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JULIO CÉSAR CHAVES (+)

  LA CONFERENCIA DE YATAITY CORÁ, 1958 - Resumen de JULIO CÉSAR CHAVES


LA CONFERENCIA DE YATAITY CORÁ, 1958 - Resumen de JULIO CÉSAR CHAVES

LA CONFERENCIA DE YATAITY CORÁ

Resumen de JULIO CÉSAR CHAVES

Biblioteca Histórica Paraguaya de Cultura Popular

Volumen Nº 2

Asunción – Buenos Aires

Mayo de 1958 (55 páginas)

 

 

 

 

INDICE

 

I.       Setiembre de 1866

II.      Preliminares de la entrevista

III.     La Conferencia

IV.    Final de la entrevista 

V.      Trascendencia de la reunión

VI.    Epílogo de sangre: Curupaity

Bibliografía principal

 

 

I

SETIEMBRE DE 1866

 

         1866 fue el año de las grandes batallas de la guerra. Se sucedieron victorias y derrotas en su transcurso para los dos bandos. Se abrió el año con el rutilante triunfo paraguayo de Corrales (31 de enero). El 2 de mayo el ejército paraguayo fue derrotado en Estero Bellaco, y el 24 de ese mismo mes se libró la catastrófica acción de Tuyutí, la más importante de las acciones guerreras libradas hasta entonces en el continente americano. En los esteros y cañadones de Tuyutí quedó aniquilado el primero del mejor de los ejércitos del Mariscal López.

         En el mes de julio reaccionó el ejército paraguayo infringiendo tres derrotas sucesivas al enemigo: fueron ellas las de Yataity-Corá, Sauce y Boquerón. Después de este durísimo escarmiento sufrido por el invasor, el alto mando aliado actuó con una mayor prudencia y se mostró menos generoso con la sangre de los suyos que hasta entonces habían despilfarrado a manos llenas.

         El mes de agosto fue un mes de calma, un mes de tregua, un mes de descanso.

         El poderoso ejército aliado que invadió el territorio paraguayo pensando en una fácil y triunfal campaña iba hallando de que el hueso era muy duro de roer. El escaso éxito alcanzado, la paralización de las operaciones, el sacrificio estéril de la flor de su juventud, provocaban una tempestad de críticas en las ciudades de Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro. Las críticas y los reproches recíprocos amenazaban la reciedumbre de la Alianza. Los altos jefes del ejército y de la escuadra de los tres países aliados se culpaban mutuamente del fracaso y se achacaban la responsabilidad de la inacción.

 

         A mediados de agosto se reunió la Junta de guerra de la Triple Alianza. En una importante conferencia se decidió abandonar la idea dominante hasta entonces de romper el frente paraguayo y se impuso como nueva idea operativa, llevar una ofensiva por el flanco izquierdo del ejército aliado atacando en la dirección de la línea Curuzú-Curupaity.

         La misión fue encomendada al II Cuerpo de Ejército brasileño al mando del general Porto Alegre. Este debía actuar con el fuerte apoyo de la escuadra que respondía al mando del almirante Tamandaré.

         El ejército de Porto Alegre -fuerte de 14.000 hombres- se embarcó en Itá-pirú, desembarcó en Las Palmas y luego, bajo la protección de la escuadra acampó frente a Curuzú. El día 3 de setiembre el ejército de Porto Alegre atacó Curuzú, mientras la escuadra vomitaba sus granadas sobre la trinchera paraguaya.

         La posición paraguaya era defendida por el batallón número 10 mandado traer de Corumbá; lo componían 700 soldados. La artillería estaba dirigida por el mayor Lugo y los capitanes de marina Domingo Antonio Ortíz y Pedro V. Gill. Además, había un regimiento desmontado al mando del capitán Blas Montiel. Todas estas fuerzas sumaban en total 2.500 hombres. El jefe de la guarnición era el coronel Manuel A. Giménez (Cala-á).

         El ejército brasileño consiguió en su avance rebasar la izquierda paraguaya. Nuestra división amenazada por la retaguardia se dispersó y los imperiales ocuparon Curuzú.

         Sostiene el coronel Centurión: "El ejército de Porto Alegre, después de este triunfo, quedó reducido a 7.500 hombres, número más que suficiente para continuar su avance y apoderarse de Curupaity. Pero su audacia no fue para tanto y se contentó con la toma de Curuzú que fue mirada como una victoria tanto más importante, cuanto que fue ganada exclusivamente por los brasileños, sin la cooperación de los aliados. Tan lejos estaba de su mente la idea de llevar adelante la operación de arrollar a los paraguayos hasta colocarse a la retaguardia de López, que no considerándose seguro, pidió refuerzo a Mitre para sostener su posición; refuerzo que no le fue acordado por supuesto desde el momento que no había propósito de atacar al enemigo. Sin pérdida de tiempo, y como un medio de garantirse contra cualquier eventualidad de parte de los paraguayos, tan amigos de sorpresas y de ataques atrevidos, se ocupó en levantar trincheras a distancia de 300 metros al Norte de Curuzú, sobre la costa del río Paraguay".

         Porto Alegre entusiasmado con aquel éxito fácil pidió refuerzos para atacar inmediatamente Curupaity y Humaitá. La caída de Curuzú significaba un inminente peligro para Curupaity. Y si los aliados lo alcanzaban surgían de hecho a retaguardia de toda la extensa línea paraguaya. Entrañaba, el momento, sin duda, una gravísima amenaza para la defensa nacional.

         El éxito de Curuzú había llenado de euforia a los jefes de la alianza. Acordaron convertir la operación parcial en ese sector en un gran movimiento principal. El general Mitre, generalísimo de la Alianza, se haría cargo del comando del sector cuyas fuerzas se elevarían a 20.000 soldados. El nuevo ejército iba a atacar a Curupaity en combinación con la escuadra. Y ocupado Curupaity, se caería sobre las espaldas de la línea paraguaya. Mientras tanto los aliados del campo de Tuyutí se mantendrían en una estricta defensiva tratando sólo de amarrar a las tropas paraguayas.

         El plan de Mitre provocó viva irritación en Porto Alegre y en Tamandaré, quienes creyeron que el jefe argentino pretendía venir a quitarle los laureles de una victoria fácil y cercana. Se inició una agria discusión entre los dos bandos. Por un lado Mitre, Polidoro y Flores, y por el otro, Porto Alegre y Tamandaré.

         En verdad los jefes aliados perdían un tiempo precioso en una estéril querella.

 

         Cada minuto que perdían los jefes de la tríplice, lo ganaba el mariscal López. Comenta Centurión:

         "La pérdida de Curuzú fue un golpe, tanto más rudo cuanto inesperado, a nuestra posición, y si los brasileros, a pesar de su fatiga, hubiesen avanzado inmediatamente sobre Curupaity, también hubiera caído en poder de ellos y con mucho menos sacrificio de vidas que aquella, y el golpe de gracia a nuestro ejército estaba dado''.

