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CARLOS PEREYRA (+)

  CAMPAŅA DE URUGUAYANA (GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA) - Por CARLOS PEREYRA


CAMPAŅA DE URUGUAYANA (GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA) - Por CARLOS PEREYRA

CAMPAÑA DE URUGUAYANA

GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA

Por CARLOS PEREYRA

 

I

 

El Brasil es un contraste y una oposición de lo español en América. No es tanto la raza, la lengua o la forma de gobierno, como la economía y la respectiva situación geográfica, lo que ha hecho del Brasil un enemigo, o si se quiere, un antagonista de las repúblicas vecinas. Y al decir vecinas, no debe incluirse por este, a Venezuela, a Colombia y al Ecuador, ni en cierto modo a Bolivia, sino referirse el hecho solamente al Paraguay, a la República Argentina y al Uruguay, es decir, al antiguo virreinato de Buenos Aires sin el Alto Perú. Ya se ha dicho cómo las repúblicas uruguaya y paraguaya forman dos distintas prolongaciones de dos zonas del Brasil; pero hay dos hechos geográficos de la mayor importancia, y son, por una parte, el carácter dispersivo del medio físico brasileño, con la coexistencia de dos territorios diferentes dentro de los límites del país, y por la otra la circunstancia de que mientras uno de esos dos territorios, situado al norte del trópico de Capricornio, es ilimitado en su extensión, o en otros términos, forma una extensión desbordante, el del sur, de tierras templadas y secas, asiento propio de la civilización brasileña, forma una superficie triangular, limitada al norte por las masas montañosas de Matto Grosso y Sao Paulo, y en los otros dos lados por el océano y por el eje fluvial que va desde el Paraguay hasta el estuario del Plata. La parte intertropical es como una especie de dominio colonial, un inmenso Congo y una Nigricia, con dos sistemas fluviales: el del gigantesco Amazonas y el del San Francisco. La cuenca amazónica, colonial por excelencia, es la región de las selvas -del canelo, de la borracha, de la coca, de la nuez del Brasil, (bertholetia), del junco negro, de la zarzaparrilla, de la ipecacuana, en parte de la quina, y de numerosas maderas de construcción y de tinte que hacen famoso el país, y entre las que figuran el palisandro y el árbol del Brasil, (echinata caesalpinia). Hacia el norte se extienden los llanos, explotados en la ganadería. El río San Francisco, que corre paralelo a la costa, y que se dirige al Océano en una inflexión rápida hacia el oriente, encierra la riquísima zona de la caña, del tabaco, del plátano y de la naranja. En el origen del sistema fluvial paranaico se hallan los cafetales, a lo largo de la costa, y en el centro de la cuenca los yerbales del mate. La mesa de dispersión de las aguas que forman en un sentido el Paraná, en otro el San Francisco y que proporciona grandes afluentes al Amazonas, es zona cultivadora de manioc, alubias y maíz. En la geografía de las leyendas, el Brasil es el país del oro y los diamantes. Pero ese oro y esos díamantes de Minas Geraes y Matto Grosso, no forman un punto vital de la economía brasileña, cualquiera que sea la importancia de los metales y piedras preciosas del Brasil.

Como exportador, en efecto, el Brasil es un país tropical de productos coloniales. La capital, Río de Janeiro, en donde no hay río ninguno, da la espalda al país. Y en el mismo caso de ventanas de una casa sin fondo, están casi todos los centros de población, que tendidos a lo largo de una extensísima línea costera -Pará, la hermosísima Pernambuco, Bahía y Sao Paolo-, constituyen otros tantos focos, no sólo independientes unos de otros, sino en gran parte simples factorías de una zona especial. Hay diferencias de consideración entre Pará, por ejemplo, que domina todo el interior amazónico, y Río Janeiro, sin hinterland. Pero la una como la otra, se asemejan en que su importancia directa o indirecta, les viene de las riquezas tropicales (1).

Si el Brasil extratropical puede tener un centro dominador de la red fluvial que le sirve de nervadura, ese centro es Montevideo, para ejercer a la vez imperio sobre la corriente del Uruguay, sobre el bajo y el alto Paraná, y sobre el Paraguay hasta sus orígenes en Matto Grosso. Para dejar de ser un país colonial, y para explotar su parte colonial como verdadera metrópoli, el Brasil necesitaba correr su centro político al estuario platense. Sólo así podía dar en cultura, en coordinación y en fuerza política, ese resultado que se obtiene mediante la inmigración de razas selectas en un territorio. El Brasil ha sido deficiente por la falta de un foco de concentración como Buenos Aires. Ha querido corregir esa deficiencia, y de allí el sentido de sus guerras, que la impotencia impide llevar a su término lógico.

El presidente Francisco Solano López había visto, no sólo entrevisto, estas cuestiones de geografía social, y las había sistematizado. Quería que el Brasil fuese rechazado en el territorio uruguayo, que se le opusiese allí un muro de inquebrantables resoluciones, y que en el Paraguay se levantase otro de los diques de contención. Su proyecto consistía en llevar la línea del avance paraguayo tan adelante como se pudiera en el territorio que le disputaba Matto Grosso. No sentía el infecundo prurito americano del ensanche territorial. Su preocupación dominante era el dominio de la vía fluvial. Partiendo del punto más alto a que pudiese llegar en el río que da su nombre a la República, quería tender la mano al territorio de Misiones, y pasar de allí al curso superior del Uruguay. Para esto era necesario formar la triple y aun la cuádruple alianza que reconstituiría sobre bases de libre acuerdo la estructura del virreinato de Buenos Aires.

 

(1)     En cierta época de la historia del Brasil, tardía y pasajera, la economía del oro y de los diamantes, tuvo un influjo muy considerable en la agrupación de los centros urbanos. Véase el hermosísimo libro de Oliveira Lima,-Formación histórica de la nacionalidad brasileña.-Traducción y prólogo de Carlos Pereyra.-Biblioteca Ayacucho, Madrid, 1918.

 

 

 

II

 

La idea tiene una grandeza incuestionable. La, urgencia de su aplicación era evidente. ¿Había posibilidad de realizarla? La posibilidad militar no admitía dudas, puesto que López luchó durante cinco años contra tres enemigos encarnizadísimos, y de estos cinco años, durante tres en las puertas del Paraguay. Pero había otras consideraciones para el aspecto político de la cuestión, que será objeto de un examen ulterior.

Francisco Solano López tuvo el propósito, realizado en parte, de organizar un verdadero ejército. Sería un ejército nacional, y en esto sí llevó a efecto plenamente su propósito; un ejército animado del espíritu heroico del sacrificio. Contaba con la cantera de un pueblo educado en la disciplina. Los paraguayos no conocían la demagogia, no conocían el generalismo, no conocían la cuartelada, no conocían, en suma, el caudillaje, caricatura del militarismo. En el Paraguay no había chusmas urbanas, ni chusmas de merodeo. Se ha llamado pueblo abyecto y pueblo fanático al pueblo paraguayo. Pero también se ha dicho, debemos recordarlo, que un pueblo abyecto no hace una epopeya, la más hermosa de las epopeyas de América, y una de las más hermosas del mundo. Sin embargo, aun los que admiran las cualidades del pueblo paraguayo hacen la reserva, expresa o implícita, del fanatismo. Un pueblo que obra con espontaneidad en la inmolación, se dice, puede sin embargo ser un pueblo de autómatas. No lo llevan, como se cree por los que exageran, los latigazos del déspota, pero lo conducen los terrores del propio espíritu, poblado en tinieblas. Así se explican el fenómeno del heroísmo paraguayo los que no pudiéndolo negar, y no atribuyendo hechos tan extraordinarios a la simple voluntad tiránica de un hombre, buscan el resorte del fanatismo. Estas explicaciones vienen de nuestro servilismo ante el espíritu revolucionario francés, que nos ha enseñado la admiración del desorden, o si se quiere de la imprevisión y del entusiasmo, en la política y en la guerra. El caso de los ejércitos republicanos en las Guerras de la Libertad fué único porque fué única también la putrefacción de la a antigua  Europa militar. Pero hay que penetrar en el fondo  o de las campanas de Bélgica y de Italia, y ver sobre todo con seriedad el campo de batalla de Leípzig, en esa mañana que como decía Renan, los hombres se elevaban para la celebración de un servicio divino. Más tarde se ha declamado mucho contra el militarismo. ¿Y qué fueron sino militarismo esas campañas tan admiradas del magnifico Hoche y de Bonaparte? El militarismo no queda juzgado y sentenciado con el hecho de pronunciar desdeñosamente una palabra, como el civilismo nada dice, o dice algo muy despreciable cuando sirve de rótulo a las pasioncillas de los explotadores de la política.

