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MONCHO AZUAGA

  VOCES QUE NO SE APAGAN - MONCHO AZUAGA


VOCES QUE NO SE APAGAN - MONCHO AZUAGA
MONCHO AZUAGA - VOCES QUE NO SE APAGAN
 
CD 4
 
 
Entrevista realizada por VICTORIO SUÁREZ
 
Palabra viva de grandes escritores paraguayos
 
 
 
 
 

Poeta, narrador, actor y dramaturgo. Es abogado y licenciado en filosofía. Pertenece a la promoción del 80. Desde muy joven se inició en la poesía dando a conocer sus obras en los colegios y facultades donde estudió. Recibió una mención de honor en el Concurso de Poesía joven del Instituto de Cultura Hispánica. Fue uno de los ejes principales y líder indiscutido del Taller de Poesía Manuel Ortíz Guerrero. Publicó sus obras en todas las antologías del taller: "Y ahora la palabra" (1977), "Poesía Taller" (1982), "Poesía Itinerante" (1984). Asimismo, es cofundador con Emilio Lugo y Ricardo de la Vega de la revista Cultural "Cabichu'i 2". Moncho Azuaga ha sido uno de los grandes animadores de las tertulias literarias que organizaba el Taller de Poesía Manuel Ortíz Guerrero en los difíciles años de la década de los 80, donde se sentía el declinar del sistema stronista. Azuaga también recibió dos premios internacionales de relevancia por sus obras "En moscas cerradas" y "No sólo es cuestión de mariposas" (1976), éstas fueron premiadas por la Universidad de Panamá (1976). Publicó, además, los poemarios "Bajo los vientos del sur" (1986), "Ciudad sitiada" (1989). Narrativa: "Arto cultural y otras juglarí.as" (1989), "Celda 12" (1991). "Cuando los animales asaltaron la  ciudad" (obra de teatro callejero estrenada en 1994). Ese mismo año, "Sagrada Familia" también fue presentada en escenarios de la capital. y del interior del país. En 2005 publicó "El teatro en la calle, en la ‘daza y en cualquier lugar", libro que contiene 8 pezas teatrales y luego en el 2006 públicó otro libro con dos piezas teatrales: "Pancha Garmendia y Eliza Linch" y "Babilonia Sur". 

 

 

 

 

 

 

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MONCHO AZUAGA (ASUNCIÓN, 1952)

(9-VIII-92 - ABC)

“EL PODER ES CORRUPTO Y EMANA IMPUNIDAD”

Entrevista por VICTORIO SUÁREZ

( GENERACIÓN DEL 80 - LITERATURA PARAGUAYA )

 

Moncho Azuaga es un típico representante de la promoción del 80. El mismo se destaca como poeta, dramaturgo y narrador. A lo largo de su labor intelectual ha cuestionado al sistema autoritario que por mucho tiempo adormeció a nuestro país. En la presente nota nuestro entrevistado vuelve a tocar aspectos que hasta hoy siguen en el tapete de las discusiones culturales.

 

–¿Podrías recrear los años que preceden al 80?