         "El Mariscal comprendió perfectamente el inminente peligro que corrían nuestras posiciones del centro y de la izquierda una vez conseguida por los aliados la toma de Curupaity. En vista de ellos, resolvió, sin pérdida de tiempo y aprovechando la tregua que le daba la inacción del enemigo, llevar a cabo la fortificación de Curupaity por el lado de tierra, con la construcción de una trinchera, que arrancando su línea, por la derecha de la batería que defendía el paso del río, y, siguiendo la orilla o elevación de una barranca o antiguo lecho del río, iba a apoyarse su izquierda en un lago conocido con el nombre de laguna López o laguna Méndez, describiendo una pequeña curva que permitía cruzar los fuegos de artillería sobre el enemigo que tenía que recorrer en su avance un terreno cortado de zanjas y cubierto de malezas y pequeños bosques que impedían a la escuadra la vista de nuestras líneas".

         De inmediato adoptó el Mariscal medidas urgentes para fortificar Curupaity. Cuenta a este respecto Thompson:

         "Pocos días después supo López que dos divisiones argentinas se preparaban a embarcarse en Itá-pirú para reunirse con Porto Alegre: fue solamente desde aquel momento que López empezó a temer por Curupaity. Entonces adoptó la idea que yo le había sugerido días antes y de la cual no había hecho caso, -a saber: abrir una trinchera a lo largo de la escarpada barranca, que parte de la batería de Curupaity, siguiendo el borde del Carrizal, que es el punto donde principia la llanura de Curupaity. Comprendió la necesidad de llevarla a cabo inmediatamente. Hablando del giro que tomaban los acontecimientos, dijo - "las cosas no pueden tener un aspecto más diabólico". Reforzó al general Díaz remontando sus fuerzas a 5.000 hombres y le envió más artillería de campaña. Fue recién en la tarde del 8 de Septiembre que determinó ocupar la posición de Curupaity abriendo la trinchera, que tendría 2.000 yardas de largo y le sería de inmensa utilidad, dado el caso que estuviera concluida cuando atacaran los aliados".

        

         A los trabajos ordenados por el Mariscal refiérese así Centurión:

         "Los trabajos de la nueva trinchera empezaron el 8 de Septiembre por la tarde; su delineamiento fue hecho por el ingeniero mayor Thompson. La guarnición de Curupaity fue aumentada a 5.000 hombres. Una división de caballería compuesta de los regimientos 6, 8, 9 y 36, al mando del entonces capitán Bernardino Caballero, concurrió allí también y comenzó a desmontar desde el día 4, colocando las ramas sobre la cresta de la barranca en forma de abatis a precaución de un ataque repentino del enemigo. Esto fue un trabajo provisorio antes de dar comienzo a la excavación de la nueva trinchera. Esta empezó en el bosque, tan pronto como fue posible derribar los árboles, sin ocuparse de otra cosa que de concluir su perfil general. Al mismo tiempo que esto se hacía, se construían nuevas plataformas para los cañones, empleándose para ellas maderas recién cortadas en el mismo bosque. Los trabajos se hacían de noche lo mismo que de día, y eran ciclópeos, si se tiene en cuenta la dureza de la arcilla que los picos apenas podían penetrar y los muchos arbolones que se tuvieron que voltear".

 

         Prácticamente se inició una carrera contra el tiempo. Los aliados para comenzar su acción ofensiva en la cual cifraban tan altas esperanzas, los paraguayos para levantar la fortificación de Curupaity, único medio de salvar la posición, y evitar que toda nuestra línea fuese amenazada desde sus espaldas. Era cuestión de tiempo, era cuestión de días o quizás de horas.

         Fue entonces que López tuvo una idea muy feliz: iniciar una negociación de paz con el objeto de ganar el tiempo necesario para completar nuestras fortificaciones. Sobre esta estratagema no hay duda alguna. Centurión afirma: "El Mariscal, temiendo que no estuviesen pronto los trabajos, antes de que el enemigo trajese un nuevo ataque, a pesar de que se trabajaba con todo el personal de la guarnición de día y de noche, recurrió hábilmente a un ardid, que revelaba su sagacidad y astucia, a fin de ganar tiempo para llevar a cabo la nueva fortificación de Curupaity, proponiendo al general Mitre una conferencia con el objeto ostensible de procurar medios conciliatorios que pusiesen término a la lucha que se iba prolongando, con grave perjuicio de todos".

         Lo cual es confirmado plenamente por Thompson: "López estaba enteramente convencido de que los aliados se disponían a darle el golpe de gracia, y creyó conveniente tratar de entrar en arreglo con ellos, o cuando menos, ganar tiempo para fortificar a Curupaity".

 

 

II

PRELIMINARES DE LA ENTREVISTA

 

         Atardecer del día 10 de setiembre de 1866. Media hora después de la puesta del sol presentóse frente a la línea de la caballería argentina un piquete paraguayo integrado por un oficial y cuatro soldados con bandera de parlamento. La tropa argentina, sorprendida disparó contra ellos y el grupo paraguayo retornó a sus líneas. El jefe argentino coronel Rivas marchó en seguida al cuartel general para dar parte del extraño hecho al generalísimo. Este condenó severamente la conducta de su tropa, agregando que si en verdad se trataba de una delegación parlamentaria, retornaría al día siguiente. Efectivamente al medio día del 11 se presentó de nuevo el grupo paraguayo el cual avanzó al toque de llamada. Inmediatamente vino la orden de que se lo recibiese. El oficial paraguayo se dirigió a la carpa del coronel Rivas manifestando que era su misión saludar al general Mitre en nombre del Mariscal y entregarle personalmente una nota de la cual era portador.

         Rivas acompañó personalmente al parlamentario paraguayo, que era el capitán Francisco Martínez, hasta el cuartel general donde lo presentó al general Mitre: éste rompió el sello y se impuso del contenido de la nota que decía:

         "Cuartel General en Paso-pucú, 11 de Setiembre de 1866. Al Excmo. Sr. Brigadier General D. Bartolomé Mitre Presidente de la República Argentina, y General en Gefe del Ejército Aliado.

         Tengo el honor de invitar a V. E. a una entrevista personal entre nuestras líneas el día y hora que V. E. señale. Dios guarde a V. E. muchos años.

         Francisco S. López".

 

         Inmediatamente el general Mitre se trasladó al cuartel general brasileño y desde allí hizo llamar al general Flores. Ambos, juntamente con el general brasileño Polidoro, conferenciaron durante media hora resolviendo lo que debía de contestarse: Acto seguido se preparó la respuesta y se hizo llamar al parlamentario paraguayo capitán Martínez quien con bandera desplegada y acompañado dé su escolta y algunos oficiales aliados marchó al galope hasta el cuartel general de Polidoro. Llegado allí recibió de manos del generalísimo aliado la contestación, con encargo de devolver de su parte el saludo que le enviara el Mariscal López.

         El parlamentario paraguayo y su escolta partieron sin demora para el cuartel general paraguayo. La respuesta del generalísimo aliado decía:

         "Al Exmo. Sr. Mariscal D. Francisco S. López, Presidente de la República del Paraguay y General en Gefe de su Ejército.

