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HUGO RODRÍGUEZ ALCALÁ (+)

  EL PORTÓN INVISIBLE, 1983 - Poemario de HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ


EL PORTÓN INVISIBLE, 1983 - Poemario de HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ
EL PORTÓN INVISIBLE
 

 
 
Colección Poesía, Nº 16
 
Edición al cuidado de C.V.M. y M.A.F.
 
Diseño gráfico: Miguel Ángel Fernández
 
Viñeta: Carlos Colombino
 
Edición de 750 ejemplares
 
Inscripción solicitada a la Agencia Española del ISBN
 
Hecho el depósito que establece la Ley 94
 
Se acabó de imprimir el 30 de Agosto de 1983
 
en los talleres gráficos de Editora Litocolor
 
Asunción, Paraguay. (116 páginas)
 
Edición digital: Alicante,
 
 
Año 2001
.
 
 
UNA CARTA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ
 
 
Señor don Hugo Rodríguez Alcalá
 
Asunción, Paraguay
 
Querido poeta amigo:
 
he recibido su bondadosa carta, con los dos poemas suyos y las dos traducciones de Helen y Donald Fogelquist, mis amigos inolvidables de Miami y Annapolis.
 
Sí, usted es un poeta, y si a usted le satisface que un viejo aspirante a poeta, enamorado de la belleza se lo diga, se lo digo. Tiene usted el latido y el acento y se mueve en la atmósfera de los auténticos poetas, que en una forma o en otra, y sin preocupación de lo que trae la moda de los tiempos ni el aplauso atolondrado, evaden sus poemas. Sus poemas son de los que alzan versos, como una fuente un chorro antes de llegar a ella, antes de entrar en ellos. Y esa calidad inmanente suya tendrá que tocar cuanto usted haga; y usted la ha puesto ahora al servicio poético de dos jóvenes y buenos poetas norteamericanos, mujer y marido, traduciéndolos al español.
 
Helen y Donald Fogelquist fueron y son para mí amigos excepcionales de vida y poesía. No recuerdo de ninguno de los dos nada personal que no haya sido perfecto en su instante, para mí. Y yo tuve el placer de traducir también, como usted hoy, verso y prosa de los dos. De lo de Helen publiqué en revistas hispanoamericanas un cuento y varios poemas que merecieron algunas cartas de aprobación. Algún día yo daré también un librito de estas traducciones que escribí y que sigo escribiendo. ¿No quiere esto decir cuánto me gusta lo que los dos escriben? Y quiere decir además que Helen y Donald Fogelquist permanecen en el ámbito de mis afinidades electivas por lo escrito y lo no escrito.
 
En su carta me hablaba usted también de Mary y Williant Roberts, que son también excelentes amigos míos y poetas agudos y exquisitos; y de los que he traducido también algunos versos. Es una suerte para usted y para todos ellos haberse encontrado en esa Asunción del Paraguay, donde tengo escondido otro amigo leal, un español que conocí en mi primera juventud y que todos ustedes conocen: Viriato Díaz Pérez, el heroico.
 
No sabe usted lo que le agradezco que quiera publicar unas líneas mías al frente de ese conjunto de traducciones. Para mí es un honor, y me da usted, con ese honor una alegría muy grande. Participar de algún modo en esa reunión poética paraguaya, me encanta. Si a usted le agrada esta carta quede unida a su libro.
Más gracias a los tres. Y mi enhorabuena para usted, amigo mío.

J. R. J.

Washington, 1 mayo, 46
 
 
 
 
 

Lassai di me la miglior parte a dietro...
 
Francesco Petrarca

 


- I -
 
EL PORTÓN INVISIBLE
.
Sobre todo, en arte se vive sólo
de las visiones infantiles, del
botín que cobraron los ojos nuevos.
Alguna vez he dicho que la poesía
es niñez fermentada.
Ortega y Gasset

 


EL PUEBLO

A Regina Igel

 
Lo sueño, lo entresueño, lo persigo.
Para su acceso no hay más que el recuerdo.

Faltan los ojos puros, la inocencia.
Faltan los pies pequeños.

La calle larga, de calzada roja,
de la casa dormida en el silencio,

está en aquel lugar, acaso idéntica,
bajo idéntico cielo.

La que entreveo no es la misma calle
y se esfumina y se me pierde, lejos.

La casa del zaguán siempre cerrado
y oscuro de misterio;

la casa de la parra prodigiosa
de racimos que asedian los insectos

no existe ya. Lo sé. Ya es otra casa.
Ha cambiado de dueños:

La habitan hoy ancianas como brujas
horribles de vejez y de ojos ciegos.

Acaso el pueblo es pura fantasía.
O un pueblo en que conozco a los espectros,

pero en el que los vivos son extraños
que nunca conocieron a mis muertos.