–Aunque a José Luis Appleyard le moleste la forma de distribuir nuestra literatura en décadas, voy a tentar una suerte de síntesis para rescatar dentro de la brevedad aquellos años. Quiero señalar que alrededor de 1970 aparecen los primeros balbuceos poéticos de algunos que posteriormente engrosaron las filas de la promoción del 80. En esos años, los cenáculos literarios estaban conformados por una especie de élite de cofradía de colegios y academias literarias; era un ambiente al cual no tenían acceso los jóvenes de zonas periféricas. La necesidad de escribir hizo que nos presentáramos en algunos concursos. De esta forma, irrumpimos en las ligas de academias literarias, en un primer momento gracias al incentivo del profesor Alcides Molinas y Azucena Zelaya de Molinas. Los círculos eran cerrados y la represión cultural agravaba notablemente la situación. Existía también un problema de estratificación, la cultura no llegaba a los barrios. Los barrios no expresaban su cultura. Recuerdo que teníamos un grupo de teatro experimental, “Ta’anga Pyahu”, conformado por gente inquieta. Se organizaban representaciones festivaleras. En 1973 se hizo una fogata en el Seminario Metropolitano para exponer la tarea plural que nos propusimos. Voy a señalar, a modo de ejemplo, a Nicodemus Espinoza, que ilustraba poesías mías y de Jorge Aymar. Había gente relacionada con los rockeros y organizábamos festivales de música y lectura de poemas. Debo mencionar especialmente a Roberto Airaldi (promotor cultural), Carlos Almeida (plástico) y Roberto Thompson (h), músico. Era gente de la comunidad artística. En ese ambiente crecimos y coincidíamos en el desprecio a la dictadura, en una irrestricta libertad de pensamiento y de visión estética. Esa fue la atmósfera de los años 70/75. La gente participaba con la muestra estudiantil de teatro y habíamos presentado una obra basada en “El Señor Presidente”, de Asturias. Todo lo que hacíamos era marginal, no estábamos en la cuestión política propiamente dicha, es decir, no militábamos políticamente, ésa fue la diferencia con la promoción del 70, que fue erudita, intelectualmente bien formada. Nuestra gente era más vital, la poesía crecía en la orfandad. Hay que recordar que todo ese tiempo estuvo signado por la represión. Había miedo y nuestras actividades eran prácticamente clandestinas.

–En esos años de aproximación al 80, ¿no se gestaba aún un grupo poético con algún planteamiento?

–No había surgido todavía un grupo, pero se hacía sentir la necesidad. Leíamos poesía, hasta que llega el concurso de cultura hispánica, nos volvimos a encontrar viejos amigos; Jorge Gómez Rodas, por ejemplo, era del barrio y participaba siempre de las actividades artísticas; Mario Rubén Álvarez había llegado del interior y ganó el concurso de Cultura Hispánica. En ese grupo aparecen también Nila López, Amanda Pedrozo, Victorio Suárez y otros poetas. Así coincidimos en buscar espacios para encontrar círculos de comunicación con generaciones precedentes. Queríamos romper el aislamiento cultural y abrir los cenáculos a las inquietudes de sectores más populares. Creamos el Taller de Poesía “Manuel Ortiz Guerrero” en el sentido de entender que la poesía y la cultura eran en ese momento como la vida del poeta villarriqueño, plena de llagas y castigadas por la violencia. Rubén Milesi nos ayudó para el montaje y diseño de los afiches. Entramos en contacto con “Juglares” para animar musicalmente el espectáculo. La presentación fue en la Universidad Católica.

–Entiendo que fue la primera vez que se daba un intento de trabajo colectivo.

–Se planteó el trabajo cultural no en el sentido tradicional del medio, el de la creación y el gozo solitario, porque éste obliga a la individualidad y al alejamiento del escritor de su comunidad. Sin embargo, la solidaridad lleva a la participación activa y vital en la promoción cívico-cultural. Esto motivó la formación del grupo con la idea de proyectar un trabajo comunitario. Además, las probabilidades de lectura, el intercambio de libros, el conocimiento del otro, etc., se multiplicaron. Estas eran nuestras necesidades, ya que no teníamos acceso a los modos tradicionales de la difusión intelectual. Buscamos paliar esta deficiencia por la vía de la fraternidad, del intercambio de ideas y experiencias. Hay que señalar que los integrantes del taller eran de la más variada extracción social.

–¿Cómo se maneja el taller en la pluralidad? ¿Cómo se da el trabajo colectivo, a pesar de las diferencias?

