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JUAN NATALICIO GONZÁLEZ PAREDES (+)

  ANTOLOGÍA POÉTICA, 1984 - Poemario de JUAN NATALICIO GONZÁLEZ


ANTOLOGÍA POÉTICA, 1984 - Poemario de JUAN NATALICIO GONZÁLEZ

ANTOLOGÍA POÉTICA

Poemario de JUAN NATALICIO GONZÁLEZ

Edición de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH

Colección Poesía, 27

© de esta edición Alcándara Editora

Edición al cuidado de M.A.F.

Diseño gráfico: Miguel Ángel Fernández

Viñeta: Carlos Colombino

Edición de 750 ejemplares

Hecho el depósito que establece la Ley 94

Inscripción solicitada a la Agencia Española del ISBN

Se acabó de imprimir el 24 de setiembre de 1984

en los talleres de Editora Litocolor

Asunción, Paraguay (120 páginas).

 

 

INTRODUCCIÓN

Comencemos por el indispensable rodeo que sitúe al autor de estos poemas en sus diferentes contextos.

 

"GENIO Y FIGURA... "

Juan Natalicio González Paredes, el postrero de tres hermanos, nació en Villarrica el 8 de setiembre de 1897 y murió en México, D.F., a mediados de 1966. No fue propiamente lo que puede entenderse por un campesino pobre (desde la prejuiciada denotación asunceña), sino miembro de una familia urbana provinciana tradicionalista y poco numerosa, venida a menos a consecuencia de influjos políticos desfavorables. Estas adversidades, abatidas sobre el niño en plena infancia imaginativa e ignorante del descomedido azar de la historia, debieron tomar parte importante en la orientación posterior de sus actitudes y valores, condicionando la percepción selectiva y crítica de la realidad que expuso articuladamente a todo lo ancho de su escritura. Recibió educación en su ciudad natal por mediación de maestros tan eminentes en saber y virtud como Delfín Chamorro (1863-1933), y ahí vivió las primeras aventuras intelectuales junto a sus amigos Leopoldo Ramos Giménez (1896) y Manuel Ortiz Guerrero (1897-1933), entre otros, también poetas y escolares como él.

En 1915 intentó matricularse en la Facultad de Medicina, en Asunción, pero la encontró clausurada por "razón de Estado". Optó entonces por ejercer el periodismo, la literatura y la oposición al sistema de creencias políticas vigentes, sin que, de todos modos, violentase demasiado las costumbres de pensamiento en auge: positivismo, espiritualismo y otros "ismos" fatigados y polvorientos por la tempestad que en Europa desataba la Primera Guerra Mundial. El periodismo, sus todavía oscuras apetencia; y sus juveniles búsquedas de claridad, rigor y verdad en lo confuso del mundo y del tiempo lo predispusieron a recibir la influencia conjunta de un vigoroso grupo de intelectuales, no precisamente homogéneo, pero orientado tendencialmente hacia posiciones heterodoxas en relación al conjunto de afirmaciones y negaciones filosóficas liberales. Integraban este grupo Juan E. O'Leary (1879-1969), Arsenio López Decoud (1867-1945), Ignacio A. Pane (1880-1920), Fulgencio R. Moreno (1872-1933) y Manuel Domínguez (1868-1935), entre los vivos, y Blas Garay (1873-1899) y Martín de Goycoechea Menéndez (1877-1906), entre los fallecidos. De ellos el joven guaireño extrajo ejemplo intelectual, orientación estética y lecturas fundamentales. Un político de austera lucidez mental, Juan Manuel Frutos (1879-1960), tuvo ascendencia determinante sobre su futuro político: en 1916, Natalicio González optó por adherir a la Asociación Nacional Republicana, partido al que perteneció toda la vida y del que alcanzó a ser uno de los líderes intelectuales más influyentes, polémicos y de más variada fortuna popular.

Escribió en diarios y revistas entre 1918-1919 -"General Caballero", "La Unión", "Fígaro", "Patria"- y al año siguiente fundó la propia, "Guarania", que distribuyó sus importantes números en tres épocas, con lapsos de silencio, desde 1920 a 1948. Su transmutación en "Eutaxía" (México, 1961) duró muy poco.

En 1920 inició el ciclo de sus viajes al exterior, primero como trabajador intelectual y luego como exiliado. Argentina, Venezuela, Francia, España, Uruguay y finalmente México le dieron ocasión de compartir experiencias y lecturas con intelectuales de gran nivel: Enrique González Martínez, Macedonio Fernández, Gilberto Freyre, José Vasconcelos, Luis Alberto Sánchez, Germán Arciniegas, Raúl Scalabrini Ortiz y otros numerosos, de distinta escala, riqueza creativa y resonancia continental.

A partir de 1921, con LETRAS PARAGUAYAS (Asunción, La Mundial), emprendió la publicación de sus libros. El decimoquinto que editó en vida, salió en México en 1960. Con posterioridad han aparecido otros cuatro y aún faltan algunos inéditos –como la novela EL PELLEJO BLANCO e HISTORIA DEL PARAGUAY- junto con la varia materia menor contenida en ensayos de revista, prólogos memorables, folletería dispersa, conferencias y entrevistas que, reunida con la conocida de sus libros, nos proporcionará el ingente "tamaño de su esperanza" que diseñó con infatigable tensión intelectual a lo largo de medio siglo.

Paralelamente a la construcción de su propia obra, Natalicio González desarrolló una relevante tarea como editor a través de sus sucesivas Editorial de Indias (1925) y la "epónima" Editorial Guarania, que asentó sus dominios en donde su creador recalaba (Asunción, Buenos Aires, México). Citemos sólo como dato ilustrativo de esta labor que la única edición de los textos reunidos de Manuel Gondra (1871-1927) es la realizada en 1942 por Natalicio: HOMBRES Y LETRADOS DE AMÉRICA.