La militarización del Paraguay era una obra que apenas había comenzado. ¿Será lícito suponerle una duración ininterrumpida de medio siglo y calcular hipotéticamente lo que hubiera significado como estímulo y ejemplo la perduración de la obra de Francisco Solano López? Todavía no sabemos lo que debe la civilización al rey sargento y a Federico II. Probablemente les debe haber dejado los gérmenes para que la corrupción de Prusia, patente en Jena, tuviese la reacción de Leipzig y de Waterloo. Probablemente les debe a la larga que Europa no fuese aplastada por los orates de un manicomio eslavo(1). Tal vez lván el Terrible, y Pedro el Grande, y Alejandro I, prestaron los mismos servicios al mundo, disciplinando esas mismas fuerzas, que corrompidas bajo la mirada imbécil de Nicolás II, se disolvieron en el frenesí de la anarquía. Todavía no sa hemos lo que la civilización deberá al espíritu militar y caballeresco de los japoneses para refrenar las hordas amarillas, o para prepararlas a la conquista del mundo sea cual fuere el porvenir, la tarea de contener o disciplinar a 300 o 400 millones de amarillos prolíferos tendrá que contarse como una obra benéfica. Todo es preferible a la anarquía, aun la muerte, dijo Goethe, al ver la anarquía de los pasajeros de un buque en su viaje de Sicilia a Nápoles. Todo es preferible a la anarquia. La guerra, esa guerra tan abominada, es menos mala que la anarquía, y los hombres que mandan ejércitos, en cualquier campo que sea, y por cualquier causa que los hombres se batan, realizan a veces la obra maestra entre todas las obras maestras: enseñar al hombre que la conducta de las grandes masas es susceptiblede subordinación a un fin deliberado.

 

Alemania es en 1918 primera democracia social del mundo. Esa democracia nació en el molde férreo de un gran militarismo que fué siempre hostil a la formación de las instituciones económica del  proletariado;  perosin la obra condicionante del militarismo, el pueblo alemán no habria podido crear tales instituciones. El militarismo por otra parte, comunico sus propias virtudes a las clases populares, y los inspiró las que habían menester para luchar contra un adversario fuerte y sincero. Si una gran revolución  social sólo puede producirse sobre la base de una gran industria, preciso será reconocer todo lo que deben los pueblos modernos al prusianismo, de que es más fácil hablar con ligereza que comprenderlo y explicarlo.

 

 

No se fundirá bronce bastante en América para glorificar a Francisco Solano López  por haber sabido abrir el cimiento de un Estado en el fondo de una selva. La consumación de esta obra era útil para todos los países del Plata. El Brasil no habría ganado con ella si este país hubiera estado en aptitud de actualizar útilmente sus tendencias de expansión. ¿Pero qué consiguió realmente el Brasil? Si de 1870 a 1900 hubiera utilizado el Brasil la destrucción del Paraguay, la anarquia argentina y la impotencia del Uruguay, el Brasil sería una gran potencia. Abrió una carrera de conquista sin fuerzas ni espiritu de conquistador. Absteniéndose, habría podido ahorrarse una gran deuda, un gran desconcierto y una gran catástrofe política. Sin la guerra, perniciosa por su esterilidad, tal vez habría conservado sus instituciones monárquicas, aunque si no pudo realizar ningún fin útil en aquella gran campaña, es que estaba maduro para su triste república.

Por otra parte, el fracaso de López tiene un aspecto descorazonador. Tal vez él habría concurrido con los patriotas argentinos, paraguayos y bolivianos a establecer las bases de tradición y de grandeza cívica que forman el lazo de amor entre los pueblos. ¿Qué relaciones verdaderamente fraternales existen hoy entre muchas de las naciones más próximas en América? Cada una vive aislada, envanecida por sus propias grandezas, por sus cifras, por sus estadísticas de cueros, de trigo, de nitratos, de metales o de café. Y la que nada de esto tiene, se reconcentre en los sentimientos de la torva envidia. Un poeta de un país próspero decía con altivez despiadada: “Los mejicanos llevan dos cargas que los incapacitan para la civilización: su tradición y sus indios. La Argentina es grande porque no tiene indios ni tradición.” Con este modo de ver, el aplastamiento del Paraguay tiene que presentarse a la conciencia política como un hecho meritorio.

Francisco Solano López no se dió cuenta de que el mayor enemigo del americano es el americano, y desestimó que sobre la fuerza de las solidaridades necesarias se manifiesta constantemente la fuerza de la hostilidad suicida. Conocía la potencia de su pueblo y la suya propia. No despreció la capacidad ofensiva del Brasil, que a pesar de la diseminación de sus habitantes, de la distancia que descartaba la invasión directa y de la pobreza del erario que no consentían sin agotamiento un esfuerzo militar de duración considerable, podía sin embargo excederse a sí mismo y vencer; pero se engañó respecto al poder de la ejemplaridad y del prestigio de un pueblo que como el suyo apenas había iniciado la carrera de la organización. Era imposible influir sobre las demagogias caudillescas del Uruguay y sobre las demagogias mandarinescas de Buenos Aires. Las provincias del interior, más accesibles, necesitaban sin embargo que obrase lentamente sobre ellas un influjo capaz de producir el encauzamiento de su acción.

Este error de cálculo produjo un error de táctica. Francisco Solano López se precipitó. No economizó sus fuerzas, y en el primer choque militar quedó eliminado como fuerza política sudamericana. Sólo persistió como poder de resistencia y como espina clavada en el costado del Brasil durante cinco años de la guerra. Hay que hacer estas distinciones para entender la situación y juzgarla debidamente. Francisco Solano López quedó solo, entregado a los enemigos de su pueblo, débilmente apoyado por la simpatía platónica de las repúblicas del Pacífico, y con la apariencia de simpatía de los Estados Unidos, que faltaron a la neutralidad sin prestar el más pequeño servicio a la causa paraguaya. El Brasil, que era el enemigo principal, regido por un gobierno inteligente, comprendió que todo sacrificio era poco ante la necesidad que se le imponía de acabar con el centro de orden y fuerza creado en el Paraguay. He dicho que no se debe censurar lígeramente al emperador. Los que lo elogian, lo elogian por la parte odiosa tal vez necesariamente odiosa, de su papel-, atribuyéndole el mérito de haber dirigido aquella guerra contra un despotismo. No; decir esto era un hipócrita velo de la diplomada. El mérito del emperador se halla en otra parte. Es un mérito como el de López. Ambos se odiaban porque eran dos grandes idealistas con fines antagónicos. Su lucha fué la contraposición de dos corrientes históricas; el conflicto de dos razas. El emperador, sin decirlo, y tal vez sin confesárselo a sí mismo, quería la anarquización de los Estados del plata. López quería su organización. Para don Pedro todos los medios fueron lícitos. ¿Por qué no habían de serlo para López? Se discute quién fué el agresor. ¿Qué nos importa? Estas vulgares cuestiones de cancillería son de lo más inconducentes para la indagación histórica. El choque era necesario. No hay agresor ni agredido. En ciertos casos, discutir esto equivale a preguntar si la cima provoca a la nube tempestuosa.