–La necesidad fundamental fueron la comunicación y la participación. Se quería romper esa soledad impuesta y salir a contagiar y contagiarse de poesía en la comunidad. Los poetas, pese a sus diferentes estilos e ideologías, coincidían en el protagonismo, en la necesidad del protagonismo cultural, en la afirmación de que mediante la palabra poética también debe y se puede protagonizar el proceso de liberación de la sociedad. En ese sentido, proyectábamos todos juntos las lecturas, cada cual opinaba y cooperaba en la medida de sus posibilidades. Nuestro taller tuvo desde el inicio sentido de trabajo colectivo, plural y grupal para el contacto directo con nuestra realidad cultural. Nuestra formación no fue académica ni sistemática. El taller se hizo a impulso de sus miembros, por eso fue muy dinámico.

–Era más vital que intelectual. Era más creativo. ¿Se puede decir que eso se debió a la falta de un elemento paternal? Emilio Pérez Chaves había señalado esa orfandad.

–Sin duda. El taller es huérfano porque no tuvo padres, no tuvo guías ni protectores de cenáculos. Crece con sus limitaciones y con sus inquietudes. De esta forma, la libre discusión enriqueció al grupo, así como el intercambio de libros, lectura de los trabajos y la visión múltiple del mundo que se daba en estas jornadas acaloradas y fraternas. La sistematización de nuestra actividad anual se delimitaba con seis meses de reuniones, de discusión interna, y seis meses de actividad externa, y ésta se materializaba con contactos y encuentros con estudiantes, comunidades, centros culturales y universidades. Viajamos por varios puntos del país: Coronel Oviedo, Santa Rosa, Villarrica, Encarnación, echando la idea de lo que era el taller: hacer itinerante la poesía, llevarla a sitios públicos multitudinarios, acompañando los festivales con lecturas de poemas, había prendido. Otra actividad importante fue la revalorización del arte popular. Por ejemplo, “Káso Ñemombe’u”, que significó un rescate positivo para nuestra cultura. Ya Rubén Rolandi había hecho su presentación al respecto, sin que su labor lleve precisamente la terminología. “Kaso Ñemombe’u” fue revitalizado por el taller y específicamente mediante algunos integrantes (Ramón Silva, Sabino Giménez, Miguel Ángel Meza) que dieron nueva vigencia a estas jornadas.

–¿Cómo se dieron las publicaciones del taller, si puedes resumirlas?

–La primera publicación del taller surge como consecuencia de los trabajos colectivos. Lo primero que la gente se planteaba, además de la difusión oral y las imposibilidades de la imprenta, era justamente acceder a la publicación de poemarios. La difusión oral resumía en cierta forma la carencia de medios que imposibilitaba la publicación. Pero las barreras se superaron y tras las lecturas se abrieron los caminos para llegar a las ediciones; gracias al aporte comunitario dimos a luz los libros del taller, el primero fue “Y ahora la palabra”, título sugestivo en el sentido de que nosotros estábamos sometidos al silencio y lo que queríamos era romper aquello. Con el desarrollo de la organización se llega a la creación del sello Ediciones Taller, que publicó más de trece libros con obras de los integrantes del taller y otros escritores.

–¿Existían diferencias en el taller sobre lo que es y debe ser la poesía?

–Sin duda, el taller encarnaba la pluralidad y eso llevaba a las diferencias que dejaban ver desde esteticistas puros a realistas propugnadores del realismo socialista, pasando por la más variada gama surrealista, creacionista, todo dentro de una amplia veta de influencia como el caso de la poesía Beat en algunos. No se pasaba por alto el lirismo de la promoción del 27 de España, o la impronta de Borges, Ezra Pound, Vallejo. La discusión era siempre interesante y múltiple, hasta que la gente afirmó su vocación poética en ese ámbito de planteamientos críticos y libros. En algunos momentos predominaron las tendencias. Hablo de tendencias políticas conservadoras y otras más progresistas.

–¿Se puede decir que dicha situación provoca posteriormente la deserción de algunos integrantes del taller?

