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ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ

  EL ÚLTIMO VUELO DEL PÁJARO CAMPANA, 2007 - Novela de ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ


EL ÚLTIMO VUELO DEL PÁJARO CAMPANA, 2007 - Novela de ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ

EL ÚLTIMO VUELO DEL PÁJARO CAMPANA

por ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ

 

(Serie: LAS AVENTURAS DEL DETECTIVE MARTÍN YACARÉ/

Nueva edición, corregida y actualizada)

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay 2007

Dirección editorial: Vidalia Sánchez

 

**/**

 

ACERCA DE ESTA NUEVA EDICIÓN DE "EL ÚLTIMO VUELO...":

 

Esta novela es la misma que se editó originalmente en 1995, pero es a la vez diferente. Del maestro Augusto Roa Bastos aprendí que un texto publicado echa a vivir su propia vida, y puede crecer y cambiar las veces que su autor y, sobre todo sus lectores, lo hagan posible.

Hace más de una década escribí "El último vuelo del Pájaro Campana" en un tono deliberadamente satírico, como una travesura de adolescente literario. Curiosamente, muchos críticos - más extranjeros que compatriotas, hay que reconocerlo lo saludaron como un nuevo aporte posmodernista a la literatura paraguaya. Y toda urea generación de lectores y lectoras, principalmente jóvenes, adoptaron el libro como una radio-grafía del país conflictivo y de profundos contrastes que se ha ido perfilando desde la caída de la dictadura.

Ahora, en que una creciente demanda, estimulada por dinámicos talleres literarios en escuelas y colegios, reclama una nueva edición, he querido aprovechar la oportunidad para revisar y reescribir algunas partes de la obra, con la esperanza de ofrecerles tan texto más limpio y elaborado, más actualiza-do en sus referencias, aunque respetando siempre el espíritu original de la historia y la identidad de los personajes.

Una variación fundamental es el tiempo narrativo. La primera versión estaba contada en tiempo pasado. Ésta narra la historia en presente, con un estilo parecido al guión cinematográfico, más acorde a la estructura visual con que fue concebida originalmente. Como resultado tiene más fuerza, más acción, más ritmo... y me atrevería a decir que también más profundidad y pureza literaria.

El otro elemento es que este libro se inserta ahora como el segundo torno de una programada colección de novelas con las aventuras del detective Martín Yacaré, en una "serie negra" que pretende ayudar a sentar las bases de tuna narrativa policial paraguaya. Hay una precuela en preparación, que será el tomo uno, y que revela el origen del personaje durante la dictadura stronista. También hay una secuela o continuidad, que será el tomo tres, en la que el investigador viaja a España y se mete de lleno en el drama del éxodo migrante. Y probablemente habrá mucho más...

Y otra grata novedad es que esta edición aparece con el sello de una nueva casa editorial, Servilibro, gracias al dinámico interés de la admirada Vidalia Sánchez. A ella, y a los queridos lectores y lectoras, se debe esta reencarnación de "El último vuelo...".

Asunción, diciembre de 2007.

ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ

 

 

 

 

 

«... este país misterioso y simple,

elemental como el fuego y como el agua,

por momentos melodioso o crepitante,

poseído casi todo el tiempo por estallidos de furia

o por las depresiones del desconsuelo.

Un país condenado al suplicio de la esperanza,

con su gente que vive como en castigo

en uno de los más hermosos

y apacibles lugares de la tierra;

de esos que se llevan su lugar a otro lugar

y se esconden en un recodo de la historia».

AUGUSTO ROA BASTOS, Una isla rodeada de tierra

 

A doña Nilda y en memoria de don Chiíto,

los dos seres maravillosos

que me dieron y me enseñaron la vida.

 

 

- I -

 

¿Qué carajo han hecho con mi país? se preguntaba Claudia Villasanti, veía desfilar la tierra desnuda y herida por la ventanilla de la camioneta, a casi cien kilómetros por hora. Una brisa ardiente, como de fuego, jugueteaba con su larga cabellera dorada. Le costaba reconocerse en ese desolado paisaje de desiertos calcinados y campos dormidos, asfixiada por la densa polvareda que penetraba hasta la profundidad de sus pensamientos. De vez en cuando, entre la niebla roja emergían rostros oscuros, fugaces. Mujeres cargadas de hijos que miraban con ojos de miedo desde los matorrales. El resto era una abrumadora sensación de ausencia, vacío y soledad.

Puños crispados en el volante, la vista fija en los pozos del camino, Roberto Vázquez manejaba con aire absorto, con un cigarrillo entre los labios. Colgada del cuello llevaba la cámara fotográfica, lista para disparar, como si en cualquier momento, en medio de la nada, pudiera estallar algo indefinido que se convertiría en su pasaje hacia la gloria, un viaje a la inmortalidad a través de una certera diapositiva a color.

¿Cuánto hemos recorrido a través de este territorio de sombras?, se preguntaba Claudia. ¿Horas o siglos? ¿Mundos o kilómetros? En realidad había transcurrido apenas un día desde que El Oso Rodríguez, jefe de redacción de La Mañana, los llamó a su despacho y les encargó el reportaje para el suplemento dominical.

-El brujo se llama Ecumenario y, por lo que cuentan, tiene 132 años de edad -les dijo, sin alzar la vista del papel que vomitaba la máquina del fax-. Vive en la colonia Yryvucai, en la Frontera Seca de Canindeyú. Dicen que adivina el futuro, saca gusanos por la boca y cura hasta el Sida con brebajes y oraciones. En fin, vayan a ver que hay de cierto en todo este asunto. Y si es un maldito charlatán... ¡denúncienlo!

Claudia se puso feliz de que le dieran algo más interesante que escribir sobre mendigos sin hogar y basurales en la ciudad. Tenía 19 años, segundo curso de Ciencias de la Comunicación en la Católica, el pelo dorado revuelto y verdes ojos soñadores. Era bonita, rebelde y simpática. Incluso redactaba con cierto talento. Su único defecto era creer que el mundo se dividía entre buenos y malos, y que todos los problemas de la  vida podían arreglarse con unas cuantas cuartillas borroneadas con la suficiente dosis de rabia y emoción. Roberto, en cambio, ya orillaba los cuarenta y había sido golpeado en tantas batallas periodísticas que de buen grado hubiera preferido quedarse en casa, tumbado en la hamaca, con una cervecita helada frente al televisor, pero las cuotas del Colegio de las niñas no le permitían despreciar los pagos de viático y horas extras por los viajes al interior.

La rama de un árbol golpeó contra el parabrisas y el impacto los sobresaltó. El camino de tierra roja había desaparecido y ahora Roberto conducía la camioneta por un denso pastizal, esquivando vacas y tacurúes, hasta que una cortina de selva les cerró definitivamente el paso.

-Aquí se termina el mundo -dijo el fotógrafo con voz cansada. Apagó el motor y se dejó caer contra el respaldo del asiento.

Un silencio profundo empezó a crecer hasta volverse aterrador. Claudia buscó el papel donde El Oso les había dibujado un mapa surrealista y lo sacudió con las manos, levantando una pequeña nube de polvo. Lo dio vueltas por todos los costados, pero ni la selva, ni las vacas, ni los tacurúes figuraban en él.

-¡Qué mbóre! -dijo, y no pudo evitar que se le quebrara un poco la voz-. Parece que erramos el camino...

-No -respondió Roberto, mientras bostezaba-. Allí está el tronco con la calavera, pero no veo ninguna picada para entrar al monte.

La muchacha miró hacia adelante y vio un cráneo de vaca incrustado entre las ramas de un árbol reseco. Un oscuro presagio le enturbió el alma.

-¿Qué hora es?

-Son las cinco menos veinte. En una hora más va a oscurecer.

-¿Por qué no le preguntamos otra vez a algún poblador?

-El último ser humano viviente quedó a varios kilómetros.

-Pero... alguien tiene que andar por aquí. ¿No tienen dueños estas tierras abandonadas?

-Esto es la Frontera Seca, querida. Aquí todo pertenece a los brasileños... Pero ellos viven en sus enormes mansiones de Río de Janeiro o Sao Paulo. Desde allá manejan sus fazendas por control remoto.

-Entonces... ¿me podés decir qué carajo estamos haciendo aquí?

-¡Ah... a mí no me preguntes! Fuiste vos la que quiso venir a hacer el reportaje.

La muchacha hizo una mueca de dolor y con una fuerte palmada aplastó un enorme mbariguí que se había posado en su hombro derecho.

Contempló asqueada su mano manchada por la sangre y las vísceras del insecto. Sintió que sus tripas se aflojaban.

-Tengo ganas de ir al baño.

-Allí tenés el monte, inmenso, todo para vos...

-¡Wákala! ¿No será peligroso?

-Más peligrosos son esos excusados de los ranchos campesinos. Podés encontrar hasta un Alien entre la mierda.

