no cobraron un solo peso por el servicio en honor de la poeta (avenida Mariscal López 440, frente al Campus Universitario, San Lorenzo); sus restos serán sepultados esta tarde en el cementerio de La Recoleta.    

El fruto total de su espíritu   

Ahora viene la despedida, el discurso, el réquiem, la elegía. Un hombre relativamente joven, de riguroso traje oscuro, camisa blanca y corbata negra, extrae del bolsillo del saco un papel. Se acomoda mejor sobre el piso, carraspea y se prepara para hablar. Está sereno y tranquilo. El dolor, sin embargo, le marca el rostro y en sus ojos brillan diminutas lucecitas de lágrimas contenidas. El hombre, Víctor-Jacinto Flecha, de él se trata: poeta, escritor y politólogo, es quien rompe el silencio amargo con sus palabras. Dice: "Esta tarde, nos reunimos para decir adiós al cuerpo de María Josefa Plá Galvany, después de haber cumplido suficientemente su función de ser el polvo enamorado que contuviera uno de los espíritus más sagaces, dinámico y creativo de este siglo. Al mismo tiempo de esta dolorosa despedida, de decir adiós a este cuerpo de Josefina, abrimos los brazos para recibir lo perenne que queda de ella, el fruto total de su espíritu, el de sus obras que hoy se completan para siempre. Obra finiquitada y entregada al futuro, donde seguirá por siempre creándose y recreándose en cada ser humano que se acerca a ella. Hoy, las obras de Josefina se vuelven autónomas de su autora para ser ellas mismas, para seguir creciendo junto al tiempo que pasa. Hoy, Josefina, transfigurada, nace en un nacimiento para quedarse más que nunca afincada a la humana tierra, para comunicarse con seres que jamás ella como persona singular haya conocido y que aquello tampoco jamás lo conocerán en persona, pero dialogarán con ella a través de sus obras en perspectivas que irán cambiando con el tiempo y el espacio.    

"Hablar de Josefina Plá es tocar la esencia misma de la producción cultural en el Paraguay contemporáneo; es referirse a la renovación de la labor intelectual y creativa en gran parte de este siglo.    

"Josefina Plá constituye el paradigma más acabado de la ética intelectual y humana en un espacio de tiempo en el que la barbarie asoló este país. La producción cultural paraguaya debe a Josefina mucho de lo que es. De hecho, no existió en toda la historia contemporánea un hecho del hacer intelectual y/o artístico en el que Josefina Plá no estuviera presente, cuando no ella misma, a través de sus amigos y discípulos.    

"Llegada al Paraguay en 1926 desde su España natal y como otros compatriotas suyos, como Rafael Barrett o Viridiato Díaz Pérez, por no hablar sino de quienes impregnaron la cultura paraguaya de este siglo, se entregó a esta tierra para vivir con ella los áridos avatares de su historia. Josefina pudo haber elegido otros territorios más benignos para el desarrollo de su genio; sin embargo, quedó enraizada aquí, donde quizás ella sintió que la necesitaban.    

"Ella se ha entregado en plenitud a todos quienes buscaron en sus afanes algún guía, algún consejo, alguna formación e información. Desde Augusto Roa Bastos hasta jóvenes inquietos, algunos que llegaron a una gran nombradía internacional, reconocen la deuda de haberles ayudado a descubrir el mundo de la creación. Su aporte al surgimiento de nuevos cultores plásticos y literarios es de una magnificencia extraordinaria.    

"Y es así que quizás, por encontrarse en tierra baldía, se le presentó la necesidad de multiplicarse como los peces y los panes bíblicos. Todo cuanto hacía los realizaba con un maestrazgo extraordinario. En la actualidad, pueden existir muy pocas mujeres en Iberoamérica del temple de Josefina Plá y que pueda comparársela. La señora Plá descolló su labor en las artes plásticas, en la poesía, en el teatro, en la crítica, en la narrativa, en la historia social y cultural, en el periodismo radial y escrito, en la cátedra y en todo cuanto hiciera la revelación de esta tierra incógnita. Como poeta, en este tiempo, es una de las voces más firmes y esenciales del habla española".    

Ultrajado por el verano   

Todos retienen el aliento durante la fracción de siglos que demora la última estrofa del poema o cita. No tienen necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que ya no está ella ni volvería a estar jamás. El candente sol pega en sus lustrosos zapatos negros y rebota en los anteojos ahumados de alguien. Allí también, se refleja con la nitidez de una fotografía, en esos espejos negros, el catafalco y sus brillantes argollas. El centenar de personas, zambullidas en la atmósfera de vidrio fundido, escuchan con respeto y unción, y aprueban con la cabeza. Algunos tosen. La mayoría de los hombres tienen los brazos detrás de las espaldas. Las mujeres se acomodan los vestidos o se tocan la cabeza en señal de aprobación. Es uno de esos días de Asunción en el que el hombre se siente no solo maltratado y ultrajado por el verano, sino hasta envilecido.    