–No la deserción, pero lo que se notó fue la falta de elaboración de un programa más sistemático y ordenado. Esta situación creó, además, la falta de un análisis esclarecedor. Indudablemente, las actividades públicas se redujeron. Eso sí, la gente siempre se mantuvo muy creativa; los integrantes realmente crecieron en la diversidad con distintas formaciones académicas. Los poetas no eran solamente poetas, se dedicaban al teatro, a la música y otras actividades artísticas, además del periodismo. Eso permitía, evidentemente, una mayor actividad creativa.

–¿Qué tipo de relación existía con las promociones precedentes? ¿Se podría hablar de algunos cuestionamientos?

–En algunas reuniones internas se cuestionaba en cierta forma la elitización cultural, la falta de apertura hacia los sectores populares. Se exigía mayor actividad, tanto creativa como de promoción cultural. Decíamos por ejemplo: “¿dónde están los poetas, qué hacen los poetas?” Estas preguntas promovían nuestras búsquedas, de allí la conquista de espacios para que estas generaciones precedentes expongan sus trabajos y discutan en cierta forma la problemática cultural. Veíamos muy de cerca a la promoción del 70, lúcida y crítica, pero creíamos que no reflejaba en la poesía la atmósfera que se vivía (la crisis y el dolor del hombre paraguayo), encendían mucha rebeldía en los ensayos o en sus discursos políticos. Por otra parte, cuestionábamos la actividad evasiva de algunos poetas, a veces era escéptico o falto de esperanza. Al respecto, instamos en nuestras charlas a la formación de la sociedad de escritores, en cuya apertura colaboró el taller de poesía.

–¿Sigue en vigencia después de tantos años el taller?

–El taller, por ser idea, tiene una permanente vigencia. Decíamos en la presentación del libro “Voces del Amambay”, juntamente con aquel hombre íntegro y digno que fue Santiago Leguizamón, recordando una frase de Rubén Darío, que sintetizaba el trabajo del taller: “Juntos para construir el templo y solos para orar”. El problema fundamental en nuestro país es la organización, la falta de recursos, de ahí la propuesta del taller para el trabajo colectivo mediante una concertación para derribar los obstáculos comunes, pero con amplia libertad para la creación estética. Por eso digo que el taller es una vigencia. A pesar de que algunos ya echaron a andar y surcaron esa pequeña gloria que da la poesía en nuestro medio.

–¿Se podría decir que la revista “Cabichu’i 2” representa el punto de cohesión de aquellos que no se alejaron del taller?

–La vida llama a los poetas, y esa misma vida hace que se transformen los medios. Hoy “Cabichu’i 2” es un espacio generado por el taller no solamente para sus miembros, ex miembros o amigos, sino para todo el ámbito cultural, con la idea del trabajo colectivo. Debo destacar que en nuestra revista colaboran los más destacados intelectuales con un alto sentido de cooperación. Es una etapa más del taller, gracias a sectores amigos que hacen posible la edición. Anuncia permanentemente la poesía y ponen al alcance de los seguidores de la literatura las últimas actividades de los creadores paraguayos

–¿Se puede hablar hoy día de un estancamiento de la poesía?

–La creación poética es permanente. Creo que la situación de opresión en la que vivíamos hacía que la sociedad encontrara en la poesía (el refugio más libre del hombre) un arma para denunciar las injusticias y describir sus esperanzas. Hoy la transición hace que los poetas se recojan más en sí mismos y busquen nuevos temas en este período un tanto confuso. Por otra parte, la exaltación de los ánimos que caracterizó a la dictadura hoy se ha calmado y se buscan otros canales para el tratamiento de la problemática cultural, no obstante, creo que el poeta debe ejercer el protagonismo y animarse con valentía a encarar este proceso.

–El panorama paraguayo atraviesa situaciones alarmantes. ¿Qué contestación está dando la clase intelectual a los problemas que vivimos?