Claudia descendió con pasos dudosos. Un viento suave le acarició la cara. El sol empezaba a acunarse entre los árboles y el cielo parecía pintado como para una fiesta de cumpleaños infantil. El calor comenzaba a bajar y eso le gustó, pero el vasto paisaje desierto seguía causándole una sensación de angustia que no conseguía explicar. Caminó hacia unos arbustos, a la entrada del monte. Miró hacia todos los lados, pero lo único que vio fue un taguató melancólico parado sobre un poste. Se ocultó entre la maleza, se desprendió el cinturón y se bajó los pantalones. Se sentó en cuclillas. Las hojas áridas le arañaban la piel. Cerró los ojos y disfrutó del placer de vaciarse sobre la tierra calcinada, envuelta en los vapores de sus propios líquidos. De pronto le asaltó la certera sensación de estar siendo observada. Giró la cabeza y pegó un grito de terror.

Como a tres metros de distancia, detrás de unas enormes hojas de guembé, asomaba un rostro moreno, manchado con rayas de pintura blanca. Unas plumas verdes de loro le caían sobre el largo pelo negro. Tenía la piel desnuda y brillosa, un arco y varias flechas en la mano. Sonreía con aire siniestro, como un caníbal salvaje escapado de una película de Tarzán.

La muchacha se incorporó aterrada, sin prenderse la ropa, y retrocedió lentamente hacia un árbol de urunde'y. Algo viscoso y tibio empezó a acariciarle la espalda. Se dio la vuelta, temiendo lo peor, y se encontró con una enorme víbora que colgaba de una rama.

Roberto escuchó los alaridos y sacudió la cabeza para desperezarse. Miró a través del parabrisas y vio que Claudia salía corriendo de la espesura, con los pantalones desprendidos, mientras gritaba:

-¡Socorro, Roberto! ¡Una tribu de salvajes! ¡Nos atacan!

Detrás de ella corría el indio, con las flechas y la víbora.

El fotógrafo abrió la guantera y sacó un revólver calibre 38. Se tiró del vehículo como en las películas policiales y apuntó hacia adelante. Disparó hacia cualquier parte y sintió que su brazo se sacudía como alcanzado por una descarga eléctrica.

El indio se detuvo en seco y levantó las manos, dejando caer las flechas y la víbora.

-¿Estás loco? ¡No dispares, boludo! ¿Qué querés hacer...? ¿Matarme?

Roberto se arrodilló en el pastizal y aferró el arma con las dos manos, como había visto hacer muchas veces a Don Johnson en Miami Vice. Claudia se parapetó detrás de él, con la respiración agitada. Su pantalón seguía desprendido, dejando ver una pequeña bombachita roja y unos muslos blancos como leche. El indio la miró con deseo. La chica se ruborizó y se arregló la ropa.

Sin dejar de apuntarlo, Roberto se levantó y comenzó a acercarse. El indio llevaba el torso desnudo pero estaba vestido con unos jeans bastante nuevos que exhibían el sello Lee Cooper. Calzaba zapatillas Adidas, de un blanco inmaculado, como si estuviera en plena pista del Caracol Dance Club.

-¡No te muevas! -ordenó el fotógrafo-. ¿Dónde está la víbora?

-Allí, en el pasto. ¡Cuidado... estás a punto de pisarla!

Roberto pegó un salto y otro tiro se perdió entre los árboles. La víbora sacó la cabeza entre los arbustos y lo miró con curiosidad. Después giró el cuerpo y se deslizó hacia los pies del indio, quien le tendió la mano y dejó que trepara, enroscándose por el brazo.

-Pobrecita... ¡Te han asustado!

Roberto retrocedió unos pasos hacia la camioneta y volvió a apuntarlo con el revólver. Parecía que el arma le pesaba mucho.

-¡No la sueltes...! -gritó, señalando a la víbora, en un tono que sonaba más a súplica que a orden.

-¡Claro que no! -respondió el indio-. Con lo que me costó agarrarla.

El fotógrafo miró con desconfianza hacia el monte, pero sólo alcanzó a divisar las hojas mecidas por el viento...

-¿Dónde está el resto de la tribu?

-¿Tribu? ¿Qué te creés...? ¿Que estamos en el África?

-¿Qué pasó con los demás indios?

-Viajaron ayer a Ciudad del Este para traer ordenadores y videograbadoras. Es lo que más compran los brasileños...

-Vos no parecés un salvaje. ¿Por qué llevás la pintura y las plumas?

-Les gusta a los turistas.

-¿Y por qué atacaste a la chica en el monte?

-¿Atacarla? Yo sólo quería venderle la víbora y las flechas...

Claudia lanzó otro grito e hizo una mueca de rechazo. Roberto se asustó y casi disparó de nuevo.

-¡Está bien, está bien...! -dijo el indio, con gesto apaciguador. Si no quieren, no importa... Los turistas brasileños pagan en dólares por una yarará como esta.

-¿No es venenosa?

-Mucho menos que la lengua del Gordo Benítez.

Claudia dejó escapar una risita nerviosa. Roberto guardó la pistola en la cintura. Llamó al indio con un gesto amistoso.

-Está bien. Acercate. ¿Cómo te llamás?

-Mi nombre indígena es Guyrá Caigue. Pero los paraguayos me dicen Willy.

-Ya veo. Suena más folclórico, ¿no? A lo mejor, podés ayudarnos. ¿Conocés a un brujo indio llamado Ecumenario?

-Claro. Es mi papá. Pero no lo llamen brujo, porque no le gusta. Prefiere que le digan «médico naturalista».

-¿Dónde vive?

-Allí, al otro lado de ese monte.

-Pero... ¿cómo se llega? No hay camino.

-También... sólo a ustedes se les ocurre venir por el lado paraguayo. Antes había una picada, pero desde que los brasileños construyeron la autopista, ya nadie viene por aquí. Hay que cruzar la frontera, ir hasta la ciudad de Amizade y desde allí se llega por el asfalto hasta la puerta misma de nuestra casa. Ahora... si no les molesta caminar, pueden dejar la camioneta aquí. Cruzando el monte, llegaremos en menos de una hora, antes de que se vaya la luz del sol.

-De acuerdo -dijo Roberto, con aire de alivio-. Vamos.

 

Caminaban unos tras otros por un estrecho sendero abierto en medio del monte. Los últimos rayos del sol se filtraban como lluvias doradas entre los árboles. El indio iba adelante, con la víbora enrollada por el cuello como si fuera una bufanda y Claudia trataba de mantener una prudente distancia. Roberto iba detrás, con el enorme maletín fotográfico colgado del hombro, deteniéndose a cada rato para retratar a  las bandadas de mariposas amarillas que jugaban distraídamente entre los ysypó.

-Perdoname que te pregunte algo -dijo de pronto la periodista, con cierta vergüenza-. Parecés un muchacho muy inteligente. ¿Por qué andás semidesnudo por el monte, asustando a la gente?

Willy tardó un largo silencio en responder, como si le hubiera sorprendido la pregunta.

-Estudié Ingeniería en Curitiba. El mismo día en que terminé la Facultad, un profesor me consiguió un contrato para trabajar como jefe de Mantenimiento en la represa de Itaipú. Llegué al Cantero de Obras y me presenté al encargado de Recursos Humanos. El tipo me miró la cara, leyó los papeles que yo llevaba en la carpeta y empezó a romperlos uno por uno. Después me dijo que hubo un gran malentendido y que ya no necesitaban peones. Que me iban a avisar cuando hubiera una vacancia para limpiar las letrinas.

-¡Qué hijo de puta...! ¿Y vos qué hiciste?

-Como él rompió mis papeles, entonces yo le rompí la cara de un sopapo. Llegaron varios guardias de seguridad, me dieron una feroz paliza y luego me tiraron al río Paraná desde el vertedero. Salí flotando cerca del Puente de la Amistad.

-¿No los denunciaste?

-En el Tribunal de Puerto Stroessner no me quiso recibir ni la empleada doméstica del secretario del juez. En Asunción, en el INDI, prometieron investigar el caso. Hasta ahora estoy esperando que lo hagan.

-¿Cuando pasó eso?

-Hace siete años, todavía durante la dictadura.

-¿Y después no probaste trabajar en otro lugar?

-¿Creés que sería diferente?

-Bueno, la puta... -Claudia dudó antes de agregan- ahora hay democracia.

Willy se detuvo y encaró a la muchacha.

-Mirá bien el color de mi piel... Ustedes, los paraguayos, vivieron bajo una dictadura durante 35 años y se creen que han batido un récord. Pero nosotros llevamos ya más de cinco siglos...


 

Llegaron hasta un pequeño arroyito que se deslizaba sobre un lecho de piedras con un murmullo musical. Claudia se sentó en un tronco cruzado sobre el cauce a modo de puente, se quitó las sandalias y sumergió sus pies en el agua. Sintió una oleada de placer y tuvo ganas de quedarse allí para siempre, olvidada de todo.