En el servicio público desempeñó funciones legislativas, diplomáticas, ministeriales y ocupó fugazmente la Presidencia de la República (15 de agosto 1948-13 de enero 1949). Como consecuencia de su agitada intervención en este campo concitó sobre su persona violentas pasiones, que desfiguraron su fama y dificultaron la apreciación objetiva y serena de su vasta y compleja obra.

 

EL ESPACIO HISTÓRICO-CULTURAL: GENERACIÓN Y CONTEXTO HISPANOAMERICANOS

 

El escritor Natalicio González, en el proceso de la literatura de su país, debe ser ubicado en el ambiguo espacio generacional en que promiscuan inicialmente ocupaciones modernistas y preocupaciones "postmodernistas" -cuidado formal, lenguaje exquisito, por una parte; tendencia a lo social, inclinación reflexiva, inquisitiva, hacia el propio contexto, expresividad menos ornamental, por la otra- Se trata de la generación que acabará aclimatando la literatura de vanguardia en nuestro país, por mediación de sus miembros más jóvenes, y cuyas promociones se encuentran fracturadas en grupos casi irreconocibles. La generación anterior -cuya denominación más habitual es, por ahora, la del Novecientos- y cuyos miembros nacieron en la zona de fechas limitada por 1864-1893 (Cecilio Báez es un sobreviviente agregado de la antecedente: nació en 1862) estuvo sobrecargada de tareas urgentes y sobremanera graves como las que tuvieron que ver con la fundación y consolidación de la cultura moderna en nuestro país. Esta tarea tenía pocas vinculaciones sustantivas con la literatura y no era susceptible de recibir estímulos creadores de ésta en lo que aquélla tenía de esencial: dominio científico, construcción político-institucional, investigación historiográfica, defensa diplomática del disputado territorio del Chaco y otras similares. Sin embargo, algunos de sus miembros no fueron ajenos al ejercicio y goce -si bien discreto y necesariamente parcial- del festival modernista (Arsenio López Decoud, Manuel Domínguez), y uno -acaso por expatriado-, Eloy Fariña Núñez (1885-1929), no sólo acogió lo esencial de la doctrina practicándola en algunos sonetos y prosas, sino que, aún en ellos, es ya muy apreciable su habituación al clima espiritual y expresivo de la modalidad siguiente, el conocido como postmodernismo. Este es, sin duda alguna, el gran poeta generacional, y Manuel Gondra el ensayista crítico que opuso (1898) al deslumbrante Darío de Prosas Profanas sus discrepancias temáticas (no formales) que las experiencias, preocupaciones y afanes nada ligeros imponían a su generación en el Paraguay.

La vida política de esta generación fue convulsa, inquieta y, por momentos, gravemente desconcertada. Hizo vivir el comienzo de la de sus hijos en medio de un contexto de revoluciones, golpes de Estado, asonadas cuarteleras y demás tumultos que le proporcionaron un ánimo levantisco y rebelde (de todos modos, esto ayudó a ganar la guerra del Chaco) y una sólida estructura intelectual. Fue una generación robusta y, como tal, no desdeñó la sinceridad: se hizo una autocrítica lacerante y cruel por boca de uno de sus miembros, Gualberto Cardús Huerta (1878-1949), en un discurso memorable pronunciado en el Senado en 1922. De todas maneras, no fue en todo esto diferente a su par latinoamericana, que protagonizó en 1910 la Revolución Mexicana y en 1918 la Reforma de Córdoba.

La generación a la que Natalicio González pertenece y en cuyo interior realizó su obra como parte del proyecto creador total de aquélla, fue aparentemente menos compacta y homogénea que la anterior. Pero en lo profundo, y en la realidad, no fue así. Sus miembros nacen de 1894 a 1923. Citemos sólo algunos nombres: Justo Pastor Benítez (1895-1963), Pablo Max Insfrán (1895-1973), Leopoldo Ramos Giménez (1896), Manuel Ortiz Guerrero (1897-1933), Justo Prieto (1897-1982), Facundo Recalde (1896-1976), Vicente Lamas (1900-1982), José Concepción Ortiz (1900-1972), Juan F. Bazán (1900-1982), Heriberto Fernández (1903-1927), Dora de Acuña (1904), Carlos Zubizarreta (1904-1970), Hérib Campos Cervera (1905-1953), Efraím Cardozo (1906-1975), Julio César Chaves (1907), H. Sánchez Quell (1907), Gabriel Casaccia (1907-1980), José S. Villarejo (1908), Arnaldo Valdovinos (1908), Josefina Plá (1909), Jorge Ritter (1914-1976), José María Rivarola Matto (1917), Augusto Roa Bastos (1917), Hugo Rodríguez-Alcalá (1917), Ezequiel González Alsina (1918), José Antonio Bilbao (1919), Oscar Ferreiro (1922).

A un frecuentador de literatura paraguaya esta nómina puede desconcertar por completo. Pero si se aviene a explorar la correspondiente latinoamericana con algún detenimiento podría ser que su estupor se disipara un tanto. En ésta, como en la paraguaya, hay rezagados, "sincrónicos" y avanzados. Su confrontación recíproca, sin embargo, es elocuente, aleccionadora y revela una considerable porción de cosas en relación con el comportamiento histórico-cultural de nuestro país y la relatividad de los tiempos en los distintos contextos nacionales. Y su reflejo en los diferentes compartimientos del trabajo intelectual y estético. Si algunos miembros de la generación paraguaya -hay que confesar que gran parte, por desgracia- se detienen, cristalizan y anquilosan en modalidades poéticas y narrativas superadas, otros salvan su responsabilidad, como también ocurre en otras partes de América, pues no todos son Borges o Neruda, poniendo a su literatura en el tiempo histórico-estético continental y aún parece que lo superan, como es el caso del Roa Bastos de YO EL SUPREMO.