–Veo cosas muy graves. El país está mal y los pensadores que trabajan con el instrumento reflexivo parecen no responder a las exigencias de la realidad. ¿Dónde están los sueños? ¿Qué pasa con el quehacer técnico para lograr mejores condiciones de vida? ¿Qué sucedió con el faro esclarecedor en estos difíciles momentos de nuestra historia? Los caminos están borrosos y aparecen enormes orejeras que impiden una ampliación visual de las utopías. Es una lástima, pero gran parte de la clase intelectual paraguaya está prendida del saco de los políticos como buscando algún estipendio económico. Se trata de la mentalidad de funcionario que a esta altura resta toda seriedad a la cofradía que cumple esa función de componenda. Aquí se ha puesto la carreta delante de los bueyes. Eso quiere decir que no hay interés en ejercer la tarea crítica o cuestionadora. Por ese motivo, no hay un diagnóstico correcto de la realidad. En este proceso no estoy viendo un compromiso expreso de los intelectuales para develar la dramática realidad nacional. Y, lo que es peor, no hay conexión sincera entre los políticos e intelectuales porque los primeros tienen celos, reflejan cierto miedo, son desconfiados y actúan de manera excluyente hacia los que tienen la valentía de ejercer la rigurosidad crítica-contestataria. De esa forma se produce la inmovilidad donde muchos intelectuales adulan al poder y comparten la estrechez mental, la actitud parcial, mezquina e interesada de la clase política dirigente. Lastimosamente, estamos experimentando una trastrocación del pensar y del hacer.

–Es llamativo el tema. Terminó el enemigo común (la dictadura) y los intelectuales aparentan estar agotados.

–Se trata de cierto acomodamiento, pues aunque haya pasado la dictadura, quedan los mismos enemigos comunes: el hambre, el analfabetismo, la exclusión, la violencia, etc. Entonces quiero preguntar: ¿dónde están los intelectuales contestatarios? ¿Por dónde andan? No es posible que la clase pensante paraguaya ignore la profunda fosa en la que el país sigue sufriendo el vilipendio, la humillación y el resquebrajamiento. Yo creo que los intelectuales están pasivos e insensibles a los graves problemas sociales. De igual manera veo que los políticos discuten apenas parcialmente los problemas que tienen que ver con las elecciones o determinados espacios de poder. Además, ya no existen las universidades donde los jóvenes hacían hacer sentir sus voces. Hoy día no existen jóvenes que se pronuncien consecuentemente contra los dramas socioeconómicos y políticos. En ese sentido, veo una alienación colectiva exasperante.

–¿Cómo es que los jóvenes de hoy no entienden la realidad paraguaya? Sin embargo, otras promociones no cedieron ni cayeron en la alienación. Es decir, no se comportaron con indiferencia respecto a los problemas del país.

–Tenemos un vaciamiento cultural e ideológico muy grande. Hay un hueco en la sensibilidad. Ser joven es ser revolucionario y transformador, pero en este momento, ser joven es adaptarse a la concepción mercantil de la vida. El dios del sistema es el mercado. Los templos son los shopping que atraen a los jóvenes. Ellos se adaptan al mercado y no hay salida. Ya no están los poetas malditos ni el arte cuestionador. A los creadores se les impone un nuevo tipo de relacionamiento que tiene que ver con el mercado. Los poetas están metidos en la vidriera de una cultura híbrida que invoca: “No pasa nada, no existen las desigualdades sociales”. La cultura de la muerte se impone en escaparates con la cultura mercantil, mientras la solidaridad es un recuerdo que quieren enterrar. Si en los años 60 se fortalecieron las utopías relacionadas con el socialismo, hoy el fundamento de ese modelo sigue siendo válido para nosotros porque el hambre, el campesinado pobre, las etnias indígenas que mueren de inanición siguen siendo realidades intactas. Ese es el muro que sigue, esas son las causas por las que hay que pelear solidariamente sin renegar de las utopías. Estamos lastimados pero tenemos que encontrar la fuente de la juventud a fin de renovar los sueños. Esa también es una labor para la poesía. La tarea cultural es proponer y remover todo aquello que hace que valga la pena vivir o morir.

 

 
 
 
 
 

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