HIJOS DEL ODIO
Por DELFINA ACOSTA
Existen personas que no saben amar. Mejor dicho, no pueden amar.
No es posible enemistarse como se toma por costumbre con aquel ser humano que tiene sus sentimientos ya fosilizados. Detrás de cada actitud, de cada fortaleza, de cada pared levantada con cemento, hay una persona solitaria que no tuvo siquiera la más mínima atención durante su niñez y que tuvo que vérselas con una madre quizás neurasténica y un padre que volvía a la casa borracho.
Yo sé que muchos seres humanos se sienten incapaces de florecer en un momento de alegría y de emoción, porque están acostumbrados, desde pequeños, a reprimirse, a tragar las lágrimas de dolor o de alegría.
Detrás de esa actitud reprimida está la figura de una madre que no permitió desmesura en nada, ni siquiera en los besos; que calculó con severidad qué pasos debía dar su prole, porque entendió (y entendió mal) que el cultivo de la fría inteligencia era superior a la manifestación mayúscula de la alegría.
No puedo odiar a nadie. No deberíamos odiar a nadie, pues entonces el odio y sus ácidos nos devorarían por dentro acabando con nuestra posibilidad de ser felices sobre la Tierra.
¿Cómo odiar, después de todo, a alguien que solamente recibió, por educación, latigazos y malas palabras, y solo obtuvo prohibición (a la siesta) para dar rienda suelta a su natural deseo de jugar, de correr entre la plantación de bananas, de dar molde de estrellas al lodo?
El ser humano que vivió respirando una atmósfera de miedo, ante la presencia del padre borracho, ebrio hasta más no poder, y la madre que lo tenía con la cabeza gacha, aporréandole ante cualquier torpeza, crecerá con rencor, con mucho rencor, y saldrá a la medida del látigo que recibió, o sea, golpeará también a sus hijos.
La herencia de los golpes en la familia es algo digno de ser analizado por los mejores especialistas.
¿Por qué muchas mujeres son golpeadoras de niños pequeños, pequeñitos, mocosos que apenas pueden gatear?
Pues porque recibieron golpes también en su infancia.
Y hay seres humanos rápidos para la comprensión, que viven felices y son exitosos en su trabajo. Ellos vivieron dentro de un ámbito familiar muy humano, donde el respeto era la palabra mayor, y los cuidados y el amor se prodigaban a raudales.
Como debe ser.
Yo no puedo evitar sentir cólera cuando observo a una mujer maltratar a su hija, bajo la excusa de que la niña no entiende razones, y que ya no queda sino el látigo o el castigo corporal para que aprenda a comportarse.
¡Comportarse!
Mujeres golpeadoras y golpeadas por sus maridos abundan dentro de nuestra sociedad.
El amor todo lo cura.
Un abrazo, una caricia en la frente del chico que hace sus deberes, logrará que el aprendizaje sea un éxito.
La vida de amor que heredamos la volvemos a repetir en nuestros descendientes.
Si has sido golpeada, se te vuelve una costumbre, un hábito natural, golpear a los demás.
Los que fueron hijos del odio, del desamor, de los apremios físicos, deben acudir a un profesional para aprender a vivir.
Fuente: ABC Color
Sección: OPINIÓN
www.abc.com.py
Lunes, 29 Marzo de 2010
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