         Cuartel general del ejército aliado Setiembre 11 de 1866.

         He tenido el honor de recibir la comunicación de V. E. fecha de hoy en que me invita a una entrevista personal entre nuestras líneas en el día y hora que se convenga.

         En contestación debo decir a V. E. que acepto la entrevista propuesta, y me hallaré mañana a las nueve de la mañana al frente de nuestras respectivas avanzadas en el Paso de Yataity-corá, llevando una escolta de 20 hombres que dejaré a la altura de mis avanzadas, adelantándome en persona al terreno intermedio, siempre que V. E. estuviere conforme a ello.

         Dios guarde a V. E. muchos años.

         Bartolomé Mitre".

 

         A las cuatro de la tarde volvió el capitán Martínez con la contestación del Mariscal. Mitre la recibió en la avanzada de la derecha. Decía López en su nota:

         "Cuartel General en Paso-pucú, 11 de Setiembre de 1866. Al Excmo. Sr. Brigadier General don Bartolomé Mitre, Presidente de la República Argentina y General en Jefe del Ejército Aliado.

         Acabo de tener el honor de recibir la respuesta que V.E. se ha dignado dar a mi propuesta de entrevista de esta mañana, y agradeciendo a V. E. la aceptación que de ella hace, me conformaré con el proceder que V. E. se propone y me haré el deber de no faltar a la hora indicada.

         Dios guarde a V. E. muchos años

         Francisco S. López".

 

         En el campamento aliado nada se supo esa tarde de la entrevista concertada. Sólo esa noche en el cuartel general argentino a la hora de la comida, Mitre expresó a quienes le acompañaban que no sería extraño que al día siguiente se recibiese entre líneas la visita del caudillo paraguayo. Un periódico de Corrientes publicó la siguiente información recibida de Itá-pirú: "López ofrece la rendición de su ejército a discreción y que él se retira y que la alianza disponga de los destinos del país".

         A esa misma hora el capitán Martínez hacía a sus compañeros del gran cuartel paraguayo un vivo relato de su incursión en el campamento aliado donde su visita constituyó un verdadero acontecimiento, siendo recibido "como un Mesías desde la trinchera al cuartel general en una verdadera procesión con aclamaciones de vivas y de paz". Agregó que los jefes y oficiales argentinos le hablaran con ardor de la pronta terminación de la guerra, de su aburrimiento de la larga campaña. Los mismos brasileños se llenaban de contento gritando repetidas veces ¡Paz!, ¡Paz!

 

 

III

LA CONFERENCIA

 

         Al día siguiente doce de setiembre, muy temprano se preparó el Mariscal para la entrevista. Vistió su uniforme militar consistente en una levita de paño oscuro sin charretera con entorchados de general de división en el cuello y en las bocamangas, botas granaderas nuevas con espolines de plata y un kepí con bordados igualmente de general de división.

         Lucía sobre el uniforme su poncho favorito de vicuña forrado de paño grana muy fino con flecos de oro. Este poncho había sido regalado por el ministro Pimenta Bueno al presidente Carlos Antonio López y por eso lucía una coronita imperial del Brasil bordada en realce con hilos de oro. Comenta a este respecto Centurión: "No dejaba de admirarse que teniendo tanta predisposición [el Mariscal], no haya mandado sacar la corona imperial que tenía en el cuello del mencionado poncho".

         Formaron la comitiva del Mariscal sus hermanos Benigno y Venancio, su cuñado el gral Barrios, su ayudante el coronel Alén, su secretario el mayor Manuel A. Palacios, y varios otros jefes y oficiales.

         El jefe paraguayo fue conducido hasta la trinchera en un carruaje americano de cuatro ruedas y desde allí siguió en su caballo melado favorito, Mandiyú. Le daban escolta veinticuatro hombres del escuadrón de dragones que vestían sus camisetas colorada de campaña. Parte de esta custodia, un batallón de rifleros, se había emboscado desde temprano en un pajonal de la línea avanzada, no lejos del lugar elegido para la entrevista.

         Al trasponer la línea divisoria de los dos campos López bebió un vaso de coñagc con agua, siguiendo inmediatamente para adelante.

         Se había establecido tácitamente un armisticio; cesaron los bombardeos de una y otra parte durante todo el día y soldados, oficiales aliados se acercaron a conversar con tropas y oficiales de la vanguardia paraguaya.

        

         A las nueve de la mañana llegó el Mariscal a unas quince cuadras de nuestra derecha, precedido de la bandera de parlamento y acompañado de su corta comitiva. El general Mitre, prevenido de antemano se anticipó a su encuentro siguiéndole de cerca un oficial argentino que llevaba bandera de parlamento, el general Hornos, ayudante de Estado Mayor, cuatro batidores, y un piquete de veinte lanceros de gran parada, soberbiamente montados.

         Del otro lado avanzaba el generalísimo aliado. Según Thompson "el uniforme de Mitre consistía en una casaca con cinturón y tiros blancos y un sombrero viejo de fieltro con alas anchas y copa baja que le daba cierta semejanza con don Quijote".

         Ambos séquitos y sus escoltas hicieron alto a cien pasos de distancia mientras se acercaban los dos generalísimos hasta cruzar los pescuezos de sus caballos. Se saludaron descubriéndose ligeramente y estrechándose las manos. Enseguida se apearon entregando sus montados a los ordenanzas, se aproximaron a una pequeña "isla" y empezaron a hablar al aire libre porque no había en ese lugar casa o rancho alguno. La única comodidad era la facilitada por unas sillas traídas desde el cuartel      paraguayo.

         La histórica entrevista comenzó sin demora, no teniendo los dos jefes más compañía cercana que sus respectivos ayudantes y ordenanzas que se colocaron a respetuosa distancia.

         Los dos jefes conferenciaron durante media hora, parados o sentados alternativamente. Los dos fumaban y el Mariscal cada vez que se le apagaba el cigarro hacía uso para encenderlo de un yesquero de oro muy bien cincelado, trabajo del renombrado platero Mujica, que llevaba siempre en el bolsillo derecho del chaleco.

 

         El jefe paraguayo inició la conversación informándose de la salud de su interlocutor y diciéndole que "no había cambiado nada desde la última vez que lo vio". Referíase a la entrevista que tuvieran ambos en Buenos Aires en 1855 cuando Solano López retornaba de su gira por Europa y en la cual hablaron sobre la lengua guaraní, tema que apasionaba al estadista argentino.

         Mitre devolvió la cortesía manifestando que tampoco López había cambiado nada desde entonces. Expresó enseguida que había recibido la invitación para la entrevista con agrado, resolviendo hacerle el honor que se debía a los enemigos leales, la cual no sería obstáculo para cruzar sus espadas en el campo de batalla.