Roberto sonrió y le tomó varias fotos, se mojó el rostro y la cabeza, pero al ver que pasaba el tiempo y empezaba a oscurecer, trató de levantar a la muchacha. Ella se resistió. Forcejearon un rato, hasta que Claudia cayó sentada al agua. Willy los observaba, impasible, recostado contra un árbol, mientras acariciaba a la víbora. La periodista se levantó, fingiendo enojo, con la ropa toda mojada. Roberto trató de ayudarla, pero ella lo rechazó con un gesto. Se pusieron a caminar de nuevo detrás del indio.

-Estás ensopada. ¿No tenés frío? -le preguntó Willy.

-No. -respondió ella, divertida-. Al contrario. Me siento renovada.

-Cuando lleguemos a casa te podés secar y cambiarte. Mi hermana te va a prestar ropa seca.

-Gracias, no te preocupes. Decime, ¿cómo es tu papá? ¿Es verdad que tiene poderes mágicos?

-Él es un Avá Payé, un chamán, el último Caraí Arandu entre los Mbya Guaraní. Tiene el poder para curar enfermedades del cuerpo y del alma. Conoce las propiedades curativas de más de mil variedades de plantas medicinales, pero lamentablemente ese conocimiento se va a ir con él cuando se muera...

-Pero... vos sos inteligente. -intervino Roberto, que ahora caminaba casi al lado de Claudia- ¿Por qué no grabás todo lo que él sabe y después editás un libro? No sólo estarías rescatando la cultura de tu pueblo. Además puede ser un buen negocio. Esa clase de textos tiene gran demanda...

-Es imposible -dijo Willy, con cierta amargura-. La sabiduría de los Avá Payé solo puede transmitirse entre los elegidos. Son personas predestinadas, que nacen con una marca en la espalda. Lastimosamente, en mi pueblo ya no hay elegidos. El último, Romualdo, un joven que iba a ser el sucesor de mi papá, fue asesinado por los militares en la reserva de Ygatimí, porque descubrió que estaban llevando un contrabando de madera al Brasil.

¿Y no hay posibilidad de que aparezca otro... elegido?

-No sé... Cada día somos menos sobre la tierra. Y los pocos que  quedan ya no quieren ser indios. Mi papá aún tiene esperanzas de que alguien aparezca. Por eso se resiste a morir. En noviembre va a cumplir 133 años de edad. Hace rato ya que llegó su hora, pero él le hace trampas a la muerte.

-¡No puede ser! -exclamó Roberto-. Que querés que te diga, pero eso me huele a una gran bola...

Claudia le pegó un codazo en las costillas a su compañero y lo miró con reproche.

-Pídanle que les muestre su certificado de nacimiento -dijo Willy-. Allí está escrito claramente que nació en Villa San Isidro de Curuguaty, el 12 de noviembre de 1851. Tiene la firma del mismo don Carlos Antonio López, que era el presidente en esa época.

-¿Y tu papá se ha de prestar a una entrevista? -preguntó Claudia.

-Sí. A no ser que se encuentre en algún trance místico, él suele ser muy sociable. Tal vez no le guste que le tomen muchas fotografías...

-¿Por qué? ¿Tiene miedo de que las fotos le roben el alma, como a la mayoría de los indios?

-No, no. Lo que pasa es que él prefiere el vídeo. Le gusta verse retratado en colores, con sonido y en movimiento. Las fotos no tienen vida, dice. Hace poco vinieron a entrevistarlo unos reporteros de la Rede Globo, de Río de Janeiro, y luego le mandaron una copia del material. Se pasó varios días mirándolo y matándose de risa de sí mismo. En eso parece un niño.

La luz del sol casi ya no penetraba entre el follaje y se hacía cada vez más difícil apreciar los contornos del camino. Claudia caminaba tropezándose entre las ramas que emergían del suelo y en una oportunidad perdió el equilibrio. El indio la sostuvo con una mano antes de que cayera al suelo. La víbora aprovechó para lamerle el rostro a la muchacha. Ella pegó un alarido.

-¿Falta mucho para llegar? -preguntó Roberto-. Ya me duelen las entrepiernas de tanto caminar...

-No. Ya llegamos. Es allí, después de esa arribada.

 

Desembocaron en lo alto de una ladera, una especie de mirador natural desde donde se divisaba un verde y extenso valle. El sol acababa de ocultarse detrás de los cerros y un vasto mar de fuego llameaba en el horizonte. El aire era tan transparente que golpeaba la vista.

Abajo, dos carreteras corrían juntitas, como disputando una eterna carrera a ninguna parte. Una de ellas era de asfalto reluciente, sembrada de carteles, luces y señales coloridas, por donde los vehículos se entrecruzaban a gran velocidad. La otra era de tierra roja, salpicada de charcos. Un terco y solitario camión cargado con rollos de madera ascendía roncamente por una empinada cuesta. En medio había un gran espacio baldío, cubierto de vegetación.

-Es la Frontera Seca -explicó Willy-. La ruta asfaltada es la que construyeron los brasileños. El camino de tierra pertenece a los paraguayos.

-¿Y el espacio del medio...? -preguntó Claudia.

-Es la Tierra de Nadie, también conocida como El Rincón de los Muertos, porque allí suelen amanecer tendidos algunos cuerpos dejados por los «yagunsos», víctimas de ajustes de cuentas entre los mafiosos.

-¡Nde rayóre! -exclamó la muchacha- Lindo lugar para quedarse a vivir.

-Te parecerá tonto, pero a mí me parece uno de los lugares más bellos del Paraguay. Un poco más arriba está el Cerro Guazú, la cumbre sagrada que mis hermanos Pai Tavyterá consideran el Corazón del Mundo, el Centro del Universo. El lugar mágico donde fueron creados el primer hombre y la primera mujer.

-¿Y la violencia? ¿No te preocupa?

-Una vez que te acostumbrás, se te vuelve parte de la vida cotidiana, como el tereré de todas las mañanas.

El eco de un estallido llegó desde alguna parte lejana. Claudia vio que el camión con rollos había acabado de subir la cuesta y ahora se desviaba del camino, internándose en la enmarañada vegetación de la Tierra de Nadie. El ruido del motor se detuvo y las opacas luces se apagaron.

-Va a esperar que haya un poco más de oscuridad para cruzar la carretera -explicó Willy-. Así se van llevando nuestros montes.

-Se están llevando el país, poco a poco -dijo Claudia, con aire de tristeza-. Tu casa, ¿dónde queda?

-Allí abajo, ¿ves? Detrás de ese naranjal... Vamos, el camino va derechito hasta nuestra chacra.

Empezaron a descender por un estrecho sendero de pedregullos hasta alcanzar un tupido mandiocal. A medida en que se acercaban,  fue divisando las edificaciones. Primero un largo galpón con paredes de adobe y techo de paja que casi llegaba hasta el suelo. Era una construcción de estilo primitivo, con una forma parecida a las chozas indígenas guaraníes que ilustraban los libros de antropología. Sólo que esta sostenía encima el esqueleto metálico de una antena parabólica.

Más allá había un tosco edificio con paredes de ladrillos y techo de zinc, mirando hacia la carretera. Colgado de la fachada, un colorido cartel de neón proclamaba:

DON ECUMENARIO

Médico naturalista.

Predicciones, conjuros, curaciones, exorcismo.

Una jauría de perros flacuchentos salió a recibirlos con un coro de ladridos. Claudia buscó protección tras las espaldas del fotógrafo, pero Willy hizo un gesto con la mano y los perros se detuvieron en seco y se callaron de golpe. Luego se acostaron en el suelo y comenzaron a sollozar quedamente, como si acabaran de enterarse de una noticia muy triste.

Oscurecía cuando llegaron hasta el frente de la casa, donde dos jóvenes, indígenas estaban sentados bajo el letrero de neón, bebiendo latas de cerveza Ohlsson's. Uno de ellos era de piel oscura, flaco y pequeño, con aspecto de cuervo. El otro era corpulento y atlético, de tez blanca y larga, cabellera color castaño. A Claudia le pareció una versión subdesarrollada del Kevin Costner que había visto en «Danza con Lobos».

-¡Hola muchachos! -saludó Willy-. ¿Está mi padre en casa?

-Sí, pero ya cerró el consultorio -respondió el Cuervo-. Se puso un poco mal esta tarde y dijo que por hoy ya no iba a atender a nadie.

-Ellos son periodistas. Quieren hacerle una entrevista.

-Va a ser difícil -comentó Kevin Costner, mientras quitaba otra cerveza de una conservadora-, el viejo entró en un trance místico de esos que le suelen durar largo rato.

-¡Mierda, justo hoy! Voy a ver si puedo hablar con él. Decile a mi hermana que le consiga ropa seca a esta muchacha.

Willy depositó a la víbora en el suelo y se dirigió al gran galpón del fondo. Cuando abrió la puerta, Claudia advirtió que desde el interior brotaba el resplandor de una fogata. Kevin Costner les pidió que aguarden un rato y entró a la casa. El Cuervo les invitó a sentarse en unos sillones de cuerdas de nylon y les ofreció cerveza.