Víctor-Jacinto Flecha, el poeta, el amigo, el discípulo también, continúa con un dominio sustentado en la complicidad de la muerte, con lenta seguridad, ojeando apenas el manuscrito: "Como hombre de prensa no puedo dejar de destacar la labor periodística de Josefina Plá. Su primer lugar de trabajo al llegar al Paraguay fue la prensa escrita. Josefina inauguró un periodismo ágil, sagaz. Recordaba Efraím Cardozo, con quien trabajó Josefina en los últimos años de la década del 20, que Josefina tenía una capacidad de trabajo y una gama de conocimientos que ella sola pudiera editar un diario. Su paso por los principales diarios de este siglo como El Diario, El Liberal, El País, La Tribuna. El semanario Comunidad, Última Hora, ABC Color. También, la radio lo ha tenido como animadora extraordinaria. Fue fundadora, redactora y locutora del primer diario radial paraguayo, PROAL, en 1933…"

Hace una pausa, un breve silencio antes de seguir; saca un blanco pañuelo del bolsillo y se seca delicadamente el sudor de las sienes y de las comisuras de los labios. Sigue diciendo con voz grave y dicción clara: "Durante la Segunda Guerra Mundial, tenía conjuntamente con Augusto Roa Bastos una audición diaria sobre informaciones y comentarios de la guerra a favor de los aliados y en contra del fascismo. Trabajadora incansable. Durante la Guerra del Chaco, dirigió Soldado Mba’eby-á-jha, la revista del combatiente paraguayo en el Chaco. Además, todas las revistas culturales de los últimos 70 años, comenzando con Juventud en los años 20 hasta Alcor recibieron su colaboración asidua. Esta labor periodística ha cumplido Josefina Plá en tiempos de una muy mala cosecha de la libertad, época del terror y del oscurantismo. Habría que tener mucho coraje. La mayor herencia que nos lega Josefina Plá, aparte de su obra extraordinaria, es el sentido de la ética, en que tan pocos maestros quedan de ese porte. Paz en su tumba y que la antorcha que nos enseñó a prender nunca se apague, nunca se apague". 

"Emocionado y lleno de congoja"   

Cecilia Silvera de Piris, viceministra de Cultura, habla después y señala: "El duelo de la cultura nacional por la pérdida de doña Josefina Plá, quien eligiera nuestro país sin haber nacido en él, para volcar todo su quehacer artístico e intelectual". Destaca su trabajo de difusión de las poetas paraguayas y su labor de precursora de la reivindicación femenina. "Entrañable figura de la cultura, doña Josefina Plá, con una generosidad inmensa y un constante renunciar a toda ostentación vana, dejó una obra invalorable que hizo honor al Paraguay, a su historia, a su arte y a su cultura, siendo esa misma generosidad que la llevó a convertirse en una cátedra abierta, irradiando sus conocimientos sin distinciones a todas aquellas personas que acudían a ella", manifiesta, asimismo, la viceministra.    

No puede faltar la voz del teatro, de los actores, de algunos de sus exalumnos. Allí está también, para despedirla, emocionado y lleno de congoja, querido y talentoso, el inefable Rudi Torga, poeta, actor y director de teatro, discípulo de Josefina Plá en la Escuela Municipal de Arte Escénico: "Ña Josefina nos enseñó a hablar, a modular la voz, nos dio lecciones de dicción, nos enseñó a colocar la voz, a jugar con los matices mediante el buen uso del diafragma. Con su santa paciencia y conocimiento de sabio, supo darnos las armas para caminar por las tablas y poder sacar de muy adentro de nosotros al duende que está dormido en el alma de un actor. ¡A cuántos actores, y no actores, formó ña Josefina. Siempre generosa, atenta, lista para ayudarnos en nuestra magna ignorancia. No tengo más que palabras de agradecimiento para esta alma noble y generosa que hoy nos deja huérfanos. Pero, por suerte, nos deja sus enseñanzas".

"Donde todo se oscurecía…"   

En este punto, el hombre rudo de teatro, el humilde obrero de la cultura, no puede ni quiere detener las lágrimas que le corren por las mejillas; no tiene vergüenza, al contrario, se siente orgulloso de su llanto por su maestra que tanto le dio en vida.    

