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CATALO BOGADO BORDÓN

  CARTA DESDE ASUNCIÓN - Por CATALO BOGADO - Domingo, 15 de Agosto de 2021


CARTA DESDE ASUNCIÓN - Por CATALO BOGADO - Domingo, 15 de Agosto de 2021

CARTA DESDE ASUNCIÓN

 

Por CATALO BOGADO

 

catalobogado@gmail.com

Hoy, día del aniversario de la fundación de Asunción, este artículo expone, a través de la carta de Isabel de Guevara (1556), la cotidianidad de las expediciones conquistadoras desde la perspectiva de las mujeres, nunca nombradas en las principales crónicas de la época.

Cada 15 de agosto suele haber un gran barullo en la capital paraguaya. Se supone que en esa fecha ocurrió algo trascendental, digno de ser contado con lujo de detalles y puesto en su contexto y relevancia, ya que los documentos, las crónicas de aquellos traumáticos primeros días de la «conquista», están al alcance de las manos para hacerlo.

Los «conquistadores» documentaban muy bien, no solo sus «hazañas» en las tierras que iban arrasando para gloria del rey y el Señor, sino sus penurias y hambrunas. En el Río de la Plata, por ejemplo, los integrantes de la «poderosa armada» de don Pedro de Mendoza, los hombres que llegaron a la Táva Guasu de los carios guaraníes, dejaron un mar de memorandos que debería hacernos reflexionar: ¿qué hubiera sido de ellos sin el oportuno socorro de los nativos de Corpus Cristi y Paragua’y...? ¿Existiría hoy la muy noble ciudad de la Asunción?

Releyendo las crónicas, uno no puede dejar de pensar que hubo, que hay una gran distorsión de la historia, y que mucho más justo que conmemorar una fundación que no existió sería celebrar un Día de Acción de Gracias, como hacen tradicionalmente los estadounidenses para recordar el gran gesto de los nativos hacia los peregrinos ingleses, que habían atravesado una situación muy similar a la de los españoles al llegar a la aldea de los guaraníes.

Ellos, los pilgrims, vaya coincidencia de fecha, dejaron Inglaterra el 15 de agosto de 1620 y llegaron al «Nuevo Mundo» el 11 de noviembre del mismo año. Desconocían el lugar, ese invierno fue álgido y sobrevivieron gracias a la desinteresada ayuda de los nativos que les brindaron alimentos para subsistir. Al año siguiente, los recién llegados recogieron una buena cosecha de las semillas que habían plantado y la celebraron con una comilona de tres días, con los nativos que les habían salvado de morir de hambre como invitados especiales.

Los gobiernos –ejecutivos y municipales– celebrarán hoy con bombos y platillos la ocupación de la Táva Paragua’y como la fecha en la que se «fundó la Asunción» y se iniciaron la historia y la «civilización» del Paraguay... Entonces, es mejor que el lector olvide lo dicho y tome la publicación de esta Carta enviada desde Asunción como una adhesión a los innumerables festejos por el aniversario de su fundación.

En puridad, la carta habla por muchas gentes marginadas por el poder e invisibilizadas por la historia oficial de la llamada «conquista», que, sin embargo, fueron protagonistas de la llegada de los europeos al Táva Guasu, que, tras la construcción de una casa fuerte, sería «bautizado» con el pomposo nombre de Nuestra Señora Santa María de la Asunción.

Está fechada el 2 de julio de 1556 –dos meses antes de la muerte del polémico gobernador Domingo Martínez de Irala–. Hace 465 años que la autora aguarda, ya no se sabe de quién, reconocimiento por el sacrificio de sus congéneres. La escritura permite enderezar entuertos históricos y, aunque la justicia a veces llegue tarde, es mejor tarde que nunca. En este caso, no hay pretensión de «rectificar» nada: apenas de visibilizar la participación de las mujeres en una aventura relatada siempre como «masculina», y esta, aclaramos, no es una postura feminista ni de un revisionismo malicioso sino apenas un intento de contar las cosas como son o como fueron, según la escritura, cuando llegaron los «conquistadores» a la tierra de los carios.

Sabemos que la historia oficial ha escondido sistemáticamente la presencia de mujeres en las primeras expediciones al «Nuevo Mundo», pero, rebelándose contra el olvido, se filtran como agua entre los dedos. Las encontramos en la expedición de Sebastián Gaboto (1529). Y cuando el cacique Siripó, hermano de Mangoré, se llevó a su aldea a Luisa de Miranda y otras cinco mujeres. Y en 1536, cuando, como integrante de la armada de don Pedro Mendoza, aparece la mítica Maldonada, arrojada a las fieras por unirse a los aborígenes en una desesperada huida del hambre que padecían los fundadores de la primera Buenos Aires. Y cuando, en la misma expedición, aparece más tarde otra dama, compañera de Juan de Salazar, de Ayolas, de Martínez de Irala y de otros «ilustres» que se afincaron en la ciudad de los carios guaraníes: nos referimos a doña Isabel de Guevara, cuya Carta reproducimos hoy con el anhelo de que gente más entendida en la materia la someta a un análisis más profundo y, ¿por qué no? proponga su nombre para la nomenclatura de algún barrio de Paragua’y.