Pero lo sueño siempre, lo persigo,
y si jamás lo encuentro y recupero

para mirarlo, allí, palpable y vivo
como se ven, palpables, otros pueblos,

es porque es invisible, por llevarlo
adentro, adentro, demasiado adentro.

3 de abril de 1974



PATIO

A Victoria Pueyrredón

¡Patio de aromas fuertes,
terco en mi pensamiento,
con estival murmullo
de siestas de febrero!

Si de un vivir mentido
voy a un vivir auténtico,
te recupero intacto
con tu color y aliento.

Muchos viajes, muchos
tumultos de otros pueblos,
y, sobre todo, muchos
derrumbes en el tiempo,

me hacen soñar dormido,
me hacen soñar despierto,
en tu lejano y verde
y mágico silencio.

A ti regreso, patio,
cuando en la vida, pierdo.
La sombra de tu parra
me hace sentir más bueno.

En ti me purifico,
me curo y recupero.
No importa que hoy no existas
más que en mis hondos sueños.

En ellos no estoy solo.
Hay alguien que es tu dueño.
Si este alguien nunca muere,
patio, serás eterno.

Marzo, 1977



EL DUEÑO DE LA PERRA

(A Don Manuel, el verdadero dueño)


Si pudieras volver, si regresaras
con tu inclinado busto, con tu noble

mirada y tu manera silenciosa
de andar, y, ya despierto, vuelto al mundo

y al aire de la vida, ansiosamente
quisieras ver tu casa, tu familia,

la parra de tu patio, los amigos
de la ciudad que vio crecer tus hijos...

Y entonces comprendieras que en tres décadas
transcurrieron tres siglos: que tu casa

pasó a manos ajenas; que tu esposa
yace en otra ciudad bajo la tierra;

que tu hijo mayor es un anciano
desmemoriado y débil, más anciano

que tú cuando gozabas contemplando
su avance victorioso por la vida;

que tu parra famosa, que a tus patios
daba una larga sombra de cien metros,

sombra con su opulencia de racimos
reventones de miel cada verano;

que tu parra, tu orgullo, es un recuerdo
que sólo hoy vive en tu cabeza muerta;

que tus amigos -todos- los que antaño
en la esquina rosada de tu casa

se reunían sin falta a hablar del tiempo,
de las buenas cosechas y las malas;

que tus amigos, todos, bajo tierra,
en cenizosos ataúdes yacen:

Entonces, yo a tu lado acudiría,
te pondría una mano sobre el hombro,

y te diría solamente: -Vamos.
Tú y yo tenemos juntos un secreto:

todo ese mundo tuyo que hoy no existe.
Al no reconocerme porque tengo

marchito el rostro y los cabellos grises,
con voz muy baja te preguntaría:

-¿No recuerdas que tú me diste un día
toda tu parra y todos sus racimos?

Ella, en mis sueños, sigue siendo mía...

12 de abril, 1972



VIDA Y MUERTE

A Hogla Barceló

¡Oh niñez con olor
a sellos de correo,
gomas de bicicleta
y siestas de febrero!

¡El corredor, el patio
en que jugaba y... juego;
el balcón y la acera
con vivos que están muertos!

¡Cómo el vivir es ir
muriendo con los deudos
que al inmovilizarse
siguen aún viviendo
en noches irreales,
la vida de los sueños!

8 de junio, 1977



PUERTA DEL PARAÍSO

A Jean-Pierre Barricelli


El patio de ladrillo
y tierra apisonada,
tenía un gran portón
que hacía el Poniente daba.

Entrar en ese patio
por el portón, causaba
una felicidad
nunca recuperada.

El loro allí era el centro
de una alegría mágica:
¡frescura de los pámpanos,
racimos de uvas blancas!
Aquel era el Vergel
secreto entre las tapias

Pasión tenía el pájaro
por su amo y por la parra.
El amo le traía
con mimos la pitanza.

Su nombre era Don Pedro,
señor de buena fama,
honrado y humorista
y de mujer muy flaca.

Nunca hubo en todo el pueblo
nariz tan colorada
ni boca tan sonriente
como las de su cara.

Don Pedro era festivo.
El loro lo miraba
con sus redondos ojos
tendiéndole la pata.

Mas se murió Don Pedro
de viejo, y en su cama.
Y se murió su enteca
mujer, como uva pasa.

Vinieron gentes feas.
La casa, rematada,
con el aro de fierro
colgado de la parra

y el loro en él posado,
pasó a manos extrañas.
El loro, viendo aquello
no quiso saber nada

y se murió de viejo
o se murió de rabia.
Sin loro y sin Don Pedro
triste quedó la parra.

Secose al poco tiempo
de vieja o de nostalgia.
Tapiaron el portón
del patio de la casa:

¡Puerta del Paraíso,
quedaste condenada!

19 de abril, 1972



EL PORTÓN INVISIBLE

...Ed io non so chi va e chi resta...