         El presidente paraguayo dijo entonces:

         - General: mi presencia aquí está explicada por los acontecimientos y por los deberes que su posición impone a los hombres que dirigen la suerte de los pueblos y que son responsables de sus desventuras. Yo he hecho la guerra al Brasil por haber creído que aquella nación no se detendría en el dominio del Estado Oriental, y que nos amenazaba a todos. Yo tenía y tengo la más alta estima por el pueblo argentino y acaso si hubiera tenido mayor contacto con la persona que está al frente de su gobierno, muchas diferencias y muchas desgracias se hubiesen evitado; pero no ha sido así, yo le he hecho la guerra al gobierno argentino porque lo consideraba ligado al brasileño en la cuestión oriental. Hoy creo que la sangre derramada es bastante para lavar la ofensa conque cada uno de los beligerantes se creyese agraviado y considero que puede hacerse que esta terrible guerra tenga un fin, estipulando las condiciones de una paz sólida, duradera y honrosa para todos.

         Le replicó el general Mitre:

         - Señor Presidente: Como hombre de principios y como jefe de un pueblo ilustrado, mis votos y mis esfuerzos estarán siempre por lado de una paz honrosa que pueda dar los resultados que nos vemos obligados a buscar apelando al recurso extremo de las armas en defensa de nuestros derechos. Pero ¿cree V. E. que puede ofrecer esos resultados a la alianza en las condiciones en que nos hallamos? Yo, como representante de ella en este lugar, no podría ofrecer a V. E., como es de mi deber, otras condiciones que las que estipula el tratado con que para su defensa se han ligado los pueblos aliados; y esto mismo tendría que ser resuelto por los gobiernos respectivos.

         ¿Creería aún así V. E. que es posible salir del terreno actual de la lucha armada?

         La réplica del presidente paraguayo fue la siguiente:

         - General: Las condiciones del tratado de alianza son inaceptables para mí, pero no es creíble que ellas será las únicas. Si lo fuesen las resistiré con la mayor energia hasta el último de mi atrincheramiento. Esas condiciones, estimado general Mitre, no pueden ser motivo de un tratado de paz. Son imposiciones calculadas, como es natural, para el caso de que me fuese contraria la suerte de las armas. Pero, para esto no es necesario mi consentimiento, como lo sería para un tratado de paz. V. E. comprenderá que ese tratado me pone en caso de rendido; y si he de serlo quiero que sea en el campo de batalla. Sin eso no podría dar mi asentimiento a las estipulaciones sobre límites ni menos a las condiciones qué respecto a mi persona establece el tratado de alianza. Yo creo que V. E. en mi lugar no se daría por vencido antes de combatir.

         - Debo observar a V. E. que yo no he hecho más que manifestar una dificultad que V. E. acaba de corroborar con sus palabras. Yo no debo de salir de un terreno a que V. E. no quiere y tal vez no pueda entrar. Debemos creer, pues, que la paz es en la actualidad imposible y en este sentido proceder (yo lo haré por mi parte) con la mayor decisión en las operaciones de guerra.

         - ¿Por qué es imposible general? Yo me siento animado de los mejores sentimientos. Si V. E. pone su buena voluntad y su justa influencia, puede aún arribarse a una paz honrosa. Yo estoy pronto a discutir en un tratado todos los puntos que pueden ser materia de dificultad, incluso la cuestión de límites.

         Mitre insistió:

         - V. E. comprende que yo no puedo darle contestación alguna sobre este punto. Son los gobiernos los que deben resolverlo, si bien yo, por deber de humanidad y de patriotismo, haré, lo repito, todo esfuerzo en obsequio de una paz honrosa.

         López         le contestó:

         - No lo dudo general. Si es que los sentimientos de V. E. responden a sus demás elevadas cualidades, que he tenido motivo de reconocer lealmente, aunque se empleasen en mi daño. Por eso es que, si como paraguayo deploro el éxito de las armas de V. E. frente a Uruguayana, como general debo felicitarle por la habilidad que supo desplegar en aquel golpe estratégico que hicieron completo la inhabilidad y cobardía de los generales a quienes yo había confiado la columna expedicionaria del Uruguay.

         Con estas palabras se cerró la primera parte de la entrevista.

 

 

IV

FINAL DE LA ENTREVISTA

 

         Sentóse Mitre y requirió un lápiz con el cual escribió algunas líneas que pasó a su interlocutor. Este las leyó y llamó a su ayudante quien a su vez hizo buscar al secretario del  Mariscal - mayor Manuel A. Palacios- a quien se las entregó el presidente paraguayo.

         El mayor Palacios venía munido de útiles de escritorio, carpetas, papel, tinta, pluma, y, pasó en limpio el borrador. El documento fue firmado por los dos presidentes, prosiguiendo después su conversación.

         El documento oficial decía:

         "S. E. el Mariscal López, Presidente de la República del Paraguay en su entrevista del 12 de Setiembre a S. S. él Señor General Mitre Presidente de la República Argentina y General en Gefe del Ejercito aliado, a encontrar medios conciliatorios e igualmente honorables para todos los beligerantes para ver si la sangre hasta aquí vertida no puede considerarse como suficiente a lavar las mutuas querellas, poniendo término la guerra más sangrienta de América por medio de satisfacciones mutuas e igualmente honrosas y equitativas, garantiendo un estado permanente de paz y sincera amistad entre los beligerantes.

         S. E. el General Mitre limitándose a oír contestó que se refería a su Gobierno y a la decisión de los aliados con arreglo a sus compromisos".

         El general Mitre guardó en su archivo el siguiente memorándum confidencial:

         "(Setiembre a diciembre de 1866)

         El señor mariscal López desearía la paz, para poner término a las calamidades de la guerra, buscando sinceramente satisfacción honrosa a todas las cuestiones que la han promovido y pueden perturbarla lo futuro. Está pronto a entrar en negociaciones para el efecto, tratando a la vez las cuestiones pendientes de todos sus aliados, bajo las bases más equitativas, declarando que no aceptará como condición, ni como imposición, su separación del mando. Y el general Mitre, limitándose a oírle, le dijo que lo refería a su Gobierno, los aliados, y que mientras tanto, la guerra continuaría". - Bartolomé Mitre.

 

         Hasta entonces los miembros de las dos comitivas habían permanecido a caballo; el general Hornos ordenó a los jefes y oficiales argentinos que desmontasen; lo mismo lo hicieron los paraguayos y todos juntos comenzaron a conversar cordialmente.

         El Mariscal presentó a Mitre a sus hermanos Benigno y Venancio, a su cuñado el general Barrios y a Paulino Alén. El generalísimo argentino presentó a su vez a Hornos y a su secretario Lafuente. El coronel Rivas -al cual él presidente paraguayo quiso conocer- no pudo acudir por hallarse en Itá-pirú embarcando las divisiones argentinas que iban a reforzar el cuerpo de Porto Alegre.

         Mitre ordenó a su ayudante que pasara a pedir a los generales Polidoro y Flores que viniesen a asistir a la entrevista. Contestó el jefe brasileño que como el llamado era "oficial y no de mera cortesía" siendo el general en jefe el único competente en aquel acto, consideraba innecesaria su presencia, por lo cual se excusaba.