Ahora da un paso al frente el músico y compositor Alcides Roa, elegante como siempre, habla en nombre de Autores Paraguayos Asociados (APA), dice con voz quebrada, pero clara y firme: "En nombre de los músicos y artistas del Paraguay, vengo a despedir a una persona singular, por no decir única, en la historia de la cultura del Paraguay. Las letras paraguayas, la literatura española, la poesía universal, están de duelo con la desaparición de doña Josefina Plá, quien por sus obras, sus méritos, su modo de vida, ya ha ingresado a la eternidad".    

La siesta encendida reverbera en el aire casi inmóvil, y se oye el zumbido caliente de un cabichu’i en cuyas alas vibra la embriaguez delirante del sol enardecido. En ese instante en que la tarde se cae con las hojas deshechas, no hay sino llanto, nada más que llanto, porque solo hay sufrimiento, lágrimas y llanto. Cae la tarde y no hay sino la muerte, solamente la muerte, y nada más que tristezas.    

Continúa Alcides Roa: "Como dijo un poeta, mientras la lluvia de tu muerte cae, yo te recuerdo. Mientras la lluvia de tus huesos cae, yo te recuerdo, querida maestra, aprisionada por el sonido de la muerte. Hoy, en el día de tu partida, es un día alimentado con nuestra triste sangre. No hay poeta, en mi modesta opinión, que lleve con tanta dignidad y plenitud de sentido como tú, doña Josefina Plá, la representación de nuestro tiempo. Los individuos más originales, si se les mira bien, resultan los más representativos de la vida circundante; no en lo contingente, sino en lo esencial. No hay estilo, ni pensamiento individual ni personalidad poderosa que no incluya en su constitución misma el hablar común de sus prójimos en el idioma, el curso de las ideas reinantes, la condición histórico-social de su pueblo y de su tiempo. Ella nos ha enseñado el valor de mirar la complejidad de la vida con ojos inocentes. Nos ha mostrado la utilidad de la entrega a la misión como si fuese la primera vez todas las veces, con renovado, reiterado asombro. Los árboles más altos son lo que más hondas echan las raíces en la tierra que los sustenta. Josefina Plá era uno de esos árboles".   

Otra vez el silencio, la pausa. La masa de gente se acomoda, escucha con atención. El calor todavía aprieta, pero va cediendo. Una leve brisa caliente los baña, pero brisa al fin. El día sigue enlutado.    

El conocido poeta, crítico y escritor Roque Vallejos lee un texto en nombre de la Academia Paraguaya de la Lengua y de la Sociedad Científica del Paraguay, titulado Más allá de los astros, que dice entre otras cosas: "A la gloriosa edad de 96 años, Josefina Plá ha hecho realidad lo que anunció su lira, cambiar sueños por gloria, título de uno de su más bellos poemarios, publicado en 1984. Desandar el camino equivale a ir en busca de la soledad y la muerte. Josefina Plá, con su fina sensibilidad, ha intuido desde siempre adónde conduce específicamente la brújula de la vida. Sus temas han sido, como las grandes trágicas de Hispanoamérica, el amor y la muerte, la soledad y el tiempo.    

"Vivió en alerta lírica desde los primeros años de su pubertad, duermevela, presta a su perenne cacería de metáforas, sonámbula impertérrita que deambuló su propio inconsciente, si no quería fungir de mera palabra vestida de ceremonial".    

Carlos Colombino, gran artista plástico, poeta y escritor (como Esteban Cabañas), dice sus palabras en la tarde que poco a poco va muriendo: "Ella nos ayudó a crecer. Hemos trabajado juntos; nos criticó, nos enseñó a aceptar la crítica, a morder el polvo y a levantarnos. Nos insistió en que el desamparo es la mejor compañía. La soledad nos hacía pensar, y ella nos dejó solos, sin abandonarnos. Fue difícil, la vida había sido difícil con ella, creyó que la facilidad no hacía bien a nadie. Dijo que había que trabajar, que nunca se tenía que aceptar el destino, había que forjarlo.    

"Nos alumbró desde su pequeña galería llena de gatos. Sabíamos que ella estaba allí, ella aún resistía en un país donde todo se oscurecía. El foco de la galería de doña Josefina nos ayudaba en medio de esa historia larga de la dictadura. Quizás podamos imaginar otra historia para este país en el siglo que se inicia. Ella la comenzó a construir con su sabiduría". 


(*) Fragmento de la biografía de Josefina Plá escrita por Armando Almada-Roche, editada por Editorial Atlas.

 

 

Fuente:  www.abc.com.py

Suplemento Cultural de ABC Color

Domingo, 06 de Noviembre de 2011

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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