E. Montale


En la fotografía busco el alto portón,
aquel portón del viejo patio

para ver si es que puedo introducirme
en secreto, y quedarme allí, temblando,

en espera de cosas abolidas.
Mas la fotografía sólo muestra

el muro de ladrillo, a mano izquierda,
y a la mano derecha, esas casonas

que hoy como ayer están allí, en silencio,
proyectando sus sombras en la acera.

Un muchacho moreno, muy delgado,
con ágil paso avanza junto al muro.

Ese muchacho es hoy un blanco abuelo
que habrá olvidado acaso aquella siesta
.
en la calle desierta, bajo un cielo
ardoroso de enero o de febrero.

-Muchacho: date vuelta; retrocede;
ve si puedes llegar hasta el portón

y abrirlo para mí. Tuya es la hora
de esa remota siesta. Deja abierto

el antiguo portón ahora invisible.
Yo habré de entrar para quedarme a solas

en el patio, mirando a todos lados,
andando de puntillas hacia el fondo...

Tú seguirás andando mientras tanto
por la calle soleada y silenciosa.

Yo, sin hacer ruido, al poco rato,
saldré a la calle que ahora es toda tuya

y cerraré con llave, para siempre,
el portón de tu infancia y de mi infancia.

17 de junio, 1972




EN LA ESCALINATA

Las doce gradas de la escalinata
inundadas de sol a media siesta.

Tres niñas -dos hermanas y una prima
muy pequeña- sentadas, sonriendo.

en la segunda grada reluciente.
Las tres están descalzas. Una de ellas

-la mayorcita- empuña una sombrilla
que, abierta y encendida en luz muy nítida,

sin darle sombra ni ocultarle el rostro,
es como una aureola a sus espaldas.

Su cabello abundante resplandece.

La otra niña, mostrando ambas rodillas,
muy quemada del sol de aquel verano,

sabe que ya la máquina funciona,
que en este instante la fotografían,

y está como azorada y expectante.
Centro del grupo, el mimo, las caricias,

la pequeñita esquiva la mirada,

En las barandas las enredaderas
con manojos de flores que echan lumbre,

están perpetuamente embelleciendo
el instante estival eternizado.

¡Ah, la figura más feliz del grupo
la niña cuya fúlgida sombrilla

dibuja una aureola a sus espaldas,
quedó sonriendo, niña para siempre,

candor en que se suma la delicia
de un verano florido y melodioso!

Pero ella es hoy, en un lugar oscuro,
breve esqueleto que tendrá, aún intactos,

sus cabellos sedosos, sus cabellos
que ya no crecen más ni al sol relumbran.

4, abril 1981




- II -


RUMOR DEL PARAÍSO


Toda poesía, si es verdaderamente
poesía, aunque esté compuesta por
palabras vulgarísimas y usadísimas,
sólo la entienden de verdad unos
pocos.
Papini


EL ESCENARIO

Io sono forse un fanciullo...

S. Quasimodo


El patio ardiendo, hermoso, al sol de enero,
con ese ardor luciente del verano

que lustra los sarmientos de la parra
y a las uvas convierte en yemas rojas.

Yo estaba, estoy, y habré de estar jugando
en ese patio cálido en que crecen

higueras y rosales paralelos
a los límites verdes de la parra.

Bajo anchos, frescos, largos corredores,
hay gentes que me observan y sonríen;

hay un patriarca anciano de ojos claros
cuya esposa, cuya hija y cuyos criados,

ven mi felicidad como un milagro
de inocencia, a la sombra de la parra.

En ese caserón ha mucho tiempo
que son los niños, hombres y mujeres.

Ahora soy yo la infancia que regresa
golosa de las uvas y los higos,

para alegrar el patio silencioso,
como otros niños, antes, lo alegraron.

Soy la felicidad, y lo comprendo;
soy el actor que representa un drama

que se llama la Infancia, y sé que juego
no sólo para mí mis dulces juegos:

desde los corredores me contemplan
y espero de ellos vítores y aplausos.

Un escenario es el patio ardiente
y yo un héroe de seis o siete años,

con gorro de papel, fusil de palo,
vencedor de batallas ilusorias.

Por eso en ese patio, eternamente,
estaba, estoy, y habré de estar jugando.

2 de diciembre de 1973



LAPACHO AL PIE DEL CERRO

Sueño, a menudo, con aquel lapacho,
-gran ciudad de los pájaros del cerro-

que, frente a nuestra casa, vigilaba
el tranquilo vivir de nuestro pueblo.

Como garras potentes sus raíces
hundíanse en la tierra, en cuyo seno,

de entre duros peñascos sepultados
sorbían el licor de su alimento.

Era un árbol tan alto, tan frondoso,
que aun los mayores pájaros, de lejos,
.
se imaginaban la mitad de un bosque
que pretendía levantarse al cielo.