 

LA PROSA Y EL VERSO

 

Esta es una generación cuyo primer tramo ha producido notables ensayistas. Es en este grupo en el que Natalicio González se encuentra a sus anchas y en el que su prosa se bate contra los

presupuestos ideológicos del inmediato pasado (el positivismo liberal) y comparte las preocupaciones latinoamericanas que produjeron reflexiones filosóficas fundamentales sobre la propia realidad [Samuel Ramos (1897-1959), Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964), José Carlos Mariátegui (1895-1930), Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1980), Juan Marinello (1898), Germán Arciniegas (1900), Mariano Picón Salas (1901-1965), Luis Alberto Sánchez (1900), Leopoldo Zea (1912)]. Todos estos se encuentran considerablemente alejados tanto del liberalismo ortodoxo como del positivismo, al que le ven alguna fisonomía demoníaca. Son idealistas -hegelianos o no-, marxistas, espiritualistas, antimperialistas y, quiénes más, quiénes menos, nacionalistas continentales de variada temperatura y lucidez. Natalicio González se encuentra como miembro de familia entre ellos, tanto en la altura de su prosa como en lo profundo de su reflexión. Es erróneo entender a este autor, como se ha hecho, como un indigenista extravagante y anacrónico, como lo sería igualmente y en el mismo grado de error considerarlo un hispanista entusiasta. Lo que él propone en sus textos fundamentales es, dicho muy sumariamente, una concepción idealista de la cultura americana -es decir: mestiza- como un conjunto operativo en proceso de valores, sistema de pensamiento, configuración emocional y estilo de vida. Conjunto que va emergiendo dialécticamente en oposición a cualquiera otra cultura vigente, en especial la europea occidental de cuyo seno nace, aunque sin negarse a adoptar y adaptar todo cuanto de éstas pueda favorecer su propia estructuración dinámica en el transcurso histórico que, asimismo, va creando su propio tiempo como espacio de patentización. No propugna absolutos universales (extraño en un idealista filosófico "platónico", como él), si no un punto de vista relativista cultural, aunque los conjuntos culturales no se yuxtapongan sino temporariamente y más bien se sucedan, como sí era de esperar de un idealista que ha leído a Herder, a Humboldt, a Hegel, a Marx, a Max Weber y a Spengler (y Toynbee debió haberle venido a confirmar en sus convicciones). Es cierto que mucho de su razonamiento es espúreo en términos epistemológicos y lógicos estrictos, y que se sirve de conceptos no científicos como "raza", "fuerzas telúricas" (hoy diríamos quizá ecología) y otros similares que operan casi como entidades de encantamiento; pero también mucho de su análisis empíriro e histórico es todavía por completo actual, como, v.gr., su denuncia del colonialismo económico ("neocolonialismo") y otras interpretaciones político-culturales de la vida latinoamericana, que la reciente "teoría de la dependencia", originada en los años de la década del sesenta y siguientes, acogería sin escándalo y casi sin correcciones sustanciales.

Es muy probable que la fuerza de sus convicciones críticas en relación con los "ismos" de vanguardia, que sin duda debió conocer interpretados como manifestaciones de la "decadencia" europea, inhibió su comprensión de ellos. Su silencioso desdén no parece, sin embargo, haber sido absoluto (publicó a Alberto Hidalgo en algún número de "Guarania"), pero los desestimó en su escritura poética, con lo que anuló gran parte de su presencia en este campo como un creador estimable tanto como en la ficción narrativa [La raíz errante (1953) se encuentra a una generación de distancia hacia atrás de Hombres de maíz, de Miguel Angel Asturias (1899-1974), su contemporáneo].

La poesía de Natalicio debe considerarse como un momento del postmodernismo paraguayo, en su segmento detenido, extemporáneo. Y debemos aceptarla con todas sus limitaciones de época local, intentando comprender su intención -no muy elevada, no muy lograda, escasamente lírica- de constituirse en una especie de recordatorio o panóptico complacido de nuestros orígenes humanos, nuestra idiosincracia histórico-social, nuestra cotidianidad popular de vida y creencias. Más cerca de nuestra apreciación contemporánea de lo poético podrían hallarse algunas de sus "baladas" que los lentos, trabajados y pensativos poemas de arte mayor, con excepción, para mi particular gusto, de la primera y novena elegías, que alcanzan a conmover una vez que se desatienda su arcaica retórica. Si su lengua es un magnífico instrumento en sus ensayos, no lo es en sus poemas, en los que laboriosamente abandona la tenaz denotación para alcanzar a connotar con fuerza suficiente como para que la luz de relámpago de la poesía ilumine el campo que ella va acotando en el interior del poema. De todas maneras, el ejercicio o jornada poética de Natalicio González no es ignorable ni desdeñable en nuestras letras de la primera mitad del siglo, y alguna selección de ella se imponía.

 

NUESTRA EDICIÓN

Esta edición de Alcándara selecciona un numeroso grupo de los poemas del autor contenidos en los libros BALADAS GUARANÍES (1925), MOTIVOS DE LA TIERRA ESCARLATA (1952) -en el que volvió a incluir al anterior- y ELEGÍAS DE TENOCHTITLÁN (1953). No incluye ninguno de los que forman EPINICIOS (1983). Su distribución en secciones es la misma que Natalicio dispuso en Motivos... y sugiere lúcidamente la clasificación temática con que él los definió.

FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH

Setiembre, 1984

 

BIBLIOGRAFÍA DE JUAN NATALICIO GONZÁLEZ

A) POESÍA

*. BALADAS GUARANÍES, París, Editorial de Indias, 1925

*. MOTIVOS DE LA TIERRA ESCARLATA, México, Guarania, 1952

*. ELEGÍAS DE TENOCHTITLÁN, México, Guarania, 1953

*. EPINICIOS, Asunción, Cuadernos Republicanos, 1983

 

B) NARRATIVA

*.CUENTOS Y PARÁBOLAS, Buenos Aires, Monte Domecq, 1922

*. LA RAÍZ ERRANTE, México, Guarania, 1953

 

C) ENSAYO

*. LETRAS PARAGUAYAS, Asunción, La Mundial, 1921

*. SOLANO LÓPEZ Y OTROS ENSAYOS, París, Editorial de Indias, 1926

*. EL PARAGUAY ETERNO, Asunción, Guarania, 1935

*. Proceso y Formación de la Cultura Paraguaya, Buenos Aires, Guarania, 1938. Hay otras dos ediciones posteriores.

