Portal Guaraní - FRANCISCO, EL DESARROLLO Y EL CUIDADO - Por ALBERTO ACOSTA GARBARINO

Durante miles y miles de años, la humanidad vivió bajo condiciones materiales de gran escasez y pobreza. Hasta la Edad Media, la hambruna y las pestes arrasaban poblaciones enteras y la esperanza de vida al nacer era de apenas 30 años.

A partir del siglo XVIII –en algunos países– la situación comenzó a cambiar gracias a dos grandes revoluciones: una fue la Revolución Industrial, que hizo posible la producción en masa, la creación de grandes industrias y, consecuentemente, la migración de la gente del campo a la ciudad.

La otra revolución fue la cultural, impulsada por la reforma protestante –especialmente la de Calvino– que trajo un enorme cambio ético, reconciliando la religión con el dinero.

A partir de este cambio ético, el ahorrar para invertir y ganar dinero ya no era visto como el pecado de la avaricia y la codicia, sino como la virtud de la austeridad y el crecimiento.

El sociólogo Max Weber, en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo, consideraba que el desarrollo que han tenido los países occidentales solamente fue posible gracias a esta revolución ética.

Este desarrollo capitalista permitió que millones de personas hayan podido acceder a un nivel de vida material absolutamente superior al que tenían las personas de la Edad Media.

Solo como referencia, una persona que nace hoy en Europa tiene una esperanza de vida de más de 78 años; más del doble que doscientos años atrás.

Pero no todo es color de rosa, porque este desarrollo extraordinario de unos pocos países ricos contrasta con la pobreza en que aún viven la mayoría de las naciones del mundo.

Inclusive, dentro de un mismo país el nivel excepcional de bienestar y consumo de las personas de la clase alta y media se contrapone con la marginación y exclusión que sufren las millones de personas que viven en la pobreza.

Lo grave es que este desarrollo moderno que hoy tenemos está totalmente basado en el hiperconsumo de nuestra sociedad.

Este consumo desenfrenado y la consecuente producción de bienes y servicios están deteriorando al mismo planeta. Hoy nuestro aire, nuestro suelo y nuestras aguas están contaminados, y estamos sufriendo los embates del calentamiento global y del cambio climático.

Este es el tema que preocupa al papa Francisco, es el tema que escuchamos en los discursos de su actual gira latinoamericana y es el tema de su encíclica Laudato Si´, sobre el cuidado de la casa común.

Esta encíclica de Francisco nos llama la atención sobre dos problemas: el ecológico, con el deterioro de las condiciones de vida en la tierra, y el social, con los problemas de exclusión que sufren aquellos que no están integrados a la sociedad de consumo.

La encíclica de Francisco nos dice que así como en la Edad Media el desarrollo de los pueblos fue posible gracias a un cambio ético y cultural, la sostenibilidad de la vida en nuestro planeta solamente va a ser posible también con un cambio ético.

Este cambio nos debe llevar a adoptar la ética del cuidado, porque, como dice Leonardo Boff en su libro Saber Cuidar: "Cuidamos lo que amamos y amamos lo que cuidamos", "nosotros mismos somos hijos del cuidado, porque hoy estamos vivos gracias al infinito cuidado de nuestras madres".

La incorporación del cuidado como el nuevo paradigma ético en nuestras vidas es el tema central del mensaje de Francisco. Esto significa, en lo personal: cuidar nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu; en lo social: cuidar nuestras relaciones con el próximo, pero también con el lejano; y en lo ambiental, cuidar nuestra relación con la madre tierra.

Desde el punto de vista económico esto no significa dejar de producir ni dejar de consumir. Significa aprender a producir con cuidado y a consumir con cuidado.

"Vivir la vocación de guardianes de la obra de Dios no es algo opcional ni un aspecto secundario de la experiencia cristiana, es una parte esencial de una vida virtuosa", es el mensaje final de Francisco.

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