Los abanicos de sus ramas fúlgidas,
-en primavera, rosa y terciopelo-,

al soplo de la brisa se mecían
con rumor de gran río soñoliento.

De esto hace muchos años. Yo solía
salir por el portón cercano al cerro,

la escopetita al hombro, a media siesta,
y contemplaba el verde monumento

del que caían a la sombra lila,
flores de un rosa pálido, en silencio,

hacia una muerte tan suave y plácida
que su caída terminaba en beso.

1972



PUEBLO BAJO LA LLUVIA

Cuando llovía el pueblo se envolvía
en un tul
............... rutilante, y se dormía.

Tendido junto al lago,
............................................ eran milagros
sus sueños.

................. Los senderos colorados
se volvían arroyos.

.................................... Los pétalos,
en potros de cristal encabalgados
iban brincando hasta caer al lago.

Y el pueblo en sueños, cuando el sol brillaba
levantando arco iris en el viento,

recordaba el milagro de la Virgen
con el Niño sediento, al sol de fuego.

Cuando llovía, el pueblo se dormía

y soñando milagros, sonreía...



LA CASA

A José María Rivarola Matto

¡Cuántas veces me llevan
los sueños, persiguiendo
por esa casa, atisbos
de cosas de otro tiempo!

Subo escaleras; abro
pesadas puertas; veo
cuadros y antiguos muebles
de luto, polvorientos.

Voy a un balcón. Me asomo
y desde allí contemplo
el paisaje del río
llovido de luceros.

Abajo es la tertulia.
Frente al zaguán inmenso,
la madre y las tres hijas
en sillones de cuero.
Escucho. De sus voces
apenas llegan ecos.

Yo soy en esa casa
un familiar espectro.

Cuando, en las galerías
si alguna vez me encuentro
con la blanca señora
y sus hijas, y quiero
escapar, ellas (todas
muy blancas y de negro)
sin hablar me sonríen.

Y, en el aire del sueño
yo también les sonrío
y me voy disolviendo...



LA VOZ ESQUIVA

¡Esto de nunca poder
hablar con voz verdadera,
o porque ella se resista
o porque acaso esté muerta!

Tengo yo, no obstante, un pueblo
bañado en luces de siesta,
con casas y patios mudos
y con misteriosas huertas.

Y ese pueblo me lastima
el pecho con su belleza,
no queriendo ser un mito
que con mi vida se muera.

En una esquina, un portal
se yergue en florida piedra,
por la que muere de amor
una inmortal madreselva.

El portal se enciende en ansia
de una voz antigua y nueva,
que aspira a decir milagros
y sólo en ansias se queda.

¡Esto de nunca poder
hablar con voz verdadera
porque no existen palabras
o porque han nacido muertas!

1965



FUTURO

Y volveré a mi tierra
la vida casi terminada.

Amor, éxito, gloria,
ya no tendrán sentido.

Vivir será mirar los pocos años
pasar, y prepararse...

Habrá cielos azules, primaveras,
habrá días hermosos,
esos días
para niños y viejos.
Y al fin vendrá la Inevitable.
Entonces
nada habrá, nada habrá, sino silencio.

16 de febrero, 1980




III
EL CANTO DEL AJIBE



LA PARRA

Grappe et pampre, la branche...

Van Lerberghe

I
Iba de calle a calle la casona
y su parra cubría los dos patios.

¡No pediría hoy más que su techumbre
de pámpanos; el brillo de sus uvas

que asedian las abejas; la luz mágica
del sol, tenaz, buscando entre las hojas

la núbil golosina que en noviembre
madura poco a poco en miel caliente!

Al final de la parra está el aljibe
y, dentro de él, un círculo celeste

copia el vuelo fugaz de las palomas.
¡Ir del aljibe al corredor lejano:

arriba, los sarmientos y racimos;
a ambos lados, higueras y rosales,

y, en el aire, el silencio y la canícula,
el duende de las siestas, la cigarra!

Si no está el Paraíso en el futuro,
en el pasado está, perdido a medias:

mi infancia vivirá mientras yo viva
y habrá sobre ella una encendida parra:
lejano cielo verde sobre el mundo.

XII, 1968



II

La otra noche soñé con ella: estaba
silenciosa la casa como siempre.

Yo miré sus tejados desde arriba
porque el sueño era un sueño y yo era pájaro.

Casi negras las tejas, y musgoso
el antepecho del aljibe blanco.

La parra no existía: unos sarmientos
oscuros se morían de tristeza

sobre el gran esqueleto ennegrecido
que era antaño telar de su verdura.

Descendí hasta el brocal, miré hacia adentro:
sólo hallé oscuridad y telarañas.

Lancé un grito esperando antiguos ecos,
pero siguió el aljibe ciego y mudo.