 

 

III

 

En la población del Brasil durante los años de la guerra -ocho millones de habitantes, según la estadística convencional-, había por lo menos dos millones de indios remontados y no asimilados; había, además, dos millones de negros esclavos. Este fenómeno de la esclavitud influyó considerablemente en los orígenes del conflicto. Véase por qué. El Brasil, habitado y cultivado principalmente en sus costas, y muy interesado en los frutos de la zona intertropical, necesitaba trabajo negro. Lo tenía a la mano casi, por la extraordinaria facilidad de comunicaciones marítimas con las costas africanas proveedoras de esclavos. No obstante la cruzada antiesclavista de Inglaterra, que perseguía en el mar la trata de negros, era imposible detener ese tráfico. Inglaterra encontraba inhumana la esclavitud -hay que decirlo como lo decían los mismos ingleses-, por haber visto que en sus propias colonias el cultivo inhumano tenía menos inconvenientes que el cultivo humano. Gladstone, por ejemplo, era uno de los que explotaban sus campos antillanos con brazos de ébano libre, abundante por extremo, y de los que se perjudicaban con la concurrencia que les hacían en el mercado los productores de artículos coloniales que empleaban ébano servil, escaso, repuesto por medio de la trata. El tráfico, sin embargo, no se detenía, y el Brasil alcanzaba, ya una proporción excesiva de esclavos en su población, a pesar de todos los esfuerzos de la marina inglesa para perseguir a los negreros que traficaban contra los intereses azucareros de Mr. Gladstone.

Hubo un momento, sin embargo, en que la población esclava del Brasil comenzó a declinar. De 1851 a 1871 se acusó una baja de 700.000 individuos en la estadística de la esclavitud. Los negros reducidos a esta situación, pasaron de dos millones y cuarto a un millón y medio. Son múltiples y complejas las causas de este fenómeno, pero acaso deba atribuirse principalmente a la especialización de los cultivos hechos con esclavos en el Brasil central. Los productos de exportación de mayor cuantía entre los de cultivo, eran el café, que representaba una cifra de 80 millones de kilos, y el azúcar que figuraba con 50 millones de kilos en las remisiones al extranjero. Así, en el momento de la guerra con el Paraguay, y en los años que precedieron a su desencadenamiento, la población esclava, menor en número total, se había ido concentrando en la parte dedicada a esos grandes cultivos. El negro esclavo no era propio para e l pastoreo de las planicies situadas al norte de la cuenca amazónica, y en los trabajos del caucho, de la madera y de las drogas medicinales, bajo un clima exterminador, resultaba más barata la carne blanca de los europeos famélicos, enganchados para la muerte bajo el nombre de trabajo libre, o la carne bronceada del indígena, que dio lugar a los célebres episodios de la trata roja. Quedaban, por último, los climas subtropicales del sur en donde el trabajador europeo también sustituía con ventaja, aunque por otras razones, al negro esclavo. Había otro factor para que la esclavitud no prosperase en las tierras del sur, y era que los negros buscaban refugio en los países vecinos, no esclavistas. Huían, pues, sobre todo al Uruguay, como los negros del sur de los Estados Unidos huían al norte. Se produjo, pues, por una parte, la tendencia de disminuir en lo posible la cifra de esclavos, que por su fuga constituían una causa de pérdida, y por otra parte la necesidad de procurar el rescate de los negros fugitivos. Nació así entre el Brasil y el Plata, y especialmente entre Río Grande y el Uruguay, la cuestión planteada por el caso Dred Scott en los Estados Unidos.

Tras de los esclavos que huían, los amos pasaron la frontera del Uruguay. Pronto se vió que había en el Uruguay cuarenta mil brasileños por lo menos, que encontraban ventajas de todo género en el país vecino, y una sobre todo de la mayor importancia. Para el plantador esclavista de Río Grande, era un problema la captura del esclavo que huía al Uruguay; para el plantador esclavista del Uruguay no había tal problema, pues el esclavo prófugo le era devuelto por las autoridades brasileñas. Por otra parte, la época de turbulencias de Río Grande, cuando esta provincia, erigiéndose en República del Piratinim, se mantuvo independiente, contribuyó al éxodo de los brasileños. En el Uruguay estaba prohibida la esclavitud, pero existía de hecho, impuesta por la inmigración brasileña que constituía así un Estado dentro del Estado.

El gobierno imperial no tardó en seguir a los inmigrantes. Eran los precursores de una conquista.

 

 

IV

 

En 1863, el general Venancio Flores revolvía el Uruguay, o como se dice impropiamente, encabezaba una revolución patrocinada por el gobierno imperial. Era

la tercera intervención brasileña después de la de 1851, en la que por su cooperación en la caída de Rosas, obtuvo el Imperio una ventajosa rectificación de fronteras. La segunda intervención había consistido en el apoyo, que duró tres años, al propio Venancio Flores.

El nuevo aspirante a la presidencia del Uruguay, protegido del Brasil, había sido en Buenos Aires simple ayudante del presidente Mitre. Así, al emprender su campaña en el Uruguay, podía contar con el concurso de Mitre y con el de don Pedro. Como presidente, Venancio Flores sería un procónsul de don Pedro y un oficial de Mitre. Este último, que buscaba elementos para consolidar su sistema de pavonización claudicante, creía haber encontrado un auxiliar auxiliando él mismo a Flores. Por sostener a Flores, el Brasil sostendría a Mitre. La proposición era más tentadora aún para el Brasil, puesto que el gobierno de Buenos Aires, por interés vital opuesto a la intervención brasileña, consentía en ella y la secundaba por interés mitrista. La entente cordiale Brasil-Venancio-Mitre quedó sólidamente fundada sobre el granito de los intereses del Imperio, sobre el fango del caudillaje estúpido de Venancio y sobre la arena de la gloriosa incomprensión de Mitre.

Flores recibía municiones, armas y refuerzos de Buenos Aires, todo muy escaso, por cierto. A pesar de eso, su campaña no hubiera podido prosperar sin los auxilios más importantes que le prestaba el Brasil. Los aventureros de Río Grande eran los principales colaboradores en las californias del intrépido caudillejo blanco. Ahora bien, las bandas de salteadores que salían de Rio Grande para reforzar a Venancio Flores, no llevaban solamente el programa de las californias, o en otros terminos, del robo de ganados de las estancias orientales. Ademas de proceder a la rutina sistemática de los  hacendados, para dar valor a la propiedad brasileña y redondearla, se dedicaban a la caza de negros, y esto consolidaba el sistema de esclavitud, pues garantizada la captura del esclavo prófugo, su valor subía necesariamemente en el mercado. Una de las principales causas de indignacion contra el Uruguay era el asilo que podían prometerse esos desdichados. Urgía proteger al esclavista, asi al de Rio Grande que perdia su fortuna con la evasión de los negros, como al brasileño emigrante, que se habia establecido en el Uruguay con 20.000 esclavos, y que se arruinaría con la perduración de un gobierno poco simpático a la institución peculiar del Imperio.

Venancio Flores llevaba, pues,  dos mandatos y tenía dos amos. No había peligro de que sirviendo al uno descontentase al otro, pues la inconsciencia de Mitre concurría con las meditadas resoluciones de don Pedro en querer para el Brasil un preponderancia definitiva en el Rio de la Plata.

 

 

 

V

 

Souza Netto, el príncipe de los esclavistas brasileños que habían emigrado al Uruguay, era el comanditario de las bandas de Venancio Flores. El interés personal de Souza Netto no podía considerarse como suficiente para sostener por sí mismo un gran movimiento de subversión del orden público, pero representaba a un grupo numeroso y fuerte que influía enérgicamente en las decisiones del gobierno de Río. Los esclavistas ganaban con el desorden, por las dos razones apuntadas arriba; en primer lugar por el aumento de valor de las propiedades de Río Grande, y el aumento de valor de los negros cuando éstos fuesen extraditables, y en segúndo lugar por la ruina que paralelamente se llevaba a las propiedades uruguayas. Si de la anarquía resultaba una situación era que ellos fuesen el factor político dominante, la esclavitud renacería legalmente en el Uruguay, las estancias de los esclavistas prosperarían, y las de los propietarios nativos, arruinados, perseguidos, expulsados, caerían en poder de los brasileños.

Para esto se necesitaba el apoyo oficial del gobierno brasileño. Este no podía rehusar cosa alguna a Souza Netto, quien aparte de que halagaba al gobierno con su cooperación en una empresa nacional, era temido por la inminencia de la desmembración, de Río Grande que ya había, constituido temporalmente la república separatista del Piratínim, y que podía preferir la independencia definitiva para realizar por sí sola los ensueños de expansión hacia el sur.

