DIVERTIMENTO DE CIGARRILLOS Y CINE

Por BLAS BRÍTEZ

bbritez@uhora.com.py

Hay grandes historias del cine clásico de Hollywood en que los cigarrillos y la complicidad de fumar tienen una importancia central. Hoy no tanto como antes, por supuesto, en una época de altos impuestos y compromiso sanitario. (Menos, en Paraguay, claro está, donde el humo tabacalero tiene privilegios impositivos y contrabandísticos, y el cine apenas existe desde hace no mucho tiempo)

Hace unos días volví a ver cómo Bette Davis y Paul Henreid en La extraña pasajera (1942) comparten siempre unos pabilos para sonsacarle más tiempo al tiempo en ese viaje lleno de azares románticos que tienen en la película. Aquí ese gran actor –que la Davis confesó fue la mejor de sus parejas en la pantalla– enciende dos cigarrillos a la vez, frente a la noche inmensa en la ventana y a una mujer tan devastada de amor como él. Aquí ella dice una de sus más célebres líneas: “Oh, Jerry, no hay que pedir la luna. Tenemos las estrellas”. Los cigarros son en el cine lo que Guillermo Cabrera Infante llamó, para el caso de los personajes de Davis y Henreid, “la llave maestra de la vida”.

Podríamos decir que como industrias, el cine y el cigarrillo son leales socios de la vida y que por eso Cabrera Infante escribió Puro humo, cuyo título original en inglés es más interesante: Holy Smoke (humo sagrado). Sin embargo, como dijimos, hoy esa filia mágica por la gama de los cigarros ya no existe en Hollywood, al menos no de aquella manera en que Edward G. Robinson, James Dean o Bette Davis lo encarnaban. Después de millones de muertos de cáncer de pulmón, obviamente. Y de muchos miles de millones de dólares más embolsados por la industria del tabaco para copar el cine y la televisión. De hecho, es una de las primeras cosas que los espectadores que nacieron en los años 70 para arriba primeramente señalan como llamativo en las películas de antes de las prohibiciones de fumar en espacios públicos y de la conciencia de la enfermedad. ¡Cómo se fuma en todos lados en aquellas películas!

Resulta cuanto menos llamativo –en cualquier caso, imposiblemente casual– que en su libro Cabrera Infante cite un solo filme de Frank Capra, quien solía echar mano de los cigarrillos y el bicarnato de sodio en la trama de sus comedias, al igual que Ernst Lubitsch. Más llamativo es, sobre todo, que dicha vez sea cuando el actor Walter Connolly logra que el puro haga las veces de un calibre 45 en La amargura del General Yen, donde también actúa la inolvidable Barbara Stanwyck. Si Susan Sontag encontró, anglosajonamente, que la cámara y el automóvil están genuinamente asociados al imaginario del asesinato, Cabrera Infante vio que el cigarrillo puede ser la pista de un crimen. “De un asesinato, incluso”, escribió. En La amargura… el cigarro no mata al fumador, no puede hacerlo, pero sí amenaza a los otros desde su exquisita inaccesibilidad. Esa es la gran y actualísima metáfora que Capra, por ejemplo, escenificó en Vive como quieras (1938), la comedia en la que el gran Edward Arnold se sube a su habano capitalista, pero tiene que soportar que su hijo (James Stewart) lo lleve a la casa de su novia (Jean Arthur): A una casa de hippies avant la-lettre.

Digo esto porque el escritor y crítico de cine cubano historia en Puro humo tantas memorables películas que involucran el tabaco fumado, que es también sospechoso que no haya dicho nada acerca de lo que sí dijo el principal biógrafo de Capra, una de las glorias mayores Hollywood: Que el habano en sus películas es el típico sentido de la arrogancia. Clasista, agregaríamos desde este lado de las filias y las fobias.

Aquí en Paraguay lo más cerca que estamos de las relaciones del cine y el tabaco es un señor que se dedica a la producción y contrabando de cigarrillos, al mismo tiempo que financia horrendas películas que ensalzan a los organismos de seguridad; las mismas que, como en una mala comedia, dejan pasar sus cigarrillos rumbo a toda América.