Volví a mi hoy, y entonces como antaño,
lejanamente vi la parra verde,

sus maduros racimos y su sombra.
Y deseché los sueños, no el recuerdo.

III, 1969



HIGUERA Y PARRA

La higuera abrillantada, con hormigas
ciegas de sol y hambrientas, por sus ramas.

En la tierra bermeja, reventones,
higos maduros casi negros, yacen.

Yo miro hacia la parra y mi codicia
vacila entre racimos que no alcanza

y las frutas yacentes en la tierra.
Un grito en la distancia con mi nombre,

dentro
............ como en la luz del sol
................................................. el disco
es centro de una voz de inmensas llamas:

Me llaman desde un corredor muy blanco
todo aureolado del resol de enero.

Yo abandono la higuera a las hormigas
y llevo un higo verde hacia aquel grito.

1970



PROYECTO DE POEMA

Un poème c'est bien peu

de chose...

R. Queneau

Tenía:
........... mi madre en la casona vieja,
entre las cuatro y cinco de la tarde,

Que se la pueda ver a sus ochenta
y tantos años, pulcra y sosegada,
leyendo en su sillón del corredor.

Que el corredor se haga imaginable:
largo, con sus baldosas coloradas
y las que han sido más o menos blancas.
.
Que, como fondo, el patio sea intuible
con las palmas, la parra, el jazminero,
el aljibe en el centro.

No abusar de detalles:
lo esencial es la dueña de la casa
leyendo en su sillón.
.................................... Rostro moreno,
hermoso todavía,
capaz
de la alegría más vivaz
como de la tristeza
más discreta.
El cabello rizado, todo blanco.
El aire de la patria, dulce y ácido,
ha de sentirse en torno a su figura.

Y no olvidar:
.......................... que a pocos pasos de ella
brinquen y píen cuatro o cinco audaces
gorriones, reclamando
las migajas rituales de la tarde.

Si pudieras pintar ese retrato
con las palabras justas,
estarías allí, en la vieja casa,
vencedor de tu exilio y, para siempre,
con tu tiempo mejor recuperado.

Mayo-junio, 1970



EL CANTO DEL ALJIBE

A Graciela Flores

Follajes de una parra, un jazminero,
un mango viejo, son su verde toldo.

El toldo de este patio da vislumbres
del gran toldo del mundo, añil al fondo.

Duras raíces de árboles añosos
hacen saltar baldosas o las quiebran.

No importa. El piso irregular adquiere
una belleza húmeda y antigua

desnivelado como está por fuerzas
tropicales pujando por más vida.

Es de mañana. Vibra el aire fresco
con rumores de siempre, cotidianos:

la lechera que viene con sus tarros;
el mozo panadero

hablando con la criada; los gorriones
que pían en la parra o sobre el piso

pidiendo sus migajas; el silbato
del tren que sale o llega desde lejos;

el paso de un tranvía; los pregones,
de un vendedor, descalzo, de periódicos.

Pero no hay un rumor, un son, un himno,
un canto tan beatífico y doméstico

como el que llega del aljibe.
................................................ El balde
asido a la cadena, va por agua.

Despierta la roldana: cada golpe
de gastado eslabón le arranca ecos

de medio siglo de horas matinales.
Dentro, el oscuro ámbito se llena

de chispas; la roldana, que ha parado,
da marcha atrás.
............................. Y, tensa la cadena,
sube al brocal el agua amanecida.

Mayo, 1970.

 
 

RELOJ DE PLATA

 

                                                                                                              A José Pascual Buxó

 
 

En lo incierto del sueño de repente,

   
 

brilla el reloj de plata sobre el mármol.

   

 

   

Cuarenta años hace que no existe,

   

que se ha perdido este reloj de plata.

   


   

Y, sin embargo, ahora, allí, reluce

5

 

como medía el tiempo viejo.

   


   

Fue este el primer reloj que regalaron

   

al hermano mayor, entonces mozo.

   


   

También ahora a él lo veo, joven,

   

tersa la tez, negrísimo el cabello,

   


   

relucientes los ojos, y la boca

   

abierta en ancha risa veintenaria.

   


   

Con un rumor de insecto sobre el mármol

   

fulge el reloj de plata. El mundo es nuevo:

   


   

ha renacido mi niñez intacta

   

en el cristal de la pequeña esfera.

   


   

Señor, ¿hay otra vida

   

para el hombre mortal tras de su muerte,

   


   

o es la vida vivida la que dura

   

en trasmundo distante, incorruptible,

   


   

y nuestra muerte es el principio de una

   

recordación eterna de la vida?

   

Junio, 1971

   


     


     


PRIMER RECUERDO

 

(1919)

 

Primero fue la lluvia.

   

Fue la ilusión primera.

   

Vi una puerta entreabierta

   

que daba a un patio.