Al rato, Willy regresó desde el fondo, con expresión frustrada.

-Mala suerte -dijo-. El viejo está embalado con el ñembo'é yeroky, la danza-oración de los guaraníes. Prácticamente no ve ni escucha nada de lo que pasa en este mundo.

-¿Y cuánto tiempo le va a durar eso? -preguntó Claudia, preocupada.

-Puede durar hasta una semana.

-¡No lo puedo creer! -exclamó Roberto, con visible enojo, golpeando con los puños uno de los horcones del corredor-. ¡Estoy seguro de que eso es parte del show, para tratar de impresionarnos y a la vez esquivar el bulto! ¡Desde el principio me pareció que se trataba de un maldito embustero!

Willy miró al fotógrafo con una mezcla de lástima y compasión, pero no dijo nada.

En ese momento Kevin Costner salió de la casa, seguido por una hermosa muchacha morena. A Claudia le impresionaron sus ojos de abismo y la oscura y lacia cabellera que le llegaba hasta la cintura.

-Ella es mi hermana Anahí -dijo Willy.

-¡Hola! -saludó ella, con una sonrisa radiante que reveló sus graciosos hoyuelos- ¿Querés venir conmigo?

Claudia la siguió al interior de la vivienda. Atravesaron una sala, un comedor vacío donde un locutor brasileño le hablaba a nadie desde un televisor, hasta una cálida habitación donde el elemento decorativo más resaltante era un inmenso póster de Roberto Carlos, colgado en la pared de ladrillos sin revocar.

-Sacate esa ropa mojada -dijo Anahí, mientras le extendía una toalla limpia-. Allí tenés el baño sí querés limpiarte. Este buzo te va a quedar bien.

-Por favor, no te tomes tantas molestias por mí.

-¡Nambréna! Es muy poca cosa.

Claudia se quitó los jeans, se secó el cuerpo con la toalla y se puso el pantalón del buzo. Luego empezó a sacarse la blusa. El espejo en la puerta del ropero devolvió el resplandor blanco de su espalda. Anahí quedó paralizada.

-¡Dios mío! ¿Qué tenés allí?

-¿Qué...? ¿Dónde?

-¡Allí...! ¡en la espalda...!

-Ah... eso. Es solo una mancha en la piel.

Anahí se le acercó despacio, como si se tratara de un objeto muy valioso y delicado. Sus manos palparon con infinita suavidad el sitio en donde un circulo marrón, como un enorme lunar, tatuaba la piel de la reportera.

-¡No lo puedo creer!

-¿Qué cosa? ¿Nunca viste una mancha de piel?

La muchacha india la tomó del brazo y la arrastró hacia la puerta.

-Vení, vení conmigo... ¡rápido!

-¡Ey, carajo, esperá! ¡Estoy casi desnuda!

Claudia apenas tuvo tiempo de cubrirse el busto con la toalla. Afuera, los hombres las vieron salir con asombro. Con los ojos brillantes, Anahí condujo a la periodista en dirección al galpón.

-¿Qué pasa, adónde van? -gritó Willy.

-¡Vengan...! -llamó Anahí, mientras abría la puerta-. ¡Papá tiene que verlo!

Claudia se dejaba arrastrar como hipnotizada. Al penetrar en el inmenso galpón, sintió que atravesaba una puerta hacia otra dimensión. Se encontró en un recinto enorme y vacío, de paredes altas y desnudas. Había un gran hueco entre el techo y la pared trasera, por donde entraba la brisa fresca de la noche y se divisaba un cielo acribillado de estrellas. En medio del piso de tierra apisonada ardían gruesos troncos de timbó. Las chispas salpicaban el aire enrarecido.

Recortada contra los destellos dorados de la hoguera, la reportera divisó la silueta de un hombre. Estaba sentado, completamente inmóvil, como una imagen tallada en piedra o madera.

-¡Papá...! -gritó Anahí- Perdoná que te moleste, pero tenés que ver esto...

La muchacha india se acercó, arrastrando a Claudia, girando hasta quedar frente a la silueta. Entonces el resplandor del fuego reveló un rostro surcado por arrugas y sombras que acumulaban siglos de silencio y soledad. Los ojos blancos del anciano miraban sin ver, como si estuvieran extasiados contemplando un paisaje que quedaba más allá de todo tiempo y lugar.

-¡Mirá, Papá...! -insistió Anahí y empezó a zarandear los hombros del viejo- Ella tiene la marca, Papá... ¡Tiene la marca!

Hubo un parpadeo casi imperceptible en los ojos blancos. Anahí retiró la toalla que tapaba el cuerpo de Claudia y la piel color de leche quedó al descubierto. Las arrugas en el rostro del anciano cobraron vida  y movimiento.

-¿Ves, Papá? ¡Es la marca...!

Claudia sintió que Willy y los demás también se aproximaban e intentó cubrirse de nuevo con la toalla, pero Anahí se lo impidió. Roberto traía la cámara fotográfica en la mano, pero parecía con miedo a usarla.

-Por favor, ¿qué mierda les pasa? -protestó la reportera- ¿Por qué hacen tanto escándalo por esta macana?

-¿Desde cuándo tenés eso? -preguntó Willy, arrodillándose a contemplar extasiado la tersura desnuda de la muchacha.

-Desde la época del Colegio. Me agarró durante un verano en Camboriú...

Claudia intentó cubrirse otra vez cuando el muchacho la acarició con sus dedos, pero advirtió que esta vez no había deseo ni lujuria en sus ojos, sino una especie de admiración mística.

-Es la marca de los elegidos, de la que te hablé. Es la primera vez que la veo en la piel de una persona blanca... ¡Pero es la misma marca!

-¡Dejate de joder! -protestó otra vez Claudia-. Es sólo una mancha en la piel, causada por el agujero de ozono. Y déjenme vestirme, que tengo frío.

En ese instante sonó la voz seca y profunda, que se oyó como un trueno:

-¡No!

Claudia sintió que se le erizaba la piel. Volteó la mirada y se encontró con el rostro de piedra. Los ojos del viejo se habían encendido y la muchacha sintió que la taladraban hasta el fondo. Alrededor todo estaba quieto y callado.

-Te estaba esperando -dijo el anciano-. Nunca pensé que serías una mujer blanca, pero te estaba esperando.

-Escuche... no sé lo que están pensando. -balbuceó Claudia y se sentó frente al viejo- Yo sólo quiero hacerle una entrevista.

Roberto pareció despertar y levantó la cámara. El click del disparador y el centelleo del flash estallaron al mismo tiempo.

-¡No! -ordenó el anciano, levantando la mano con un gesto imperativo. El fotógrafo se paralizó- Vos sos un ser impuro. ¡Acercate!

Roberto se aproximó con temor y se sentó en el suelo. El anciano extendió una mano rugosa, parecida a la de una momia, y la posó sobre la cabeza del fotógrafo.

-Hay muchas cosas malas en tu interior -le dijo-. Yo te las voy a quitar... Abrí la boca.

Roberto obedeció, intrigado, y los dedos apergaminados bucearon entre sus dientes, hasta el fondo. Sintió que se le formaba un nudo en el estómago y que luego el nudo subía lentamente, como algo viscoso y caliente, hasta su garganta. Le vinieron fuertes náuseas y unas tremendas ganas de vomitar, pero hizo un gran esfuerzo en contenerse. Los dedos del viejo atraparon la molesta cosa que brotaba desde sus entrañas y la extrajeron con delicadeza. El fotógrafo se sintió aliviado, pero al ver lo que había en la mano del anciano, casi perdió el sentido.

-¡Puta carajo...! -gritó Claudia, horrorizada-. ¿Qué mierda le está haciendo...?

El anciano alzó lo que tenía en la mano y lo exhibió a la luz de la fogata. Era una especie de enorme gusano, erizado de pelos y antenas. Una extraña clase de bicho que ninguno de los dos había visto nunca. El indio dejó que lo contemplaran un rato más y luego, con un gesto seco, lo arrojó al centro de la hoguera.

-¿Eso... estaba... adentro de mí? -preguntó Roberto, con un sollozo.

-No te asustes -le dijo el anciano, con suavidad infinita-. Estaba adentro de vos como energía negativa, como un mba'e vaí. Para salir tenía que tomar alguna forma. Ahora ya estás limpio.

-¿Y yo también tengo... esas cosas? -preguntó Claudia, con un gesto de horror.

-No, vos tenés la marca. -dijo el anciano y apartó la toalla para observar la mancha en la piel de la muchacha- Sos la elegida.

-Pero, ¿por qué una muchacha blanca? -señaló Willy, acercándose más-. Nunca antes ha sucedido.

-Nuestro Padre Último-Primero es sabio -dijo el anciano-. Sólo una piel blanca podrá detenerlo y evitar la catástrofe.

-¿Detener a quién? -preguntó Claudia, con la ansiedad dibujada en su rostro.