*. EL PARAGUAYO Y LA LUCHA POR SU EXPRESIÓN, Asunción, Guarania, 1945

*. SOLANO LÓPEZ, DIPLOMÁTICO, Asunción, Imprenta Militar, 1948

*. CÓMO SE CONSTRUYE UNA NACIÓN, Buenos Aires, Guarania, 1949 Ideología Guaraní, México, Instituto Indigenista Interamericano, 1958

*. GEOGRAFÍA DEL PARAGUAY, México, Guarania, 1959

*. EL ESTADO SERVIDOR DEL HOMBRE LIBRE, México, Guarania, 1960

*. VIDA Y PASIÓN DE UNA IDEOLOGÍA, Asunción, NAPA, 1982

*. EL MILAGRO AMERICANO, Asunción, Cuadernos Republicanos, 1983

*. LA IDEOLOGÍA AMERICANA, Asunción, Cuadernos Republicanos, 1984

 

D) INFORMACIÓN

*. VENEZUELA EN 1925, Buenos Aires, Monte Domecq, 1925. En col. con Tomás Romero Pereira, Laurano Vallenilla Lanz, etc.

*. EL PARAGUAY CONTEMPORÁNEO, París, Editorial de Indias, 1929. En col. con Pablo Max Insfrán.

*. MÉXICO EN EL MUNDO DE HOY, México, Guarania, 1952. En col. con Víctor Morínigo, Baldomero Sanín Cano, Luis Alberto Sánchez, Rafael Heliodoro Valle, Gabriel del Mazo, Manuel Vázquez Díaz, Pedro Cal món, Samuel Guy Inman, José Salvador Guandique, Felipe Cossío del Pomar, Gilberto González y Contreras.

 

E) VARIOS

Se registran sólo algunos de sus numerosos folletos;

*. "LA LITERATURA VENEZOLANA", Asunción, 1927

*. "CUESTIONES POLÍTICAS", Asunción, 1928

*. "EL DRAMA DEL CHACO", Buenos Aires, 1938

*. "LA GUERRA AL PARAGUAY", Buenos Aires, 1940

*. "VIDA, PASIÓN Y MUERTE DE GUYRÁ VERÁ", Buenos Aires, 1942

*. "BAJO LAS BOMBAS DEL MALÓN". Asunción, 1947. En col. con V. Morínigo

 

REFERENCIAS SOBRE EL AUTOR (Selección mínima de ref. extranjeras)

A) BIOGRAFÍA

*. GILBERTO GONZÁLEZ Y CONTRERAS: J. NATALICIO GONZÁLEZ, DESCUBRIDOR DEL PARAGUAY, México, Guarania, 1951.

 

B) CRITICA

*. VÍCTOR FRANKL: LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA EN LA OBRA DE J. NATALICIO GONZÁLEZ, Guarania, (3a. ép.), Año I, No. 3, 1948, pp. 87-117.

 

C) REFERENCIAS EN OBRAS GENERALES

*. ENRIQUE ANDERSON IMBERT: HISTORIA DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA, México, Fondo de Cultura Económica, 1964, 4a. Ed., T. II, p. 123.

*. ALBERTO ZUM FELDE: ÍNDICE CRÍTICO DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA. EL ENSAYO Y LA CRÍTICA, México, Guarania, 1954, pp. 511-513.

 

 

MOTIVOS DE LA TIERRA ESCARLATA

 

LARES

 

GÜYRÁ VERÁ

Hermético y sañudo, Güyrá Verá medita

en la actitud hierática de un extraño estilita,

tal como si oteara el rosado horizonte

desde un rugoso tronco clavado sobre un monte.

La bárbara corona de plumajes estrecha

su sien, y se adormece en su diestra la flecha,

mientras el viento juega con la melena oscura

y preocupa su mente una vaga tortura.

Con el pardo sayal y la cruz en la mano

ha llegado a sus tierras el pálido cristiano,

los ojos encendidos y la faz macerada,

para sugestionar la tribu alborotada.

Güyrá Verá la diestra tendió sobre el sumiso

silencio de la grey, y habló así de improviso:

 

-Los magos blancos buscan darnos dioses extraños

para abrumar las tribus con males y con daños.

El alma de Cuará, expulsa del Yvaga,

por selvas y caminos ha tiempo no divaga,

ni encarnado en el cuerpo de noctámbula fiera

ruge contra la luna en la vieja tapera.

Se ha metido en la carne del sacerdote blanco.

Mientras el extranjero, sentado sobre un banco,

exaltaba sus dioses con boca fementida,

ví el alma de Cuará, violenta y encendida

de un odio inextinguible, como carbunclos rojos

arder malignamente en sus profundos ojos.

La palabra enigmática, de sus labios rugientes,

cae como el veneno fatal de las serpientes,

e inculca a las mujeres ¡la aberración extraña

de querer ser esposas únicas!

                                                          Así engaña

para extinguir la prole de tribus inexpertas

en los vientres intactos de las vírgenes yertas.

El Dios del blanco es débil y pequeño. Se sabe

que tiene forma de hombre; que en una choza cabe;

que pende de un madero su escuálida figura,

crispado el magro rostro de infinita amargura.

No brilla en sus pupilas de los dioses el signo.

Es más bien un demonio colérico y maligno

que persigue a los hombres con pestes y reveces

y a quien sólo se aplaca con inciensos y preces.