   

                                 Vi sobre baldosas

   

crearse y deshacerse

   

copas brillantes, sin ruido.

   


   

Vi las mojadas plantas,

   

vi el paredón mojado,

   

vi el viento impetuoso

   

que aplastaba

   

las copas instantáneas sobre el piso.

   


   

Vi contra el cielo oscuro

   

un tremolar de sábanas de fuego.

   


   

Vi el agua, el agua interminable

   

sobre los vahos del verano.

   


   

Vi, dentro, luz eléctrica:

   

vi unas figuras vagas

   

mirar la lluvia.

   


   

Yo, tras cristales húmedos,

   

estaba, en brazos fuertes, mudo y tibio.

   

Afuera, la frescura

   

y la cristalería renovada

   

sobre el piso.

   

                      Y viento rápido

   

que iba y volvía impetuoso...

   


   

Fue la ilusión primera.

   

Fue el del mundo.

   

1962

   


     


     


JARDÍN BOTÁNICO

 

(1921)

 

                                                                                                                              A. F. P. M.

 

Alguien sobre un caballo al trote largo

   

entre árboles veloces

   

me conduce en zigzags de sol y sombra.

   


   

En un claro del bosque oigo bullicio

   

de baile, carcajadas y violines.

   


   

Me hallo solo, de pronto, en un sendero.

   

(¿Y el caballo, por Dios, qué es del caballo?)

   


   

El bosque está en silencio. El sol declina.

   

Bajas, en el crepúsculo chirrían las cigarras.

   


   

¿Se han ido todas las muchachas altas,

   

y con ellas mi madre -joven, ágil-

   

y los hombres de blanco con los cestos,

   

los violines y el agua?

   


   

Oigo venir el tren. Veo a lo lejos

   

subir a todos.

   


   

            Corro.

   

                       Grito.

   

                                 Lloro.

   


   

Nadie me ve ni siente.

   

                                    Atruena el aire

   

el resollar del tren.

   

                              Con gran esfuerzo

   

me aúpo en el estribo enorme y duro.

   


   

Y en este instante el tren se pone en marcha.

   

1970

   


     


     


TRAJE MARINERO

 

(1922)

 

De una sala de viejas

   

señoras estiradas,

   

voy, solo, a una terraza.

   

                                      Veo un parque.

   


   

Hay un jardín. Hay una escalinata.

   

Bajo la escalinata lentamente.

5

 


   

Mi traje marinero

   

es azul muy oscuro.

   

Llevo la gorra en una mano,

   

llevo en la otra confites de la sala.

   


   

Llego al jardín. Camino sobre el césped.

   


   

Y entonces veo a las muchachas.

   


   

Tomadas de las manos

   

cantaban y cantaban.

   


   

Y de pronto me vieron

   

y cantando formaron ronda doble

   

en torno a mí, muy altas, muy hermosas.

   

Sobre todo, muy altas.

   

(Después de muchos, muchos años,

   

todavía las veo sobre el césped

   

muy altas, y cantando.

   

Y yo las miro desde abajo,

   

vestido con mi traje marinero,

   

la gorra en una mano

   

y en la otra, confites de la sala).

   



   



   


VILLARRICA

 

(1926)

 

Temprano me levanto

   

                                        Villarrica.

   

Temprano en la ciudad circunvalada

   

por el campo, invadida por el campo.

   


   

La invaden las carretas con sus frutos:

   

sus sandías lustrosas, sus melones

   

fragantes, su mandioca

   

que es tierra o casi tierra

   

por fuera, aunque por dentro es casi leche.

   


   

La invaden. Son el campo. Son el barro

   

de los rojos caminos. Son olor de capuera

   

en sus bueyes impávidos. ¡Son patria!

   


   

Los carreteros traen detenido en el poncho

   

y en la humedad insomne del rocío,

   

el cansado mirar de las estrellas

   

que ya van ocultándose.

   


   

Yo me he escapado de mi cuarto

   

y he salido en puntillas.

   

Húmedo el patio todavía.

   

Dormidos todavía los criados.

   

Y en la penumbra

   

la bicicleta, en el zaguán, dormida.

   


   

Ya por las calles no pavimentadas

   

las llantas van dejando blandas huellas

   

entrelazadas, como de serpientes.

   

Mi bicicleta va al encuentro

   

del campo, de la aurora.

   


   

Y sobre un par de ruedas rumorosas

   

descubro que en la madrugada fresca

   

el reloj de las horas más felices

   

tiene doble cuadrante.

   


   

Los pedales son alas.

   

Y yo soy libre.

   

                        ¡Vuelo!

   

1962

   



   



   


TIENDA Y ZAGUÁN

 

(1930)

 

                                                                                                          A Juan Manuel Marcos

 

Es tienda vasta y fresca,

   

que huele a yerba mate

   

y a media siesta.