         Llegó el general Flores quien fue introducido por Hornos "cuyas maneras y prosopopeya -según un testigo- descubrían desde luego al famoso gaucho del Estado Oriental". Según Centurión el jefe paraguayo trató duramente al Oriental al que "acusó como el causante de la guerra que aniquilaba a las dos repúblicas en provecho del Brasil..." Flores rechazó el cargo manifestando que "nadie era más celoso que él por la independencia de la patria".

         La versión es confirmada por un cronista argentino que afirma:

         "López chocó al general Flores por motivos de recordarse que la actual guerra era debida exclusivamente a la intervención brasileña en el Estado Oriental, cuya independencia se vía en peligro. El General Flores contestó que era una ofensa gratuita que se le había inferido, tanto a él como a sus compañeros, que nadie era más celoso ni más interesado que él en la conservación de la independencia, y que de ello respondía toda su vida de sacrificio por la libertad e independencia de su patria; que él deseaba la paz de que su país tanto necesitaba, pero que no sufriría otra que no fuese digna y que no llenase los objetos que la alianza se había propuesto".

         A los pocos minutos de su llegada el presidente oriental se retiró del lugar de la reunión.

         Inicióse la segunda parte de la entrevista que se prolongaría varias horas más. López habló extensamente sobre los desastres de la guerra y la necesidad de ponerle término.

         Pasando luego a otro punto agradeció a Mitre el tratamiento que daba a los prisioneros paraguayos, asegurándole que él hacía otro tanto con los argentinos.

         Se abordaron más tarde otros temas y "hasta se mezcló en ella [la conversación] la guerra europea, con motivo a los estragos causados y de la necesidad de recurrir a la paz".

         El Mariscal renovó sus manifestaciones a favor de la paz, mas afirmando al mismo tiempo que no aceptaría el tratado de alianza.

         Mitre, a su vez, contestó que el asunto debían resolverlo los gobiernos "sin que por eso se entendiese que se suspendían ni por un instante las operaciones militares".

         Según Thompson sus palabras fueron éstas: "Las operaciones de guerra serán llevadas en adelante con el mayor vigor".

         Llegaba a su punto final la histórica entrevista, la de mayor importancia sin duda, celebrada en el continente de Guayaquil. A pesar de los puntos de vista tan opuestos de los dos interlocutores, la conversación y el tono fueron cordiales. Tanto López como Mitre mostraron en el curso de ella, modales de grandes señores y correctísimos caballeros. Al finalizar brindaron con cognac y cambiaron sus látigos como recuerdo de la reunión. Además, el paraguayo obsequió al argentino con "algunos cigarros criollos fuertes de los que él acostumbraba fumar".

         Anota Centurión:

         "Esta escena final, dice Paranhos, hacía recordar uno de esos episodios épicos de la antigüedad. Y ello es verdad, la famosa entrevista referida por Homero (Lib. VII) entre Héctor y Ayax, acordando los dos campeones a postergar el combate para otro día, termina con este discurso del primero:

         "Y antes démonos ambos uno al otro

         "brillantes dones, porque alguno diga

         "así de los Aquivos y Troyanos;

         "Estos dos combatieron rencorosos

         "en terrible batalla; pero unidos

         "en amistad al fin se retiraron".

         "Y al terminar estas palabras, Héctor ofreció a Ayax su espada, cuyo pomo adornaban clavos de fina plata y estaba pendiente de un bien labrado tahalí. Ayax a su vez regaló a su rival un vistoso ceñidor color de púrpura con que sujetaba la chaquetilla. Después de lo cual los dos se retiraron.

         "Es cierto que aquí no existe una completa paridad; no hubo combate singular a arma blanca como en la antigüedad, todo se concretaba a más o menos acalorada discusión sobre los motivos que dieron lugar a la guerra y las responsabilidades que sobre cada uno pesaban como gobernantes.

         "La lucha fue indudablemente una de las más sangrientas conocidas en el mundo, y el carácter típico de su encarnizamiento es sólo comparable con la de los tiempos heroicos de Homero".

         Los jefes y oficiales paraguayos y argentinos que formaron los dos séquitos conversaron también durante ese tiempo con mucha cordialidad, cambiando recuerdos, impresiones, anécdotas de la campaña. Todos anhelaban el fin de la guerra, la concertación de la paz que los devolvería a sus hogares. Según un testigo argentino el general Barrios expresó que "podría tal vez llegarse a un avenimiento".

         "Tuve -cuenta Natalicio Talavera, corresponsal del Semanario- la fortuna de contemplar aquella gran escena con un interés que no ha decaído en las cinco largas horas que duró la entrevista. Mucho me ha hecho recordar aquel acto a una de aquellas escenas de teatro a que daba ese aspecto poético el lugar en que se producía, la escolta del General aliado con sus corazas amarillas y las banderolas rojas y los jefes y oficiales que le acompañaban. Pero nada había de ilusorio en aquel suceso, que la historia tiene que designar como el acontecimiento más sublime de una época grande, como el esfuerzo generoso de restañar la sangre que destila con profusión la llaga de la guerra. No era posible desconocer la importancia de aquella escena, cuyos curiosos espectadores cubrían a ambas trincheras, y hasta avalanzaban la misma línea enemiga. Fue opinión de uno de los edecanes del Presidente Mitre que debía levantarse en el lugar de aquella conferencia una pirámide. Los grandes intereses que se discutían allí, las figuras de los personajes que lo hacían, y las consecuencias que puede traer a todo un medio mundo, son ciertamente motivos que reclaman en aquel lugar un monumento imperecedero".

 

 

V

TRASCENDENCIA DE LA REUNIÓN

 

         La conferencia que había durado cinco horas finalizó a las dos de la tarde. Los dos presidentes se despidieron con toda cordialidad partiendo inmediatamente con destino a sus respectivos cuarteles generales. Según Thompson, al retirarse de la reunión el Mariscal "presentaba un aspecto sombrío". En el camino se detuvo a almorzar en una casa, arribando a media tarde a Paso-Pucú donde fue recibido por el obispo y por Madame Lynch. Sin pérdida de minuto, adoptó nuevas disposiciones para la defensa de Curupaity.

         Dos días más tarde, el 14, el jefe argentino dirigió a su colega paraguayo la siguiente nota:

         "General en Gefe del Ejército aliado.

         Cuartel general en Curuzú, Setiembre 14 de 1866.

         Al Excmo: Sor Marisca D. Francisco Solano López, Presidente de la República del Paraguay y General en Gefe de su Ejército.

         Tengo el honor de trasmitir al conocimiento de V. E. según lo tenía ofrecido que habiendo comunicado a los aliados la invitación conciliatoria que V. E. se sirvió hacerme el día 12 del corriente en nuestra entrevista en Yataity-corá, hemos convenido de conformidad con lo ya declarado por mí en aquella ocasión en referido todo a la decisión de los respectivos Gobiernos, sin hacer modificación alguna en la situación de los beligerantes.

         Dios guarde a V. E.

         Bartolomé Mitre".

