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JESÚS RUIZ NESTOSA

  LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXVII) - «Ahí vestimos de lienzo muy blanco» - Domingo, 22 de Octubre de 2017


LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXVII) - «Ahí vestimos de lienzo muy blanco»  - Domingo, 22 de Octubre de 2017

LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXVII)

«Ahí vestimos de lienzo muy blanco»

 

Por JESÚS RUIZ NESTOSA

 

 

jesus.ruiznestosa@gmail.com

En 1750, España y Portugal firmaron el Tratado de Madrid, por el cual un vasto territorio, en el que se encontraban siete pueblos misioneros, sería entregado a Portugal, y sus habitantes tendrían que abandonar sus moradas. Se rebelaron entonces los pueblos guaraníes contra el ejército luso-español en una guerra que escribiría con sangre el último capítulo de la historia de las misiones jesuíticas en Paraguay.

En el interrogatorio al que los portugueses sometieron al indígena Crisanto, que había caído prisionero junto con otros cincuenta y dos hombres después de un ataque a un fuerte portugués y mediante un ruin engaño, queda bastante claro que el interés de este ejército enviado por Lisboa no era tanto el trazar los nuevos límites entre los territorios de España y Portugal como dar con minas de oro y plata. A través de los espías que habían transitado por la América meridional desde mucho antes de la firma del tratado de 1750 entre ambas coronas, los jefes de estas milicias estaban bien enterados de las riquezas que había en las iglesias de las Reducciones y trataban de averiguar de dónde provenían.

El relato figura en los documentos como un texto escrito en guaraní «por un indio luisista [del pueblo de San Luis] que fue uno de esos 53 [apresados por los portugueses bajo engaño], llamado Crisanto, de edad como de 40 años, indio capaz y mayordomo del pueblo, tradújola un misionero de la lengua guaraní en castellano, año 1755» (1).

Después de soportar con entereza por momentos las amenazas, por momentos las coacciones de los portugueses, Crisanto era claro y firme en las respuestas que daba: «Que vosotros penséis que en nuestros pueblos nos vestimos así pobremente, no por cierto, ahí andamos vestidos de lienzo muy blanco, cuando más allá los pases usan su misericordia y benignidad con nosotros en todo, dándonos que vestir a todos hombres y mujeres, chicos y grandes; de más de esto, nosotros todos que estamos aquí somos casados allá, tenemos nuestros hijos y hijas, tenemos nuestras buenas sementeras y en ellas nuestra buena comida, de nuestras mujeres sólo con la muerte nos hemos de apartar, y así no conviene, de ninguna manera, que aquí nos detengamos más tiempo» (2).

El indígena da muestras de principios más sólidos y aceptados que los portugueses que le interrogan. Teniendo a la vista estas respuestas, es fácil suponer la humillación que debió haber sentido al escuchar que aquellos militares que les tenían cautivos se referían de manera soez a las relaciones que les atribuían a los misioneros con sus mujeres y sus hijas, tal como lo hicieron en el trascurso del segundo interrogatorio.

Más adelante, Crisanto agregó: «Todos hemos de venir a juntarnos un día delante de Dios que nos ha de pedir cuenta, allá Dios nos ha de tratar conforme lo merecimos, otros saldrán castigados y otros premiados. Demás nosotros no somos presos en buena guerra, a nosotros nos han apresado con engaño y paz fingida; así señor general te pedimos todos que nos des lugar y forma que volvamos a nuestros pueblos, esto es lo que pedimos y decimos. Dicho esto callé» (3).

Esta es la primera vez que el indígena menciona ante los jefes del ejército portugués de Río Grande las circunstancias de su captura. Habían sido atraídos con promesas de hacer la paz y de no volver a combatirse los unos a los otros. Les habían dado de comer y beber en exceso, detalle que resultó decisivo porque los indígenas no estaban acostumbrados a consumir bebidas alcohólicas, y cuando perdieron el conocimiento fueron desarmados y amarrados por el cuello los unos con los otros, tal como se acostumbraba hacer con los esclavos.

«Dicho esto callé –narra el indígena– y el general me dijo: “Indio, tienes razón. Y dices la verdad, también yo he de parecer un día delante de Dios severo juez de todos, y así os concedo lo que pedís y os doy licencia que volváis a vuestros pueblos, y por haber padecido tanto y sufrido, os daré de vestir; diciendo esto nos hizo quitar los grillos y después di a cada uno un poncho de lana, jubón y calzones de bayeta, camisa y sombrero. Después no sacó del río Grande y nos trajo en barco entre su gente libres, y nos llevó hasta el fuerte del río Joby o Pardo. Ahí nos dejó totalmente, diciéndonos que caminásemos a nuestros pueblos adelante y dijésemos a nuestros paisanos que ya venían los portugueses para quitar las cabezas a los padres. Esto sucedió todo el año de 1754» (4).

Aquí concluye el relato del indígena Crisanto cuyo original «en lengua guaraní está en el pueblo de San Luis [el autor del relato era originario de este pueblo] adonde lo remití. San Carlos y febrero 19, de 1755» y abajo viene la firma de su traductor, el padre jesuita Bernardo Neusdorffer, de su puño y letra (5).

Los indígenas consideraron a los portugueses, a lo largo de su historia, sus enemigos irreconciliables por haber sufrido durante casi dos siglos su persecución inmisericorde. Tenían muy presentes aquellas correrías en las que decenas de hombres con enormes banderas y tambores ensordecedores (bandeirantes) irrumpían de sorpresa en sus poblados y los cazaban como si fueran animales salvajes para llevarlos a San Pablo y venderlos allí como esclavos.

Este episodio tuvo un final relativamente feliz pero no debe hacer olvidar el trato que daban a los indígenas y a sus prisioneros, la forma en que eran maniatados, los sitios en los que guardaban prisión, la poca atención que le prestaban, el mal trato continuado. Y para mayor gravedad, trataban de ponerse de acuerdo sobre la forma en que podían deshacerse de ellos. Una era meterlos en sacos de cuero, cerrarlos y arrojarlos al mar, una técnica muy parecida a la utilizada a fines del siglo XX por las dictaduras militares latinoamericanas. Pero todo esto resultaba extraño en los centros de poder en Europa, Lisboa y Madrid, donde se decidía el destino de estos hombres.

Notas 

1. Legajo 120, 56, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibdm.

3. Ibdm.

4. Ibdm.

5. Ibdm.

 

 

Recolección de miel en una reducción jesuítica del siglo XVIII.   Óleo de Florián Paucke (Winzig, Polonia, 24 de Septiembre de 1719.

Monasterio de Zwett, Neuhaus, 13 de abril de 1780)

 

 

 

Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color - Página 4

Domingo, 22 de Octubre de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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