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STELLA BLANCO SÁNCHEZ DE SAGUIER

  AL RESCATE DEL TREN - Cuento de STELLA BLANCO SÁNCHEZ


AL RESCATE DEL TREN - Cuento de STELLA BLANCO SÁNCHEZ

AL RESCATE DEL TREN

Cuento de STELLA BLANCO SÁNCHEZ

 

 

STELLA BLANCO SÁNCHEZ : Desarrolla la actividad literaria en medio de su profesión de arquitecta y de catedrática universitaria.

Es coordinadora del Taller Cuento Breve desde su creación. Miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay, miembro de la Sociedad de Escritoras Paraguayas Asociadas, EPA; del Instituto Cultural Paraguayo-Chileno, de la Sociedad de Amigos de la Academia de la Lengua Española y es activa organizadora de eventos culturales.

Tiene publicadas narraciones en los libros del Taller Cuento Breve y ha obtenido un premio en el Primer Concurso Nacional de Cuentos organizado por el diario Última Hora con el nombre LAS HUELLAS DEL SILENCIO y otro premio en la convocatoria "Homenaje a Néstor Romero Valdovinos ", organizado por el diario HOY, con la obra NO VUELVAS A LLORAR. También obtuvo un premio en el concurso Veuve Clicquot Ponsardin, con el relato UNA ADVERTENCIA.

En la actualidad tiene en preparación un libro en el que reunirá las narraciones que ha ido creando en el Taller Cuento Breve, bajo la dirección del profesor Hugo Rodríguez-Alcalá.

 

 

 

AL RESCATE DEL TREN

 

Ni apenas llegaba del colegio, me ponía cómoda y comía; algunas veces ya hacía mis deberes pensando en que quizás tardaría en lo de Clara.

No siempre conseguía permiso para ir a lo de mi amiga. Estaba ella a dos cuadras de la casa de mi abuela; yo vivía entonces allí, la adoraba a mi abuela, era una mujer alta, rubia, de ojos celestes, ¿por qué la adoraba tanto? Era buena, sabía hacer de todo, ¡sabía de todo! y además me contaba historias del viejo mundo, y de su España natal, ¡era estupenda!

Me decía: bueno anda, anda, pero no te tardes.

Para no desperdiciar ni un instante de ese tiempo corría yo las dos cuadras y en un segundo estaba en lo de Clara que ya me esperaba; juntas nos dirigíamos a la pequeña estación ferroviaria, allí terminaban las vías y el tren que llegaba era de carga, traía maderas, maderas de los grandes bosques; eran rollos enormes, de diámetros ponderables. Toda esa carga la apitonaban a campo abierto para luego embarcarla en las grandes chatas desde Asunción al puerto de Buenos Aires. Estábamos en la Estación Fasardi, en las playas de nuestro río Paraguay y el disfrute que Clara y yo sentíamos era completo.

¿Se pueden imaginar?, el tren, maderas y río; más yo no podía pedir.

Al tren lo esperábamos todas las tardes, nos sentábamos en lo más alto de los pitones de madera, sin pensar que podían rodar, y nosotros con ellos. Eso no importaba, lo interesante y fascinante era que veíamos desde allí a nuestro trencito de verdad, desde lejos yo lo veía como una especie de punto negro, al cual lo rodeaban estrellitas brillantes de intensos y variados matices de rojo, que lo acompañaban sin dejarlo ni un instante, éstas eran maravillosas y formaban distintas figuras y yo le iba relatando todo a Clara: Mira, Clara, ahora las estrellitas se convierten en mariposas con alas preciosas que están soplando al tren, es que el pobre de tanto andar está sumamente cansado y sudado, y las alas de ellas al batirlas le dan el viento y el fresco que necesita; ahora ya viene más rápido, ¡fíjate!, ¡fíjate! Clara, pronto que ya se acerca, y Clara veloz se paraba al lado mío, las dos en puntas de pies para verlo mejor.