El viejo elevó la mirada hacia las volutas de fuego que ascendían en la oscuridad de la noche. Sus ojos sin edad parecían revivir imágenes dolorosas. Su voz sonó lejana, como arrastrada desde un tiempo inmemorial:

-Él nos quitó las tierras para dárselas a los gringos de piel de arena y cabellos de oro. Él mandó a sus hombres de uniforme a quemar nuestros  tecohá, a matar nuestros árboles sagrados con sus enormes bestias de acero. Él trajo la lluvia roja y la peste negra. Al final, cuando lo echaron del país de los sueños, nosotros comenzamos a respirar de nuevo. Ahora, si él regresa a esta tierra, las flores del monte morirán para siempre.

-¿Quién...? -preguntó Claudia, pero se sintió con mucho miedo de que le dieran una respuesta.

El viejo seguía navegando entre sus imágenes desgarradas:

-Él destruyó la memoria de nuestro pueblo. Él reinó entre las sombras. Ahora, las sombras lo quieren traer de vuelta.

-¿De vuelta... a quién?

Una ráfaga de viento entró por la hendidura y aplastó las llamas contra el piso. El viejo pareció despertar de su ensoñación. Sus ojos de piedra se clavaron en la muchacha. Ahora su voz sonaba amenazadora:

-En la penúltima luna de este año, el tigre azul se comerá al sol y toda la tierra de los paraguayos se llenará de oscuridad.

-¿Se refiere a... al eclipse de sol? Sí, claro, será en noviembre. Eso no es ninguna novedad. Ya se publicó en todos los diarios.

-El mismo día en que vino al mundo el dueño de la noche.

-El día 3 de noviembre... el día en que nació... ¡Puta carajo, claro! Pero... ¿qué quiere decir? ¡Me está jodiendo!

La hoguera se avivó de nuevo. El llanto lastimero de un urutaú se oyó desde la profundidad de la selva. Las llamas comenzaron a bailar estremecidas. Claudia sintió que un escalofrío recorría todo su cuerpo.

-Ese día volverá, si no lo detenemos. El mundo se llenará de oscuridad y el trueno de la muerte resonará por todas partes...

-Nde rayóre, no. ¿Volverá? ¡Está loco! ¿Se refiere a...? ¿Volverá? ¿Está hablando en serio, carajo...?

El chiflido de un ka'í mirikiná se escuchó nítido al otro lado de la pared. Él fuego crecía más y más. Parecía que todo empezaba a arder de golpe, en una hoguera inmensa que amenazaba con devorar al mundo. Las palabras del viejo también resonaban cada vez más fuerte, como alimentadas por las llamas.

-Sí. Volverá. Lo traerán de vuelta. Cuando el día se convierta en noche. Cuando el tigre sagrado se haya devorado al sol.

-¡No, no...! Puta carajo, no quiero ni pensarlo...

-¡Hay que detenerlo! Nosotros ya no podemos hacer nada. Ya casi no nos queda poder sobre la tierra. Por eso nuestro padre te ha elegido.

El rugido de un yaguareté brotó desde la oscuridad. Las palabras  del viejo resonaban por todo el recinto. El fuego crecía y crecía, sin parar.

-Está loco. ¡Mierda... está completamente chiflado!

-¡Sos la elegida! ¡Tenés que detenerlo!

Claudia se dio cuenta de que la hoguera ya ardía dentro de sí. Y que los ruidos de la noche no llegaban desde la profundidad de la selva, sino que brotaban de su propio pecho, que ahora retumbaba como un inmenso tambor a punto de estallar.



 

- II -

 

Era una vieja y enorme carreta de madera, con toldo de cuero de vaca, tirada por dos bueyes impasibles y somnolientos. Un campesino gordo con sombrero pirí estaba parado en el cabezal, maniobrando la picana en el aire como si fuera una caña de pescar. A su lado iba sentada una anciana vestida de negro, con una pañoleta blanca amarrada a la cabeza, un rosario en la mano y un gran cigarro poguasu en la boca. Parecía un cuadro fugado de una postal turística y hubiera quedado magnífico en un paisaje con fondo de ranchos de adobe y techos de paja. O en una roja carretera cercada por lapachos en flor. O en cualquier otro sitio menos allí, en plena esquina de Azara y Tacuary, una de las principales encrucijadas de acceso a la ciudad, a las siete y diez de la mañana, justo a la hora en que el centro de Asunción se convertía en una sucursal del infierno.

Martín puteó por enésima quinta vez y se bajó del auto. Llevaba casi media hora atrapado en el embotellamiento, que ya abarcaba más de siete cuadras, Los insultos y bocinazos se extendían como una oleada incesante, pero los bueyes y los tripulantes de la carreta no parecían enterarse. En el nudo del atolladero, un Zorro Gris chorreado de sudor daba brazadas de ahogado y hacía sonar histéricamente su silbato.

Desde la vereda de enfrente, varios curiosos observaban divertidos el espectáculo. Los niños de la calle y los vendedores ambulantes estaban radiantes y se esparcían como un ejército haraposo entre los autos atascados, ofreciendo chipa so'ó, gaseosas en lata, condones musicales con sabor a frutilla, te limpio el vidrio che ra'á, cuchillos rambo, dame cien'í para comprarle leche a mi hermarnita, vídeos de la chicholina, pasame un miltón o te rayo el coche hijo de puta, valium por caja y hasta computadoras portátiles.

-¿Qué sucede, agente? -preguntó Martín al acercarse.

-¡Este tavyrón...! -gritó con el rostro rojo de furia el Zorro Gris, señalando al campesino de la carreta como si fuera un criminal de guerra- No sé de dónde diablos salió. Se cree que está en los campos de Piribebuy.

-Señor, ya te expliqué ningó... -respondió el campesino,  fastidiado de tener que insistir en algo tan simple- Nosotros co sólo queremos llegar en Caacupé. Mi mamá se curó de una enfermedad muy fea y prometió que íbamos a ir en carreta junto a la Virgencita.

-Pero Caacupé está del otro lado, mi amigo... -intervino Martín.

-¿Y yo pico como iba a saber? -se encogió de hombros el campesino- Nosotros estamos viniendo del Chaco, señor, de Fortín General Bruguéz. No conocemos luego el camino. Anoche cruzamos el Puente Remanso y un soldadito medio fôrifô nos dijo que teníamos que seguir nomás la línea blanca. Acampamos en un baldío que encontramos por ahí y esta mañana, cuando quisimos continuar, la ruta se llenó todito de camiones...

-¡Pero claro, boludo! -gritó el Zorro Gris-. ¡Si la calle es para los autos...!

-Por favor na, señor, no vayamana a decir grosería que mi marmita es muy religiosa y se va a asustar -se molestó el campesino-. Mirá que si vos te vas un día hacia mi valle, también te podés perder en el campo. Pero allá la gente es amable y te va a ayudar con todo su corazón. Aquí nomás no sé qué lo que les pasa. Todos luego nos miran con rabia. ¿Qué pico les hicimos de malo nosotros mba'é?

Las bocinas atronaron de nuevo. Uno de los conductores sacó la cabeza por la ventanilla y gritó: «¡Dale pelotudo! ¡Andá con tu vacas y salí del camino!». Los curiosos le hicieron coro y se echaron a reír. La vieja de negro lanzó un oscuro escupitazo al aire y empezó a rezar en voz baja, deslizando los dedos sobre las cuentas del rosario. El Zorro Gris extrajo una libretita de su bolsillo y se puso a leer con nerviosismo.

-¿Le va a poner una multa? -preguntó Martín- Ni siquiera van de contramano...

-Claro que sí. ¡Van de contramano al progreso!

-¿Y eso está prohibido por el Reglamento de Tránsito?

-Mire que yo tengo todos los papeles en regla -aclaró con preocupación el campesino-. Y mis bueyes están toditos vacunados contra la aftosa...

-Escuche agente -propuso Martín-, si usted no les cobra ninguna infracción, yo los puedo sacar de aquí por la vereda, los llevo hasta la plaza y que esperen allí hasta la noche para salir de la ciudad.

-¡Sí, sí, por favor! -se iluminaron los ojos del Zorro- Les perdono todo... ¡todo! ¡Pero lléveselos, por Dios!

-Está bien, ayúdeme a hacer un espacio. ¡Y usted amigo, sígame!

Con gestos y toques de silbato, lograron que unos de los automovilistas realizara una compleja maniobra hacia el costado para que la carreta pudiera subir sobre la vereda. Los curiosos y los vendedores se apartaron, expectantes. Los bueyes protestaron con fuertes mugidos al transponer el cordón y la madera crujió peligrosamente, pero la vieja no dejó de rezar un solo instante.

-¡Opa Barcino! ¡Fuerza Hovero! Huuuuuuuuuuurararara...! -gritó el campesino, mientras hacia tintinear las argollas en la punta de la picada.

Los curiosos le dedicaron un fuerte aplauso y el Zorro Gris esbozó su primera sonrisa de la mañana, mientras los autos comenzaban a moverse. Martín se trepó a la carreta y le indicó al campesino por donde debía dirigirse para llegar a la plaza. Luego recogió su pequeño Lada y los siguió.