El emperador don Pedro era un soberano constitucional, lo que en buenas palabras quiere decir, un soberano que gobierna según las indicaciones del capitalista o del terrateniente. En el Brasil de entonces la clase dominante era la de los grandes señores a la que pertenecía Souza Netto. Así, míentras éste trastornaba el orden público en el Uruguay, el gobierno constitucional de don Pedro mandó a un agente, el consejero José A. Saraiva, apoyado eficazmente por una escuadra, para que presentase “una nueva faz de la política oriental”. La nueva faz era viejísima. En una nota, de fecha 18 de mayo de 1864, Saraiva formulaba una reclamación por actos, reales o supuestos, cuidadosamente catalogados, y que debían tener una reparación total e inmediata. Muchos de los hechos en que el Brasil fundaba sus reclamaciones databan de 1851, es decir, del tiempo de la intervención contra Rosas, y otros eran del tiempo de la administración del propio Venancio Flores. Se reclamaba contra Flores en favor de Flores. ¿Cuáles eran, por otra parte, esos actos que irritaban al Brasil? Se trataba en realidad de provocaciones de los esclavistas brasileños que habían invadido el Uruguay, en Persecución de sus negros fugitivos. Había también casos de contrabandistas que cruzaban la frontera de sur a norte para vender en el Brasil artículos de procedencia, europea, que se remitían al Uruguay      aprovechando la baja tarifa aduanera de este país, pero destinados al consumo del Imperio. Los agravios eran mutuos, pero de todos ellos se formaba un conjunto indivisible  para al Uruguay convicto de ingobernable, y gobernarlo. “Manteníase el gobierno imperial hasta hace poco en la resolución de esperar que este país, mejor administrado, proporcionase a los residentes brasileños las garantias que en vano ha solicitado en el transcurso de doce años; pero ha llegado al término de sus ilusiones, y creyendo como cree que su política de condescendencia ha sido interpretada como debilidad e irresolución, debe proceder de otra manera”. Se acudió a una graciosa mascarada diplomática, y el día 6 de junio, reunidos con el aparato de pacificadores, don Rufino Elizalde, representante de Mitre; Mr. Edward Thorton, representante de Inglaterra, y Saraiva, agente de don Pedro, la junta pacificadora se erigió en junta interventora, y puso la bandera de la beligerancia en las manos de Venancio Flores. Era el responso para él gobierno de Montevideo. Los diplomáticos interventores comenzaron a disponer de la sucesión presidencial de Aguirre, dictándole una lista de ministros venancistas. El gobierno del Uruguay no cedió, y Saraiva se retiró anunciando la expedición punitiva. Si dentro del término de seis días, el gobierno del Uruguay no daba satisfacción al Brasil, es decir, si no dejaba de ser gobierno, las fuerzas del ejército brasileño, estacionadas en la frontera, obrarían según lo indicaran las circunstancias, y el vicealmirante Tamandaré haría también lo que ellas indicaran. No se trataba de actos de guerra, sino de represalias y próvidencias de garantía, cuya responsabilidad pesaría exclusivamente sobre el gobierno de Montevideo. Este propuso un arbitraje, y el Brasil rechazó ese medio embarazoso de resolver las cuestiones pendientes. Las cuestiones pendientes se reducían a una sola: apoderarse del Uruguay. Eso no era arbitrable. El Brasil, decía Montevideo, acepta los principios del Congreso de París, y los ha puesto en práctica en sus dificultades con una de las grandes potencias. Pero el Uruguay no era una gran potencia, y el arbitraje, muy útil en el caso invocado por el gobierno de Montevideo, no constituía el medio más a propósito para hacer presidente a Venancio Flores.

Entretanto, el Paraguay, a solicitud del Uruguay, había ofrecido su mediación. La respuesta que se dió al Paraguay, el 24 de junio en Montevideo, y el 7 de junio en Río Janeiro, fué que el gobierno imperial alimentaba las más fundadas esperanzas de obtener una resolución pacífica de las cuestiones pendientes. Ahora bien, esa resolución pacífica de que se hablaba en las dos respuestas hipócritas, era la intervención pacífica, rechazada por el Uruguay. El Brasil no podía aceptar una mediación paraguaya. No podía aceptar el arbitraje puro y simple de las cuestiones invocadas como pretexto: la responsabilidad que echaba sobre el gobierno uruguayo en el ultimátum de agosto no podía caer sino sobre quien lo dictaba, y sobre Mitre, confabulado para facilitar la acción del gobierno imperial. Siendo esto así, necesitaba a toda costa la ruptura.

En octubre de 1864, el vizconde y vicealmirante de Tamandaré, comandante de la escuadra del Brasil, se manifestó con la insolencia de un marino europeo o yanqui, anunciando que iba a ejercer en el estuario del Río de la Plata el derecho de visita. Los representantes de las naciones marítimas, acostumbrados a no reconocer como buenos sino sus propios excesos, contestaron con desprecio a la baladronada del vizconde. Pero no pudieron impedirle, ni tenían interés en impedirle, las operaciones combinadas con Venancio Flores para atacar a Paysandú. Leandro Gómez, jefe de las fuerzas encargadas de la defensa, anunció el propósito de resistir. Una vez más hablaron los comandantes europeos, y Tamandaré se vió precisado a sufrir tratativas, humillantes para su gobierno. Europa se mostraba piadosa. No era el tiempo en que apoyaba a los salteadores e incendiarios garibaldinos.

La Argentina ayudó poniendo la isla de Martín García a disposición de los brasileños. Esa posición estratégica debió haber servido para hacer infranqueables a una flota de guerra la navegación fluvial con propósitos dirigidos contra cualquiera de los países del Plata o de sus afluentes. Pero la Argentina, o digamos exactamente, el gobierno de Mitre, secundó al Brasil. El Salto y Paysandú cayeron. El general uruguayo don Leandro Gómez, defensor de Paysandú, fué vencido el 2 de enero de 1865, con dos mil hombres, por las fuerzas de Venancio Flores y del general brasileño Menna Barreto, que ascendían a once mil, y que contaron además con el concurso de la flota de Tamandaré. Después del combate, los dos jefes victoriosos mandaron ejecutar a Gómez (1).

Amagada la ciudad de Montevideo, y sometida a un bloqueo riguroso por fuerzas de mar y tierra, el gobierno nacional desapareció, y Venancio Flores tomó el título de gobernador de la República del Uruguay, sostenido por las fuerzas brasileñas que acampaban en las afueras de la capital y por la flota del vicealmirante Tamandaré.

 

El verbo ejecutar se emplea como eufemismo. El lector podrá poner en su lugar algún otro más aplicable al caso.

 

 

VI

 

En vista de la respuesta que dió el Brasil al Paraguay sobre la mediación que este gobierno había propuesto, y ante la invasión de territorios y aguas platenses por fuerzas imperiales, el presidente López, formuló una protesta en la Asunción, el 30 de agosto de 1864. En ese mismo día fué comunicada la nota respectiva al representante del Brasil en el Paraguay, César Sauvan, Vianna de Lima. Don José Vázquez Sagastume, ministro residente de la República Oriental en la Asunción, había dirigido cinco días antes una nota al ministro de Relaciones del Paraguay, y con ella copia de las notas cambiadas entre el consejero Saraiva y el gobierno de Montevideo.

“El importante e inesperado contenido de esas comunicaciones, decía el ministro de Relaciones del Paraguay al representante del Brasil en la Asunción, ha llamado seriamente la atención del gobierno paraguayo, por el interés que le inspira el arreglo de las dificultades con que lucha el pueblo oriental, a cuya suerte no le es permitido ser indiferente, y por el mérito que puedo tener para el gobierno del Paraguay la apreciación de los motivos que pudieran haber aconsejado las resoluciones violentas de que se habla en esa correspondencia. La moderación y previsión que caracterizan la política imperial, continuaba la nota, autorizaron al del Paraguay a esperar una solución diferente en sus reclamaciones contra el gobierno oriental, y esta confianza era tanto más fundada cuanto que al declinar el gabinete imperial la mediación ofrecida por el gobierno paraguayo, la mediación fué calificada como sin objeto por el curso amigable de las cuestiones en curso.”

El gobierno del Paraguay respetaba los derechos inherentes a todo Estado, para arreglar por sí mismo sus diferencias y reclamaciones, y el derecho de apreciar

también  por sí mismo el modo de efectuar ésto; pero a su vez, el gobierno del Paraguay no podía ver con indiferencia que en ejecución de la alternativa del ultimatum, las fuerzas del gobierno imperial ocuparan, ya fuese temporal o permanentemente, el territorio de la República  del Uruguay; por lo que el gobierno del Paraguay consideraba toda ocupación de ese territorio como un hecho atentatorio contra el equilibrio de los Estados del Plata y como una amenaza para la República del Paraguay.