Habíamos escuchado que ese tren terminaría de andar, pues la madera también ya no se iba a exportar. Dios, ¿qué podemos hacer Clara para que el tren siga andando? ¿Adónde irá nuestra felicidad, esas tardes tan queridas con nuestro tren y todos nuestros amigos? Como las mariposas, palomas y también esos monstruos, que tanto placer nos daban con sus distintas figuras de humo, formadas para protección de nuestro amigo, el monstruo del viento que daba aire puro al trencito, el monstruo del agua para apagar incendios en las calderas a leña, el del granizo que traía las hermosas melodías con sus golpecitos al caer en la piel metálica de nuestro entrañable amigo; el de la luz que en los días tormentosos y de tinieblas iluminaba el camino hecho por las vías y el monstruo de la felicidad, sí la felicidad que la traía para todos, sí porque éramos tan felices; pero ¡tan felices! Y ahora ¿cómo no íbamos a prestarle ayuda? Clara, pensá, pensá en alguna solución y yo también, algo debemos hacer.

Esa noche cenaba yo con mi abuela pero estaba tan preocupada tratando de imaginar algo que pudiera salvar al tren, que no me di cuenta que me hablaba, tampoco había comido el biscochuelo, mi preferido. Esto ya es mucho, dijo mi abuela, y me preguntó: ¿Qué es lo que te molesta, por qué estás así de triste?, entonces yo no aguanté más, me eché a llorar y le conté todo. Ella me consoló:

Luchas por tu felicidad y eso es muy importante, me dijo; hay que salvar al tren y a la felicidad. Bueno, bueno, déjame pensar, déjame; yo la miraba ansiosa, quería una pronta solución.

Reunimos a nuestros compañeros y algunas de las mamás en lo de mi abuela con un riquísimo chocolate y galletitas (¡el chocolate de ella era insuperable!). A los asistentes les contamos todo lo que ocurría, por supuesto, con la intervención de mi abuela que sabía hablar estupendamente. Propusimos que el tren actual se convirtiera en un tren para pasear a los chicos del colegio, se pagaría algo por el transporte. El tren saldría de la Plaza Uruguaya, y llegaría hasta el último muelle del puerto, eran en total 50 cuadras, pasaríamos por toda la parte vieja de la ciudad, aquella que habían construido los españoles y nuestros héroes de la independencia como la Catedral, las Plazas, el Cuartel Central de Policía, el Correo Nacional, la ex Escuela Militar, el Parque de Guerra, el Palacio de gobierno, la Manzana de la Rivera, toda reconstruida hoy y tantos otros edificios hasta llegar a la Estación Fasardi y allí la construcción existente, la transformaríamos en una excelente cantina que serviría a los chicos, ellos recorrerían el hermoso lugar hasta llegar a un perímetro limitado de río para que todos se dieran un chapuzón en los días de verano.

Nuestro público quedó fascinado. Sería hermoso ese paseo y que pudiéramos continuar dándole vida al tren era importantísimo, dijeron.

Entonces con plena aceptación, saltamos de alegría.

Fue un festejo general en lo de mi abuela, las mamás nos abrazaban, nos besaban y pusimos una música nuestra para acompañar la felicidad.

Sí, claro que conseguiremos con las autoridades todos los permisos necesarios, pero fue tanta la burocracia en los trámites de autorización para el funcionamiento del tren, que pasaron algunos años hasta hacerse realidad nuestro sueño.

El tren quedó dormido y hoy lo despertamos.

El tiempo pasó y todos crecimos, esa magia vivida años atrás se nos fue, como también mi gran abuela, pero el tren está vivo y es como entonces.

 
 
Fuente (Enlace interno):
 
 
(CUENTOS Y POEMAS PARA NIÑOS Y ADOLESCENTES)
 
 
Editado con el auspicio del FONDEC
 
QR Producciones Gráficas S.R.L.,
 
Diciembre, 2002 (210 páginas).
 
 
 
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