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Cristina Paoli

  ÁNGELES - Obra de CRISTINA PAOLI (Comentario de VICKY TORRES)


ÁNGELES - Obra de CRISTINA PAOLI (Comentario de VICKY TORRES)

 

 

 

ÁNGELES (DE LA SERIE)

Comentarios de VICKY TORRES

El contacto entre el Hombre y la divinidad ha tenido siempre un nombre: ángel. La palabra nos habla de un funcionario burocrático de la corte celestial que se pone en contacto con nosotros cada vez que la divinidad desea comunicarnos algo realmente trascendente. La mitología judeocristiana sugiere la presencia de los ángeles en la corte celestial con anterioridad a la creación humana en la Tierra. La primera función de los ángeles habría sido, por tanto, más que la de mensajeros (como su nombre indica), la de auxiliares de Todopoderoso en aquella gigantesca tarea que debió suponer para el Creador convertir la nada en caos y el caos, en el cosmos que conocemos (o imaginamos). De otro modo, no se explica ni la sublime tragedia del gran rebelde Luzbel, ni la preocupada tristeza que Walter Benjamín descubre reflejada en los ángeles de Klee ante la suerte del Hombre.

Los ángeles son, pues, intermediarios entre los hombres y la divinidad. Nos los imaginamos alados, veloces y etéreos, y, si bien les adjudicamos algunos atributos humanos, otros (los más claramente materiales o groseros) se los negamos. Los teólogos bizantinos, que al parecer pasaron mucho tiempo tratando de adivinar su forma y existencia, creíamos inmateriales (o casi) y, según se dice, lograban matar su propio aburrimiento discutiendo por espacio de varias horas sobre el número exacto de ángeles que podrían posarse cómodamente sobre la punta de un alfiler.

Desde que los hombres descubrieron la existencia de los ángeles (o sospecharon de la misma), los artistas han tratado de captar su forma, cincelándola en el mármol o llevándola al pergamino, al fresco y hasta al lienzo. Algunos códices miniados de la Edad Media, como los beatos (comentarios al Apocalipsis de Beato de Liébana), están llenos de ángeles polícromos y polípteros (de muchas alas). A partir del Renacimiento -y por influencia de la estatuaria grecolatina-, los ángeles adquirieron la forma de la victoria alada (Niké ptera, una de las formas de la diosa Atenea, como la Victoria de Samotracia), y, desde entonces, siempre nos hemos imaginado a los ángeles la misma forma. Si para los griegos y latinos los dioses tenían formas y rostro humanos, en la tradición iconográfica cristiana las nuevas formas de la divinidad y demás seres allegados a la misma también los tienen. Esta tradición iconográfica se acentuó durante el Barroco, período en que los ángeles lograron revestirse, incluso, de  ornamentos humanos y aparecieron en retablos y cuadros de devoción vestidos, bien de príncipes, bien de campesinos, bien de soldados, con ropas y uniformes propios de la época, como los que pintaron los artistas de las escuelas pictóricas de Cuzco o de Quito.

Este es parcialmente el caso de los ángeles de Cristina Paoli. Si bien no llevan uniformes que los identifiquen como miembros de un estamento social, sino las túnicas propias de una idea más universal, son figuras aladas con forma humana, pero, curiosa y significativamente, sin rostro, aunque con cabeza; esto es, sin una verdadera identidad. Los ángeles de Cristina Paoli son anónimos (como, en buena cuenta, también son los de Klee, aunque en otro sentido). La carnalidad de los mismos es, pese a la ausencia de rasgos faciales (de máscara, en definitiva) y pese al detallado trabajo de la gestualidad (ciertas inclinaciones de las cabezas, ciertos movimientos de las danos) y las vestiduras (pliegues, bordados) y pese a ciertos detalles de carácter entre onírico e irreal que, en algunos casos, introduce la artista; la carnalidad de estos ángeles es -repetimos- el rasgo más claramente diferenciador de las figuras de Paoli.