Cuando llegó a la Asunción la noticia de que los brasileños habían ocupado la villa de Melo, cabecera del departamento de Cerro Largo, en la República del Uruguay, López anunció, con fecha 12 de noviembre de 1864, que las relaciones quedaban rotas entre el Brasil y el Paraguay. A la ruptura de relaciones siguió bien pronto la detención del transporte brasileño Marquez de Olínda, que había salido de Montevideo después del 16 de octubre, fecha de la ocupación de la villa de Melo, y que habiendo pasado por la Asunción se dirigía a Matto Grosso. El ministro del Brasil salió del Paraguay empañaba el estado de guerra entre los dos países.

 

¿La ruptura de relaciones y el apresamiento del Marquez  de Olinda, estaban justificados? Un acto de plena soberanía, como es el de apreciar los peligros internacionales y proveer a la seguridad del Estado declarando una guerra, no admite otro criterio que el de la conveniencia y oportunidad de las medidas tomadas para la defensa nacional.  Con este  criterio habrá que juzgar a López, ópez, y no con el criterio del Brasil, ni con el criterio de Mitre, ni con el de terceros desinteresados en la cuestión e interesados únicamente en que la paz no se ínterrumpiera. Ahora bien, con este criterio, la conducta de López puede dar lugar a muy serias críticas. La inminencia del peligro brasileño es innegable, y la notoria confabulación de Mitre con don Pedro ponía al Paraguay en estado de legítima defensa contra ese peligro, que iba a agravarse bien pronto con la toma de Montevideo y la formación de un gobierno brasileño en el Uruguay. Todo esto es verdad, pero no lo es menos que López procedió por impulso pasional.  Abandonó todo cálculo, o más bien, obró como si por ese mismo cálculo hubiese resuelto ceder todas las ventajas posibles a su adversario. En primer lugar, cometió el error político de dar a conocer su juego. A este error político siguió bien pronto el error militar de comprometer todas sus fuerzas en una ofensiva imprudente, para verse obligado a una defensiva de agotamiento. La guerra tenía que ser guerra a muerte desde que los brasileños instalaron a Venancio Flores en Montevideo y adquirieron el concurso de Mitre. Para que esa guerra se decidiese en favor del Paraguay era necesario a toda costa contar con la Argentina y el Uruguay. El Paraguay, núcleo de una resistencia, debió haber sido centro de una política de agitación contra el Brasil y no pasar a la ofensiva militar sin que antes hubiesen formado parte de su ejército las legiones auxiliares de los argentinos antimítristas y de los orientales antivenancistas. Hacer por sí solo el esfuerzo de los tres pueblos, era un suicidio para el desventurado Paraguay. En política los errores son crímenes.

 

 

VII

 

Según Azara, la población del Paraguay era de 97.480 habitantes en 1795. En 1857, o sea en vísperas de la guerra, se le suponían 1.337.439 habitantes. En 1914, tenemos una cifra redonda: 800.000. Sin entrar en discusiones, que serían muy prolijas, permítasenos un pirronismo radical. Y si lo abandonamos, será para creer más en la cifra de Azara, próxima a los 100.000 habitantes. ¿Podía el Paraguay, con una población de 97.480 individuos a fines del siglo XVIII, tener más de un millón y cuarto en 1857, y cerca de un millón y medio, según Du Graty, en 1862? Du Graty escribía por cuenta de la legación de López en París. ¿Era una estadística arreglada por Alberdi con fines diplomáticos, para uso del agente paraguayo, señor Benites, que no hacía sino lo que Alberdi pensaba en daño del Brasil? M. Martín de Moussy, musa geográfica de los argentinos, no descubría sino 350.000 habitantes en el Paraguay. El teniente de navío calculaba la población de ese país en 800.000 habitantes. Aun teniendo en cuenta que la población del Paraguay aumentó, no sólo por exceso de nacimientos, sino por inmigración, parece recomendable la cautela para aceptar cifras muy altas. Los paraguayos son prolíficos, y, además, durante los años de las dictaduras sombrías, el país fue centro de atracción para ciertos pueblos indígenas circunvecinos que huían de la política de persecución practicada por los brasileños y argentinos contra los aborígenes.

La población del Paraguay se concentró en una área relativamente poco extensa, entre la orilla izquierda del gran río que atravesaba el territorio, y la derecha del alto Paraná. Los pueblos indígenas extractos al Paraguay, sintieron la fuera atractiva de este núcleo, fuerza que aumentó con las medidas protectoras dictadas por el gobierno. Lo que a los ojos de Europa y de los americanos, imitadores de Europa, era una política imbécil, a los ojos de los nativos era un régimen perfecto. Para los conquistadores europeos y para sus fijos los conquistadores criollos, el problema de la transformación en masa de los pueblos indígenas, del nomadismo al sedentarismo, fue siempre irresoluble. Con menos ferocidad que los anglosajones, que hicieron de la destruccitón de los indios, como dice el  historiador Seeley, “algo como la caza de una gran partida de antílopes”, el indio era una bestia feroz, y si no lo era se hacía todo lo necesario a fin de que se convirtiera en animal de presa Para el doctor Francia el problema no fue irresoluble, porque no tuvo como punto de mira la explotacíon del indio, sino su protección..

El Paraguay se bastaba a sí mismo. No importaba artículos de alimentación, siendo un país en estado primitivo. La exportación de la yerba mate producía una renta de cinco millones de francos. El gobierno se empeñaba mucho en el desarrollo del cultivo algodonero, cuyo producto llegó a 4.000 pacas. El tabaco estaba ya en vías de constituir otro elemento de exportación. No había deuda exterior, y la emisión de 200.000 pesos se mantenía a la par de 5,10 fr. por peso en el mercado interior. Por último, aquel país arcaico, tiranizado, tenía carreteras y un ferrocarril de la Asunción a Villa Rica, principio de la línea que une por tierra a la capital del Paraguay con Buenos Aires.

El ejército paraguayo constaba de 18.000 hombres en 1862. Dos años después, ante la invasión del Brasil en la Banda Oriental, Francisco Solano López tenía mas de 40.000 hombres disponibles. El reclutamiento continuaba, y el gobierno abrigaba el propósito de elevar la cifra de combatientes a 60.000. Las fuerzas estaban divididas en 42 batallones de infantería, y 32 regimientos de caballería. El batallón constaba de 700 plazas, y el regimiento de 500. Esto daba un total de 45.400 hombres.

Itapirú y Humaitá se hallaban bien fortificadas desde el amago del Brasil en 1855. En esa época, después de una ruptura personal de relaciones entre el presidente del Paraguay y el ministro del Brasil, don Felipe José Pereyra Leal, el gobierno imperial envió una misión diplomática encomendada a don Pedro Ferreira de Oliveira almirante de la flota brasileña. El almirante diplomático, para cuya aceptación no se pidió agrement al Paraguay, llevaba por vía de credenciales 20 cañoneras, con 130 piezas de artillería y como secretarios de la misión especial, 2.061 marinos y 3.000 infantes. El gobierno argentino permitió la entrada de esta expedición punitiva. El presidente del Paraguay, don Carlos Antonio López, evacuó el campamento del Paso de la Patria, y concentró 6.000 hombres en Humaitá. El jefe del ejército paraguayo, Francisco Solano López, transformó rápidamente Humaitá, que era un simple apostadero, en una posición fortificada. El almirante brasileño recibió una notificación para que no pasara de Tres Bocas, pero envió desde allí una nota pidiendo respuesta que debía dársele dentro del improrrogable término de seis días, y amenazando con llegar a la Asunción y presentar sus plenos poderes”. El Paraguay contestó que estaba dispuesto de antemano a recibir al negociador brasileño, y que lo recibiría, siempre que sus fuerzas navales salieran previamente de las aguas de la República. El almirante Ferreira de Oliveira quiso dar una prueba de los sentimientos pacíficos que lo animaban, y accedió a la indicación del gobierno paraguayo. De las negociaciones que siguieron, surgió el tratado de comercio y navegación fluvial a que se hace referencia arriba, y el pacto adicional sobre límites, de que también se ha dado noticia. El tratado no obtuvo la ratificación del Brasil, y abiertas de nuevo las negociaciones en Río Janeiro, las dos partes llegaron por fin a un acuerdo. La actitud pacífica del almirante brasileño fué muy despectivamente comentada en su patria, con grande injusticia, porque no se sabía en Río de Janeiro lo que era el paso de Humaitá, no sólo para barcos de madera como los que llevaba Oliveira Ferreira, sino para los acorazados que entraron en juego diez años después.