Poblada por frondosos árboles de lapacho e ybyra pytá, la Plaza Uruguaya era como un territorio liberado para los marginales, en el corazón mismo de la ciudad. Ubicada frente a la vieja Estación del Ferrocarril, reliquia de la arquitectura colonial, en ella desembarcaban los campesinos que llegaban en el viejo tren a vapor y su locomotora del Far West, colmados de quesos, huevos, chanchos, gallinas, maíz y mandioca, para regresar al final del día con sus felices cargamentos de televisores y radiograbadoras.

La plaza estaba dividida por fronteras invisibles que delimitaban los territorios de las prostitutas y los travestis, los corredores de quinielas y loterías, los cigarrilleros pasadores de marihuana y las cocineras de mbeyú que además predecían el futuro con las barajas. En una de las esquinas, como singular contracara de ese reino de la marginalidad, habitaban los libros. La Feria «El Lector» extendía sus anaqueles repletos de volúmenes sobre la vereda, a lo largo de casi media cuadra. Su propietario, Pablo León Burián, había empezado como humilde vendedor de periódicos en un pequeño kiosko callejero para terminar convirtiéndose en uno de los más importantes empresarios editoriales, lo cual en «un país de literatura sin pasado o pasado sin literatura» como le gustaba decir a la gran escritora Josefina Plá, constituía una verdadera hazaña.

Cuando Martín llegó al sitio, ya el campesino había desarmado la carreta y establecido una especie de campamento con el toldo de cuero de vaca. La vieja del rosario estaba armando un pequeño bracero bajo un árbol y se disponía a preparar el desayuno, con la solícita ayuda de una  de las cocineras. A Martín siempre lo sorprendía la espontánea solidaridad que los humildes mostraban entre sí, aunque fueran completos desconocidos, y se lamentaba de que un valor tan esencial de la cultura campesina estuviese siendo corroída por la vida de la ciudad.

Al verlo acercarse, el campesino fue a su encuentro con la mano extendida y una sonrisa radiante.

-¡Amigo! -le dijo- Todavía no pude darle las gracias. Ruperto Cáceres, para servirle.

-Encantado. Yo soy Martín Olmedo. Me conocen más como Martín Yacaré. ¿Qué ha hecho con los bueyes?

-Los he atado allá, por una estaca verde.

-¿Estaca verde?

-Sí, esa que está allá. Venga a ver.

Lo condujo hacia uno de los bordes de la plaza, donde Martín encontró un cuadro que casi lo hizo orinarse de la risa. Los dos bueyes mordían las flores de un cantero, amarrados a uno de los flamantes parquímetros que hacía pocos meses había instalado la Municipalidad, en un intento por modernizar la ciudad y poner algo de orden en el caótico tráfico urbano.

-¡Pobre Filizzola! -dijo Martín, mientras no paraba de reír.

-¿Quién...? -preguntó el campesino, empezando a sospechar que había hecho algo indebido.

-Filizzola, el intendente. Es el dueño de la estaca verde.

-¿Y se va a enojar mucho ese señor? Si quiere, mudo la piola a uno de esos árboles.

-Sí, será mejor -dijo Martín, y volvió a estallar en una carcajada.

Mientras el hombre se dirigía a cumplir el traslado con cara de no entender un pepino, Martín pensó en las irónicas vueltas que da la vida. Carlos Filizzola había sido uno de los más aguerridos dirigentes sociales que enfrentaron a la dictadura del Tiranosaurio. El joven médico, que lideró las mayores movilizaciones populares durante los últimos años del régimen militar, posteriormente se presentó como candidato independiente a las primeras elecciones municipales democráticas y derrotó al oficialista Partido Colorado, quebrando una tradición de cien anos de bipartidismo en el Paraguay. Ahora, al frente de la intendencia municipal de Asunción, el ex-sindicalista enfrentaba huelgas obreras y luchaba contra la cultura provinciana de sus conciudadanos para darle a la capital paraguaya una fisonomía urbana más acorde al final del siglo.

Los parquímetros constituían su más reciente dolor de cabeza. En los pocos meses de su implantación, Martín había visto a los vendedores ambulantes utilizarlos como columnas para tender sus artículos de contrabando, a los jóvenes patoteros como blanco de sus protestas sociales y a los perros callejeros como sustitutos de los árboles. Pero la escena de los bueyes amarrados a la «estaca verde» era el extremo reflejo del contraste cultural que ofrecía la ciudad.

El campesino regresó con un gesto que decía misión cumplida y Martín decidió despedirse.

-Un asistente mío vendrá a buscarlos cuando llegue la noche y les acompañará hasta que puedan salir de la ciudad sin contratiempo.

-Gracias, señor, que Dios se lo pague.

-¡Ah, y tengan mucho cuidado en esta plaza, que son capaces de robarle el calzoncillo sin quitarle el pantalón!

-No se preocupe. Yo sé manejar a los sinvergüenzas. Allá en el Chaco me llaman «el terror de los abigeos».

Martín estaba por marcharse, cuando vio que la viejita de negro se acercaba con algo envuelto en un mantelito de aó po'í. Un fuerte olor a queso rancio llenó el aire.

-Tomá che memby -dijo la vieja-, llevá para tu avío, no vayas ahora a pasar hambre allí por donde andás.

-Gracias señora, no se moleste -dijo Martín, con una sonrisa forzada, mientras recibía el paquete.

-Zoncerita co es. Un poco de queso casero que hice con mis propias manos, nomás. Que Dios y la Virgencita de Caacupé te acompañen, che memby.

-Gracias, abuela.

Martín le dio un beso a la vieja y caminó hacia el auto, colgando el paquete de la punta de sus dedos. Al pasar cerca de un papelero tuvo ganas de arrojarlo, pero se dio vuelta a mirar y los dos continuaban allí, mirándolo alejarse con mucho amor. Les hizo otro saludo con la mano y volvió a sonreír forzadamente. Después abrió la portezuela del auto y arrojó el envoltorio al asiento trasero, resignado a que todo el interior del vehículo se impregnara con el infernal olor.


 

Mientras manejaba por la atestada calle Palma, Martín encendió la radio y buscó Ñandutí AM para oír las noticias. Una larga tanda de jingles y avisos trataron de convencerlo de las bondades irresistibles del nuevo Chipa So'ó Diet, «el sabor, que mantiene la tradición y la silueta», la caña típica paraguaya Old Magic, el revolucionario jabón Embrujo Guaraní fabricado en base a la legendaria fórmula indígena de la flor del mburucuyá, el plan de seguridad Final Feliz, el único que incluye un seguro de vida contra los contagios del Sida, y la próxima aparición de la revista TeVeo, que anunciaba como primicia exclusiva una minuciosa investigación sobre los colores de ropa interior que usaba la Primera Dama de la Nación. Entre la sarta de propaganda política pre-electoral, lo único que le llamó la atención fue la promoción del candidato independiente Sindulfo Kim Wong para intendente de Asunción, «expresión de una nueva raza para un nuevo tiempo», presentado con un exótico fondo musical que combinaba una guaranía y una canción típica coreana.

La voz grave de Humberto Rubín director-propietario de la emisora, dio paso al Móvil Old Magic de Anita González, en directo desde la sede del Parlamento Nacional, y en tono agitado, con un fondo de tumultos y sirenas, la reportera informó que en ese momento una unidad coronaria de la Cruz Roja Paraguaya procedía a retirar el cuerpo del diputado Romualdo Zoquetti, víctima de un pre-infarto cardiaco durante la sesión de la cámara, en el preciso instante en que se votaba un proyecto de Ley de incremento de las dietas parlamentarias.

En seguida, Rubín anunció una entrevista telefónica con el ministro del Interior, Marcos Potestad, a quien saludó muy efusivamente, preguntándole acerca de sus declaraciones aparecidas en un matutino de la fecha, con respecto a la presumible infiltración de guerrilleros centroamericanos en las manifestaciones campesinas de bloqueos de ruta.

-Así es, mi querido Humberto -dijo el ministro-. Tenemos informaciones precisas, brindadas por nuestro servicio secreto, en el sentido de que esos guerrilleros están trabajando activamente en nuestro territorio nacional.

-Bueno, pero... ¿quiénes son, donde están, qué hacen? -indagó Rubín.

-Te estoy diciendo que es información clasificada «top secret». -se enojó Potestad- No puedo darte más información.