   


   

Hay de todo: cartuchos de escopeta,

   

paños, telas,

   

machetes y cuchillos

   

y hasta felicidad, en las vidrieras.

   


   

Junto a la tienda hay un zaguán que apenas

   

se puede recordar sin un suspiro:

   


   

larguísimo zaguán. (Tal vez un laberinto

   

que hizo una sola de sus anchas calles

   

y se cubrió de techo negro y alto

   

para hospedar murciélagos).

   


   

Tiene piso de tierra colorada.

   

Hay tacuaras enormes sobre el piso.

   


   

-¿Tacuaras? -Sí, bambúes.

   


   

Y las tacuaras duermen noche y día

   

un infinito sueño de inocencia.

   


   

-¿Un sueño de inocencia?

   

-Sí, de inocencia. Un sueño de tacuara.

   


   

Por el zaguán no entraba nunca gente.

   

Su oscuridad y su silencio

   

se han embebido de humedad,

   

de soledad

   

y de misterio.

   


   

-¿A media siesta había allí esas cosas?

   

-Sí, y mucho más al terminar el día.

   


   

Me gustaba la tienda; me gustaban

   

sus olores, su yerba,

   

sus vidrieras.

   


   

Pero el zaguán aquel donde dormían

   

las tacuaras su sueño de inocencia,

   

era un rincón del Paraíso.

   


   

Allí quedó esperando

   

una niña de luz mi sueño de hombre.

   


   

-¿Niña de luz en el zaguán de tierra?

   

-Sí, en el zaguán de tierra colorada

   

y techo negro y alto con murciélagos...

   

Julio, 1970

   

 

     

 

     


EL HOMBRE FELIZ

 

Supongo que hoy serás otro esqueleto

   

blanco, como cualquier otro esqueleto.

   


   

Pero no hace diez años todavía

   

que eras un hombre único y dichoso.

   


   

¿Qué te hacía feliz hora tras hora,

   

día tras día? ¿Tu mujer, la pobre?

   


   

¿Tus cuñados bribones? ¿Tus sobrinos

   

políticos, aún peores

   


   

que sus padres? Vampiros unos y otros

   

te chupaban la sangre en las tinieblas

   


   

mientras dormías con el sueño blanco

   

de los justos, al lado de tu esposa.

   


   

Todos te traicionaron. No veías

   

la maldad, la falsía, la bajeza;

   


   

y, cuando falleciste,

   

tu mujer fue la víctima de quienes

   


   

prevaliéndose de ella te esquilmaran.

   

Ella murió después en la miseria,

   


   

perdida la razón, en un tugurio

   

en el que una criada compasiva

   


   

albergó a la señora de otros tiempos.

   

¿Qué te hacía feliz, allá en tu pueblo...?

   


   

-Bueno... Mi casa era una hermosa casa.

   

Tenía corredores espaciosos,

   


   

canarios amarillos en las jaulas,

   

cardenales de fuego y otros pájaros.

   


   

Bajo la parra verde un loro verde

   

parecía más verde todavía.

   


   

No todos eran malos en mi casa:

   

la criada de que hablabas era un ángel.

   


   

Entre risas y cuentos

   

me cebaba los mates de mañana

   


   

en el patio, a la sombra de la parra.

   

Y yo quería a mi mujer. Sabía

   


   

que no podría ser de otra manera.

   

Mi pueblo era tranquilo y amistoso.

   


   

Durante el día el sol, la gente, el aire,

   

el ruido de la vida me embriagaban.

   


   

Era feliz con tanta luz a cuestas

   

bajo aquel cielo siempre de verano.

   


   

¿Qué más quería? En cambio, ahora, mira...

   

Ni aire, ni luz, ni vida... ¿Entiendes?

   

¡Nada!

   

Julio, 1970

   

 

     

 

     


MIRANDO CASAS

 

(California)

 

Miro esas casas. Mírolas cada día, de siesta,

   

con sus patios de sol, de palmeras y paz.

   

Mucho hay vivido en ellas como en otras que

   

        he visto

   

en un ayer que ahora se hace un hoy fantasmal.

   


   

Mucho hay vivido con recogimiento y mansa

   

inconciencia del numen que nos roba el vivir.

   

Las miro. Aquí en la tierra veloz no tienen

   

        prisa

   

y sus puertas invitan a una vida feliz.

   


   

El automóvil pasa. Contemplo, enternecido,

   

sus patios, sus fachadas, sus tejados, y

   

        estoy

   

renaciendo a unas siestas antiguas, y

   

        avanzando

   

por patios como esos, tibios del alto sol;

   


   

por corredores donde mi niñez se dormía

   

con una plenitud cansada de alegría.

   


   

Y desde el automóvil les digo adiós, temiendo

   

que si vuelvo los ojos al asiento vecino,

   

yo, que segundos antes viajaba solo, ahora

   

tenga la compañía turbadora de un niño:

   

de un niño que no existe desde hace muchos

   

        años,

   

para el que estos recuerdos no pueden ser

   

        extraños.