Tupang es grande y puro; Tupang no tiene forma

y escapa a nuestra mente adivinar su norma.

Cuando truena en la nube y en lluvia se derrama

la tierra renovada parece que le aclama,

los lirios de los campos abren su flor de nieve

y la selva multífona medita y se conmueve.

El gran Tupang protege, sin imponer su culto

despertando en las almas algún terror oculto.

Tupang es la bondad que en todas partes brega,

el bien incorruptible que sin cesar se entrega

por ese impulso oscuro que induce a cada flor

a convertirse en frutos, y al sol a dar calor.

 

Calló Güyrá Verá. Las voces de su idioma

sonaban como vagos arrullos de paloma.

Por momentos volaban como un suspiro lento

para significar los murmullos del viento,

o se reanimaba la cósmica epopeya

de la naturaleza, en su onomatopeya.

Permaneció la tribu en una extraña calma

mientras pasaba el soplo de Tupang sobre su alma

al conjuro del mago hierático y sañudo

que se erguía en la noche como un bronce desnudo.

 

EL MESTIZO

Ya contenido estaba en la tierra profunda,

en la selva henchida de rumores y de trinos

y en la meditabunda

montaña que se ciñe a la frente la roja cinta de los caminos.

 

Y hasta el vientre esculpido en dulce bronce intacto

de la india, tierno lirio del país de los carios,

aguardar parecía el profundo contacto

de los progenitores de azules ojos arios

para animar gozosa en sus carnes maduras,

dulces como la miel y ardientes como brasa,

la viviente escultura

de una más digna raza.

 

¡Oh, misterioso hechizo!

Sobre el lecho de musgos del bosque vocinglero,

del connubio de la india con el aventurero

irrumpió triunfalmente en la Historia el mestizo

como un planeta extraño de resplandores rojos

que se elevara al par de las constelaciones

que vieron asombrados los españoles ojos

brillar por vez primera sobre incógnitos mares y vírgenes naciones.

 

Y fiel el Hombre nuevo

a la tierra materna

hizo nacer el alba en pleno medioevo

con la boca clamante y la palabra eterna

sembrada cual semillas en las mudas tinieblas del tiempo y del destino.

 

Y el Hombre nuevo advino

entre los estrépitos de las revoluciones

como el dominador de nacientes naciones

que ya un vago futuro diseñaba en su arcano

designio, sobre el vasto solar americano.

 

Y si hablaba el lenguaje de bronce de Castilla

y si al pálido Cristo ofrendaba su culto:

en la selva, a la orilla

florida de los ríos, en el grave tumulto

de su alma, en un impulso violento e imprevisto

destronaba Tupang al magro Jesucristo

y el amor se encendía en voces guaraníes

al caer como flores o besos a los pies de morenas huríes.

 

¡Ah!, tú, vaciado en carne oscura y dolorosa,

en quien se encienden todos los sueños de la tierra,

y cuya alma imperiosa,

igual que los abruptos peñascos de la sierra,

en su gélida y ruda consistencia la rubia chispa del fuego encierra!

 

¡En ti el Paraguay eterno se acrecienta y palpita!

Y cuando en los supremos eventos de la Historia

torvo enemigo, sediento de pillaje o de gloria,

con furia sobre el viejo solar se precipita,

tú le resistes fiero, tú mueres y alimentas

la torturada tierra con blancas osamentas.

 

Y la nación nutrida

con zumos de tu sangre, tu dolor y tu vida,

prosigue acrecentada su glorioso camino

y cumple en el Planeta su incógnito destino.

 

EL PATRIARCA

Carlos Antonio López era mirado

como el padre común de todos los paraguayos

JUAN E. O'LEARY

 

No pudieron contra él ni el tiempo ni sus daños.

Sin cesar reverdece en el pueblo su memoria.

Sobre su tumba gélida trascurrieron los años

e irrumpieron dos guerras voraces en la Historia,

y cual si se tratara de un amigo, la gente

persiste como antaño

en llamarle "Don Carlos", así sencillamente.

 

Su bondad, que fluía callada y poderosa,

a veces se irritaba como un mar al soplo de violenta galerna

cuando alguien ofendía a su raza animosa

o pretendía osado cercenar un fragmento de la tierra materna.

 

Era el buen taumaturgo que se daba sin tasa

al hermético pueblo que en sus hombros soporta un Sino sobrehumano,

el mágico demiurgo de su tierra y su raza

que la ciudad, la aldea, la floresta y el llano

pobló de monumentos, de fábricas febriles y escuelas bulliciosas.

 

Guía, pastor y padre de vastas multitudes,

su genio hizo que el suelo se mostrara más pródigo en pomas capitosas,

las almas más fecundas en ínclitas virtudes

y que se constelara de idea el intelecto, como noche sin luna

invadida de pronto y en silencio por una

mágica muchedumbre de fulgentes cocuyos.

Jamás el egoísmo mezquino y solitario

puso una sola sombra en sus meditaciones.

En él se condensaban el alma de los suyos,

los sueños de su pueblo silencioso y gregario

cuyo bien colectivo era el supremo fin de todas sus acciones

 

¡Oh, viejo Patriarca, manso y meditativo!

^Al eco de tu nombre se agitan las banderas

cual si otra vez buscaran los mástiles altivos

en que cruzar los mares y tremolar en otros climas y otras riberas!

 

Cuando ibas con la muerte entre el vasto clamor

de fúnebres tambores y sollozantes bronces,

surgió sobre tu tierra tremante de dolor

un claro sol de argento

que su ocaso sangriento

tuvo en Cerro Corá, ¡Y qué larga, qué larga la noche desde entonces!

 

Haz que la aurora luzca su claridad ambigua

y verás, Patriarca ¡cómo la Patria nueva es digna de la antigua!

 

 

LOS DIOSES Y LOS MITOS

 

CURUPÍ

El viento se encrespa y canta y la selva se estremece;

la entraña vital del mundo se fecunda y fortalece.