Además de estas fuerzas y posiciones, el Paraguay tenía 18 vapores pequeños, muy bien artillados, que no eran un elemento despreciable, como luego se verá.

El Brasil se había lanzado a la aventura del Uruguay, a pesar de la experiencia poco satisfactoria de sus empresas anteriores, con fuerzas bien mezquinas, pues sólo tenía 25.000 hombres disponibles. Las distancias y el poco espíritu bélico de los pueblos, para cuya mayoría la cuestión del Plata no despertaba ninguna emoción, dificultaban extraordinariamente la concentración de fuerzas. Para llevar algo más de 10.000 hombres a la frontera del Uruguay, se hizo un esfuerzo casi descomunal. Ahora bien, los 10.000 hombres iban en apoyo de Venancio Flores, y una guerra de estas, a un paso de la frontera de Río Grande, distaba mucho de una verdadera campaña nacional. Parecía más bien una de tantas expediciones filibusteras de los de Río Grande, legitimada por el gobierno imperial. Sin embargo, paulatinamente fué advirtiendo el país toda la seriedad que revestía aquel primer paso dado en el Uruguay. Se movilizó la guardia nacional, expresión cuya significación verdadera tenía el alcance de un principio de aplicación del servicio militar obligatorio. Naturalmente, la sangría se aplicaba al pueblo, es decir, a las clases desheredadas, y de preferencia a los negros libres y a los mulatos, pues en sociedades de contextura híbrida, los matices de la proletarización van por la misma línea que los del pigmento. De 1864 a 1866, salieron del Brasil primero para el Uruguay, y después al Paraguay, 50.000 hombres. ¿Pudo alguien haber pensado en las consecuencias de la primera invasión? La guerra devoró un número de hombres que no estaba en proporción con la importancia militar de las operaciones.

Tenía una peculiaridad la campaña, y es que aun en el Uruguay, no obstante su vecindad inmediata, nada podía hacerse sin la flota. Las operaciones del Brasil afectaron siempre el carácter de una expedición colonial y ultramarina. Sin los 29 vapores y los 31 veleros de la flota, no habría sido posible sostener la lucha, aun en el Uruguay. En este punto el Brasil estaba bien provisto, pues aparte de las grandes unidades de su escuadra, pudo llevar a los altos ríos cuatro cañoneras acorazadas y 13 no acorazadas, con 77 piezas de artillería y 4.000 marineros.

El Uruguay no tenía ejército. La República Argentina, propiamente, tampoco lo tenía. El Uruguay mandó al Paraguay, 5.000 hombres, sacrificados en beneficio del Brasil y de Venancio Flores, pues sólo regresaron 500 a la patria. En la República Argentina los esfuerzos no correspondieron a la importancia del país, y esto se debió en gran parte a que la guerra no fué nacional, sino local de Buenos Aires, y personal de Mitre. Las provincias se mantuvieron en general aisladas y pasivas. Entre Ríos, como centro del cacique más importante después de Mitre, Urquiza, osciló entre el Paraguay y Buenos Aires, y aunque se declaró al fin ostensiblemente por Mitre, desertó desde el primer día de operaciones, y sus fuerzas se desbandaron. Las de Buenos Aires, auxiliadas por alguna otra provincia, sufrieron pérdidas elevadísimas, sobre todo bajo la imprudente dirección de Mitre. Según el mensaje oficial del vicepresidente de la Confederación, correspondiente al 1º de mayo de 1866, para un contingente que nunca pasó de 10.000 hombres, y que durante largos períodos fué mucho más bajo, la República Argentina había puesto en marcha, hasta esa fecha, 25.000 hombres. El hecho de que los argentinos no tuvieran marina de guerra propiamente tal, sirvió para que el Brasil acentuara su participación con el carácter preponderante que llevó en toda la campaba. El Brasil dió los soldados, dió la flota y dió el dinero. La guerra fué guerra suya, guerra de D. Pedro, con dos auxiliares: Mitre y Venancio Flores. Es inexacto que hubiera habido una triple alianza. Nominalmente intervino el Uruguay en la guerra, y la Confederación Argentina ni nominalmente puede ser considerada como beligerante, puesto que mientras se desarrollaban los episodios de la sangrienta campaña del Paraguay, no dejó un solo día de haber guerra civil en las provincias de la Confederación.

 

 

VIII

 

En diciembre de 1864, los paraguayos ocuparon la zona disputada entre los ríos Apa y Blanco. Esta expedición a Matto Grosso no tenía objeto militar. Si como después veremos, las fuerzas del Imperio enviadas por tierra, tardaron un año en llegar al término de su destino, y sin que el enemigo les opusiera resistencia quedarón destrozadas por las penalidades de la marcha, y sobre todo, por la falta de recursos, aun de los más indispensables para la vida, era incuestionable que Matto Grosso estaba a merced del Paraguay (1). Las propias medidas que el gobierno imperial tomara contra esa república, obrarían contra el Estado de Matto Grosso. Mientras el Brasil no forzara el paso de Humaitá, Matto Grosso era tan paraguayo como la Asunción.

El error de la invasión de Matto Grosso, envolvía el error diplomático de dar al Brasil un elemento de vindicación. El error de López era lo que se llama faltar al sabio principio de la ofensiva diplomática. El Estado que tiene una buena causa, debe tomar la iniciativa contra el adversario cuya causa sea inconfesable. El Estado que defiende una causa legítima contra otro que pretenda obrar con las mismas razones de legitimidad, debe esforzarse para que el contrario sea quien asuma la responsabilidad por actos violatorios del derecho. Inglaterra,- en las causas buenas y en las causas malas, observa una regla de conducta invariable. Bernard Shaw la define y e explica de este modo: “Los ingleses son una raza muy especial. El último de los ingleses se cree gobernado por los imperativos de la conciencia moral, y el inglés de categoría más alta no se siente por ello libre de la tiranía de esos imperativos. Todo inglés posee cierta fuerza admirable que lo hace dueño del planeta. Cuando desea obtener alguna cosa, por nada del mundo dirá que la desea. Espera con paciencia hasta el momento en que pronto -sin saber cómo-, le viene la ardiente conviccíón de que tiene el deber moral y religioso de hacerse señor de aquellos que poseen lo que él desea. Entonces el inglés se hace irresistible”. En La Haya el almirante Royde dijo que el Mosa es la frontera natural de Inglaterra. Esta ha luchado durante más de un siglo por el Escalda contra Francia. Cuando fué necesario oponerse a Alemania y no a Francia, su enemiga durante más de un siglo, buscó un pretexto, pues el pretexto usado contra Francia ya no servía, y encontró medios para presentarse como defensora de la neutralidad belga. Alemania, por el contrario, no tuvo un diplomático capaz de dar a su tesis la forma persuasiva que le hubiera impreso Inglaterra en igual caso. Inglaterra, por su habilidad, adopta la ofensiva diplomática y hace de su situación especial un caso moral. Alemania dijo que iba a violar la neutralidad belga, y reconoció que la necesidad no admite ley. El universo rugió de indignación ante la perversidad alemana, y se sintió profundamente conmovido por la acción desinteresada de Inglaterra, defensora de la justicia de Bélgica. Si Alemania hubiera sido hábil, habría marchado a Bélgica como defensora de la neutralidad belga, amenazada por Inglaterra desde el momento en que ésta se había comprometido a apoyar la acción de Francia, solidarizada con Rusia. Bélgica estaba tan amenazada por uno como por el otro beligerante. Bélgica es y ha sido siempre el reñidero de Europa, el campo de batalla de Europa -the cock-pit of Europe.

 

(1)Véase uno de los incidentes más dramáticos de esta expedición en el libro de Oliveira Lima, citado ya.