Martín consideró que ya había escuchado suficiente y cambió el  dial buscando Cardinal AM, la otra emisora de mayor audiencia en el país. De nuevo pensó en las irónicas vueltas de la vida. Ñandutí fue la emisora más combativa contra la dictadura, lo cual le costó a Rubín innumerables persecuciones y amenazas, llegando a la clausura definitiva que se prolongó hasta el derrocamiento del Tiranosaurio. Ahora Ñandutí era considerada «seudo-oficialista» por algunos sectores, mientras la radio de la competencia, que perteneció a un grupo empresarial estrechamente vinculado al régimen depuesto, transmitía con un cariz claramente opositor. ¿Significaba eso que el gobierno actual era ideológicamente distinto al del dictador? Martín no se atrevía a asegurarlo, teniendo en cuenta que muchos altos funcionarios, como el propio ministro Potestad, habían sido colaboradores cercanos y hombres de confianza del general, y seguían utilizando los mismos discursos y las mismas tácticas aprendidas durante los largos años de autoritarismo.

-La mañana en Asunción se presenta sumamente calurosa, con una temperatura en ascenso de 36 grados -comentó la voz de Óscar Acosta, director periodístico de Cardinal-. Parece que la temperatura política también está subiendo en la sede del Gobierno. ¡Adelante Gustavo Fretes, con el Móvil Aloja Cola, directamente desde el Palacio de López!

Se oyó un silencio metálico sacudido por algunos ruidos, murmullos lejanos, una voz femenina que imploraba sin mucha convicción: «¡Ay no, por favor!». Y otra vez la voz de Acosta, nervioso:

-¡Gustavo! ¿Estás escuchando?

Más ruiditos y por fin la voz apurada del reportero:

-Sí, sí... perdón Óscar. Aquí en Palacio todavía no hay una respuesta oficial al desafío lanzado por el presidente Méndez de Argentina a su colega paraguayo, para zanjar el conflictivo tema del desvío de aguas del río Pilcomayo con un partido de fútbol entre los equipos de ambos países, que incluirían a los dos presidentes y a conocidas figuras políticas. Si bien existe cierto optimismo en los pasillos palaciegos a raíz de lo que sucedió con el seleccionado argentino en el Mundial USA 94, fuentes diplomáticas paraguayas mostraron dudas de que algunas de las personalidades indicadas para vestir la casaca albirroja puedan superar el control anti-dopping.

«Es demasiado» se dijo Martín y llevó, el dial hasta Paraguay FM, donde la voz frenética de Johnny Cañete, desde su audición «Tropicalisisímo», anunciaba el último hit del momento: la versión  cachaquera de la guaranía «Recuerdos de Ypacaraí», éxito de Los Marcianos del Trópico. La cachaca, como se había rebautizado en Paraguay al cumbión importado de Méjico y Colombia, se estaba imponiendo como la música más popular entre las clases humildes del país, desplazando a los ritmos nativos tradicionales, hasta el punto de que varias polcas y guaranías debían regrabarse con el contagiante ritmo tropical, aborrecido por los círculos culturosos e intelectualoides. «Sólo falta que uno de estos días graben el Himno Nacional en ritmo de cachaca», pensó Martín, mientras acompañaba la música tamborileando con los dedos sobre el volante:


«Siempre te recuerdo, ooooooooh, mi dulce amor,

junto al lago azul de Ypacaraí,

vuelve para siempre -¡que chévere!-,

mi amor te espera, ooooooooh, cuñataí...

 

Las paredes estaban recién pintadas en un pálido gris esquizofrénico. Una bandera triste y aséptica saludaba como por obligación desde un mástil de plástico. Sobre la puerta de vidrio un cartel daba cuenta de que allí funcionaba la nueva Sección Balística de la Policía Nacional, pero ni el olor neutral de la pintura fresca, ni las alfombras color chocolate, ni la melosa canción de Luis Miguel flotando en el largo pasillo de entrada conseguían disfrazar la leyenda lúgubre y siniestra de lo que hasta hace pocos años había sido una de las más célebres mazmorras de la dictadura: el temible Departamento de Investigaciones.

Al transponer la puerta, Martín tuvo la sensación de oír un profundo alarido de dolor que le puso la piel de gallina. Giró la cabeza hacia el patio, pero sólo vio a un esquelético soldadito montando guardia bajo el sol, con un viejo fusil que le resultaba tan enorme como las armas de Terminator. «Deben ser los fantasmas», se dijo, pensando en los cientos de desdichados que habían dejado el pellejo en la mesa de torturas.

-¡Que grata sorpresa, mi sub-comisario! -exclamó un oficial, cuadrándose al verlo llegar. Era joven y vestía el uniforme caqui con mucha elegancia. Martín lo conocía desde sus tiempos de cadete. Parecía idealista y honesto. Tenía poco futuro en la policía.

-Acuérdese que estoy en situación de retiro, González.

-Para mí, usted será siempre uno de los mejores policías que pasaron por esta institución, mi sub-comisario -respondió el joven oficial, con un aire de emoción en la voz-. Muchos admiramos lo que usted hizo por sus camaradas y lamentamos no haber tenido los huevos suficientes para acompañarlo hasta el final.

-La película Serpico jamás mereció una segunda parte. Por algo será. -dijo Martín-. ¿Se encuentra su jefe?

-Lo anuncio enseguida, señor.

El oficial tomó el teléfono y mantuvo una breve plática. Luego acompañó a Martín hasta una puerta, donde un letrero de bronce proclamaba: «Comisario Principal Toribio Melgarejo».

-¿No va a registrar mi nombre en el cuaderno de partes?

-No señor -dijo el oficial, con una sonrisa-. Las visitas de los amigos no necesitan consignarse.

La puerta se abrió y Martín avanzó al encuentro de una agradable ráfaga de aire climatizado. Detrás de un escritorio de metal, custodiado por sendos y pesados retratos del presidente de la República, del ministro del Interior, del jefe de Policía, del general Bernardino Caballero y de algunos próceres más a los que ya no alcanzaba a identificar, estaba un hombrecito gordo y casi calvo, con la mirada protegida por unos anteojos de gruesos cristales.

-¡Caramba...! Parece que la investigación privada da buenos dividendos. -dijo el hombre a modo de saludo, mientras extendía la mano con una sonrisa que a Martín le pareció sincera- Se te ve más elegante que un playboy. Aunque debo decirte que tu perfume es un poco exótico. Huele a queso rancio.

-Es el último lanzamiento de Cocó Chanel.

-Sentate, por favor.

-Gracias -dijo Martín y se dejó caer en un mullido sillón de cuero ubicado frente al escritorio-. Sobre todo por recibirme. Sé que mi visita te puede resultar comprometedora.

-¡Ah, no te preocupes...! -exclamó el comisario, mientras extraía una carpeta de color marrón desde uno de los cajones- ¿Esto es lo que querías ver?

Martín hojeó papeles archivados, oficios mecanografiados, informes, fotografías, hasta detenerse en una hoja de cuaderno escrita con letra manuscrita.

El papel decía:

Prezado Dom Pablo:

Tudo está combinado.

Chegará a Data Feliz.

O día será noite,

o ceu pegará fogo

e a felicidade voltará

para ficar.

O amigo le dará

maiores novidades.

Seu.

Carlinhos.

-¿Dónde lo encontraron? -preguntó Martín.

-En el bolsillo del robacoches al que balearon en Yryvucai. Allí tenés la ficha del tipo.

-Joao Alves de Moura, alias «O Cangaceiro». Tiene un prontuario más largo que rosario de Semana Santa, por lo que veo. ¿Ya establecieron qué significa este texto?

-Puede ser cualquier cosa, Martín. Una esquela para algún socio, una poesía barata... La verdad que no le dimos mucha importancia. ¿Por qué te interesa?

-Digamos que estoy atravesando una fase de curiosidad literaria. ¿El tipo llevaba alguna clase de medallón?

-Sí. Llevaba un medallón medio raro. ¿Por qué?

-¿Tenía la figura de algún bicho del zodíaco?

-Un escorpión, sí. ¿Cómo lo sabés? Eso no salió en la prensa.

-¿De qué color? ¿Amarillo?

-Demonios, sí. Era amarillo. ¿Qué significa? ¿Qué carajo te traés entre manos?

-Mucho o nada. Estoy investigando una conexión. Todavía no tengo datos suficientes, pero apenas saque algo en concreto te lo voy a pasar. Te lo prometo. ¿Dónde me decís que lo balearon?

-En Yryvucai. Es una colonia de Canindeyú, en la Frontera Seca con el Brasil. Dos agentes comisionados lo reconocieron en un bar y trataron de apresarlo, pero el tipo salió corriendo, escupiendo fuego con una automática. Se cargó a uno de los policías, pero el otro lo cocinó de una sola ráfaga.

-Yryvucai -reflexionó Martín-. Cuervo Quemado. ¿No fue allí donde habían denunciado la existencia de pistas clandestinas para el contrabando, en medio del monte?

-Nunca se pudo probar nada.

-Nunca se investigó muy a fondo. Parece que los propietarios son muy poderosos.

-¿Tiene algo que ver con lo que estás investigando?

-Tal vez sí, tal vez no.

-Carajo. -el comisario parecía alarmado- Algo me olía mal en todo esto. Es más gordo que un simple caso de autotráfico, ¿eh?

-Sí. Se puede decir que sí. Es bastante más gordo. ¿Me darías un fotocopia de todo lo que hay en esta carpeta?