 

         Esta comunicación estaba datada en Curuzú lo que significaba una grave indiscreción del generalísimo aliado, pues con ello informaba claramente al comando enemigo que era inminente la ofensiva sobre Curupaity.

         López le contestó:

         "Al Excmo. Sor Brigadier General D. Bartolomé Mitre, Presidente de la República Argentina y General en Gefe del Ejército aliado.

         Cuartel general en Paso-Pucú Setiembre 15 de 1566.

         Aviso a V. E. recibo de la nota que ayer tarde me hizo el honor de dirijir desde su Cuartel general en Curuzú diciendo que había convenido con sus aliados referir a sus respectivos Gobiernos el motivo de nuestra entrevista, el 12 en Yataity-corá.

         Nada me ha detenido ante la idea de ofrecer por mi parte la última tentativa de conciliación que ponga término al torrente de sangre que vertimos en la presente guerra, y me asiste la satisfacción de haber dado así la más alta prueba de patriotismo para mi país, de consideración para los enemigos que le combaten, y de humanidad para el mundo imparcial que nos observa.

         Dios guarde a V. E. muchos años.

         Francisco S. López".

 

         En el Semanario podemos encontrar extensos juicios nacionales sobre la entrevista. En el editorial del número 647, del 15 de setiembre se dice:

         "El Señor Mariscal Presidente López invitó al Presidente Mitre como General en Gefe del Ejército aliado a encontrar medios conciliatorios e igualmente honorables para todos los beligerantes para ver así la sangre hasta aquí vertida no puede considerarse como suficiente a lavar las mutuas querellas, poniendo término a la guerra más sangrienta de América, por medio de Satisfacciones Mutuas e igualmente Honrosas y Equitativas, Garantiendo un Estado permanente de Paz y Sincera Amistad entre los Beligerantes. El objeto de la guerra del Paraguay es su propia conservación, y la del statu quo de las nacionalidades de Sud América, del Río de la Plata en particular, fundado en el principio del equilibrio político adoptado en la protesta del 30 de Agosto como la áncora salvadora de la existencia política de la República. Estos preciosos fines pueden encontrarse también por los medios pacíficos, ahora que los enemigos están convictos y confesos de su impotencia para dominar al Paraguay.    La prensa nacional se felicita de registrar en sus columnas el digno y hábil paso dado por el Señor Mariscal Presidente López en pro de los verdaderos intereses de los pueblos, y en beneficio directo de la causa universal: La Humanidad; y felicitando sinceramente a S. E. por la demostración tan feliz de sus sentimientos altamente filantrópicos, y por su digna, honrosa, e inalterable política eminentemente ilustrada y conciliadora en sus relaciones internacionales, hacemos los más fervientes votos por que un éxito feliz ponga el sello al grandioso pensamiento que la ha impulsado a este acto que hace honor a la Patria y al Gobierno Paraguayo, y justifica al mundo, y a los mismos enemigos, la verdad de la civilización, y de los laudables esfuerzos del presidente de Paraguay en bien de los intereses de los Pueblos y de la Humanidad.

         "En cualquier evento, la conducta del Señor Mariscal López, será ensalzada por los hombres sensatos, por los Gobiernos y los Pueblos; su nombre enaltecido por sus virtudes cívicas y militares, será bendecido al presente y en la posteridad, por que ha acreditado en debida forma, y constantemente, que es protector de la causa de los pueblos débiles, y amigo de la libertad de las naciones, de la humanidad: y el pueblo paraguayo encontrará siempre en ella un testimonio más de su elevado patriotismo tantas veces demostrado, y objeto de las justas ovaciones de la Nación entera, que, con razón, le prodiga el esclarecido título de padre de la Patria".

         Por su parte Natalicio Talavera, prestigioso corresponsal del Semanario, comentaba:

         "Este es un acontecimiento notable como el primer paso que se da, en el sentido de la conciliación en la presente lucha, y como uno de esos sucesos que la historia de América no registra igual. La gloria y el honor de su iniciativa cabe al Presidente López. El Gefe de un Gobierno, cuya norma, y cuyo principio ha sido siempre la paz, que en interés de ella y previniendo las futuras complicaciones que un gobierno avariento iba a traer a las Repúblicas del Río de la Plata, había levantado su bandera conciliadora, con la protesta del 30 de Agosto, que en fin se ha visto en la necesidad de aceptar con pesar la misma guerra, por el interés de una paz estable, que ya era imposible conseguir sin efusión de sangre; ese mismo Gefe, firme en su amor por la paz, y confirmando sus luminosos antecedentes, para ahorrar la sangre, y salvar grandes intereses, ha abierto en el campo de las grandes ideas una campaña pacífica, en que ha entrado con la armadura de la abnegación más noble, y la espada del Patriotismo más templado.

         "El Mariscal López ha oído el grito de paz que piden los pueblos argentinos, ha oído los clamores por la paz, que repite el Ejército Argentino, cuyas vibraciones llegan hasta nosotros por sus pasados y que toda la influencia de la política y del Ejército brasileño no puede contener, y ganando de mano a la alianza del Pacífico que habiendo llegado a comprender los inmensos intereses americanos, que se juegan en esta lucha, se disponían a traer la bandera de la conciliación, sale a conquistar un nuevo título, a la humanidad y al patriotismo. En virtud de la gran idea del Presidente López, es que el General Mitre recibió la invitación para una entrevista fuera de las líneas de las avanzadas de ambos Ejércitos que fue aceptada por el Gefe aliado, que tuvo lugar en Yataity-corá el día 12 del corriente".

         Según Talavera la posición paraguaya era de serena firmeza: se deseaba la paz, pero una paz decorosa.

         "Ningún cambio he notado en nuestro Ejército con estos acontecimientos, como una de esas entidades que reposa tranquila con su poder y con su derecho. Si el enemigo quiere la guerra, la tendrá, y más sangrienta que nunca; si aceptan la paz, nuestros bravos están dispuestos a tenderle la mano del amigo. He oído responder a muchos Gefes y oficiales preguntados por el Mariscal López: "Señor, dispuestos estamos a morir en la guerra, si así lo exige el honor y los derechos del País, pero si estas condiciones nos vienen, con la paz la abrazaremos, fiados siempre en el alto patriotismo de V. E. Esto es muy honroso para nuestros militares".

 

         La conferencia de Yataity-Corá hizo aflorar a la superficie una seria divergencia entre los gobiernos de la Argentina y el Brasil. Mientras el primero de ellos se manifestó abiertamente partidario de proseguir la negociación de paz, el segundo le opuso un veto terminante.

         El vice-presidente en ejercicio don Marcos Paz y el ministro de relaciones exteriores doctor Rufino de Elizalde dirigieron la siguiente nota al general Mitre:   "Aunque V. E., en su carácter de General en jefe del ejército argentino, está revestido de los poderes necesarios para tratar con el enemigo, sometiendo lo que acordare a la aprobación de su Gobierno, sin embargo, se acompaña a V. E. una plenipotencia en forma, para que pueda hacerlo en la oportunidad que crea conveniente, previniéndole que, por su parte, lo autoriza a separarse del tratado de alianza en todo aquello que no tenga una importancia trascendental y que pueda acordarse, sin comprometer ni el honor ni los intereses permanentes de la República, siempre que, por su parte, se adhieran también los aliados.