 

Muestra la callada tierra sus firmes y erectos senos

en la comba de sus lúbricas colinas y en los amenos

 

cerros de mórbidas curvas; mientras la carne doliente

de los seres gime y brama, presa de un ardor furente.

 

El viento que pasa, denso de masculinos olores

y de perturbantes pólenes; los incógnitos clamores;

 

todo anuncia la presencia del demiurgo de la Vida

que curva e insufla el vientre de la doncella vencida,

 

que ampara el nido y la cuna, y cuyo espíritu brilla

en la simiente hecha planta que retorna a ser semilla.

 

¿Por qué la hierba se estremece y cruje, y la hoja canta,

y de la cósmica entraña del planeta se levanta

 

un ansia impura y genésica, que muerde al ser, y destella

en los ojos de la fierra y en el temblor de la estrella?

 

Es Curupí que se acerca, el genio inquieto y profundo

que va con su luengo falo por los caminos del mundo,

 

despertando el vitalismo de seres y cosas... Suerte

de resurrector de cuanto toca y destruye la muerte,

 

en el informe universo que no reposa un instante

él suscita la inquietud, la renovación constante,

 

el crecer, el movimiento; despierta la adolorida

ansiedad que martiriza las entrañas de la Vida;

 

enciende el áspero celo que pone a rugir a las fieras

y a gorjear a los pájaros; y hace que en las sementeras

 

el maizal se desperece y gima un canto sonoro

mientras maduran bajo ígneos soles las espigas de oro.

 

Con su luengo falo pasa, llama y bronce, Curupí.

Y hay un silencio de cópula en la selva guaraní.

 

INTERMEDIO

 

COMO LOS PÁJAROS MÚSICOS

Era su nombre María, y era, cual su nombre, bella.

Bajo las largas pestañas, en sus ojos de violeta,

en temblorosos rocíos brillaban luces de estrella.

Y su cuerpo virginal olía a rosa mosqueta.

 

Iba con los pies descalzos recorriendo la pradera,

seguida de un cervatillo que le husmeaba las piernas,

y semejaba una selva fragante la cabellera

toda estremecida y suelta al soplo de la galernas.

 

Recuerdo una noche de oro, en que adormecida al blando

vaivén de indolente hamaca, bajo espesa madreselva,

balbucía una canción. ¡Yo la ví dormir cantando

como los pájaros músicos que moran en nuestra selva!

 

IMAGEN PASTORAL Y CANDOROSA

Conservo de ella una impresión sintética.

Miro su núbil gracia de doncella

y me produce la emoción estética

de un breve verso o de una estatua bella.

 

Asomaba por sobre la maleza

medio busto, camino de las fuentes,

con un cántaro rojo en la cabeza

y un fragante clavel entre los dientes.

 

Semejaban los arcos de sus cejas

a los recientes brotes del helecho

y temblaban las dos ubres bermejas

en las morenas cúspides del pecho.

 

La sorprendí otra vez, echada al suelo,

entre sandías, y melones de oro,

con la gracia traviesa de un chicuelo,

llena la boca de un reír sonoro.

 

La mano hundía en la sangrienta pulpa

de las frescas sandías; y el bocado,

de ese sabor sabroso de la culpa,

rojo era como el signo del pecado.

 

¡Imagen pastoral y candorosa!

De este mundo ya no es la niña bella,

pues en la muerte ha tiempo que reposa

¡mas vive en mí como una blanca estrella!

 

LA BALADA DE LOS DOS HERMANOS

Los dos músicos hermanos, de disimilar destino,

una sonrosada tarde iban un mismo camino.

 

Era la ruta azarosa, ruda y cruel de la vida,

que oculta la pasión cierta y la pasión fementida.

 

Y los silentes hermanos, con un extraño temblor

en las agrandadas voces, dieron por hablar de Amor.

 

El uno dijo, turbado, evocando su quimera:

-Ella es elegante, fina y rubia cual la palmera.

 

Y el otro, con la mirada fija en el cercano otero:

-Airosa, fuerte y morena, ella es como el cocotero.

 

-Cual silvestres campanillas, frescos, azules y puros,

brillan en su blanco rostro sus grandes ojos oscuros.

 

-Si en el nudo del pañuelo sujeto la pasionaria,

creo llevar sobre el pecho su pupila visionaria.

 

-Jubilosamente el ceibo florece en sus labios rojos.

-Con la pulpa viva y fesca devorada en sus antojos

 

por los pájaros, ví el fruto semiabierto por maduro

de la tierna pasionaria, rojo entre el follaje oscuro.

 

Y ante tan feliz imagen de la boca de mi amada

puse un masculino beso en la fruta perfumada.

 

-En cada sonrisa suya, refulgen albos sus dientes.

-Los de ella, labradas joyas, son menudos y lucientes.

 

-Resplandecen sus cabellos corno rayos de la luna.

-Sobre sus espaldas llueve densa cabellera bruna

 

exhalando mil fragancias, en un tropical derroche,

tal el seno de la selva bajo la paz de la noche.

 

-Es mi novia, buen hermano, femenina, pura y bella.

-La mía tiene el encanto intangible de la estrella.

 

Mas, dime tú ¿adónde vas?

                                          -A buscar para ella flores.

 

¿Y tú?

         -¿Yo? Al encuentro voy de los tigres rugidores,

 

pues más que todas las rosas y que todos los claveles

mi amada quiere las grandes fieras de manchadas pieles.

 

Y siguieron los hermanos, cada cual por su camino,

obedientes a la fuerza de su incógnito destino,

 

rumbo el uno a las rientes y lejanas primaveras,

rumbo el otro a las guaridas de las ágiles panteras.

 

TENGO LA SENSACIÓN DE HABER PERDIDO

Tengo la sensación de haber perdido

-tal su don musical la cuerda rota-

el pitagórico y sutil sentido

de descifrar un signo en cada nota.