Se trata, sin embargo, de una carnalidad de la que cualquier idea de sensualidad está ausente por completo. Es, por el contrario y paradójicamente, una carnalidad que subraya los aspectos atemporales e inmateriales de las figuras representadas, aquellos aspectos que solemos imaginar propios de los espíritus más puros. La carnalidad de estos ángeles está expresada como ausencia de materia pictórica sobre el soporte en el que la pintura los presenta; madera terciada y desnuda, madera pura, madera vacía. Los ángeles de Cristina Paoli son ángeles sin rostro (con rostro de madera carne), pero de gran expresividad y de una espiritualidad evidente. La expresividad de los ángeles está subrayada, precisamente, por su carácter espiritual, por los rasgos de atemporalidad e inmaterialidad puestos en evidencia, pero también por el esmero con el que la pintora ha cuidado el trabajo de los detalles y los gestos. La ausencia de rostros como espacios de expresión-y, en consecuencia, también como conjunto de signos que sugieran una lectura- es, en unos casos, subrayada por la presencia de la máscara (el doble especular del rostro) y, en otros, por la de diademas, flores y laureles, elementos simbólicos que nos permiten identificar a cada uno de los ángeles representados y conferirles una personalidad y un papel en la representación imaginada por la artista.

Existe -creemos- en este trabajo de Paoli la búsqueda de una conjunción entre naturaleza y espíritu. Lo más espiritual es, en este caso, en efecto, lo más natural: la madera vacía que, en su vacuidad, presenta (o representa) la nada como una forma del espíritu, asimilándose en un nivel simbólico profundo a la anihililatio de los místicos, a la «oficina de la nada» de la que habla san Juan de la Cruz en su poesía. En este último sentido, subrayado (pensamos que con toda intención) por las formas especiales de los soportes usados y las formas arquitectónicas sugeridas en algunos de ellos, los ángeles de Cristina Paoli se enmarcan en un tipo de búsqueda mística (o al menos, religiosa) a través de la pintura. Las sugerencias son, en este sentido, muy importantes. El clima de espiritualidad y de encanto, también. En la pintura de Cristina Paoli, los ángeles siguen ejerciendo su eterna fascinación sobre nosotros, los mortales.



DE ESPÍRITUS Y SUEÑOS


En la obra que ahora nos presenta Cristina Paoli hay, implícita, una poética del sueño. La recurrencia a figuras alegóricas, a rostros sin facciones, a finos detalles de brocados y sedas, a vestimentas sacras y coronas de dorados laureles; la recurrencia, en fin, a los símbolos místicos que plagaron la fantasía de los prerrafaelistas del pasado siglo supone un esfuerzo de la artista por hallar las claves de una estética propia para interpretar los ideales del sueño. Cristina Paoli trabaja el sueño como ideal de vida, sencillo, personal, intransferible. Los ángeles de Cristina Paoli son sus ángeles, y tal vez por ello se presentan sin facciones reconocibles. El sueño es el sueño de la artista. Nosotros nos limitamos a contemplar sus manifestaciones.

Y el sueño de Paoli es, ante todo, un sueño intemporal, como son siempre los sueños. La artista recorre la historia del arte, según sus propias palabras, apropiándose de lo que le interesa. Va (o viene) del Renacimiento a nuestro tiempo, y, en cada momento, halla un detalle, un adorno que realza y utiliza en un contexto distinto a aquel en el que lo hallara. «Me gusta jugar con lo profundo y lo superficial, con lo real y lo imaginario, rescatando estos detalles y realzándolos en adornos cotidianos como collares, vinchas y ropajes». Hay, sin embargo, mucho más en juego en este juego (y valga la redundancia, en este caso) que lo que Cristina Paoli nos refiere. Su búsqueda no es casual, y lo es aún menos en un tiempo en el que los ángeles no parecen estar de moda y en el que los sueños han terminado por convertirse en objeto de estudio para los especialistas. Los cuadros de Cristina Paoli pueden verse en la Galería Latina.

Fueron los artistas alemanes del siglo pasado Cornelius y Overbeck, que habían viajado a Roma para estudiar pintura, quienes descubrieron la espiritualidad de los artistas italianos anteriores a Kafael de Urbino. Les llamó sobre todo la atención la ingenuidad de los grandes artistas del Quattrocento, la enternecedora pureza de pintores como Fra Angélico, Filippo Lippi o Filippino Lippi. Fueron, sin embargo, los pintores ingleses, orientados por el crítico de arte John Ruskin quienes más éxito tuvieron en recuperar la ingenuidad de esos artistas y los que hicieron del prerrafaelismo una tendencia artística de gran éxito en plena época victoriana. Quizá no sea casual que el más conocido de los prerrafaelistas ingleses tenga un nombre tan italiano como Dante Gabriele Rossetti.



Fuente:

ARS LONGA por VICKY TORRES,

Arandurã. Editorial,

Asunción-Paraguay 2004



 

 

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