En una de sus columnas del año recientemente pasado, en el diario argentino Perfil, la escritora Beatriz Sarlo se quejaba de que todo comentario político que se precie comienza, actualmente, con una referencia a una película. El cine es para el periodismo, cabría decir, lo que fue la literatura para él durante siglos: Un laboratorio cultural donde ver, oblicuamente, lo que sucede en la realidad.

No sé si confirmando la queja de la Sarlo, o llevándola a uno de sus extremos (el otro sería hablar solamente de política), pero en esta columna se hablará hoy solamente de películas. Claro que todo cine es político, por lo que es inevitable que algo se cuele en estos comentarios breves de tres filmes de diferentes épocas que vi la última semana y que recomiendo. Van en orden cronológico de aparición, no de visión.

Argentina 1985 (2022)

El gran triunfo de Argentina 1985 es su banda sonora: La historia del fiscal Julio César Strassera, quien llevó a juicio a los comandantes militares de la dictadura argentina, está dividida entre la rotundidad del Tannhäuser de Richard Wagner en que se refugia y la rebeldía juvenil de Los Abuelos de la Nada que cantan sus hijos y colaboradores. La película, con impecable actuación de Ricardo Darín como Strassera, podría haberse contado solamente con la música, me atrevo a decir. Por eso este thriller –que extrae su energía de filmes de investigación periodística más que de dictaduras– no tiene un guión dramático a la altura de La historia oficial, la película de Luis Puenzo filmada, precisamente, en 1985. Es más bien un relato concebido como una emocionante sucesión de videoclips, con grandiosos golpes de efecto: Esta moda de los guiones actuales. Sin embargo, se agradece que, tantas veces como sea necesario, los personajes dejen en claro lo que es ser ‘’facho‘’, en una época de tanto olvido, confusión y enmascaramiento político de los fascistas.

La referencia al Séptimo Círculo del Infierno de Dante, destinado a los violentos, por parte del Strasser histórico y el de la película, para describir lo que les esperaba a los comandantes enjuiciados, es de una justicia poética implacable.

Vidas cruzadas (1993)

En 1992 Robert Altman había filmado la hilarante Las reglas del juego (The Player), donde se burlaba (otra vez con justicia) de los chatos nuevos ejecutivos de Hollywood. Un año después, en Vidas cruzadas (Short cuts), basada en historias del escritor Raymond Carver, se entrecruzan destinos de diferentes personas de Los Angeles al más puro estilo coral con que nos acostumbró Altman. La primera vez que la vi, adolescente y de videoclub, no la entendí: Todas “vidas cuzadas” que con Magnolia (1999) de Paul Thomas Anderson recién entendí. De hecho, Magnolia es una variación menos oscura de Vidas cruzadas, más antojadiza. Anderson es un discípulo de Altman, ciertamente: Lo que aquí es un terremoto, en Magnolia es una lluvia de sapos. La manera coral en que estos cuentan sus historias de mambos morales viene de las novelas de William Faulkner, es decir, “dan el micrófono” a muchos personajes de un pueblo, generalmente, del Sur de los Estados Unidos y desarrollan varios dramas. Amores perros (2000), de Alejandro González Iñárritu, viene de esa misma estirpe, mexicanizada, tercermundizada.

La reina africana (1951)

Finalmente, van este clásico inoxidable. Cine hecho casi exclusivamente por la maestría de los actores: Humphrey Bogart y Katharine Hepburn. Digo “casi exclusivamente”, porque este viaje por los ríos de África, en un pequeño vapor en los comienzos de la Primera Guerra Mundial, está hecho también de la exhuberancia laberíntica del África que vio y filmó John Huston. Bogart es un basto marinero y Hepburn es una culta pianista de una iglesia metodista incendiada por los alemanes: El resto es el talento inmenso de dos nombres inolvidables del cine.

¡Que tengan buen año!