 

Algún silvestre genio Amor celebra

en la voz fluvial de cada fuente,

y en el silencio enorme de la piedra

oculta su rencor un dios furente.

 

La más potente cuerda de la lira

pulsa en la siesta la estival cigarra,

y la garza su largo cuello estira

cual brazo estilizado de guitarra.

 

Las ranas hacen coro al sapo adusto;

son proyectiles de oro las abejas;

y canta la torcaz en un arbusto

cuyos ramajes dan flores bermejas.

 

Agoniza el crepúsculo fragante

-tonos dorados y rubor de rubia-

y el cocuyo salpica de diamante

el seno oscuro de la noche nubia.

 

Sobre la vasta selva, densa y bruna,

se eleva, evocador de cuadros chinos,

el hidrópico globo de la luna

lleno de jeroglíficos divinos.

 

Como una deidad cauta y membranosa,

lento murciélago volando pasa,

y la lechuza hermética se posa

junto al vetusto alero de la casa.

 

He perdido la clave del enigma,

el misterio tan solo me rodea

¿son nuestras pobres vidas un estigma

y hay sólo vanidad en cada idea?

 

LA GESTA

 

HÉROES

Encerraba a imagen de la selva nocturna

recónditas potencias tras la faz taciturna.

 

Breve el cuerpo, cabellos lacios, ojos oscuros,

bronce y rosa en la piel de pacurí maduro.

 

De niño, la camisa flotante como veste,

corría por los bosques y la pradera agreste,

 

llevando junto al arco el bolso de bodoques,

caballero en un palo que era corcel y estoque,

 

diestro en cazar al vuelo policromados loros

y en abatir palomas en el maizal canoro.

 

O bien tomaba el negro tabaco brasilero

y en el afán ingenuo de aplacar a Pombero

 

ofrendaba al travieso duende de pies velludos

nacos en los resquicios de los troncos ventrudos.

 

Si Yacy Yateré, en la incendiada siesta

su nombre silba al borde de la muda floresta,

 

perturbaba sus juegos y sus íntimos goces

ese arcano pavor que provocan los dioses

 

(no el miedo a los fantasmas, que sobrecoge y pasa,

sino el espanto sacro y ancestral de la raza).

 

Sembraba desde joven la tierra del rastrojo

con oblongas sandías de seno gualda o rojo

 

y fragantes melones que ocultaban sus oros

en densos mandiocales de ramajes sonoros,

 

con hojas como manos palpitantes y gratas

de simétricos nervios de color escarlata.

 

Y tenía una novia, la de las cejas brunas,

arqueadas y finas como naciente luna,

 

novia de andar menudo de tórtolas agrestes

que lleva en las pupilas dos luceros celestes...

 

¡Y todo lo dejó, fiero ante la amenaza

que vio cernirse sobre el Sino de su raza!

 

En Boquerón le vieron marcar sangrienta huella,

discurrir en la brega veloz como centella,

 

cortar las alambradas bajo voraz metralla

y cual largos relámpagos brillar en la batalla.

 

Al fin de la pelea se le escurrió la vida

por el breve orificio de una mortal herida,

 

pero quedó de pie, aún después de muerto,

como un trágico bronce ensangrentado y yerto,

 

que se erigiera sobre los campos calcinados

a la gloria sin énfasis de anónimos soldados.

 

¡Tupang, dios de mi raza, dame tu pensamiento,

insufla al verso un soplo de tu divino aliento,

 

para hacer que los héroes, los nunca recordados,

los hijos de los pobres y los innominados,

 

los dignos de morar en el celeste Yvaga

donde el ang de los fuertes se recoge y divaga,

 

viva eternamente en una forma bella

como vive en el cielo la solitaria estrella,

 

sin nombre y sin historia, pero que sin sonrojos

brilla en el firmamento para todos los ojos!

 

EL POLLINO QUE MURIÓ EN EL CHACO

Era un pollino joven de preclara prosapia,

descendiente de un rucio de Domingo de Irala.

Un alba sonrosada, frente a derruida tapia,

nació bajo un lapacho que se puso de gala

y llovió sobre el asno sus flores color rosa.

El cerro Lambaré se erguía como un seno

junto al paterno río de agua semi verdosa.

La campesina de ágiles pies y rostro moreno

miró al pasar al tierno asno recién nacido,

henchida de canciones la boca gorjeante

como el buche del ave o el corazón de un nido.

Creció el joven pollino, lindo como un cordero,

amigo de pilluelos y de bellas muchachas.

Se hacía en ocasiones, jugando, el majadero,

y con aire de susto y las orejas gachas

se empecinaba en no dar un paso adelante.

El Cristo no le tuvo por su cabalgadura

pero una campesina de mirar incitante

en sus ancas venía con cestos de verdura,

tocada de albo manto la cabeza morena,

hasta el Mercado lleno de voces y mujeres,

de turcos y usureros, de la villa asuncena.

 

¡Qué escándalo aquel día! Una joven pollina

había despertado sus ardores carnales

y sin reparar en su carga de gallinas,

de coles y tomates, consumó cosas tales 

que las chicas quedaron todas ruborizadas

y sonrieron los hombres muy picarescamente.

Su alma se arrepintió después, avergonzada,

y el brutal episodio quedó anclado en su mente.

 

Acudió a requisarlo un día el Comisario.

Decían que estaba el asno movilizado.

La atroz guerra atronaba y le fue necesario

marchar al Chaco. El buen pollino, emocionado,

en un largo rebuzno se despidió del cerro

de Lambaré, de pena el corazón opreso.

Al alejarse le hizo fiestas un viejo perro

y la rugosa Abuela le dio en la testa un beso.

Hizo el asno la dura vida de Campamento,

a lomo transportaba armas y municiones,

recorrió los caminos sin parar un momento,

bajo soles de fuego y las constelaciones.