 

 

Allí tenían que encontrarse por fuerza los ejércitos que se disputaran las bases marítimas de Flandes. A los dos imperios les era indiferente por igual el reino de Bélgica, pero no les era indiferente entrar en Bélgica como defensores o como amigos. Alemania ganó la supremacía militar, pero perdió una importante batalla diplomática con su frase, del todo inútil, sobre el pedazo de papel, y con su invocación de la necesidad como ley suprema -Not kennt kein Gebot-. ¿Para qué invocar una ley de la necesidad alemana cuando puede invocarse el hermoso privilegio de salvador de la civilización y defensor de la justicia? Inglaterra enarboló el pabellón de la defensa de las pequeñas naciones, y Alemania fué impotente contra este fariseísmo impresionante.

He citado con cierta extensión un caso típico para que se aprecie la naturaleza del error cometido por Francisco Solano López en su invasión a Matto Grosso y en el acto que le siguió. El 14 de enero de 1565, dirigió una nota a la República Argentina pidiéndole que le permitiese pasar por el territorio de Corrientes para acudir al Uruguay en defensa de Montevideo, que como se recordará, pudo sostenerse contra Flores y los brasileños sólo hasta el 20 de febrero. El error de Francisco Solano López era múltiple. En primer lugar, dió beligerancia argentina a Mitre, gobernante lugareño, en vez de despojarlo de toda representación nacional. En segundo lugar, y como si eso no hubiese sido bastante, aquello facilitó a Mitre el pretexto para su alianza con el Brasil. En tercer lugar, puso al Brasil en la condición ventajosa de aliado de un pueblo amenazado y defensor de un territorio invadido.

Es injusto en la mayoría de los casos imputar a un personaje lo que hizo o dejó de hacer, porque la crítica se funda en datos que sólo son conocidos de la posteridad. No es esta la situación que examino. López no tenía que haber previsto lo que pasó después para evitar el error de procedimiento a que me refiero. No  le imputo ni puedo imputarle error de intención. Hizo muy bien obrando con resolución en defensa de los intereses uruguayos, argentinos y paraguayos. El mal estuvo en los medios, que no fueron adecuados para el fin. Había que poner a Mitre en pugna con sus conciudadanos, a Buenos Aires contra las provincias y a Flores en una posición difícil, para  que el Brasil se viese envuelto en una atmósfera hostil de argentinos y orientales sostenidos por la acción del gobierno paraguayo en su tendencia más o menos mal organizada. Dirigirse a Mitre como al representante de un Estado, era grande equivocación, sobre todo después que Urquiza había faltado a sus compromisos de solidaridad con el Paraguay. En vez de haber perdido libre tránsito para sus tropas, Francisco Solano López debió haber denunciado la acción brasileña como contraria a todos los territorios platenses y expresar la urgencia de una defensa común. ¿Qué podía contestar Mitre a una interpelación de esa especie? Evasivas. Francisco Solano López hubiera podido enredarlo en una polémica y provocar un gran movimiente argentino. Poca habilidad habría necesitarlo para derrocar al general de Pavón. Menos aún para incapacitar su acción diplomática. Mitre no quería sino tener una guerra, que en primer lugar, por su jactancia, consideraba como medio de alcanzar nuevos triunfos militares, y que en segundo lugar le serviría para obtener decorosamente el apoyo del Brasil en su política interior.

Sin mover un solo hombre, fuerte por su actitud y por su propaganda, Francisco Solano López podía haber mantenido una amenaza muy seria contra el Brasil, hasta obligarlo a la capitulación, pues el Brasil era incapaz de remontar los ríos sin contar con la aquiescencia argentina que a la diplomacia paraguaya incumbía hacer imposible, haciendo imposible el gobierno argentino que diese su permiso para, una acción en el Paraná. La, buena inteligencia entre Francisco Solano López y el cacique Urquiza no podía basarse en consideraciones de elevado patriotismo. Por eso había roto Urquiza la liga antes considerada por López como necesaria. “Dentro de pocos días el general Urquiza debe tomar una actitud decidída”, escribe López con fecha 1º de enero. Y el 26 de febrero escribe: “el general Urquiza ha faltado a sus espontáneos ofrecimientos”. A Urquiza no había que presentarle situaciones que exigiesen imaginación, desinterés y arrojo moral. López debía haber tenido un conocimiento más exacto de Urquiza, y comprender que sólo formado por la necesidad o halagado por grandes ventajas, se decidiría a entrar en una combinación. ¿Cuál era el problema, por otra parte? Hacer odiosa la marina brasileña  en las aguas del Río de la Plata, y provocar un movimiento general de indignación contra toda tentativa para entrar en las aguas del Paraná. Entonces el ejército de López habría sido llamado a la Banda Oriental, a Corrientes y a Entre Píos por la opinión de todas las provincias, y habría encontrado quien lo acompañara en una expedición a Río Grande.

Mitre recogió con júbilo la invitación de Francisco Solano López. Era su pretexto. Una guerra nacional, de vindicación de los derechos de la patria; una guerra santa, con ejército ajeno, marina ajena y dinero ajeno, era lo que él podía desear para aplastar a los crudos de Buenos Aires, y para que la provincia de Buenos Aires aplastase a las otras. El Brasil ponía todos los elementos: él ponía su persona, esto es, su genio militar al servicio de su genio político. “En tres meses a la Asunción”. En tres años Mitre habría eclipsado a Washington, a Bolívar, a Sucre y a San Martín. En tres años no pudo copiar siquiera la buena fe y la moderación de Belgrano.

 

 

IX

 

El día 18 de marzo se votó en el congreso del Paraguay la declaración de guerra a la República Argentina. Con esto subió López al pináculo de la insensatez política. La palabra guerra no debió haber salido de los labios de un paraguayo. Era un acto irreparable. Pero el odio fué más poderoso que la razón. Aun en guerra con los argentinos, si la guerra se desencadenaba por sí sola, los paraguayos debieron haber dejado vía libre a la opinión pacífica, a la opinión antibrasileña y a la opinión antimitrista de los argentinos.

Mitre fué siempre tinterillo, y como tinterillo trató la cuestión paraguaya. Negó al Paraguay el paso por tierra y lo concedió por agua, porque el Paraguay no podía utfiizar la vía fluvial. De este modo, el Brasil tenía un privilegio. El territorio argentino se ponía a disposición de un beligerante y se negaba al otro para el paso de sus Tuerzas.

El Brasil podía llevar sesenta mil hombres Paraguay, por territorio argentino, siguiendo la vía fluvial, y el Paraguay no podía llevar un batallón a Río Grande para contrarrestar el peligro. Era evidente la parcialidad. Desde mucho tiempo antes, la prensa de Mitre injuriaba al presidente del Paraguay, predicaba la guerra como un bautismo de sangre “necesario para abrir una nueva era de progreso”, frase mitresca, y se encarecía la política de alianza con el Brasil. Había habido polémicas envenenadas de cancillería por el auxilio de Mitre a Venancio Flores. Todo estaba maduro para la guerra. Pero como, a la vez, la opinión argentina no era unánime, fué de todo punto desacertado declarar la guerra al gobierno argentino. Otra gran torpeza fué la captura de dos buques argentinos en Corrientes. Esos dos buques, dice D. Gregorio Benites (1), eran viejos y habían sido mandados ex profeso para que los capturara López. Las fuerzas paraguayas ocuparon el puerto de Corrientes, y se formó en la ciudad un directorio correntino, a semejanza del directorio paraguayo que había funcionado en otros tiempos, y que había vuelto a funcionar en Buenos Aires. Todas estas miserias precipitaron el conflicto y dieron a Mitre las cartas que necesitaba para completar su juego.

Se formó una triple alianza, y no se formó contra el Paraguay, sino contra López. El sofisma, que es de un dolo repugnante, fué aplicado durante toda la guerra, y condujo las operaciones hasta la tragedia del Aquidabán. Dice Benites (2) que el plan de la triple alianza, según el testimonio de Mármol, estaba acordado desde el tiempo de la batalla de Pavón. Sin embargo, ya en vías de ejecución, pasaron algunos días antes de que se firmara el pacto.