Carta

A la muy alta y muy poderosa señora la Princesa Doña Juana, Gobernadora de los Reinos de España, etc., en su Consejo de Indias.

Muy alta y muy poderosa Señora:

A esta provincia del Río de la Plata, con el primer gobernador della, don Pedro de Mendoza, habemos venido ciertas mujeres, entre las cuales ha querido mi ventura que fuese yo una; y como la armada llegase al puerto de Buenos Aires, con mil quinientos hombres, y les faltase el bastimento, fue tamaña la hambre que, al cabo de tres meses, murieran los mil; esta hambre fue tamaña, que ni de la Jerusalén se le puede igualar, ni con otra ninguna se puede comparar. Vinieron los hombres en tanta flaqueza que todos los trabajos cargaban las pobres mujeres; así en lavarles las ropas, como en curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, limpiarlos, hacer centinela, rondar los fuegos, armar las ballestas, cuando algunas veces los indios les venían a dar guerra, hasta cometer a poner fuego en los versos [pequeños cañones], y a levantar los soldados, los que estaban para ello, dar arma por el campo a voces, sargenteando y poniendo en orden los soldados; porque, en este tiempo, como las mujeres nos sustentamos con poca comida, no habíamos caído en tanta flaqueza como los hombres.

Bien creerá V. A. que fue tanta la solicitud que tuvieron, que, si no fuera por ellas, todos fueran acabados; y si no fuera por la honra de los hombres, muchas más cosas escribiera con verdad y los diera a ellos por testigos. Esta relación bien creo que la escribirán a V. A. más largamente, y por eso cesaré.

Pasada esta tan peligrosa turbonada, determinaron subir el río arriba, así, flacos como estaban y en entrada de invierno, en dos bergantines, los pocos que quedaron vivos, y las fatigadas mujeres los curaban y los miraban y les guisaban la comida, trayendo la leña a cuestas de fuera del navío, y animándolos con palabras varoniles, que no se dejasen morir, que presto darían en tierra de comida, metiéndolos a cuestas en los bergantines, con tanto amor como si fueran sus propios hijos, y como llegamos a una generación de indios que se llaman timbúes, señores de mucho pescado, de nuevo los servíamos en buscarles diversos modos de guisados, porque no le diese en rostro el pescado, a causa de que lo comían sin pan y estaban muy flacos.

Después, determinaron subir el Paraná arriba, en demanda de bastimento, en el cual viaje pasaron tanto trabajo las desdichadas mujeres, que milagrosamente quiso Dios que viviesen por ver que en ellas estaba la vida de ellos; porque todos los servicios del navío los tomaban ellas tan a pecho que se tenía por afrentada la que menos hacía que otra, sirviendo de marear la vela y gobernar el navío y sondar de proa y tomar el remo al soldado que no podía bogar y esgotar el navío, y poniendo por delante a los soldados que no desanimasen, que para los hombres eran los trabajos: verdad es que a estas cosas ellas no eran apremiadas ni las hacían de obligación, sino solamente de caridad.

Así llegaron a esta ciudad de la Asunción, que aunque agora está muy fértil de bastimentos, entonces estaba de ellos muy necesitada, que fue necesario que las mujeres volviesen de nuevo a sus trabajos, haciendo rozas con sus propias manos, rozando y carpiendo y sembrando y recogiendo el bastimento sin ayuda de nadie, hasta tanto que los soldados guarecieron de sus flaquezas y comenzaron a señorear la tierra y adquirir indios e indias de su servicio, hasta ponerse en el estado en que agora está la tierra.

He querido escribir esto y traer a la memoria de V. A., para hacerle saber la ingratitud que conmigo se ha usado en esta tierra, porque el presente se repartió por la mayor parte de los que hay en ella, así de los antiguos como de los modernos, sin que de mí y de mis trabajos se tuviese ninguna memoria, y me dejaron de fuera, sin darme indio ni ningún género de servicio. Mucho me quisiera hallar libre, para irme a presentar delante de V. A., con los servicios que a S. M. he hecho y los agravios que agora se me hacen; mas no está en mi mano, porque estoy casada con un caballero de Sevilla que se llama Pedro de Esquivel, que, por servir a S. M., ha sido causa de que mis trabajos quedasen tan olvidados y se me renovasen de nuevo, porque tres veces le saqué el cuchillo de la garganta, como allá V. A. sabrá. A que suplico mande me sea dado mi repartimiento perpetuo, y en gratificación de mis servicios mande que sea proveído mi marido de algún cargo, conforme a la calidad de su persona; pues él, de su parte, por sus servicios lo merece. Nuestro Señor acreciente su Real vida y estado por muy largos años.

De esta ciudad de la Asunción y de julio 2, 1556 años.

Servidora de V. A. que sus Reales manos besa.

Doña Isabel de Guevara.


 

Ilustración de Francisco Solé para "El romance de la doncella guerrera".

 

 

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Edición Impresa del Domingo, 15 de Agosto de 2021

Página 4

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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