   

Julio, 1967

   



   



   


ANTICIPACIÓN

 

¡Ir y ver cielos, campos, ríos, árboles,

   

calles, mañanas, tardes, noches, gentes!

   


   

¡Ir y ver y pisar la dulce tierra madre!

   


   

¡Reconocer en el tumulto

   

-cuando golpea el corazón y nubla

   

la mirada insegura

   

esa ansiedad de los reencuentros-

   


   

reconocer en el tumulto

   

entre el gentío

   

del caliente aeropuerto,

   

el rostro avejentado

   

de arrugas aún más hondas y de mirar de lágrimas;

   

o ver, por vez primera,

   

el rostro adivinado

   

de un niño de mi casta

   

que apenas habla y llora;

   


   

oír voces, preguntas,

   

bienvenidas!

   


   

¡Y hundirme, hundirme en el tumulto

   

entre brazos y rostros,

   

entre salutaciones y sollozos;

   

hundirme, reintegrado,

   

vuelto ya, al fin, al aire

   

de fuego y de naranjos de la patria!

   

XII, 1965

   



   



   


SIESTA ALDEANA

 

                                                                                                                                A Laurel Cortés

 

Soportales. Silencio. Caballos ensillados

   

frente a la casa grande de la esquina. La

   

        siesta

   

no adurmió todavía a la gente del pueblo.

   


   

Bajo los soportales se ven varias familias

   

que perezosamente conversan. Si te paras

   

a escuchar el murmullo de sus lentas

   

        tertulias

   

oirás la lengua indígena mezclada al

   

        castellano

   

que los conquistadores enseñaron al indio.

   


   

Ese sol que en la calle calcina al arenoso

   

pavimento, no puede ni acercarse a las

   

        puertas

   


   

de las viejas moradas. Los soportales urden

   

generosa defensa de frescura y de sombra

   

hasta el límite mismo de la ardiente calzada.

   


   

Un caballo relincha impaciente. Su dueño

   

sale a la calle y mira el sudor que lo cubre.

   

Entonces lo conduce bajo un árbol frondoso,

   

le quita la montura y lo deja a la sombra.

   


   

Poco a poco la gente se esconde en sus alcobas

   

y se duerme en la calma sin ecos de la aldea.

   

Ni los perros se pierden la dicha de la siesta

   

y aun los gallos se olvidan de su horario de

   

        canto.

   


   

Sólo el sol continúa despierto, calcinando

   

la calle, los tejados, los bancos de la plaza.

   

1966

   



   



   


EL ÁRBOL SIEMPRE VERDE

 

¡Hace cuarenta años su tronco es viejo y

   

        fuerte!

   

¡Hace cuarenta años su fronda es verde y

   

        joven!

   


   

Sus ramas no se cansan de ver las estaciones

   

venir una tras otra a renovar su fronda.

   

Y tanto ayer como hoy, ofrece, generoso,

   

al viento que lo mece sus infinitas flores.

   


   

Allí está igual que siempre. Nosotros, la

   

        familia,

   

a que dio la hermosura de su azulada sombra,

   

no somos la familia que antes fuimos. Algunos

   

yacen bajo la tierra donde él encuentra vida

   

y son apenas polvo, lejos de sus raíces.

   


   

Otros están ya viejos y viven encorvados

   

una vida que es sólo resoñar de recuerdos.

   


   

El árbol, fiel amigo, por los que ya se han

   

        muerto

   

y por los que perdieron la juventud y el dulce

   

verdor de la esperanza, florece cada año

   

y hoy sigue igual que antes: florido,

   

        erguido y verde.

   

1966

   

 

 
 
 
 


EL DESTERRADO

Cuando iba él por la ciudad de sus destierros
 
le perseguía un hombre con un hacha
 
al hombro.
 
.................... Le obsedían espumosos caballos
 
que navegaban en torrentes;
 
o enflaquecidos niños
 
o, su padre, escribiendo

 
No estaba nunca solo
 
pero la soledad más lóbrega y poblada
 
lo perseguía sin dejarlo nunca.

 
Amigos, sí, tenía: lejos.
 
Les escribía largas cartas
 
sin respuesta.
 
......................... Él gesticulaba
 
por la ciudad extraña
 
para espantar las sombras del asedio

 
Cuando murió, vinieron sus amigos
 
o le escribieron cartas.
 
El hombre con el hacha le hizo una cruz
 
........... enorme
 
de quebracho.
 
.......................... Y una estampida
 
de caballos cruzó un desierto oscuro.
 
Niños enflaquecidos miraron hacia arriba.
 
Y el padre del poeta lo vio venir, de abajo.

 
 
 
 
 
 

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