Al llegar a Buenos Aires la noticia de que los paraguayos habían penetrado en territorio argentino, el gobierno dispuso la movilización de 14.000 hombres. El Brasil acordó concentrar un número igual o mayor de soldados entre el Salto y Paysandú, a la vez que organizaba una fuerza de 10.000 hombres en Río Grande. Concordia era el sitio elegido para la reunión de los dos contingentes, y de los 5.000 orientales de Venancio Flores. Mientras una flotilla de cañoneras del Brasil remontaba el Uruguay para proteger la formación del ejército de Concordia, nueve vapores, también brasileños, se sítuaban abajo del puerto de Corrientes para servir de apoyo al general D. Wenceslao Paunero, quien con 1.500 hombres se apoderó de la ciudad el 25 de mayo, si bien tuvo que desalojarla al siguiente día.

De los 32.000 hombres enviados por el presidente López a operar contra el enemigo, 22.000 al mando del general Wenceslao Robles se dirigieron a Corrientes, en donde quedaron 1.000 hombres, que fueron los que recibieron el choque de Paunero, y los 21.000 continuaron la marcha para atacar al enemigo en Concordia. Debía incorporarse al general Robles el teniente coronel Juan de la Cruz Estigarribia, quien con 10.000 hombres pasó el alto Paraná en Villa Encarnación, a fin de hacer una batida en las riberas del Uruguay antes de reunirse a Robles. En la margen derecha del Paraná quedaba una reserva de 10.000 hombres.

Estigarribia fraccionósu fuerza. Mientras él se movía de San Borja para dirigirse a Uruguayana, el mayor Duarte bajaba por la derecha del río. Noticioso de que Venancio Flores se dirigía contra él al frente de 5.000 orientales, Duarte pidió refuerzos, pero Estigarribia se los negó, atribuyendo su solicitud a cobardía, y la pequeña fuerza paraguaya fué completamente deshecha por los orientales en Yatay, el 17 de agosto de 1865. Estigarríbia se había encerrado en Uruguayana, y no encontró sino el recurso de las trincheras contra el gran número de enemigos que se le venían encima. Sitiado completamente, un paraguayo de los del directorio libertador de Buenos Aires le propuso la rendición. Estigarribia vaciló y aceptó. El 18 de septiembre, el comandante de Uruguayana se rindió sin disparar un tiro y entregándose con armas, municiones y banderas.

No había cabezas, ni cabeza. La guerra se hacía de un modo incomprensible, como para fines diferentes de la guerra misma. Y efectivamente así era. No bien habían salido Robles y sus 21.000 hombres de Corrientes, para buscar el contacto con Estigarribia, recibió la orden extraña de que retrocediera a la Capilla del Empedrado, y de que esperara allí nuevas instrucciones. Esta disposición llegó a su campamento el 18 de junio. Retrocedió, en efecto, y al mes siguiente, el 24 de julio, llegaba el ministro de Guerra, D. Vicente Barrios, con una orden de destitución. Si entre las intrigas tenebrosas de la guerra es posible explicar un hecho de esa especie, habrá primero que darse cuenta de lo que son bajo los nombres de presidencias y generalatos los caudillajes de países en formación. El Paraguay parecía un país asentado en la base de la disciplina, pero apenas empezaron las agitaciones de la guerra, la débil estructura gubernamental se vió amenazada. La deficiencia institucional quedó de manifiesto. El enemigo no tenía necesidad de destacar una fuerza contra Robles. Le envió un regimiento de intrigantes que le hablaban de la presidencia del Paraguay. ¿No tenia el núcleo mayor de fuerzas con que contaba su país? Una palabra de Robles bastaría  para que la guerra, declarada contra López, y no contra el Paraguay, acabase gloriosamente en un abrazo de fraternidad de los tres presidentes, Mitre, Venancio Flores y Robles. Los demonios de la tentación escribían cartas diariamente. Robles las enviaba a López, pero López acordó la destitución y el proceso de Robles que poco después moría fusilado, víctima de sí mismo o de la suspicacia de López, víctima en todo caso del sistema de guerra personal.

Se creía en la posibilidad de reunir una fuerza de 40.000 hombres contando con los que tenían Robles y, Estigarribia, y para lograrlo se mandó al general Francisco lsidoro Resquin, sucesor de Robles, un auxilio de 5.000 hombres. Pero el fracaso de Uruguayana debido no sólo a la falta de espíritu militar de Estigarríbia, sino a la inmovilidad de Resquín, hizo forzoso el repliegue dentro de las fronteras del Paraguay. Antes de esto; se había dado una acción naval en el Río Paraná.

La flota brasileña se estacionaba en la confluencia del Riachuelo con el Paraná, abajo de Corrientes. El 11 de junio de 1865, la escuadra paraguaya, compuesta de ocho vapores y cuatro lanchas cañoneras, fondeada en Tres Bocas, confluencia del Paraná y el Paraguay, atacó a la flota brasileña en el citado punto de Riachuelo. La escuadra brasileña se componía de ocho vapores, aunque los paraguayos dicen que sus enemigos tenían diez vapores y seis transportes. De todos modos, quien atacó fué el comandante paraguayo, D. Pedro Ignacio Moza, pues la flotilla paraguaya bajó al río en busca del enemigo. Los brasileños dicen que además de 54 bocas de fuego que llevaban los paraguayos en sus vapores y chatas armadas, con 1.400 hombres a bordo, tenían en la barranca de Riachuelo 32 cañones y una línea de 2.000 infantes al mando del coronel Bruguez. “El combate duró ocho horas, dice el oficial brasileño Jourdan (3), y se dieron varios episodios gloriosos para nuestra marina, tales como: El Amazonas, mandarlo por Barroso, echó a pique sucesivamente tres navíos enemigos; el Jequitinhonda, encallado bajo la batería paraguaya, continuó, sin embargo, repeliendo varios abordajes de un enemigo encarnizado; el Paranahiba fué abordado por tres navíos y en su cubierta cayeron tres héroes: PEDRO AFFONSO, GREENHALG y MARCILLO DIAS”.

“Los paraguayos perdieron tres navíos en la acción, seis cañoneras chatas, y más de 1.200 hombres. Tuvimos que deplorar la pérdida del Jequitinhonda y de 200 hombres, de los cuales nada menos que 87 a bordo del Paranahiba. Algunos de nuestros buques se hallaban en tal estado, que obligaron al jefe a permanecer allí algunos días. El enemigo, deseoso de cerrarnos el paso, aprovechó las circunstancias, que nos eran adversas, y armó baterías en la barranca de Mercedes, lo que dió origen, el 18 de junio, a un nuevo y glorioso hecho de armas, en el que tuvimos que lamentar la pérdida del comandante Bonifacio, muerto en su puesto de honor. Nuestra escuadra, fondeada en el puerto del Rincón de Cevallos, reparó sus averías y aguardó nueva ocasión para mostrar su bravura”.

El comandante de la flotilla paraguaya, D. Pedo Ignacio Moza, murió a consecuencia de las heridas que recibió en el combate del Riachuelo. Las operaciones quedaron suspendidas durante varios meses, pues los brasileños no estaban en condiciones de seguir la lucha, ni había objeto en remontar por entonces el Paraná.

 

 

(1) En su libro, titulado, con una concordancia que no es por cierto ni gallega -Anales Diplomático y Militar de la Guerra del Paraguay, 2 vols. Asunción 1906-, Benites, “ex plenipotenciario paraguayo cerca de varias potencias de Europa y América”, aparece como un hombre bien intencionado y tan ingenuo que publica notas firmadas por él en las que cada sílaba revela el estilo de Alberdi, su consejero. En medio de muchas impertinencias, el libro de Benites contiene algunos buenos datos, desgraciadamente desarticulados, pues el autor, que tenía conocimiento directo de hechos interesantísimos, les da de mano para contar lo que le costaban sus almuerzos en París, y cómo preparaba el mate en Prusia.

(2) BENITEZ: Op. cit.; páginas 156 a 183.

(3) Guerra do Paraguay, pelo 1° tenente E. C. Jourdan. Membro da Commissao da Engenheiros do Exercito. - Río de Janeiro. - 1871. Pág. 15.

 

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FRANCISCO SOLANO LÓPEZ Y LA GUERRA DEL PARAGUAY

Por CARLOS PEREYRA

Ediciones SAN MARCOS

Buenos Aires – Argentina

1945 (208 páginas)






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