Internóse una noche por un vago sendero,

entre bosques de sándalos y ralos palosantos,

por la tierra lodosa del último aguacero.

Era el vasto, absoluto silencio; ni los cantos

de las aves turbaban la noche nemorosa.

Fijo en su pensamiento el Lambaré nativo,

entre la soldadesca sombría y silenciosa

de repente se puso el asno pensativo.

Como para arrojar al viento su tristeza

estira el cuello y lanza un rebuzno sonoro,

que detuvo a la tropa, de ansiedad y sorpresa,

y se elevó a los cielos como un trágico lloro.

Los guerreros alertas, ante el rebuzno insólito

echaron cuerpo a tierra. Las balas bolivianas

abatieron, certeras, al asno melancólico

que se extinguió puesto el pensamiento en la anciana

del beso, en las muchachas morenas del Mercado,

en el Lambaré, erguido como un gran seno erecto,

que en las tardes recorta sobre un cielo morado

la gracia de su cono túrgido y perfecto.

 

La dulce alma del asno dejó que su envoltura

sobre el salobre lodo sirviera de trinchera,

cruzó con leve trote la inhóspita llanura

y marchó gozosa hacia las azules laderas

del Lambaré nativo. Al divisar sus pastos

quiso lanzar su largo rebuzno de Alegría...

Mas no pudo. Francisco de Asís, el de ojos castos,

al mirarle de lejos benigno sonreía.

Y vió entrar al pollino, dulce, humilde y sumiso,

a la querencia, como si entrara al Paraíso.

 

VERSÍCULOS

 

VERSÍCULOS PROFANOS

I

Pasas por mi vida como la sangre por el corazón.

     Perduras en mi vida como la perdida tonada de una canción.

 

2. El hombre impar es duro y triste y de agrio humor.

¡Dios! Sus días efímeros tejiste de sueños, de miserias y temor.

 

3. Pero el brazo femenino y experto y el junco trepador

ciñen al hombre árido y al árbol yerto y la visten de gracia y coronan de flor.

 

4. Sonrisas lejanas, irónicas estrellas que prenden arcanas estrellas en unos ojos nocturnos;

una vaga doncella de ágiles muslos diurnos que danza a la luz de Saturno;

 

5. y el hombre, árida roca, que enciende en la boca su nombre como un gran resplandor,

se siente cumbre en que reposa claro cielo,

y río en vuelo de temblorosa lumbre que derrama fluente ternura sobre la llanura en flor.

 

6. Y el hombre impuro, triste y duro, que tiene la muerte cierta, el habla punzante y agrio el humor,

sombra incierta y pensante que entreteje sueño y dolor,

 

7. sonríe con ignoto candor a la ninfa distante

que embelesa y detiene con su resplandor desnudo el fugitivo instante.

 

8. Ella late en mi pulso, diluye un convulso penar en mi canción.

Pasa por mi vida como la sangre por el corazón.

 

II

1.- Luz que salta furtiva de la carne doliente y fugitiva como chispa encendida,

pero que se eterniza, estrella pensativa, por sobre las cenizas de la leña consumida.

 

2. En su fuga fatal, silentemente fluye todo lo material; pero del hombre en lo profundo

arde celeste llama, y el alma del hombre intuye que Dios sonríe al mundo.

 

3. Luz sumida y alta, que brama y salta de la carne compungida;

invisible llama que arde, amortecida, en la cúspide de nuestra animalidad erguida:

 

4. eres la que dura, la que trasciende la tétrica noche desconocida,

la que de nosotros pasa, estremecida y ligera, a las opuestas riberas de la vida.

 

5. Lo tangible, lo que se palpa y ama, el cuerpo que sufre y clama,

un día desaparecerá como la llama.

 

6. ¿De dónde vino, anhelante y dolido, y adónde va? ¡Angustia indefinida!

¿Fuese acaso, entre querellas y suspiros, con aquella mujer prendida a nuestra vida?

 

7. ¿O con los no nacidos hijos, sumidos y opresos en el caos espeso

de la nada, y que sólo alentaron en el rojo relámpago del beso?

 

8. ¡Miseria sin nombre! Pobre hombre que posa su planta sobre el mundo,

barro oscuro que alimenta una chispa encendida,

clamante sombra que juega con las fuerzas misteriosas del mundo

y desencadena las potencias de la muerte y de la vida.

 

9. Si eres pura inteligencia llegarás a ser un Satán triste y maléfico.

Mas, si infundes a tu mente la gracia, la ternura, el impulso benéfico

 

10. que brota del corazón, y a la loca apariencia das un eterno adiós,

te mantendrás más alto que el dolor, más alto que las tristes alegrías, y hasta te sentirás un poco Dios.

 

ÍNDICE

*. Introducción,/ Bibliografía,

MOTIVOS DE LA TIERRA ESCARLATA

*. LARES : Güyrá Verá,/ Los conquistadores,/ El mestizo,/ Evocación del Dictador,/ El patriarca,/ Solano López, 33

*. LOS DIOSES Y LOS MITOS : Credo,/ Curupí,/ Era cual rosa toda rosada,/ Noche campesina,/Paganía,

*. INTERMEDIO : La niña recoge leñas,/ Como los pájaros músicos,/ Imagen pastoral y candorosa,/ Sinfonía vesperal,/ La estrella bañista,/ La balada de la flor del guayabo,/ La balada de los dos hermanos,/ Tengo la sensación de haber perdido,/ Anacreónticas,

*. LA GESTA : Héroes,/ Tamoi,/ La vuelta de Tapaicuá,/ El pollino que murió en el Chaco,

*. VERSÍCULOS : Versículos profanos I, II

*. ELEGÍAS DE TENOCHTITLÁN : Primera elegía,/ Segunda elegía,/ Tercera elegía : I al VI/ Cuarta elegía,/ Quinta elegía   : I y II/ Sexta elegía,/ Séptima elegía,/ Novena elegía : I al V - Notas del autor.

 

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