         El Gobierno supone que el Excmo. Señor enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de S. M. el Emperador del Brasil, en misión especial doctor don Francisco Octaviano d'Almeida Rozas, y el Excmo. Señor Gobernador provisorio de la República Oriental del Uruguay, brigadier general don Venancio Flores, tendrán iguales poderes, y, si no los tienen, debe V. E. solicitar los pidan, para estar habilitados a proceder según lo exijan los sucesos que por momentos deben tener lugar.

         El gobierno, además, da conocimiento de esta comunicación a los Gobiernos aliados".

         Al mismo tiempo el gobierno le expidió la siguiente credencial:

         "Que hemos resuelto elegir y comisionar, como por la presente elegimos y comisionamos, al excelentísimo señor Presidente de la República, Brigadier general don Bartolomé Mitre, General en jefe del ejército argentino en operaciones sobre el Paraguay, para proceder por sí, o por medio de plenipotenciarios que nombrará al efecto, a negociar y concluir con el Gobierno de la República del Paraguay o con los plenipotenciarios que éste nombre o con sus representantes legítimos, cualquier tratado de armisticio, tregua o definitivo de paz, con sujeción a las instrucciones que se le han transmitido, prometiendo, por mi parte, ratificar lo que estipulare en el término fijado, conforme a las leyes de la República".

         Informado de esta resolución del gobierno argentino, intervino el ministro del Brasil en Buenos Aires doctor don Francisco Octaviano d'Almeida Rozas quien se opuso terminantemente a que se continuase la negociación de paz. "La misión especial del Brasil -informaba el canciller Elizalde al presidente Mitre- sostenía que, por el tratado de alianza, no se podía tratar con el general don Francisco Solano    López, sino  para su capitulación o rendición, mientras que el Gobierno sostenía que expresamente, estaba pactado en el tratado que podía celebrarse con él, estando de acuerdo los aliados, las conversaciones que se creyesen convenientes, y que no podía aceptarse lo contrario, pues dada esta interpretación al tratado, siendo una ley para el Gobierno argentino, se colocaba en la situación de no poderlo hacer, aun cuando los aliados lo creyesen alguna vez necesario, siendo esto muy poco previsor e inadmisible".

         Siguió una agria discusión y ninguna de las partes cedió en sus respectivos puntos de vista. Al final se resolvió no contestar al mariscal López. Más tarde el gobierno imperial dio instrucción al comandante de sus fuerzas en el Paraguay de no tratar de paz con López bajo ninguna condición.

 

 

VI

EPILOGO DE SANGRE: CURUPAITY

 

         Iban a hablar otra vez los cañones. El 17 de setiembre debía comenzar el ataque aliado a Curapaity. Pero ese día se desencadenó un temporal y Tamandaré, que como buen tupí tenía pavura de las manifestaciones de la naturaleza, pidió la postergación del asalto. La lluvia prosiguió los días 18, 19 y 20. Esta demora resultó providencial para el ejército paraguayo.

         En la tarde del 20 de setiembre tras de la gigantesca tarea cumplida día y noche quedaba terminada la trinchera a la cual el destino reservaba el título de "Tumba del heroísmo aliado". El general Díaz informó a López al medio día del 21 que "las trincheras estaban listas para recibir al enemigo", y éste ordenó que Thompson llevase a cabo una última inspección. A su vuelta el inglés dijo: "La posición es fuertísima y puede ser defendida con ventajas". A las seis de la tarde llegó Díaz a Paso Pucú y ratificó plenamente la opinión de Thompson. Era grande su confianza en el éxito. El Mariscal que se hallaba indispuesto se sintió reanimado y lleno de optimismo esperó el desarrollo de la batalla.

         Sobre la posición dejemos la palabras a Centurión:

         "El foso tenía dos varas de profundidad y cuatro de ancho, y en toda su extensión se había colocado un ligero abattis formado de árboles con las ramas para fuera y los troncos hacia adentro. La línea tenía ángulos salientes y estaba artillada por 49 piezas de posición, 13 de éstas estaban colocadas sobre el río y las demás en la nueva trinchera. Entre ellas había 8 piezas de a 68, de las que dos estaban colocadas para defender el frente por tierra, y 4 exclusivamente sobre el río para hostilizar a las corazas, y las otras dos sobre el flanco derecho, o sea en el mismo ángulo, de manera a barrer igualmente su frente por tierra y por el río, haciéndolas girar un poco de uno a otro lado".

         La fuerza de Curupaity estaba integrada por las tres armas: 7 batallones de infantería bajo la dirección del comandante Luis González; 3 regimientos de caballería al mando del capitán Bernardino Caballero; 2 baterías de artillería. Díaz era el comandante en jefe.

         El ejército aliado de ataque estaba compuesto de 20.000 soldados; 10.500 brasileños al mando de Porto Alegre; 9.500 argentinos al de Mitre; ambas agrupaciones tenían importante artillería.

         El plan de Mitre era atacar por el centro con las dos columnas interiores y sumergir las alas con las dos columnas extremas. Estas marcharían para forzar los flancos de la línea enemiga, de las cuales, la derecha se apoyaba en el río Paraguay y la izquierda en Laguna Méndez. Tamandaré había prometido destruir totalmente la posición paraguaya con los cañones de su flota.

         Chaves en El General Díaz relata así la acción:

         "A mediodía ‘rasgó el aire el toque de los clarines’; tocaron las bandas; las tropas aliadas se presentaron como para un desfile, bien uniformados, sus jefes y oficiales con tenida gala, muchos de ellos, enguantados.

         Apenas hacen su aparición en el espacio libre estallan sucesivamente nuestras baterías de derecha a izquierda ‘con fragor espantoso que hacía temblar la tierra y conmover la atmósfera’.

         La tropa aliada prorrumpe en un alarido salvaje y avanza indómita, alcanzando y ocupando la trinchera secundaria ‘pero de allí en adelante las bombas, las balas rasas y metrallas que vomitaban sin cesar los cañones de nuestra posición, abrían sendos claros en sus columnas, cayendo al suelo por compañías enteras como juguetes de plomo; se veían saltar por los aires en revuelta confusión, hombres hechos pedazos, armas, faginas y escaleras de que iban provistos para el asalto, y telones de charcos de agua mezclada de sangre que hacían levantar los proyectiles como trombas a grandes alturas. Sin embargo, continuaban su marcha las columnas hasta llegar destrozadas cerca de nuestra trinchera principal, que parecía advertirles: habéis llegado al término a donde podéis llegar, de aquí no pasaréis. ¡Non plus ultra! Allí caían al borde del foso y algunos dentro de éste, víctimas de los fuegos cruzados de nuestros cañones y de las descargas certeras de los fusiles de chispa de la infantería colocada tras de los parapetos. Algunos jefes argentinos de la columna del centro, montados en briosos corceles, llegaron hasta casi el borde de los fosos, donde permanecieron animando a sus tropas; pero casi todos perecieron’.