El comisario lo miró con seriedad.

-No debería hacerlo, Martín. Espero que no me metas en un lío.

Oprimió un botón bajo el escritorio y un timbre repiqueteó en la habitación contigua. Antes de que terminara de sonar entró el joven oficial y saludó con un seco golpe de tacones. El comisario le pidió que hiciera las fotocopias. El oficial se fue con la carpeta bajo el brazo y quedó un pesado silencio en la habitación.

-Martín... -carraspeó el comisario- aquella vez de la huelga...

No quisimos dejarte solo. Pero ya sabés... había mucho que perder.

-Claro.

Martín lo miró con una sonrisa. El silencio duró una eternidad. El comisario deseó fervientemente que sonara el teléfono, pero el maldito había elegido un mal momento para quedarse mudo.

-Mirá... siempre hemos admirado mucho tu integridad y tu valentía.

-Ya.

-Nosotros tampoco estábamos de acuerdo con... bueno, ya sabés... las garroteadas y esas cosas. Pero cuando uno recibe órdenes, es poco lo que puede hacer, ¿verdad?

Martín no dijo nada. Se limitó a sonreír. El comisario odió profundamente al oficial que tardaba tanto en traer las fotocopias. Tomó el tubo del teléfono para hacer una llamada, pero luego pareció que no se acordaba del número. Volvió a colgar.

Sonaron golpes en la puerta.

-¡Pase! -dijo el comisario, con un suspiro de alivio.

El oficial entró, dejó la carpeta y las copias sobre la mesa y volvió a marcharse con un taconeo. El comisario se levantó y le pasó los papeles a Martín, quien recogió el fajo y estrechó la mano con diplomática sonrisa. Cuando ya estaba junto a la puerta, oyó de nuevo la voz del comisario.

-En realidad quisimos apoyarte, Martín, pero aún no había llegado el momento... Las naranjas todavía no están maduras.

-Por el contrario -dijo Martín, mientras salía al infernal calor de la ciudad-. Ya están todas podridas. ¡Nos veremos, viejo!



 

- III -

 

La Mañana. Pág.15. Notas.

Eclipse de sol cubrirá de sombras

el país en una conflictiva fecha

*SERÁ EL MISMO DÍA EN QUE EL EXILIADO EX-DICTADOR

CUMPLA 82 AÑOS DE EDAD.

*BRUJOS Y HECHICEROS INTERPRETAN EL FENÓMENO

COMO UN «DESIGNIO DE FUERZAS SUPERIORES».

*TEMEN POSIBLE REGRESO DEL TIRANOSAURIO AL

PARAGUAY.

 

A las 9:35 de la mañana del próximo jueves 3 de noviembre, el día se convertirá en noche. Un eclipse total de sol cubrirá de sombras el país durante casi cinco minutos, produciendo un espectáculo estelar que ya está concitando la expectativa y el interés de miles de expertos y curiosos de todo el mundo. Aunque todavía faltan varios meses, hoteles y pensiones ya han agotado sus reservas para esos días, debido a la gran demanda de los visitantes que vendrán a nuestro país a observar el fenómeno celeste.

En términos sencillos, un eclipse de sol se produce cuando la luna, en su órbita, pasa delante del astro rey, ocultándolo de nuestra visión. Según los informes proporcionados por el Club de Astrofísica del Paraguay, la última vez que se produjo un fenómeno similar en nuestro país, fue el 20 de mayo de 1947.

 

LA TRADICIONAL «FECHA FELIZ».

Para los paraguayos, la fecha en que se producirá el eclipse es más que significativa. Como se recordará, hasta hace apenas cinco años el día 3 de noviembre era considerado «Feriado Nacional», por ser el día del cumpleaños del entonces gobernante dictador, a quien el laureado escritor compatriota Augusto Roa Bastos bautizó como «el Tiranosaurio».

La oficialmente denominada «Fecha Feliz» se iniciaba siempre con una salva de 21 cañonazos y el vuelo rasante de los aviones de guerra, mientras la cadena de radio y televisión saludaba al país con grabaciones de los interminables discursos del «Segundo Reconstructor», matizados con las polcas «Colorado» y «Mi General». Desde las cero horas de la madrugada se formaban más de 30 cuadras de colas con las personas que esperaban su turno para ingresar al Palacio de López y rendir pleitesía al «Único Líder».

Como también es historia conocida, el Tiranosaurio fue despojado del poder -luego de haber sojuzgado al país durante 35 años de absoluta tiranía, en la noche del 2 de febrero de 1989, mediante un golpe de Estado encabezado por su propio consuegro, el general Andrés Rodríguez, quien inició una etapa de liberalización democrática y, entre sus múltiples actos de gobierno, abolió los feriados dictatoriales, incluyendo el de la «Fecha Feliz».

Desde entonces, el 3 de noviembre es recordado como una fecha aborrecible por los sectores políticos y la prensa nacional, aunque desde hace dos años se ha podido advertir la creciente presión de un sector de stronistas nostálgicos que, amparados en la impunidad de la madrugada, han vuelto a celebrar con petardos y fuegos artificíales el cumpleaños del ex-dictador, quien actualmente vive exiliado en la ciudad de Brasilia.

 

«DESIGNIO DE FUERZAS SUPERIORES».

La llamativa coincidencia del aniversario del dictador con la fecha de manifestación del eclipse solar ha sido calificada por el conocido «payesero» y médico naturalista de la ciudad de Lambaré, Robustiano Cañete, como «un designio de las fuerzas superiores, que quieren transmitir un mensaje a la población paraguaya sobre la prolongada ausencia del general».

Cañete, profesionalmente más conocido como «Don Robustiano», fue considerado siempre como uno de los «asesores» del dictador en materia de ciencias ocultas, quien acostumbraba visitarlo en su pintoresca vivienda, en lasorillas del río Paraguay, presumiblemente para tratarse de la enfermedad de piel que lo aquejaba, con hierbas medicinales y técnicas de hechicería.

«El General siempre tuvo un gran respeto y una gran admiración por las fuerzas superiores del payé. Por eso, estas fuerzas lo van a proteger siempre.

Quizás por eso, ahora que él está solo en una tierra extranjera, traicionado y abandonado por los que antes decían ser sus amigos, están preparando este eclipse justo el día de su cumpleaños, como una forma de hacerle justicia», declaró Cañete a La Mañana, aunque se negó a brindar más detalles. Tampoco quiso hablar de su relación personal con el tirano depuesto.

 

¿PODRÍA REGRESAR EL TIRANOSAURIO?

En la cultura indígena y campesina paraguaya, los eclipses de sol han tenido siempre una significación mágica. Diversos estudios antropológicos relatan que los pueblos nativos consideraban estos fenómenos estelares como «manifestaciones extremas de la divinidad». Los indios guaraníes, concretamente, creen que el mítico «Tigre Azul», que duerme bajo la hamaca de Ñanderuvusú, despertará para tragarse al sol y provocar el caos en la tierra.

Un hechicero indígena Mbya-Guaraní, Ecumenario Benítez, de la lejana localidad fronteriza de Yryvukai, entrevistado por La Mañana dijo que «un eclipse de sol siempre anuncia la vecindad de una tragedia o una catástrofe».

¿Cuál sería la tragedia que estaría anunciando el próximo eclipse?, se le preguntó. El hechicero respondió que «hace unos días, durante el ritual del ñembo'é yeroky, el fuego mostró que una fuerza oscura, maligna, volvería muy pronto a nuestra tierra». Requerido acerca de si esa «fuerza oscura, maligna», sería el depuesto dictador, Don Ecumenario señaló escuetamente: «Así parece».

Sin embargo, diversas personalidades políticas consultadas señalaron que la versión de los brujos y hechiceros es «un tremendo disparate». El diputadoopositor Alaraco Fatelli, bastante indignado, expresó: «No puedo creer que un diario-serio y responsable como La Mañana publique las extravagantes afirmaciones de tan delirantes personajes. Un eclipse es siempre un eclipse, aunque ocurra en el cumpleaños de un ex-dictador». Acto seguido agregó que el regreso del Tiranosaurio le parecía «totalmente improbable desde el punto de vista político. ¿Qué va a venir a hacer al Paraguay un viejo ya medio chocho, que se pasa el día, viendo el Show de Xuxa por televisión?»

Por su parte, el director de Turismo, Derlis Esteche, opinó que la versión le parecía, cuando menos, «imaginativa e interesante» y sostuvo que «puede  aumentar el atractivo para los miles de extranjeros que vendrán a nuestro país a presenciar el fenómeno celeste».

El día del eclipse, el Tiranosaurio cumplirá 82 años de edad.


 

OBS.: El texto de los capítulos I al III corresponden a la edición: EL ÚLTIMO VUELO DEL PÁJARO CAMPANA. Novela de ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ . Editorial El Lector, www.ellector.com.py Asunción-Paraguay . 1995. Edición digital: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES, 2001

 


 

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