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JESÚS RUIZ NESTOSA

  LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXVI) - «Denos licencia para volver a nuestros pueblos» - Domingo, 15 de Octubre de 2017


LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXVI) - «Denos licencia para volver a nuestros pueblos»  - Domingo, 15 de Octubre de 2017

LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (XXVI)

«Denos licencia para volver a nuestros pueblos»

 

Por JESÚS RUIZ NESTOSA

 

 

jesus.ruiznestosa@gmail.com

Las consecuencias en el Nuevo Mundo de la firma en Madrid, en 1750, del tratado de límites entre las coronas de España y Portugal desataron una guerra que escribiría con sangre el último capítulo de la historia de las misiones jesuíticas en Paraguay.

El testimonio que da el indígena Crisanto, hecho prisionero por los portugueses, revela de manera significativa el verdadero espíritu de un ejército que había sido enviado desde Portugal para trazar los nuevos límites con las posesiones españolas en la América meridional pero que mostraba un marcado interés por la existencia de oro y plata en aquellas tierras. Confundidos tal vez por las ricas minas de estos metales existentes en lo que hoy son Perú y Bolivia, no ocultaban su desencanto al no poder encontrarlo en cantidades ni grandes ni pequeñas.

Interrogado por un general portugués, Crisanto respondió a todo cuanto se le preguntaba con una sinceridad casi ingenua, lo que vuelve más valioso su testimonio en cuanto a su veracidad. Este testimonio, tal como consta en el documento correspondiente, fue escrito «por un indio luisista [del pueblo de San Luis] que fue uno de esos 53 [apresados por los portugueses bajo engaño], llamado Crisanto, de edad como de 40 años, indio capaz y mayordomo del pueblo, tradújola un misionero de la lengua guaraní en castellano, año 1755» (1).

«Estando en la cárcel –cuenta Crisanto–, me vino a ver un español castellano; tengo para mí que Dios éste me aseguró que me hablarme lo envió para consolarme, éste me dijo que me hablaría la verdad en lo que me quería decir de los portugueses: me dijo, estos portugueses son semejantes en todo al mismo demonio, ellos entre sí son nefandos, ellos se esfuerzan mucho para irse a vuestras tierras, porque se dice que hay plata y oro; y para saciar allá su frutal apetito con las mozas, muchachas y vuestras mujeres, estos son los únicos motivos suyos, ellos se convencieron entre sí que mañana os han de engañar y especialmente a ti, te quieren mostrar todo lo que puede haber por acá de bueno, ropa, armas de fuego, alfanjes, ofreciéndotelo, para engañarse y para perderte en cuerpo y alma. Por esto dígote que mires por ti y por tu bien, no te dejes engañar, no te espantes por más que te amenacen, no te pongas pálido, mañana se sentarán todos ahí. Eclesiásticos como seglares, y todos sentados te preguntarán otra vez de todo lo que se les ofreciese para turbarte y atropellarte y a sus compañeros, tente fuerte y no te dejes engañar, así me habló este castellano; y así realmente lo hicieron» (2).

El escrito del indígena Crisanto, redactado en guaraní y traducido por el sacerdote jesuita Bernardo Neusdorffer, no da más datos sobre este «castellano» que lo alertó de lo que le esperaba y que se cumplió días más tarde.

«Otro día por la mañana –prosigue– luego se juntaron todos los padres y capitanes, y sentados delante, me dijeron: Ya has visto el pueblo de los portugueses de este río Grande [actual estado de Río Grande do Sul, Brasil], y su hermosura, y has visto a los mismos portugueses en sus personas bien vestidos y bien tratados, y todo lo que tienen de bravos, buena comida y abundante y bebida de vino, su artillería mucha y buena, y has visto también qué bravos que son contra sus enemigos, que se aman mucho unos a otros y que tienen padres, que todos así los padres como portugueses te han tenido lástima y te favorecieron, ahora dí tú cómo corresponderás a estos favores que te han hecho y a estos tus paisanos. Ya sabéis que los padres con que estáis no os aman, no os quieren, os maltratan con azotes, os castigan y no os dan nada, y por esto nosotros los tenemos por hombres de mala cabeza y de mal corazón para con vosotros, pero esto vamos de una vez a vuestros pueblos a sacarlos; para entrar allá, vosotros habéis de ser nuestros guías, nos habéis de llevar y vosotros habéis de ser solados, y habéis de pelear los primeros con vuestros paisanos, como portugueses y españoles o habéis de vestir de suerte que los mismos paisanos vuestros no os han de conocer más» (3).

El paso siguiente es tentarlo con la riqueza y la apariencia. Desconocedores de los mecanismos de pensamiento de los indígenas, juzgándolos desde la óptica de un país europeo regido por escalas de valores diferentes a los que rigen en este nuevo continente, el general portugués le dice: «Vístete pues ahora de una vez de esta casaca, ahí tienes tu boca de fuego, y su alfanje, póntelo pues y seas uno de los nuestros» (4).

Atento a lo que le había aconsejado el desconocido «castellano», Crisanto no hizo ningún gesto de aceptación ni de rechazo, por lo que los interrogadores echaron mano a otro recurso: «Yo a todo esto estuve callado sin moverme, y como vieron que no hacía nada de lo que me habían dicho, hicieron venir a nuestra presencia un indio borjista [del pueblo de San Borja] fugitivo de su pueblo ya de mucho tiempo que estaba entre ellos vestido como ellos y con su boca de fuego y espada y me dijeron: veis aquí un indio como tú, este ya es capitán, ¿no ves como está bien tratado y contento entre nosotros? Después este mismo borjista, que llaman capitán, me dijo: ea compañero, haz lo que te dicen estos hidalgos, ya ves como me honraron, por haberles yo obedecido, ves cómo me estiman y visten, bien sabes que en nuestros pueblos no tenemos esto, y que los padres nos tratan de otro modo, determínate de una vez, o haz lo que te dicen estos y yo. Después que acabaron de hablar ellos y él de este modo, yo volviendo la cara al general le dije: ya he oído todo esto señor general, y con licencia tuya diré lo que me parece, ya ha visto el río Grande, y pero desde que me trajeron acá, no he oído misa, ni rezado ni una vez el rosario, ni sé si se reza, mucho menos he visto, que se confiesen o comulguen en días de fiesta. Esto tengo yo deseo de ver, y no otras cosas, yo soy congregante de San Miguel y de la Virgen, allá tenemos costumbre de confesar y comulgar cada mes, de esto tengo yo deseo, ya son tantas semanas que estoy parece que ya ni conozco ni fiestas ni domingos que hemos de guardar todos, por esto señor general denos licencia de irnos otra vez a nuestros pueblos» (5).

Notas 

1. Legajo 120, 56, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

2. Ibdm.

3. Ibdm.

4. Ibdm.

5. Ibdm.

 

 

Fuente: Suplemento Cultural de ABC Color - Página 2

Domingo, 15 de Octubre de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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