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DELFINA ACOSTA

  REVOLUCIONES DEL PARAGUAY - Por DELFINA ACOSTA - Domingo, 12 de Diciembre de 2010


REVOLUCIONES DEL PARAGUAY - Por DELFINA ACOSTA - Domingo, 12 de Diciembre de 2010

REVOLUCIONES DEL PARAGUAY

 

Por DELFINA ACOSTA

Acostumbrado a hacer bien las cosas, Javier Yubi nos regala un libro que tiene categoría de invención o de emprendimiento quijotesco en nuestro ambiente. Es que no es poca empresa ir recogiendo y seleccionando fotografías de las revoluciones que se dieron en el Paraguay y luego hacer con ellas un álbum.   

Desde el año 1904 hasta la trágica revolución del 47, que dejó al país en un estado de odio encarnizado, el coleccionista documenta a través de valiosas fotografías las revoluciones.   

Hay que considerar que las imágenes se encuentran en muy buen estado, y que una crónica precisa, puntual y fiel a la historia acompaña a este álbum editado por la librería El Lector.   

En el texto se señala que eran frecuentes las insurrecciones o levantamientos. A pesar del clima de violencia que vivía el Paraguay, no había constancia de miseria, pues el desarrollo económico marchaba bien durante las primeras décadas.   

La primera revolución se inició el 4 de agosto de 1904 con la toma del buque Sajonia, en el puerto de Buenos Aires, por parte de los rebeldes en connivencia con su capitán, Idelfonso Benegas, afiliado al Partido Liberal. Luego surgirían otras revoluciones en las siguientes fechas: 1908, 1912, 1922 y 1947.   

Puede verse a los revolucionarios, a muchos de ellos, en pose de abierta osadía, enfrentando la cámara, para que se tuvieran en cuenta el sentimiento y la dignidad que acompañaban sus determinaciones y la causa que defendían, entonces.   

Hay fotografías en las   que aparecen los altos jefes, los cabecillas, por así  decirse, de los alzamientos. Y se puede apreciar por la elegida insinuación de sus miradas, por su vestimenta casi de lujo, por el pequeño aunque refinado decorado, un tiempo en que los alzamientos definían, casi, a las personas. Todas esas imágenes del ayer se hubieran perdido, no obrarían en conjunto, si no fuera porque Javier Yubi, el coleccionista, tuvo la idea de recogerlas en un álbum cuya edición es por demás lujosa.   

El álbum tiene orden dentro de la historia. Es decir, el lector puede ir avanzando por fechas y crónicas en las sucesivas revoluciones.   

Se observan también imágenes de edificaciones destruidas, caídas ante los cañonazos, y gente acudiendo al sitio, para ver, para curiosear (es lo mismo), para echar una mirada de análisis veloz a los escombros de los derrumbamientos.   

Trajes hermosos sombreros con flores, y largas como grandes plumas, sombrillas primorosas, coquetas carteras, son los lujos de las damas de la más selecta sociedad, que posan frente a un tren. Ellas acompañan con motivo de la colocación de la piedra fundamental de la localidad de Patiño, el 4 de abril de 1909, al ministro del Interior, Adolfo Riquelme, y al ministro de Guerra y Marina, Albino Jarra. En el lugar están presentes otros caballeros. La fotografía resulta ser una preciosidad.   

A través de estas fotos, uno, ignorante, toma conocimiento del tipo de armamentos que entonces se utilizaba, de la clase de ropas que usaban los civiles y los militares, y de muchos otros detalles que la mirada puede ir descubriendo con el correr de las páginas.   

Hay fotografías de los presidentes en su más encendida juventud.   

Vaya un ejemplo: Manuel Gondra.   

Algo simpático: Al aire libre, los referentes de la sociedad civil comparten un almuerzo con el coronel Chirife. Corría el año 1912. Entre los hombres, que miran hacia la cámara que los apunta, se observa a un perro de raza cualquiera. Es que los caninos siempre están presentes donde no se los llama.   

Existen fotos en las que hay que buscar la elocuencia, pues quienes posan no tienen aire de tragedia, ni mucho menos. Antes bien, parecen disfrutar de la situación que los identifica como insurrectos.   

Común era el bigote en los presidentes. Así por ejemplo, en José Félix Estigarribia, el gran conductor de la guerra contra Bolivia, el bigote tiene poder por sí mismo. Dice una reseña biográfica (abundan las reseñas biográficas, por cierto) que ocupó el cargo de comandante en jefe del Ejército en Campaña y obtuvo importantes victorias que le valieron los ascensos posteriores, hasta alcanzar las estrellas de general.   

Hay reseñas mínimas sobre los operadores fotográficos. Se estilaba la tarjeta, como la de Fausto Rojas, quien era una eminencia no sólo para las fotografías, sino también para hacer pintura al óleo, retratos y paisajes, letreros, chapas y decoraciones en general con especialidad en telones para teatro (escenografía). Esto muestra que no se vivía de la fotografía y había que empeñarse en otros menesteres requeridos en aquellos tiempos.   

Como en las fotos de la primera comunión que hacían los niños allá por la década del 50, en que figuraban un puente y un cielo armado de nubes rosáceas y celestes; así, como en esas fotos, un paisaje, una nube y cierto fondo de aguas quietas, animan la fotografía donde posa un oficial rodeado por dos soldados en tiempos de la revolución iniciada en 1911. La dignidad del oficial, sentado sobre una suerte de arcón, con sus botas lustrosas y ese bigote pregonador de una estampa, forman una ilustración muy amena para la vista.   

Se observan también fotos familiares.   

Y allí aparecen las esposas, con aire de matronas, y los pequeños, saturados dentro de una vestimenta que es todo ornamento.   

Una situación, la de la evacuación, que era reiterada en tiempos de las revoluciones, registra un instante en que soldados y enfermeras realizan prácticas de evacuación de heridos con camillas frente a la Sanidad.   

Y siempre, en la precariedad que los tiempos tumultuosos mantenían en vilo a las poblaciones, se ve a través de estos valiosos documentos, las llamadas campañas u ollas populares con que hacían la alimentación del día los revolucionarios.   

Muy vistosa y elocuente es la fotografía que muestra tres enormes ollas, y un cocinero, con cucharones en las manos, dispuesto a servir la ración del día a los hombres del batallón 14 de las fuerzas gubernistas con platos en las manos, algunos.   

Allí no hay miseria.   

No hay espontaneidad.   

Con sus sables y sombreros, los gubernistas asumen una intención de recato y de cuidado.   

Las fotos que ilustran la página son mis preferidas.   

En fin, sólo me resta decir que este álbum, resultado del esfuerzo y del afán perfeccionista del talentoso Javier Yubi, es un rescate de una parte importante de nuestra historia. Su autor debe sentirse orgulloso de tan grande como valioso aporte a la cultura paraguaya.

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Domingo, 12 de Diciembre de 2010

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

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