         "¡Qué espectáculo! ¡Era horriblemente bello e interesante!".

         El corresponsal del Semanario, comenta:

         "Cuando entraron bajo el fuego de los cañones servidos con prontitud e inteligencia, cruzando proyectiles sobre los acometedores, su efecto fue espantoso".

         "Los argentinos avanzaron por el centro y los brasileños por la derecha, buscando el apoyo de sus buques. Los batallones que trajeron la primera carga fueron completamente desechos, y repitieron el ataque por segunda y tercera vez con bastante tenacidad, pero la influencia de nuestros cañones que repartían piña y metralla con el mortífero y activo fuego de nuestros bravos infantes, que fusilaban a cuantos tenían a su alcance, impusieron a los invasores, haciendo en el campo, y muy especialmente en la aproximación de los fosos, una carnicería horrible".

         Fijémonos ahora en la marcha de las columnas; las dos centrales, que según el plan, tenían que efectuar el ataque principal, avanzaron sobre el objetivo determinado; la segunda, después de desplegarse se dirigió sobre el centro de la fortificación. La tercera avanzó al trote con dirección paralela a la segunda. Estas dos columnas que avanzaron adelantadas fueron objeto de un fuego intensísimo.

         Las dos columnas extremas (primera y cuarta) siguieron a las del centro en su movimiento.

         Vimos cómo se había tomado la trinchera secundaria.

         Con grandes dificultades, por falta de zapadores, las dos columnas del centro, lograron salvar el foso y parapeto de la misma, y reorganizadas se lanzaron al asalto de la posición principal.

         "Cada soldado traía un haz de junco o de madera, palos largos, y escaleras, otros destinados a terraplenar y asaltar la trinchera, pero no tuvieran tiempo de colocar sus aparatos, que quedaron todos al lado de sus cadáveres. En el centro llegaron a depositar dos haces en los fosos de nuestra trinchera, mientras que el ala derecha alcanzaron a echarse en los fosos hasta cinco individuos".

         Pero surgió un obstáculo más grave, la segunda columna se vio detenida por las aguas de una laguna y por una línea de abatises que emergían de una angosta faja de tierra firme. Este obstáculo infranqueable la obligó a desplazarse hacia la izquierda buscando terreno más adecuado para seguir adelante. Esta marcha de flanco efectuada a corta distancia de la trinchera enemiga y bajo el fuego concentrado de los cañones y los fusiles de sus defensores causó enormes pérdidas a la segunda columna.

         La tercera columna tampoco tuvo mejor suerte; después de franquear la trinchera secundaria, y debido a sus bajas pidió refuerzos.

         "En la derecha se sostuvieron más tiempo con el apoyo de la Escuadra y refugiándose en la montaña de aquel frente, pero nuestros proyectiles los persiguieron, y los cañones que servían sobre aquel costado haciendo un fuego activo y certero, dejó casi por completo en el campo las columnas que allí avanzaron. Un baradero que conduce a la trinchera, por aquel costado, quedó completamente obstruido por montones de cuerpos mutilados".

 

         "Pero -dice Beverina- era humanamente imposible vencer, bajo el horrendo fuego enemigo, la ‘inabordable’ barrera de la línea de abaties, que se componía de gruesos árboles espinosos, enterrados por los troncos, y que en más de treinta varas obstruían el acceso de la trinchera, donde fueron diezmadas por el fuego de la infantería paraguaya.

         Haciendo un estéril alarde de valor y de desprecio del peligro, las dos columnas centrales se sostuvieron algún tiempo al pie de la posición enemiga, esforzándose vanamente por entrar en ella".

         Cuando esto sucedía en el centro la primera columna (de la izquierda) se estrellaba contra la extremidad derecha de la posición fortificada; sufrió un fuerte fuego, serias pérdidas y tuvo que retirarse.

         Por último, la cuarta columna (extrema derecha) que debía tratar de flanquear el ala izquierda de la posición enemiga, no pudo pese a su tenacidad, vencer el borde de la laguna y la línea de abatises que cerraban paso hacia la fortificación principal.

         La batalla implicaba terribles sacrificios a las fuerzas aliadas, y ni un solo brasileño o argentino había llegado a la trinchera; las perspectivas de éxito eran nulas, pues la fortificación resultaba inexpugnable. Insistir en el ataque era llevar al matadero el resto de las unidades. Fue entonces que Mitre dio la orden de retirada. Eran las cuatro de la tarde.

         "Para las cuatro de la tarde el enemigo fue completamente rechazado en toda la línea, sin salvarse de los numerosos batallones que trajeron el ataque, sino los heridos que se arrastraban, y algunos centenares de dispersos que a su retirada eran todavía diezmados. En su consecuencia, no es impropio decir de que todas las fuerzas enemigas que atacaron la trinchera, fueron totalmente destrozadas.

         "Los encorazados que habían subido arriba de las baterías, tan luego como sintieron el rechazo de las fuerzas de tierra, siguieron el movimiento retrógrado.

         "Toda la extensión del campo de batalla estaba lleno de cadáveres, no habiéndose visto en la presente guerra una mortandad igual. No es exagerado el cálculo que se hace de que alcancen de seis a ocho mil hombres. Solamente en el frente de los valientes batallones 27 y 9, que estaban en la trinchera del centro y que se portaron bizarrisimamente, se han contado más de mil cuerpos.

         "Es horroroso el espectáculo que presenta el teatro de aquel sangriento drama, en que se ve pintado el mortal y terrible descalabro que la alianza acaba de sufrir. Sangre, cadáveres a montones, cuerpos mutilados, fusiles, lanzas y sables repartidos en desorden y en que se ven los estragos de nuestros proyectiles, es el cuadro luctuoso que deja el invasor en su esfuerzo feroz e impotente de domeñar la cerviz de un País libre.

         Los aliados perdieron cinco mil hombres; los paraguayos un centenar".

         La victoria de Curupaity tuvo enorme trascendencia. En el orden militar dejó clavado al ejército aliado durante un año. En el orden político estuvo a punto de provocar la disgregación de la alianza por las rivalidades y los enconos que creó entre argentinos y brasileños.

         En el lugar de Curupaity una gran cruz recuerda a las nuevas generaciones no sólo una victoria esplendente sino también la fracasada gestión de paz de Yataity-Corá.

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA PRINCIPAL

 

 

Juan Crisóstomo Centurión, Memorias o Reminiscencias Históricas sobre la Guerra del Paraguay.  

 

Jorge Thompson, La Guerra del Paraguay.

 

Archivo del General Mitre, Tomos II y IV.

 

Julio César Chaves, El General Díaz. Biografía del Vencedor de Curupaity.

 

La Nación, de Bs. Aires, setiembre-diciembre de 1866.

 

Semanario, de Asunción, setiembre-diciembre de 1866.

 

 

 

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